viernes, 16 de septiembre de 2011
Amerindios: Literatura mestiza y original
En territorio enemigo
Pertenecientes a tribus diferentes, Gordon Henry, LeAnne Howe y Simon Ortiz son tres importantes escritores amerindios de EE.UU. Aquí plasman su visión sobre una literatura mestiza y original.
POR Margara Averbach
Albuquerque tiene la magia de esos lugares que fueron y siguen siendo remolinos de la Historia. Lugares en los que se mezclan, chocan y crecen idiomas diferentes y diferentes maneras de ver el mundo y de moverse en él. Si uno camina por las calles de esa ciudad de casas bajas (está prohibido construir hacia arriba para no tapar la vista de las montañas hacia el este), ahí están todos: amerindios, chicanos, mexicanos y estadounidenses. Tiene sentido: Nuevo México empezó siendo territorio indio y todavía lo es; después fue conquista española; después fue México y después, llegó la invasión de los Estados Unidos.
A un costado de ese remolino, en la “Reservación de los isleta pueblo”, en uno de los hoteles-casinos de la zona (las tribus pueblo usan el dinero que obtienen para comprar tierras para la comunidad), se llevó a cabo, en marzo del año pasado, el Simposio de Literatura Amerindia Estadounidense.
No era (no es nunca) un congreso literario típico, seguramente porque las diversas visiones del mundo de estos autores no dividen las disciplinas ni las emociones en compartimentos estancos ni piensan en pares (mal versus bien, ciencia versus arte) como se hace en Occidente. En la Reservación, la idea general de la vida es comunitaria, no individualista; la familia es la familia extendida y no es solamente humana, comprende también a los animales, las montañas, los ríos, las plantas del lugar en el que se vive; las cuestiones suelen decidirse en Asambleas y la educación pide conciencia de las necesidades del grupo y ninguna competencia; la idea de futuro y de “éxito”, tan esenciales para el modo de vida estadounidense, no existen si el supuesto “éxito” no significa el de todo el grupo y el de la Naturaleza, o la Madre Tierra.
Ese fue el contexto en el que hice tres entrevistas para el Archivo de Historia Oral de la Facultad de Filosofía y Letras con tres grandes escritores amerindios estadounidenses: Gordon Henry, LeAnne Howe y Simon Ortiz.
No tienen la misma edad (Henry, que es de la tribu ojibwe y Howe, choctaw, tienen alrededor de cincuenta años; Simon Ortiz, el gran poeta acoma pueblo, más de sesenta); ni las mismas ideas sobre la literatura aunque sí ciertas actitudes semejantes frente al mundo en general. Gordon y LeAnne hablan el inglés como primera lengua, Simon pasa al acoma cuando toca temas importantes.
Cuando el tema lo entusiasma, Gordon se inclina sobre el sillón en el que estamos charlando, cuarto piso del hotel, y habla más rápido. LeAnne tiene una compostura firme y apasionada y dice que siempre fue un poco mandona porque en su tribu, la cabeza de la familia es la mujer y hace tiempo que ese papel le toca a ella. Simon habla horas sin cansarse. Busca con cuidado las palabras en inglés. Cuando cuenta ideas de los acomas, se pasa a ese idioma y la voz se le vuelve caricia. Después traduce al inglés.
Pregunto si el contacto con la vida comunitaria de la Reservación tuvo importancia para ellos; si sintieron mucho la diferencia entre esa forma de vida y la estadounidense. Gordon explica: “Una de las experiencias más interesantes que tuve fue cuando aprendí a leer y a escribir. Yo entré y salí varias veces de la Reservación. Afuera me dijeron que tenía que leer en voz bien alta para que todos pudieran escucharme. Después volví a la Reservación y leíamos en voz alta en clase y los estudiantes leían en voz muy baja y yo casi no conseguía oírlos. Era muy diferente.” LeAnne dice que siempre vivió rodeada de lo que nosotros llamaríamos “familia extendida” y que eso es esencial para su escritura: “Sin eso, no tendría historias..., sin una familia bien grande, muchas tías, muchos tíos y una abuela que era contadora de cuentos en casa, sin esa familia inquieta, no tendría un baúl grande de historias..., no tendría la memoria larga de los choctaws. No puedo imaginarme sin ese tipo de familia en la que todo el mundo cuenta historias. No es que yo cuente las historias de ellos pero fue un entrenamiento. Y ahora a mis nietas y a mis nietos, los oigo repetir los esquemas que yo les instalé cuando contaba nuestras historias”.
Simon Ortiz habla casi una hora sobre su vida de infancia en la Reservación. Cuenta cómo fue ir a las escuelas pupilas a las que obligaron a ir a los chicos amerindios. Dice que si les debe algo a esas escuelas es el “panindianismo”, la relación que crearon entre miembros de tribus diferentes. Dice que para los amerindios siempre hubo dos educaciones: la de la escuela, impuesta por los blancos, y la tradicional de la tribu. “Los padres se veían frente a un dilema. Podían decir ‘No, no vayas, no tiene sentido, no queremos que tengas contacto con esas malas maneras de vivir. (La idea era que la forma de vivir estadounidense era mala) no quiero que vayas porque va a romper la unidad, la integridad, la solidez de la comunidad’. Y es que eso va siempre antes [y esto lo dice en acoma primero]: la tierra, la cultura y la comunidad. A veces, cuando uno se iba a la escuela sentía que traicionaba toda esa cultura. Uno estaba aprendiendo individualismo. Si uno tenía buenas notas en la escuela..., yo tenía buenas notas y era bueno para estudiar pero después sentía ¿por qué tengo buenas notas?”.
