miércoles, 17 de abril de 2024

Miércoles de placer

 Me gusta recalentar a las 3 de la tarde el guiso de lentejas que Rafa hizo ayer. Me gusta que él se haya ido a la facultad y los perros ya hayan salido y vuelto a entrar y estemos acá lavando ropa y colcha tejida, mientras nos tomamos una birra, hacemos macetitas, cambiamos otras de lugar, barremos y quitamos hojitas secas, nos preparamos para entrar a lleno a monografiar sobre realismo y feminismos en Fortunata y Jacinta.

El cascote de mi vereda

 Veinte días después de que yo haya traído a paso de hormiga mis 25 carretillas para llenar el pozo derrumbado, les vecines (no me sé el cuento de sus causas y efectos) están llevando el cascote que quedó (ni una décima parte me llevé yo) con pala y camión. 

Me gusta ser la vieja que mira en la vereda. Me gusta haber usado mi fuerza chiquitita para modificar esa montaña de materia descargada.

martes, 16 de abril de 2024

Una hiena al reír, pero al almuerzo con los cerdos

 No llores por mí, Argentina

Canción de Serú Girán

Resultados de búsqueda

Una oscilación emocional intensa, que carece de todo punto de anclaje

 

"La venganza de los dinosaurios", más cuentos de Deborah Eisenberg

Heredera de una tradición de cuento norteamericano de John Cheever y Raymond Carver a Lorrie Moore y Ann Beattie, tras un paso por las artes escénicas, Deborah Eisenberg se dedicó de lleno a la literatura. La venganza de los dinosaurios viene a completar un círculo de tres volúmenes (junto con Taj Mahal y Relatos) y a mostrar su capacidad para trabajar la tensión de la frase en relatos extensos.

“Es muy difícil ser joven” dice Deborah Eisenberg en una charla que dio, junto con su marido, el actor y director Wallace Shawn, en la Drama School de Nueva York ante un auditorio bastante ecléctico. Vestida de negro, con las manos largas y finas, el pelo blanco y los ojos saltones, remató después de unos largos segundos de pensar sobre la misma idea: “me hubiera gustado tener alguna de las capacidades que tengo ahora, en aquel momento, una época que recuerdo con muchas ansiedades, terror, dolor, frustraciones”. Nacida en Chicago, en 1945, Eisenberg es una escritora tardía, como lo es su colega, la candiense Alice Munro (con quien comparte muchos puntos de unión e interés), que, luego de tener un breve paso por las artes escénicas, empezó la tarea de escribir cuentos debido a “la amenaza finalmente insoportable del sinsentido existencial que me llevó a enfrentarme a la perspectiva de la vergüenza aniquiladora que siempre es (o quizá debería ser) el coste de intentar escribir algo”.

La publicación de La venganza de los dinosaurios, por parte de la editorial Chai, viene a completar y a cerrar un círculo de tres volúmenes que ofrecen una parte de la mejor producción cuentísitica de Einsenberg, cuyos títulos anteriores fueron Taj Mahal y RelatosLos cuentos acá reunidos mantienen una misma línea temática y estilística, en los cuales la autora suele depurar y trabajar durante tiempos prolongados (cada cuento le lleva un año, según comentó en una entrevista televisiva con Charlie Rose). Relatos de largo aliento, cuentos largos y extensos que suelen no encontrar un final, un poco a la manera que planteaba el padre de todos los cuentistas, Anton Chejov, Eisenberg escribe novelas condensadas, aunque no se apoya en los resortes narrativos o los momentos claves que en una novela permiten avanzar sobre zonas que quizás parecen de ripio. Esos lugares son, justamente, los que a Eisenberg le interesa narrar; el material con el que trabaja los relatos parece extraído de una zona porosa e incómoda. De este modo, el enamoramiento de una chica de 17 años con uno de 27, en el “Cómo era verse con Cris”, se convierte en una oscilación emocional intensa, que carece de todo punto de anclaje. No son las acciones las que definen a los personajes, sino que en muchos casos son arrastrados por las acciones que suelen tomar a destiempo.

