O pobrecita yo que flashié tanto que la realidad no pudo superarme. Para mí Granada era el mundo del Romancero gitano y La Alhambra, uno de los puntos a los que más más más quería llegar, era un universo mágico lleno de caballos alados, alfombras voladoras, princesas moras en torres, aljabas y aljibes y tesoros escondidos.
Me encontré, en cambio, con ruinas turisteadas a lo pavote. Una construcción cuadrada y de piedra donde yo esperaba bolas brillantes como los zapatos de Aladino y ríos de agua de plata. La Alhambra no brillaba y, aunque me encantaron los palacios nazaríes y los jardines del Generalife, no logré que el kilombo de gente y fotos sacadas todes en el mismo lugar me dejara conectar con las emociones que sentí al leer los cuentos de Irving a los 10 años.
En Granada misma no encontré a Antonito el Camborio aunque sí me gustaron los músicos y artesanos gitanos que estaban en el mirador de San Nicolás y en alguna de las cuestas que subimos y bajamos.
Estuve todo el tiempo diciendo que prefería Sevilla, que la había sentido más viva y sorprendente. Recién me avivo ahora que escribo esto lo quijotizada que estuve y cuantas ganas tengo de volver a quedarme en las cuevas y en los miradores para pedir perdón por la desilusión inicial y aprender la lección que el apuro no me dejó ver enseguida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario