Gabriela Cabezón Cámara
Se acaba de morir mi Yuyo. Y yo le estoy escribiendo esto que es una de esas cosas que solo se escriben cuando se mueren un ser muy querido y es que se acaba de morir mi Yuyo y todo eso que yo soy que es de él. Pero sobre todo él.
Yuyo, mi Estreya
me estoy tomando un vino
y vos
desarmándote acá, abajo de la parra,
un metro bajo tierra
tus ojitos amarillos
tus orejas que parecen una boina inclinada
y ese sexto dedo que te cuelga, te colgaba, un poco
y Pepe decía que era propio de los perros buenos.
Tomo vino Yuyo, vos sabés
y lloro pero esto no lo sabés:
si lo supieras harías como hiciste con esa chica
una vez
en la esquina de casa
que salía llorando del palier de un edificio
le pusiste una pata en cada hombro y le lamiste las lágrimas
Yuyo, compañero,
la hiciste reír
y vos no sabías quién era ella
sabías que lloraba y
la hiciste reír,
Yuyo, mi amigo,
animalito mío que me enseñaste
a ser más humana
que tal vez sea
ser más animal
y me robaste, de un mordisco,
la mitad de una empanada
que yo estaba mordiendo por la otra punta
y te comiste un tomo
encuadernado en cuero
con los cantos de las hojas dorados
de las obras completas de Dostoievsky
que yo había robado
muchos años antes
de una biblioteca burguesa
y le tomaste el Jack Daniels
con hielo y todo
de tu tía María Moreno
y te desmayaste.
Robaste, vos, también, unos zapatos
de una señora cheta en un cumpleaños
de Pablo: que los había comprado
en la quinta avenida gritaba
y vos Yuyo
te los robabas igual que cualquier
alpargata y corrías
y me gritaba a mí la señora
y a mí me daba risa
verte tan feliz
con un zapato con strass en la boca
como feliz te veía cuando
me dabas los buenos días
cada día
desconfiando tal vez
de mi capacidad de aprehender el milagro de la vida
cada vez, cada segundo
porque el milagro de la vida
es cada segundo
Yuyo
amigo mío
abominamos de cualquier idiota
que pueda pensarte a vos
como mascota.
Yuyo, compañero
los ojos abiertos como satélites
el día ese que estabas en la puerta
y yo llegaba de viaje
y me escuchaste llamarte
te congelaste Yuyo
casi un minuto
los ojos como
satélites amarillos
y empezaste a saltar
con todo el cuerpo feliz
apenas pudiste romper el hielo,
Yuyo,
me rompiste el mío, que era mucho,
y, Yuyo, le robaste la única tira
de asado que tenía ese día,
un día,
nuestro amigo Grillo
que se enojó un montón
pero Yuyo
qué te importaba a vos
Yuyo
si ni a mí
viéndote tan contento
correr como un caballito
con una tira en la boca
ondeándote la tira
y el cuerpo entero
Yuyo se te reían los ojos
amarillos
esos que tenías
que tenés todavía acá
abajo de la parra
y que quizás sean perlas
esos que fueron tus ojos
en tu cuerpo negro
negro negro
ese negro iluminado
ese estrellerío que eras
que sos
Yuyo
me abrió
con tu lengua rosa
partes del corazón
que es partes del cuerpo
que es la vida misma
que no sabía que tenía
y además, Yuyo,
me cuidaste
cada noche
en este campito medio desolado
y demasiado cerca de un pueblo pobre
fuiste guardia de conurbano
Negro,
Yuyo, mi Estreya,
mi estrellerío,
cada pelota, cada palito Yuyo
los corriste
y te metiste en los lagos de Palermo
para buscarlos
y acá en los charcos de barro
y en la pileta de plástico
y le diste la bienvenida
a cada uno de los bichos
que llegaron a casa
porque habías sido vos
el que había abierto esa puerta
con tu amor
Yuyo
con tu forma
con tu singularidad
aprendí Yuyo
eso
que cada uno
que cada ser vivo,
vos y yo
y cada uno
Yuyo
una exquisitez
de la singularidad de la vida
y vos,
mi compañero, mi amigo,
viajaste conmigo al mar
y le ladraste a las olas
y después te animaste a meter un poco
las patitas
y después nos ladraste a nosotras
advirtiéndonos de que con ese animal
el mar
era mejor ser prudentes
viajaste conmigo al río
a Rosario
y ahí donde me gusta ir a tomar cerveza
y mirar el Paraná
vos apoyaste las manos
en la baranda
y te quedaste
un rato largo así
en dos patas
mirando el río
lo miramos juntos
vos, Lautaro y yo
y yo estaba contenta
con tanto cachorro amado cerca
y viendo el río,
Yuyo,
viajamos juntos
y también
fuiste la persona
que más extrañé en cada viaje
que viajé sin vos.