La experiencia interior de los personajes define su lugar en el mundo. Eisenberg es heredera de cierta tradición cuentística norteamericana, como John Cheever, Raymond Carver y bastante más acá Lorrie Moore y Ann Beattie. comparte con muchos de estos autores las experiencias urbanas, la ciudad como forma más que como fondo, los vínculos que se construyen entre rascacielos, particularmente una ciudad como Nueva York, cuya herencia literaria ha constituido un género en sí mismo, con la forma narrativa de la revista The New Yorker como faro (el último relato narra los eventos del atentado contra las Torres Gemelas del 11 de Septiembre del 2001). En ese sentido, los personajes de Eisenberg, como la pareja que discute con unos amigos en el cuento “El Robo” o la amistad tóxica entre una chica y un chico en “Peligros como estos”, no están alejados de las maneras frías y neuróticas que tienen los personajes de Woody Allen para relacionarse; estableciendo distancia en la cercanía, juicios de valor en la falta de certezas y en muchos casos una sobre intelectualización de las emociones.

Aunque, a diferencia del mencionado Allen (o incluso de Lorrie Moore), Eisenberg se reserva un espacio importante en su imaginación literaria para analizar la confusión emocional que se crean, estallan y cruzan en los vínculos aleatorios, diversos o elegidos por sus personajes, como si ella los estuviera auscultando, o mejor, como si se tratara de una química que elige mezclar y lanzar a sus personajes a contextos extraños para observar sus reacciones. En la mirada infantil de una niña que observa a una familia puesta en crisis en “Sirenas” o en las relaciones familiares empujadas ante la luz del prisma de la decadencia inevitable en el cuento que lleva el título de la selección, Eisenberg encuentra vestigios narrativos para lo que más le interesa: tensar las frases. Cada frase parece puesta al servicio de reinventar la frase anterior. En esa tensión entre deriva y contención, entre indagación dramática y profundidad psicológica, es donde encuentra el tono narrativo que define sus relatos.

Por ejemplo, en “Sirenas” dice la narradora: “Para Kyla, las vacaciones venían avanzando hacia ella desde hacía semanas y semanas, primero como un puntito en la periferia de su visión, después como algo cada vez más grande, más cerca y más rápido, hasta que llegaron como una tromba, barriendo con todo lo demás, y su madre ya la estaba dejando en la casa de los Laskey donde la esperaban”. Como si se tratara de un ejercicio de desplazamiento y condensación, los cuentos de Eisenberg parecen bordear el mundo desde una percepción de ensueño, ligeramente dislocada y desfasada. El simple hecho de irse de vacaciones se convierte en qué hace el personaje con ese torrente emocional que las vacaciones producen en ella. Hay algo de “sabiduría” en esa forma de narrar estas vidas condensadas que la autora ejecuta sin ejercer moralismos sobre sus personajes con una mirada compasiva, sobre todo cuando narra en tercera persona. Eisenberg guarda la distancia justa, entre cercanía y lejanía, como si supiera, gracias al tiempo que acumula experiencia detrás de una vida, que lo que se vive comienza como algo que creemos muy grande y veloz, y termina por convertirse en un puntito más en la periferia de nuestra visión. 

Gente que se dice te quiero

 Si a mí me contestaran la mitad de las chicanas que veo entre amigas y/o hermanas las mando a cagar, las exilio de mí (como he hecho con tantas amigas y hermanas).

Elles tampoco

 Cuando veo a qué llaman amigues, amores, familia, vida social, aquelles que se vanaglorian de tenerles y me dan envidia en mi soledad arisca, entiendo que "eso" también lo tengo yo. Y buena pena me da la distancia, la incomprensión, la mezquindad de esos vínculos que todo mundo cree normales y necesaries.

