Desde un poema satírico dedicado al deseo masculino (“pulsátil, fofo, pantanoso”) hasta una serie de acuarelas líricas captadas durante una temporada de verano en el delta del Paraná, pasando por diatribas contra intelectuales y políticos locales, el nuevo libro de la escritora, traductora y profesora Cristina Piña (Buenos Aires, 1949) sorprende, entretiene y emociona. Estaciones del yo es el 14° poemario de la autora de Oficio de máscaras y La grande belleza, por mencionar el primero y el anteúltimo título de su obra poética. Piña es conocida además por Alejandra Pizarnik. Biografía de un mito, coescrito con Patricia Venti y publicado en 2021.

Los 64 poemas del libro se distribuyen en tres estaciones: los “poemas de la ira” (invierno), los del delta del Paraná (verano) y los cuatro hermosos textos de “Mester de poesía”, que corresponden al otoño y en los que la soledad, el miedo y la vejez se reivindican como motores secretos de la escritura. En “De vuelta de las cosas”, la voz poética –por no decir directamente Cristina Piña– dialoga con la poeta y filósofa española Chantal Maillard: “El miedo entonces, Chantal, / como puntazo que nos obliga a escribir / para colmar la distancia / entre el mundo y vos / entre el mundo y yo / lapicera que acorta ese trayecto / o lo resalta más”. En cierto sentido, se puede decir que Piña es una escritora que “está de vuelta de las cosas / con las manos manchadas / por la tinta del tiempo”, dispuesta a medirse con la “Parca Puta”, la ley paterna o el miedo.

Aunque la muerte es una presencia evidente en Estaciones del yo –por ejemplo, en el arrabalero “Consejos a Rilke (Tango)” y “Esas muertes de mierda” – la mayoría de los poemas fueron escritos antes de la pandemia. “Puedo decir que es un libro de 2018, ya que en su mayor parte lo escribí y lo armé ese año, pero hay poemas muy anteriores en la primera parte –dice la autora–. Cuando me descubrí escribiendo en estado de ira, recordé que tenía guardados poemas aislados con esa misma tonalidad y entonces los rescaté, los corregí y los uní a los nuevos. En cuanto al estado de ánimo, sin duda fue la rabia contra las diversas instancias opresoras que aparecen: el poder político y el trascendente, la muerte, la pose artística o intelectual, las convenciones del matrimonio”. Los poemas del delta, dedicados al escritor Rodolfo Godino y que en su forma parecen imitar la geografía isleña, surgieron de una temporada veraniega en ese espacio “donde se mezcla lo salvaje / con la calma de los siglos”. Los poemas del otoño son de fines de 2018.

El método de escritura de Piña sigue las leyes de un azar misterioso. “Yo me pongo a escribir a partir de un ritmo, de una música, casi sin saber qué voy a decir, y sólo después de que el poema ha salido sé en qué consiste y me pongo a corregir –señala–. Pero no hay nada deliberado o racional en los temas que tomo. Son temas que sin duda me invaden y que están muy presentes dentro de mí”. También confluyen –para usar una metáfora relativa al río– en una gran tradición de la poesía argentina, con nombres como los de Pizarnik, Amelia Biagioni, Olga Orozco y Enrique Molina, mencionados o citados en su libro. “Pero también Virginia Woolf, ya que desde mi punto de vista es tan poeta como narradora y sus libros son equivalentes a largos poemas”, agrega. En “Jubilosa cofradía” la autora se une a ellos: “Júbilo de entrar en la austera / compañía de los que antes ya / mis santos profanos de la pluma / y el papel”.

Piña destaca que hay nuevas generaciones de poetas que se van sumando, cambiando y enriqueciendo el archipiélago literario. “Las voces y las citas se me han ido imponiendo –revela–. Quizás la única excepción sea Víctor López Zumelzu, el poeta chileno, de quien leí un solo libro pero la cita que utilizo como epígrafe fue lo que me impulsó a escribir el poema. Porque los epígrafes muchas veces son la patada inicial de la escritura”. En un encadenamiento de imágenes que impulsan cadencias, la “barca silente” de su poesía atraviesa estaciones y estados de ánimo.

Cristina Piña

Estaciones del yo

Vinciguerra