Feminismo literario: modalidad difícil
Ser feminista no es fácil. Como le vi decir a una compañera, nadie es feminista por gusto. No es cómodo, no es divertido y es frustrante. Pero es necesario. Por eso seguimos siendo feministas, a pesar de las discusiones, los ataques y las decepciones. Porque la historia nos ha demostrado que nadie va a luchar por nosotras, que nuestras peticiones no se consideran prioritarias, a veces ni sensatas; que el cambio llegará cuando otros cambios se lleven a cabo. Y los cambios (algunos) llegan mientras el sistema patriarcal se mantiene. Así pues, nosotras seguimos luchando, cogemos el testigo de nuestras predecesoras, salimos a las redes, a la calle, reivindicamos nuestra libertad y nuestro lugar en el mundo, ese que nos pertenece por el mero hecho de existir.
Sentirse feminista es fácil. Por supuesto, defender la supremacía, ya sea blanca, masculina o de cualquier otra índole, es mucho más sencillo, siempre que se esté en el grupo privilegiado. Pero pensar que todos somos iguales y que deberíamos tener los mismos derechos y oportunidades es relativamente fácil. Al fin y al cabo, nadie osaría escoger un libro por el género de su autor, ¿verdad? Lo complicado es llevar ese pensamiento a la práctica, porque requiere un esfuerzo que no todo el mundo está dispuesto a asumir. Supone autodestruir nuestro orgullo, aceptar que nunca dejaremos de tener actitudes machistas, que siempre seremos proclives a equivocarnos, que las situaciones no tienen una explicación única y simple. Supone analizar para poder actuar en consecuencia. Porque el feminismo es una actitud, no solo un pensamiento teórico.
El año pasado ya desglosé los factores intervinientes en la elección y compra de un libro. Doce meses después podría haber montado una destilería si me hubiera guardado un chupito por cada persona a la que he visto decir “yo no miro el género del autor al buscar un libro”. Porque resulta que hay quienes lo siguen mirando, ya sea antes o después de publicarlo; no hay más que observar algunas antologías, mesas redondas o preguntar al librero más cercano. Por eso seguimos repitiéndolo, sin importar quién se ofenda. Nunca he visto a adoptantes de animales quejarse por las campañas de adopción de estos, pero cuando se trata de perspectiva de género hay muchos lectores que se llevan las manos a la cabeza y hablan de gulags, nazismo y el extremismo más atroz.
Tranquilidad, no vamos a comernos a nadie si lee a más hombres que a mujeres a lo largo del año. Quizá lo hagamos si eso es lo que hace y presume de lo contrario, pero no porque seamos unas locas insensatas, sino porque estamos hartas de que nos tomen el pelo. Si os encontráis a una feminista con poca paciencia, seguramente sea porque lleva mucho activismo a sus espaldas y está cansada de debatir, de deconstruirse y reconstruirse, de formarse nuevas opiniones según conoce otras perspectivas, mientras le llueven insultos de quienes recurren a las soluciones rápidas y fáciles, y que en raras ocasiones suelen ser acertadas.
Como comentaba en el mencionado artículo, desde hace tiempo, pero sobre todo desde 2014, se vienen sucediendo una serie de iniciativas a las que se han añadido recientemente #UnAñoDeAutoras o las antologías Terroríficas, Distópicas y Poshumanas. Tiempo más que suficiente para echar la vista atrás y reflexionar sobre lo que hemos conseguido y sus implicaciones, de forma que podamos dar un paso más, llegar a un nivel más difícil. De ahí que nos sintamos engañadas cuando alguien parece dar con la clave sin haber considerado todo el trabajo previo, porque se le arrebata el sentido a todo el progreso. Y no, sintiéndolo mucho, ni antes todas estas autoras eran campo, ni la solución a la brecha de género en literatura y la invisibilización de las escritoras es una fórmula matemática válida en todos los casos. Todo es relativo y tiene una razón de ser. Si se elimina la razón, por mucha buena intención que se tenga, la acción estará por completo vacía de significado.