Calvino y tarot

 

El castillo de los destinos cruzados


El castillo de los destinos cruzados (Il Castello dei destini incrociati en italiano original) es una obra del escritor italiano Italo Calvino, publicada en 1973, tras cinco años de compleja elaboración. Los hilos narrativos que constituyen el libro se basan en interpretaciones de las cartas del tarot.1​ Contiene dos secciones, la primera fue El castillo de los destinos cruzados, ampliada posteriormente con La taberna de los destinos cruzados.

Calvino construye en ambas secciones una serie de historias entrecruzadas utilizando las cartas del tarot, por la riqueza narrativa de sus imágenes, en una interpretación libre que prescinde de los significados que tradicionalmente se les atribuye. El autor convierte así los mazos de cartas en una especie de «máquina narrativa combinatoria», que permite ilimitadas interpretaciones derivadas de sus posibilidades de combinación.2

En ambas secciones, un grupo de personas que han perdido la palabra debido a sus experiencias, se encuentran refugiadas en un lugar (un castillo y una taberna respectivamente) y proceden a relatar sus historias a sus compañeros, utilizando una baraja de tarot. En El castillo de los destinos cruzados Calvino utiliza para ello el tarot de Visconti, cuyas imágenes, de un refinamiento renacentista, generan una serie de historias refinadas que giran alrededor del conocido poema épico de Ludovico AriostoOrlando furioso. Los personajes del castillo son de «bella apariencia y vestidos con atildada elegancia»; en contraposición, los personajes de La taberna de los destinos cruzados son gente corriente, por lo que Calvino utiliza en esa segunda obra el más popular y tosco en ejecución tarot de Marsella.2

El trabajo de composición y estructura de los relatos exigió mucho del autor, que lo denominaba una «génesis fatigosa». Calvino pensó en añadir un tercer título, El hotel de los destinos cruzados, para el que desechó el uso de un tercer tarot y decidió utilizar material visual más moderno. Pero agotado por las dos obras completadas abandonó el proyecto en octubre de 1973.3

Referencias[editar]

  1.  «El castillo de los destinos cruzados»Anthropos (Anthropos Editorial) (133): xxv. 1992. Consultado el 26 de junio de 2011.
  2. ↑ Saltar a:a b Fernández Álvarez, Beatriz (1993). «Los destinos cruzados II. Construyendo la adivinación»La superstición en la ciudad. Siglo XXI de España Editores. p. 117. ISBN 9788432308192.
  3.  Accorinti, Stella (2005). «Pensando en Latinoamérica. Filosofía para niños, niñas, adolescentes y adultos. Policidad, deseo, pensamiento multifuncional y libertad»Matthew Lipman: Filosofía y Educación. Coordinado por Félix García Moriyón. Ediciones de la Torre. p. 85. ISBN 9788479603236.

Apuntes para mi novela Anahí en Fortunata y Jacinta



 

Le pedí a mi hermano que me devuelva los diarios de mi madre



 

Fotos de cuando yo era bebé o ni eso





















 

Verles tan panchis me hace muy feliz



 

Amorosos estados de La amiga eres tú






 

lunes, 15 de abril de 2024

Taller con lobas en Notanpuan

 



Proverbialmente, la llamada literatura del mar ha sido en sus expresiones más conocidas una literatura escrita por señores. En dos acepciones: hombres y sobre todo hombres de clases sociales acomodadas. Se tratara de oficiales, pilotos, comandantes o escribas que creaban a partir de lo que habían navegado, o de seres más sedentarios que imaginaban aventuras desde sus bibliotecas y gabinetes. Y esto a pesar de no faltar damas piratas como Mary Read y Anne Bonnie —historiadas nada menos que por Daniel Defoe en su “Historia general de los robos y asesinatos de los más famosos piratas” (1724)— o la Marica Rivero de nuestro Delta, a quien dedicaron páginas memorables Muños & Cófreces en “Tigre”. 

