lunes, 5 de septiembre de 2022

La violencia está entre nosotros

 

17 h 
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Por Mariana Enriquez para Página 12
Narrado en primera persona por Ed, un diseñador-artista gráfico, La violencia está en nosotros cuenta la aventura de cuatro amigos que van a recorrer el ficticio río Cahulawassee en canoa un fin de semana. Los lidera Lewis, un macho alfa con aires místicos. El viaje se hace antes de que toda el área –miserable, desgraciada– se convierta en un lago artificial; se ha decidido hundirla abriendo un dique. Los amigos dejan sus vidas monótonas y entran a este mundo lejano y brutal. Y pronto, el paisaje les dará un cachetazo para demostrarles que son forasteros, o peor, turistas. Ocurre un hecho de violencia repentino y no provocado, de una brutalidad indecible. Quien haya visto la película difícilmente olvidará la escena de la violación a Bobby, uno de los cuatro de la partida, quizá de las más perturbadoras jamás filmadas.
La violencia está entre nosotros es una novela llena de signos. Antes de que se desencadenen los ataques, uno de los acampantes, Drew, toca el banjo con un chico albino y posiblemente con problemas mentales, en un duelo musical que parece una obertura country hacia el espanto (la escena de la película de Boorman es, con razón, un mito). Un búho no deja dormir a Ed aferrándose al techo de su carpa, comiendo allí sus presas. Los arcos y flechas, que llevan para cazar, tienen tanta presencia en la narración que parecen preanunciar algo más que la matanza deportiva de un ciervo. Hay víboras en los árboles. Las fábricas avícolas cercanas tiran sus desechos al río, que es un cementerio de gallinas.
No es una novela celebratoria del macho y su potencial brutalidad: a medida que pasan las páginas, estos hombres son cada vez más fríos, cada vez más temibles; incluso Bobby, víctima del ataque sexual, no deja ver ni un trazo de trauma o de fragilidad. En Deliverance, la película, el personaje de Jon Voight tenía muchas más dudas y mucha más culpa –en el final, lo vemos sufriendo una pesadilla– pero en la novela se convierte en un duro que, incluso, se jacta de la experiencia violenta, al menos para sí mismo.

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Yo cierro los ojos y veo tu cara
que sonríe cómplice de amor...