Esa experiencia de mestizaje se da también a nivel del lenguaje. Como dicen dos poetas amerindias, Joy Harjo y Gloria Bird, los escritores amerindios “reinventan el idioma del enemigo”, es decir, el inglés. Ortiz dice algo interesante al respecto: “Tenemos que tener mucha conciencia de lo que hacemos cuando usamos el inglés. Porque el inglés es una forma de expresión muy centrada en sí misma. Y cuando lo usamos, tenemos que estar alerta y pensar en nosotros mismos, recordar que venimos de otros lenguajes y otras filosofías. Porque las dos filosofías, las dos culturas se pueden fusionar pero esa colaboración puede ir hacia un lado o hacia el otro... Nosotros, los que tenemos un inglés muy fluido, a veces lo usamos con demasiada facilidad, con demasiada velocidad... Y tenemos que tener cuidado con esa... esa falta de conciencia. Cuando yo uso el inglés, me recuerdo siempre ‘Estás diciendo esto en ingles’”.
Cuando le pregunté a Gordon Henry si estaba de acuerdo con Ortiz, pensó un poco antes de contestar: “Hablábamos de eso con una mujer que habla ojibwe y lo enseña y ella dijo que nuestro idioma está basado en los verbos. Que uno tiene que conectar a la persona con lo que hace mientras que en inglés, hay un énfasis en la importancia del sujeto, del individuo. Así que sí, en cierto sentido, usar inglés es peligroso pero hay que…, y esto lo dijo un estudiante en un panel, hay que ser seguro, olvidarse, dejar de tener miedo del inglés porque si no, uno termina retrocediendo.” LeAnne aclara que su madre quería que hablaran inglés solamente, como todos en su generación pero dice que cuando escribe (en inglés), está segura de expresar el mundo choctaw. “Me paso mucho tiempo pensando en eso, espero lograrlo, espero que mi pueblo lea ahí una sensibilidad especial. Y confío en que en ese proceso me guíe mi familia, mis parientes. Yo escribo en la casa que siempre tuvimos y siento en ella la ayuda de mi abuela y mi bisabuela. Creo en los ritmos internos que tienen que estar ahí para mi trabajo”.
Para estos tres autores y para otros grandes autores amerindios (Leslie Silko, Louise Erdrich, la única traducida), el lugar y el clan son esenciales. Culturalmente, la escritura y la narración de historias no es una actividad individual: el lugar y la comunidad se expresan en ellas.
LeAnne cuenta que fue la tierra choctaw la que de alguna forma le exigió que escribiera Miko Kings , su libro sobre el origen del béisbol como juego choctaw. Fue así: le dieron una beca que no había pedido para ir a escribir a Mississippi, el lugar en el que transcurre la novela. “Ese lugar, que es nuestra tierra, me llamó y yo volví a casa y terminé el libro en ese lugar. Cuando la tierra me llamó, estuve ahí. Así es como trabaja la tierra.” Gordon Henry está de acuerdo. “A veces lo único que tengo que hacer es pensar en un lugar. El lugar donde mi abuela crió a mi padre, por ejemplo. Si pienso en ese lugar, me llegan imágenes y veo cómo se desarrollan las cosas que oí decir a otros de mi pueblo... Lo que nos conecta con la tierra es el recuerdo y esa tierra, una vez que uno empieza a desenrollarla, empieza a trabajar y uno entiende lo que pasó en ella”. Y Ortiz: “mis abuelos y abuelas que no eran escritores, yo los respeto, los admiro y los reverencio porque yo soy su voz, me reconozco parte de esa continuidad humana..., hay que reconocer el lugar de uno en el círculo de la vida. Así que cuando hablo o cuando escribo, también mis abuelos y abuelas hablan en mí y mi tierra”.
La literatura de Henry, Ortiz y Howe, y la de otros autores amerindios es absolutamente original y mestiza y reniega de la división entre el artista como individual excepcional por un lado y su pueblo o su tierra por otro. En palabras de Simon (las dijo primero en acoma, después en inglés): “Los amerindios son artísticos, eso se dice, y sí, pero yo creo que son artísticos solamente como seres naturales. Creo que todo el mundo es artístico como ser natural. Y sin embargo, por esa idea jerárquica occidental, algunos creen que hay quienes son artistas y otros no... Un ejemplo. Mi madre era alfarera. Todas las mujeres hacían alfarería en mi casa y no lo hacían por premios... Recibieron premios, sí pero mi madre era una persona muy simple. Hacía alfarería porque era algo natural, porque era algo práctico. Como cocinar. Hacía las piezas, las vendía porque podía y era..., era hermoso. Eso solamente, era hermoso el trabajo que ella hacía. Así que el arte es en realidad una parte natural y orgánica de uno. Y así es como debería ser el lenguaje, escrito u oral”.
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