 Las mujeres fueron diosas o ninfas o hechiceras en la Odisea, monstruos de puerto en Tolstoi, señoras que esperan a quienes navegan —siempre hombres— en la Odisea, en Flaubert o en Maupassant, pasajeras que deben ser protegidas, y de ser necesario rescatadas, como la viajera perdida del tango. Rara vez aparecen como navegantes. Y cuando esto sucede, suelen ser escritas por hombres: los citados Defoe, Cófreces y Muñoz, o Borges refiriendo los prodigios de la viuda Ching Pirata, o Haroldo Conti en su cuento “Memoria y celebración” y José María Domínguez en su novela “Tres muescas en mi carabina” refiriendo los afanes de Julia Lanfranconi, la dueña y señora de la isla  Juncal.

 Hacia mediados del siglo XIX hubo una revolución copernicana en la literatura del mar: por primera vez un marinero raso –“una voz del castillo de proa”— contaba desde la experiencia de la navegación a bordo de un gran carguero a vela, enviado desde la costa este de los EE.UU. hacia la costa pacífica, vía el Cabo de Hornos. Pero sucede que ese marinero raso era un estudiante de leyes en Harvard, Richard Henry Dana, y el libro que escribió —“Dos años al pie del mástil” (1840)—una obra maestra que Herman Melville destacó en tanto antecedente necesario de su “Moby Dick”.

 Faltaba para que las mujeres avanzaran como navegantes de mares y textos, algo que fueron cumpliendo con creces merced a trabajos como los de Anita Conti, Norah Lange, Sara Gallardo o Sylvia Iparraguirre. 

sábado, 13 de abril de 2024

Bienvenidos al abierto culo del infierno

 Blog  martes diciembre 7th, 2021

Balam Rodrigo, Libro centroamericano de los muertos

Introducción de Carolina Mauriello

 

Balam Rodrigo nace en 1974 en México, en Villa Comaltitlán, a pocos kilómetros de la frontera con Guatemala. Su nombre, Balam, en lengua maya mochó, significa “jaguar” y procede del Popol Vuh, el gran libro cosmogónico del estado de Chiapas, la recopilación de mitos y leyendas de los varios grupos étnicos que habitaron la tierra Quiché. Licenciado en Ciencias Biológicas en la Universidad Nacional Autónoma de México, empieza su carrera como poeta después de haber cumplido treinta años: desde el principio de su carrera se demuestra un escritor ecléctico, su búsqueda estética es libre y crea una poética abierta, no canónica, en la que confluyen, además, las tradiciones mexicanas. Escribe poesía en prosa, visual, rica en elementos científicos y teológicos, y experimental, derivada de sus investigaciones personales e inspirada, en un primer momento, también en los collages del artista plástico estadounidense Joseph Cornell.

La poesía de Balam Rodrigo forma parte del panorama literario centroamericano y, más concretamente, de la tradición de la literatura documental y de la poesía testimonial. No por casualidad, autores que reivindican a través de la poesía la lucha contra los poderes ilegítimos, las iniquidades y las prepotencias  cometidas por el estado, como Bañuelos, Óscar Oliva y Roberto López Moreno han influido en sus escritos.

En 2018, Balam Rodrigo publica el Libro centroamericano de los muertos, segundo de una trilogía, gracias al cual gana el “Premio Bellas Artes de Poesía Aguascalientes”. En esas páginas propone una colección testimonial de poemas de carácter social con el objetivo de dar voz a los migrantes centroamericanos, tanto a los que fallecieron sin nombre como a los que, por algún tiempo, vivieron en casa de sus padres. Cada poema está dedicado a la historia de una persona diferente. Por tanto, en la obra aborda el fenómeno de la migración centroamericana dando sentido a las vidas de los migrantes, en un estilo intertextual evidente en los entrelazamientos de la poesía con la crónica y la autobiografía. La voz poética de Balam Rodrigo es transparente: su palabra se condensa, se vuelve clara y encuentra un tono fuerte y expresivo. La colección se abre con una sección dedicada a Guatemala, y luego continúa con secciones dedicadas a San Salvador, Honduras, Nicaragua y México.