La mayoría de estas iniciativas se basan en crear espacios no mixtos (ya sean virtuales o en papel) para las escritoras de género, principalmente las de ciencia ficción, con el objetivo de darlas a conocer y visibilizar su trabajo. Como comentaba hace unas semanas Cristina Jurado, en apenas unos años hemos pasado de recitar unas pocas escritoras españolas de género a no caber en las menciones de Twitter. No erraré demasiado si afirmo que el movimiento en redes sociales ha ayudado también a este hecho. Hay un apoyo explícito de la comunidad (143 patrocinadores tuvo la última campaña para publicar Alucinadas IV y Terroríficas I, que no es una cifra baja si atendemos a la participación de los Ignotus, por ejemplo) y una participación masiva en las convocatorias de las antologías (casi 300 relatos llegaron a las arcas del II Premio Ripley).
¿Ha habido un cambio en el público? Pequeño, pero sí. Se leen más autoras y se publican más autoras (¿o es al revés?). La afluencia de público a la presentación de Distópicas y Poshumanas revela que el interés existe. Y no es una locura pensar que irá aumentando con el tiempo. ¿Es suficiente? No, y los datos están ahí. Las editoriales han publicado más obras de mujeres en los últimos años y los más vendidos siguen siendo hombres, además de que aparecen mucho más en prensa. Es difícil competir con los tradicionales bestsellers, pero aun eliminándolos de la ecuación, seguimos siendo minoría. ¿Hay que seguir trabajando en esta dirección, entonces? Mi opinión es que sí. Estas iniciativas están realizando un trabajo muy importante, pero la concienciación todavía no está asentada. Si las dejamos en el aire quizá no se produzca una regresión total, pero avanzar será más costoso. Porque, por encima de todo, lo que estos proyectos hacen es recordarnos que la igualdad todavía no se ha alcanzado y deberían desaparecer cuando se haya conseguido.
Sin embargo, también sería un error mantenernos en esta tesitura, porque aunque la mayoría de efectos de estas iniciativas son positivos, también tienen algunos negativos. Aunque muchos vienen derivados del machismo y los prejuicios que imperan en nuestra sociedad, de alguna manera el hecho de crear espacios no mixtos fomenta estas secuelas.
Como decía Nieves Delgado en este artículo, “Nosotras jugamos, porque ahora ya se nos permite jugar, en otra categoría; en la segunda división”. El objetivo de los proyectos de visibilización es demostrar que las mujeres estamos por derecho propio en la misma división que los hombres. La propia Nieves ganó el Ignotus con su relato “Casas rojas”, publicado en Alucinadas I, y el número de premiadas es bastante mayor que hace años. Sin embargo, el hecho de ser no mixtos ayuda a asentar la idea de que somos otra división, y sigue habiendo buena parte del público que nos considera de segunda. Y hay otra parte que, aunque no nos considere de segunda, nos sigue tratando como si fuéramos una categoría diferente.
El prejuicio de que las mujeres escriben para las mujeres y sobre las mujeres no es nuevo, pero muchos se resisten a aceptarlo como tal y arrancarlo de su ideario. Así pues, encontramos lectores sorprendidos porque el I Premio Ripley no es un panfleto feminista, sino una antología como cualquier otra con la particularidad de que todas las autorías pertenecen a mujeres. O con quienes “halagan” a unas pocas autoras diciéndoles que escriben como un hombre. Esta situación es sumamente peligrosa porque corremos el riesgo de formar (si es que no se ha formado ya) un nicho en el que nosotras, escritoras y lectoras, nos sentimos seguras, en el que varios hombres participan, pero en el que la mayoría no quiere entrar porque piensa que les es un terreno vedado.
La solución no es simple, y ahí es cuando entra el juego la modalidad difícil: tratarnos como iguales. Las campañas de visibilización están para lo que están, pero tienen una finalidad: que conozcamos y leamos más escritoras, que seamos conscientes de su legado. Así pues, fuera de estas campañas, no tiene sentido hacer un redil para excluirnos. Si en los artículos y proyectos aparentemente mixtos no aparecen mujeres, seguimos fomentando el mensaje de que existe una literatura universal formada por hombres y una literatura de mujeres. Ya lo dijeron en el blog de Distópicas:
Es un secreto a voces que la mujer ha sido relegada a una segunda categoría para la gran mayoría de quehaceres que no suponían cuidar del hogar familiar. Lo aceptamos como algo pasado, sin ser conscientes de que incluso a día de hoy sigue ocurriendo. No nos cansamos de escuchar términos tan estrafalarios como: literatura de mujeres o para mujeres; literatura femenina, en definitiva. Pero ¿se habla alguna vez de literatura masculina? No, el hombre está capacitado para cualquier género según la sociedad. ¡Las mujeres escriben! Y no se las puede relegar al género romántico o infantil/juvenil. Sin olvidar que las mujeres leen, y leen de todo, no solo «literatura para mujeres», un concepto que las propias mujeres no entendemos.
