20 de marzo de 2020
Episodios de un realismo desquiciado aparecen en los cuentos de Urticaria, el primer libro de Leticia D’Albenzio.
Asumir la distorsión
Once relatos breves funcionan como carta de presentación de una nueva narradora que llegó del oeste.
Urticaria, el primer libro de Leticia D’Albenzio (Ramos Mejía, 1983) tiene una manera de irritar cercana al realismo, el estilo elegido por la autora, egresada de la carrera de Letras de la UBA y de la maestría deEscritura Creativa de la Untref. D’Albenzio presenta una galería de personajes alérgicos al entorno o las circunstancias vividas. Provistos de sus propias lentes, por no decir prejuicios (como pasa en el cuento erótico “Re-Pulsión”), los hechos adquieren relieves implacables.
Los focos de esos seres distorsionan primero la percepción: la cabellera de una joven madre es la capa de un superhéroe; un obrero que viaja en el colectivo en hora pico es un mono y la flor exótica que crece en el jardínde los abuelos de una niña, un espejo. Después, de manera fulminante, deshacen identidades. La velocidad de ese proceso de disolución se explica no sólo por la brevedad de los once cuentos sino también por el montaje narrativo. D’Albenzio “muerde” escenas, monólogos interiores y frases; en vez de interpretaciones, brinda claves surrealistas y dosis de sin sentido. “Me calienta que te retuerzas como un invertebrado quemándose en sal, le hubiera respondido, pero le pregunté si se sacaría los bigotes”, reflexiona la narradora de “Los ojos de Gadiel”, decidida a no ser abandonada otra vez por un hombre.
Como en muchos primeros libros, hay algunos desbordes sentimentales (por ejemplo, en “Batman”, el cuento que abre el volumen, protagonizado por una madre que ha quedado “huérfana” de su hijo) y resoluciones efectistas delegadas a las siempre volátiles voces de personajes infantiles, como sucede en dos cuentos sucesivos: “El diablo en el baño”, que narra un caso de abuso sexual desde la mirada de la víctima, y “El tercero en discordia”. No obstante, dos de los relatos más logrados (“En el caserón” y “Esterlicia”) llegan después; ambos están ambientados en Ramos Mejía. “Hace mucho que me mudé a la ciudad de Buenos Aires, pero la infancia y la adolescencia las pasé allá –dice D’Albenzio-. Ahora Ramos cambió: hay más negocios de ropa, bares, restaurantes, incluso una librería. Pero cuando era chica, no había mucho. Cine todavía no hay, por ejemplo. Mi familia tampoco tenía auto así que pocas veces salía de ahí. Me aburría profundamente. Pero eso lo supe más tarde. Pasé mi infancia y mi adolescencia yendo de la casa de una amiga a otra. Tratando de evadirme, matando el tiempo y pensando”.
Los focos de esos seres distorsionan primero la percepción: la cabellera de una joven madre es la capa de un superhéroe; un obrero que viaja en el colectivo en hora pico es un mono y la flor exótica que crece en el jardínde los abuelos de una niña, un espejo. Después, de manera fulminante, deshacen identidades. La velocidad de ese proceso de disolución se explica no sólo por la brevedad de los once cuentos sino también por el montaje narrativo. D’Albenzio “muerde” escenas, monólogos interiores y frases; en vez de interpretaciones, brinda claves surrealistas y dosis de sin sentido. “Me calienta que te retuerzas como un invertebrado quemándose en sal, le hubiera respondido, pero le pregunté si se sacaría los bigotes”, reflexiona la narradora de “Los ojos de Gadiel”, decidida a no ser abandonada otra vez por un hombre.
Como en muchos primeros libros, hay algunos desbordes sentimentales (por ejemplo, en “Batman”, el cuento que abre el volumen, protagonizado por una madre que ha quedado “huérfana” de su hijo) y resoluciones efectistas delegadas a las siempre volátiles voces de personajes infantiles, como sucede en dos cuentos sucesivos: “El diablo en el baño”, que narra un caso de abuso sexual desde la mirada de la víctima, y “El tercero en discordia”. No obstante, dos de los relatos más logrados (“En el caserón” y “Esterlicia”) llegan después; ambos están ambientados en Ramos Mejía. “Hace mucho que me mudé a la ciudad de Buenos Aires, pero la infancia y la adolescencia las pasé allá –dice D’Albenzio-. Ahora Ramos cambió: hay más negocios de ropa, bares, restaurantes, incluso una librería. Pero cuando era chica, no había mucho. Cine todavía no hay, por ejemplo. Mi familia tampoco tenía auto así que pocas veces salía de ahí. Me aburría profundamente. Pero eso lo supe más tarde. Pasé mi infancia y mi adolescencia yendo de la casa de una amiga a otra. Tratando de evadirme, matando el tiempo y pensando”.
En sus narraciones, ese escenario está descripto con una nostalgia risueña: “El plan que esta vez entusiasmaba a Romina consistía en ir a bailar a Capital. Hacía rato que los bares de la avenida Gaona nos habían hartado porque siempre veíamos las mismas caras. Además, Romina pensaba que los chicos de allá eran más interesantes”, cuenta la narradora de “En el caserón”, que tiene entre sus heroínas a una teenager tan inescrupulosa como encantadora.
“Creo que la crueldad es terrible porque es sutil, y puede llegar a lastimar mucho sin que una sea muy consciente de eso –agrega la novel escritora-. Deja marcas indelebles, imperceptibles. Me interesa captar esas situaciones medio border, que ponen la existencia en conflicto y hacen que el personaje cuestione su identidad. Nunca me planteé si abordo la crueldad con actitud irreverente, quizás por eso lo sea. Es difícil pensar o predecir la forma en que se van a leer los cuentos”.
“Creo que la crueldad es terrible porque es sutil, y puede llegar a lastimar mucho sin que una sea muy consciente de eso –agrega la novel escritora-. Deja marcas indelebles, imperceptibles. Me interesa captar esas situaciones medio border, que ponen la existencia en conflicto y hacen que el personaje cuestione su identidad. Nunca me planteé si abordo la crueldad con actitud irreverente, quizás por eso lo sea. Es difícil pensar o predecir la forma en que se van a leer los cuentos”.
D’Albenzo publicó su primer libro en un sello que se convirtió en emblema de la edición independiente en la Argentina: Milena Caserola, editorial que cumplió quince años y dio a conocer títulos de Annie Ernaux, Cristina Civale, Naty Menstrual, Ana Ojeda, Gilda Manso, Klaudia con K y Giselle Aronson, entre muchas otras escritoras.
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