Hace una semana
le robaste otra tira a Grillo
este año nuevo
y Selva te acarició
en el asiento de atrás
cuando te llevé
y no llegamos.
Qué pena que te agarramos a tiempo,
Yuyo,
con la tira de Grillo.
Qué suerte que Caro te cantó la canción
nueva Yuyo
que te hizo
y yo
te hice un cuadro Yuyo
y vos me ayudaste a hacer una novela
porque escribir una novela es vivir,
Yuyo
Yuyo
Yuyo
y con vos aprendí
Yuyo
Estreya mía
cosas que no sabía de la vida
pero vos
Negro
no estuviste acá para enseñarme nada
nada más
vivimos juntos
Yuyo
y vos ahora
acá abajo de la parra
Yuyo
mi Estreya
vas a brotar Yuyo
pero ya no
Yuyo
ni los ojos amarillos
Yuyo
compañero
tu vida en mi vida
un sol Yuyo
ojalá Yuyo
yo un sol en la tuya
creo que sí
pero lloro Yuyo
y no estás vos acá
lamiéndome las lágrimas
ni haciéndome reír
robándole cosas a todos los amigos
y a los enemigos también.
Que haya, Yuyo,
un paraíso,
Yuyo,
para que estemos juntos,
Yuyo,
una pradera eterna
con cursos de agua
y flores,
Yuyo.
me estoy tomando un vino
y vos
desarmándote acá, abajo de la parra,
un metro bajo tierra
tus ojitos amarillos
tus orejas que parecen una boina inclinada
y ese sexto dedo que te cuelga, te colgaba, un poco
y Pepe decía que era propio de los perros buenos.
Tomo vino Yuyo, vos sabés
y lloro pero esto no lo sabés:
si lo supieras harías como hiciste con esa chica
una vez
en la esquina de casa
que salía llorando del palier de un edificio
le pusiste una pata en cada hombro y le lamiste las lágrimas
Yuyo, compañero,
la hiciste reír
y vos no sabías quién era ella
sabías que lloraba y
la hiciste reír,
Yuyo, mi amigo,
animalito mío que me enseñaste
a ser más humana
que tal vez sea
ser más animal
y me robaste, de un mordisco,
la mitad de una empanada
que yo estaba mordiendo por la otra punta
y te comiste un tomo
encuadernado en cuero
con los cantos de las hojas dorados
de las obras completas de Dostoievsky
que yo había robado
muchos años antes
de una biblioteca burguesa
y le tomaste el Jack Daniels
con hielo y todo
de tu tía María Moreno
y te desmayaste.
Robaste, vos, también, unos zapatos
de una señora cheta en un cumpleaños
de Pablo: que los había comprado
en la quinta avenida gritaba
y vos Yuyo
te los robabas igual que cualquier
alpargata y corrías
y me gritaba a mí la señora
y a mí me daba risa
verte tan feliz
con un zapato con strass en la boca
como feliz te veía cuando
me dabas los buenos días
cada día
desconfiando tal vez
de mi capacidad de aprehender el milagro de la vida
cada vez, cada segundo
porque el milagro de la vida
es cada segundo
Yuyo
amigo mío
abominamos de cualquier idiota
que pueda pensarte a vos
como mascota.
