viernes, 2 de agosto de 2024

Maryse Condé: Buscada

 Lecturas

Los libros que nos dejó Maryse Condé, la Premio Nobel alternativo de Literatura

Imparcial Oaxaca

Nacida en 1937 en una comuna francesa del archipiélago antillano de Guadalupe, falleció dejando más de treinta obras entre novelas, relatos, libros infantiles y autobiografías.



Por Valeria Tentoni.



 

Maryse Condé murió hace unos días, con 87 años. Fue en el Hospital de Apt en Vaucluse, muy cerca de su casa. Había nacido en 1937 en Pointe-à-Pitre, una comuna francesa del archipiélago antillano de Guadalupe. Había estudiado en París, a donde se mudó con dieciséis años para terminar como estudiante en la Sorbona, y luego residió en diferentes países de África (especialmente en Mali, donde se desarrolla su saga Ségou).  


Doctora en Literatura Comparada, su tesis versaba sobre los estereotipos negativos de la población negra que aparecían en la literatura caribeña. Condé escribió incansablemente alrededor de la diáspora africana y la complejidad de la identidad poscolonial, dando luz a vigorosos personajes en novelas y obras de teatro, relatos o libros infantiles. “Historias ricas, coloridas y gloriosas”, en palabras de Maya Angelou. 


Menor de ocho hermanos, hija de una de las primeras profesoras negras de su generación y profesora ella también en distintas universidades, Condé empezó a publicar sus obras pasados los cuarenta años. Otras cosas llevaron mucho tiempo, quizás demasiado, como el reconocimiento internacional con el Premio Nobel de Literatura, eterna candidatura que llegó a puerto de un modo particular: en 2018 recibió la versión alternativa de este premio, un reconocimiento que es a la vez denuncia de un sistema que le ha dado la espalda. 


Además, Condé fue reconocida con otros premios como el Premio Marguerite Yourcenar o, en 1993, el Premio Putterbaugh, por primera vez con ella otorgado a una mujer. 

 

En Argentina, sus libros pueden leerse en traducciones de Editorial Impedimenta, que se distingue por sus cuidadosas ediciones. La última en cruzar el charco fue El evangelio del nuevo mundo, “un poderoso relato de dimensiones bíblicas con ecos de García Márquez, Rulfo y Saramago”, según reza la faja. De hecho, Saramago aparece en la dedicatoria de Condé, pero no es este el único universo de autores con los que se la puede pensar. 


Entre las últimas traducciones locales, podemos considerar a Maryse Condé en una constelación que incluya a escritoras como Jamaica Kincaid en traducción de Inés Garland y ediciones de La Parte Maldita, o a Simone Schwarz-Bart con Lluvia y viento sobre Télumée Milagro en edición de Cía. Naviera Editora y traducción de Claudia Ramón Schwartzman. 


 





Corazón que ríe, corazón que llora es el libro en el que Condé explora su infancia y juventud. “Cuentos verdaderos de mi infancia”, puso por subtítulo, en los que “para paliar las lagunas que la memoria, en ocasiones, no puede o no quiere colmar, se activan aquí los mecanismos libres de la fabulación”, según explica la traductora, Martha Asunción Alonso, en el prólogo.  Allí, Condé recuerda cómo, a los diez años, y envalentonada por sus buenas notas en las clases de Francés, escribió y recitó para su madre un texto propio por primera vez. En otro de sus libros, La vida sin maquillaje, también se vale de elementos autobiográficos, pero esta vez para aludir a su juventud y sus primeros años de adultez. 


Otros de sus libros disponibles en Argentina son La deseada o Yo, Tituba, la bruja negra de Salem, Premio Grand Prix Littéraire de la Femme, extraordinaria novela que narra historias de mujeres, valientes y díscolas curanderas; una pieza fabulosa por la que les recomendamos comenzar a leer a Condé, si es que aún no lo han hecho.  


Colonialismo, esclavitud, patriarcado, tradiciones ancestrales que quizás llamen magia, paisajes selváticos y amuletos escondidos por doquier, historias de huídas y regresos, la obra de Condé va más allá de la exploración histórica; sus novelas también son una reflexión sobre la condición humana en toda su riqueza y contradicción. 


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que sonríe cómplice de amor...