Ahora mismo están allá: les musiques, los cuadros y las lámparas de colores, los trapos y los papeles, la gente que come y camina, los balcones y las ventanas que te llenan los ojos de historias que no alcanzo a contar porque el tiempo lineal es un tirano y la cuerpa se desdobla con esfuerzo.
Yo, la que hoy dice yo, estuve el primer domingo, mi único domingo en Madrid. Porque el Rastro solamente está los domingos de 9 a 15 y eso hace que una cree en su cabezota sensaciones de castillo encantado, de maravilla que aparece y desaparece en el espacio y el tiempo. Pero no, seguro que todes elles siguen ahí.
Yo me traje tres prendas por 20 euros (vestido corto y pollera, digo falda, en azules raros para mí, y vestido largo también en azules pero que elegí small no sé por qué y se quedó Magdalena a ver si se decide a usarlo ella o arreglarlo para que me entre a mí) y dos por 10 eruos (babucha verde que ya re usé y verás en varias fotos allá y en aeropuerto) y solera rara que todavía no logro ponerme (so por elegir floreados con fondo blando que no me van).
Las músicas que nos encontramos en una esquina esperando para armar la banda eran argentinas: porque tenían mate, porque la funda de la guitarrista tenía lema feminista abortera y porque la cantante pidió: Me vas a comprar pilas, en español rioplatense.
En el puesto lleno de Fridas no compré nada porque Frida me duele como producto y porque todavía no habíamos agarrado la tarasca en euros y teníamos miedo de gastar. En el sótano lleno de cuadros donde el artista abrazaba a su hijita de alrededor de seis años y nos miraba sacar fotos sin aportar como compradoras, me hubiera quedado mucho más rato.
El lugar donde comimos es hermoso, (uy, no me acuerdo el nombre ni lo veo en la foto, ya va a venir)... ¡Alegría de la huerta!!!! Lo atendían dos minas divinas, que seguro eran las que cocinaban porque todo tenía cara de artesanal y sabor genial y ahí descubrimos lo de primer plato, segundo plato, pan (que te lo cobraban y racionaban mucho más que acá), bebida y postre. Mi arroz agridulce volvió a aparecer varias veces en el viaje y ya dije que lo tengo que incorporar a mi ecosistema. Odio las fotos de comida pero aquí van algunas como muestra de que este viaje conmovió todos mis sentidos.
Tuuuulibrería fue encontrada de casualidad aunque yo sabía que existía ese sistema comunitario de libros a la gorra. Me traje tres: Cuentistas madrileñas, cuentos del país vasco y cuentos de CF catalana. Dejé dos euros no más porque soy muy amarreta y me aprovecho de las oportunidades de lectora pobre.
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