Yuyo, compañero
los ojos abiertos como satélites
el día ese que estabas en la puerta
y yo llegaba de viaje
y me escuchaste llamarte
te congelaste Yuyo
casi un minuto
los ojos como
satélites amarillos
y empezaste a saltar
con todo el cuerpo feliz
apenas pudiste romper el hielo,
Yuyo,
me rompiste el mío, que era mucho,
y, Yuyo, le robaste la única tira
de asado que tenía ese día,
un día,
nuestro amigo Grillo
que se enojó un montón
pero Yuyo
qué te importaba a vos
Yuyo
si ni a mí
viéndote tan contento
correr como un caballito
con una tira en la boca
ondeándote la tira
y el cuerpo entero
Yuyo se te reían los ojos
amarillos
esos que tenías
que tenés todavía acá
abajo de la parra
y que quizás sean perlas
esos que fueron tus ojos
en tu cuerpo negro
negro negro
ese negro iluminado
ese estrellerío que eras
que sos
Yuyo
me abrió
con tu lengua rosa
partes del corazón
que es partes del cuerpo
que es la vida misma
que no sabía que tenía
y además, Yuyo,
me cuidaste
cada noche
en este campito medio desolado
y demasiado cerca de un pueblo pobre
fuiste guardia de conurbano
Negro,
Yuyo, mi Estreya,
mi estrellerío,
cada pelota, cada palito Yuyo
los corriste
y te metiste en los lagos de Palermo
para buscarlos
y acá en los charcos de barro
y en la pileta de plástico
y le diste la bienvenida
a cada uno de los bichos
que llegaron a casa
porque habías sido vos
el que había abierto esa puerta
con tu amor
Yuyo
con tu forma
con tu singularidad
aprendí Yuyo
eso
que cada uno
que cada ser vivo,
vos y yo
y cada uno
Yuyo
una exquisitez
de la singularidad de la vida
y vos,
mi compañero, mi amigo,
viajaste conmigo al mar
y le ladraste a las olas
y después te animaste a meter un poco
las patitas
y después nos ladraste a nosotras
advirtiéndonos de que con ese animal
el mar
era mejor ser prudentes
viajaste conmigo al río
a Rosario
y ahí donde me gusta ir a tomar cerveza
y mirar el Paraná
vos apoyaste las manos
en la baranda
y te quedaste
un rato largo así
en dos patas
mirando el río
lo miramos juntos
vos, Lautaro y yo
y yo estaba contenta
con tanto cachorro amado cerca
y viendo el río,
Yuyo,
viajamos juntos
y también
fuiste la persona
que más extrañé en cada viaje
que viajé sin vos.
Hace una semana
le robaste otra tira a Grillo
este año nuevo
y Selva te acarició
en el asiento de atrás
cuando te llevé
y no llegamos.
Qué pena que te agarramos a tiempo,
Yuyo,
con la tira de Grillo.
Qué suerte que Caro te cantó la canción
nueva Yuyo
que te hizo
y yo
te hice un cuadro Yuyo
y vos me ayudaste a hacer una novela
porque escribir una novela es vivir,
Yuyo
Yuyo
Yuyo
y con vos aprendí
Yuyo
Estreya mía
cosas que no sabía de la vida
pero vos
Negro
no estuviste acá para enseñarme nada
nada más
vivimos juntos
Yuyo
y vos ahora
acá abajo de la parra
Yuyo
mi Estreya
vas a brotar Yuyo
pero ya no
Yuyo
ni los ojos amarillos
Yuyo
compañero
tu vida en mi vida
un sol Yuyo
ojalá Yuyo
yo un sol en la tuya
creo que sí
pero lloro Yuyo
y no estás vos acá
lamiéndome las lágrimas
ni haciéndome reír
robándole cosas a todos los amigos
y a los enemigos también.
Que haya, Yuyo,
un paraíso,
Yuyo,
para que estemos juntos,
Yuyo,
una pradera eterna
con cursos de agua
y flores,
Yuyo.
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