El primer poema, aquí disponible, cuenta la historia de un migrante guatemalteco muerto sin indentidad mientras intentaba cruzar México para llegar a Estados Unidos, y contiene una referencia implícita a dos textos que influyeron en la construcción de la obra: Pedro Páramo de Juan Rulfo y el Popol Vuh. En concreto, el íncipit es una clara referencia al preámbulo del Popol Vuh que dice: “Este es el principio de las antiguas historias de este lugar llamado Quiché” y el séptimo verso recupera el comienzo de Pedro Páramo: “Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre”.

 

 

Los poemas de Balam Rodrigo se reproducen aquí con el amable permiso del autor.

Traducción al español de la introducción de Ilaria Quattrociocchi.

 

 

 

14°40’35.5”N 92°08’50.4”W - (SUCHIATE, CHIAPAS)

 

Este es el origen de la reciente historia de un lugar llamado México.

Aquí migraremos, estableceremos la muerte antigua
y la muerte nueva, el origen del horror,
el origen del holocausto, el origen de todo lo
acontecido a los pueblos de Centroamérica,
naciones de la gente que migra.

Vine a este lugar porque me dijeron que acá murió mi padre
en su camino hacia Estados Unidos,
sin llegar a ver los dólares ni los granos de arena en el desierto.

Bajé de los Cuchumatanes, desde los bosques
de azules hojas de la nación Quiché,
desde la casa en donde habitan la niebla y los quetzales
hasta llegar, cerca de Ayutla, a la orilla del río Suchiate.

Abandoné el olor a cuerpos quemados de mi aldea,
la peste militar con sus ladridos de “tierra arrasada”
mordiendo hueso y calcañar con metrallas y napalm,
su huracán de violaciones y navajas
que aniquilaba a los hombres de maíz con perros amaestrados
por un gobierno que alumbra el camino de sus genocidas
con antorchas de sangre y leyes de mierda.

Hui del penetrante olor a odio y podredumbre;
caminé descalzo hasta el otro lado del inframundo
para curarme los huesos y el hambre.

Nunca llegué.

Dos machetazos me dieron en el cuerpo
para quitarme la plata y las mazorcas del morral:
el primero derramó mis últimas palabras en quiché;
el segundo me dejó completamente seco,
porque a mi corazón lo habían quemado los kaibiles
junto a los cuerpos de mi familia.

Dicen algunos que en la ribera de este río
se aparece un fantasma, pero yo sé que soy,
que he sido y seré, el unigénito de los muertos,
guardián de mi propia sombra, negro relámpago de mi pueblo,
bulto ahogado en esta poza en donde inicia Xibalbá.

Dos fichas de cerveza Gallo pusieron en mis ojos:
todos los días veo cruzar por estas aguas a los barqueros de la muerte,
a los comerciantes del dolor que llevan en sus canoas de tablas
y cámaras de llanta las almas de los migrantes
enfiladas puntualmente hacia el tzompantli llamado México.

Dicen polleros y coyotes que ven mi fantasma en la ribera,
por eso se santiguan y rezan al cruzar las aguas rotas
de este espejo seco en el que escriben su nombre
con el filo estéril de las hachas votivas.

Todos los días veo pasar a las hileras de muertos,
a los que migran sin llegar a Estados Unidos:
parvadas de cuerpos en pena, tristes figuras humanas,
barro entre los insomnes dedos de Dios.

Yo, primogénito de los migrantes muertos,
los recibo con un racimo de filosos machetes
en lugar de brazos, iluminado por la cara oculta
de esta luna leprosa:
bienvenidos al cementerio más grande de Centroamérica,
fosa común donde se pudre el cadáver del mundo.

Bienvenidos al abierto culo del infierno.

 

©Balam Rodrigo, Todos los derechos reservados, 2018

Lunes por la madrugada...

Yo cierro los ojos y veo tu cara
que sonríe cómplice de amor...