Yo ya sabía que me iba a volar la peluca. Pero fue más. Me hubiera quedado eternamente en Sevilla y su plaza con artistas callejeros excelentes y en La carbonería donde cada noche se presentan grupos diferentes y te sentás en grandes mesas a tomar cerveza o "vino de verano": tinto con hielo limón y naranja (en otros lugares le dicen sangría).
Mi compañera de viaje moderaba mis excesos e íbamos pactando tiempos y lugares a recorrer y visitar pero yo amé el baile, el cante, las guitarras que me fui encontrando: primero en un lugar muy turístico en Madrid, Torres Bermejas, y luego las dos noches que fuimos a La carbonería (un lugar perdido, para nosotras, entre callecitas y plazuelas, pero en el centro del barrio donde estábamos, a cinco "cuadras" que no son cuadras sino medio curvas o pasos o "minutos" a pie, de nuestra Pensión Virgen de la luz.
Lo mejor que vi fue en la plaza de Sevilla, a la gorra, por un grupo de cuatro bailaoras, una mina divina al cante, guitarrista y cajón, con un cartel de "Alegría de Sevilla. Grupo de artistas de la calle".
De mi parte llegué con muchas ganas de bailar (cosa que no me animé a hacer allá, creo que de tímida y por no avergonzar a Daniela que venía conmigo y mucho no se copaba). Pero no tengo ganas de volver al estudio en San Miguel donde el flamenco es una danza más, una clase más entre tap y clásico y árabe, sino que tengo ganas de buscar tablao y profes bailaores y música en vivo y palmas en vez de pista.
Me compre´una falda que pude pagar en una tienda de recuerditos porque en el lugar especial, El rocío, al que entré y toqué pero no pude ni probarme porque me dio calor no poder pagar esos trajes. También unas castañuelas en Toledo que no son profesionales pero mejor que las que tenía y con olor a madera. Y dos mantoncillos, uno para mí y otro para Sil. Y a ella le traje abanico aburrido negro pero bueno para bailar profesional. Y para mí los divinos berretas solamente para calores menopáusicos alegres.
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