Visibilizar es el inicio, pero normalizar es el camino. Y para eso hay que concienciarse y trabajar para que en las listas de novedades, de recomendaciones, de clásicos, en artículos generalistas sobre el terror en España o la fantasía en Latinoamérica, haya presencia de autoras. Porque si no aparecemos, es como si no estuviéramos aquí, son las mismas listas de hace veinte años cuando los proyectos feministas no existían. Y no lo digo solo yo, hace unos días Gema Nieto exponía una postura similar en sus redes sociales, llamando la atención a tantos periodistas culturales que nos aíslan en unas temáticas determinadas.
Lo mismo ocurre con las antologías. Las antologías no mixtas de visibilización tienen una razón: mostrar que las mujeres, al contrario del pensamiento patriarcal que impregna el canon literario, escriben obras de calidad de diferentes perspectivas y temáticas alrededor de un género/subgénero: Alucinadas sobre ciencia ficción, Terroríficas sobre terror, el Premio Ripley juega con los dos géneros anteriores, Distópicas y Poshumanas se centran en un espectro histórico de la ciencia ficción escrita por españolas. El hecho de aparecer juntas nos da poder, nos da presencia, nos da la oportunidad de señalar y decir “estamos aquí”. Pero necesitamos aparecer en antologías mixtas para poder gritar “y no nos vamos a ir”. Las antologías mixtas proporcionan un tratamiento igualitario, que es el que venimos exigiendo desde las plataformas feministas. No tiene sentido dividirnos por género (cultural) a todas horas. Queremos participar con nuestros compañeros escritores, publicar en las mismas condiciones. Las convocatorias en anónimo ya son otro asunto. Pero cuando el antólogo o la antóloga elige a dedo quién participa, quizá debería considerar que tiene un deber moral antes de colocarse una bandera.
Como último ejemplo, me centraré en las charlas y mesas redondas. En la Nave ya publicamos un artículo de Susana Vallejo que escribió en 1998 y se titulaba “Basta de mujeres y cf“. Argumentos similares esgrimía Kelly Sue DeConnick en el Salón del Cómic de Barcelona. Las charlas sobre mujeres en cualquier ámbito son iniciáticas, pero en el medio en que nos movemos ya están pasadas y a largo plazo resultan repetitivas y acentúan la sensación de que, como mujeres, solo podemos hablar de mujeres.
Organizadores y organizadoras de eventos y charlas, dadnos un tema y conquistaremos el mundo. Hay expertas en cualquier disciplina, las experiencias entre escritoras y escritores no difieren entre sí más de lo que pueden diferir entre dos autores diferentes, ser feminista no implica que eso sea de lo único que podemos conversar. Lo que tenemos es la posibilidad de dar otra perspectiva, hablar del vampiro como símbolo de poder (vampiro = hombre, humano = mujer), del monstruo como ser diferente al hombre tradicional, de la maternidad como elemento especulativo que busca la liberación femenina, de la sororidad (o falta de la misma) en la fantasía épica… No necesitamos un contexto específicamente feminista para hacer activismo. Y si no somos feministas, tampoco pasa nada, porque seguimos teniendo la capacidad de hablar de los mismos temas que los hombres, porque somos seres con nuestra ideología, nuestras creencias y nuestra visión del mundo, y la de cada una es diferente de la de al lado.
Sentirse feminista es fácil. Hacerle un hueco a las mujeres es lógico. Que el hueco esté a la misma altura que el de los hombres parece escocer un poco más. Pero no importa si tardamos más o menos, si recibimos más o menos ayuda. Ser mujer ya es un reto de por sí. Jugamos en modalidad difícil toda nuestra vida. Abriremos ese hueco con uñas y dientes si hace falta. Porque es el lugar que nos pertenece por derecho. Y en ese hueco hay sitio para todas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario