Apuntes sobre la poesía escrita por mujeres en México
Por Iliana Rodríguez*
Las historias de la literatura y las antologías constituyen una selección de autores que gozan de prestigio en un lugar y en una época determinados. Las grandes ausentes tanto en las historias de la literatura como en las antologías han sido las escritoras, situadas en los márgenes del canon aún en este siglo XXI. En México, fuera de sor Juana Inés de la Cruz, la excepción por antonomasia, y de Rosario Castellanos, las demás poetas aparecen en las historias de manera dispersa y nunca como figuras centrales de corrientes, grupos o movimientos. Es cierto que cada vez se incluye a más mujeres, pero aún hay omisiones notables.
Revisión del canon
Tomemos como ejemplo para esta reflexión una historia y una antología de poesía mexicana publicadas en esta década: la Historia crítica de la poesía mexicana, coordinada por Rogelio Guedea, y la Antología general de la poesía mexicana, editada por Juan Domingo Argüelles.
Por su parte, el tomo I de la Historia crítica de la poesía mexicana, coordinada por Rogelio Guedea y publicada en 2015 por el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes y el Fondo de Cultura Económica, revisa la producción poética de la época neoclásica a la vanguardista. No figura ninguna poeta. Hay que precisar que sí hay mujeres en este tomo, pero como autoras de algunos capítulos: Raquel Huerta-Nava, Roxana Elvridge-Thomas y Eva Castañeda. En el tomo II de esta Historia crítica de la poesía mexicana, las primeras mujeres que aparecen como poetas estudiadas son Gloria Gervitz, Elva Macías y Elsa Cross. Es decir, las nacidas en los 1940. Más adelante aparecen otras (no muchas).
Otro ejemplo es el de la Antología general de la poesía mexicana, de Juan Domingo Argüelles, publicada en dos tomos por Océano en 2012 y 2014, respectivamente. El tomo I (De la época prehispánica a nuestros días, que termina en la generación nacida en la década de los 1940) incluye a Macuilxochitzin, sor Juana, Laura Méndez de Cuenca, Josefa Murillo, María Enriqueta, Concha Urquiza, Margarita Michelena, Guadalupe Amor, Dolores Castro, Rosario Castellanos, Enriqueta Ochoa, Thelma Nava, Gloria Gervitz, Elva Macías y Elsa Cross. Son quince mujeres. En el comentario de cuarta de forros se lee: “Estamos ante una obra que puede ser considerada ‘canónica’ en razón de que cualquier lector que acceda a ella obtendrá el panorama más completo y estricto de la mejor poesía que se ha escrito en México a lo largo del tiempo”. Sin embargo, el panorama de las poetas resulta escaso, pues de la época novohispana solo incluye a sor Juana y del siglo XIX a Laura Méndez de Cuenca, Josefa Murillo y María Enriqueta, que ya es de transición hacia el siglo XX. El segundo tomo de esta Antología general (Poesía del México actual. De la segunda mitad del siglo XX a nuestros días) incluye un número más importante de mujeres, pero excluye a otras tantas ––y a otros tantos, también. Como cualquier antología.
Con esta revisión somera deseo hacer notar que las historias de la literatura y las antologías se vinculan con el establecimiento de un canon, el cual no es inamovible ni eterno. Sigo al teórico británico Terry Eagleton en la reflexión de que “Los juicios de valor son notoriamente variables: por eso se deduce de la definición de literatura como forma de escribir altamente apreciada que no es una entidad estable” (s.p.). La definición de la literatura cambia según la sociedad que la formula.
Para Eagleton, “Así como en una época la gente puede considerar filosófica la obra que más tarde calificará de literaria, o viceversa, también puede cambiar de opinión sobre lo que considera escritos valiosos” (s.p.). La consecuencia de esta idea en el tema que nos ocupa es que la exclusión de escritoras del canon se debe a la apreciación que se hace de sus obras, no a la ausencia de autoras en sí o a una supuesta falta de calidad en sus escritos.
Algunas teóricas literarias han participado en la discusión sobre el canon. Entre ellas, Patrocinio P. Schweickart, quien habla del canon androcéntrico, es decir, el que se centra en lo masculino o en los varones: “Un canon androcéntrico genera estrategias de interpretación androcéntricas, que a su vez favorecen la canonización de textos androcéntricos y la marginación de los ginocéntricos” (133). Schweickart propone que “Para romper con este círculo, las críticas feministas deben luchar en dos frentes: por un lado, revisar el canon para incluir en él un número significativo de obras escritas por mujeres, y por el otro desarrollar estrategias de lectura que resulten coherentes con los intereses, experiencias y recursos formales que constituyen esos textos (133).
Annette Kolodny, por su parte, asevera que estamos “obligadas, si queremos sobrevivir, a desafiar la autoridad (aceptada y por lo general masculina) que tradicionalmente ha tenido el poder de determinar qué puede escribirse y cómo debe leerse” (172). Aquí entra en juego, por ejemplo, la consideración que se tiene de composiciones anónimas orales en verso, evidentemente compuestas por mujeres, como las canciones de cuna. O bien, de algunos textos novohispanos, también en verso, como los conjuros que recogió la Inquisición. O de los poemas de monjas, incluidos en sus diarios espirituales.
Así pues, con el fin de revisar el canon y de traer a la memoria a poetas mexicanas de varias épocas, paso al siguiente recuento.
Algunas poetas de este territorio que hoy llamamos México
En la época prehispánica hubo forjadoras de cantos. “Bien sabido es por el testimonio de varios cronistas ––asegura Miguel León-Portilla en Quince poetas del mundo náhuatl–– que entre los nahuas hubo también mujeres que cultivaron el arte de la poesía” (195). A una de ellas, la Señora de Tula, se refirió el cronista Fernando de Alva Ixtlilxóchitl en estos términos: “era tan sabia que competía con el rey [Nezahualpilli] y con los más sabios del reino y era en la poesía muy aventajada” (León-Portilla 195). Asimismo, tanto Chimalpahin, en sus Relaciones, como los Anales de Cuautitlan “mencionan la existencia de poetisas ––asevera León-Portilla–– y aun llegan a transcribir algunos fragmentos de sus composiciones” (195).
Miguel León-Portilla rescata la figura de Macuilxochitzin, quien compuso lo que hoy llamamos poesía, y su cultura llamaba flor y canto (in xochitl in cuicatl). Ella nació en Mexico-Tenochtitlan, en 1435. Su nombre significa 5-Flor. Perteneció a la nobleza mexica y fue hija del célebre consejero Tlacaélel, y sobrina de los gobernantes Itzcóatl y Motecuhzoma Ilhuicamina. Así comienza el poema de Macuilxochitzin, en traducción de León-Portilla:
Elevo mis cantos,
Yo, Macuilxóchitl,
con ellos alegro al Dador de la vida,
¡comience la danza!
¿Adonde de algún modo se existe,
a la casa de Él
se llevan los cantos?
¿O solo aquí
están vuestras flores?,
¡comience la danza!
(205)
Hay un comentario de León-Portilla que me parece sumamente lúcido, pues pone el dedo en la llaga, es decir, en las omisiones de las mujeres en antologías e historias: “Extraño hubiera sido hacer mención del rostro y el corazón de trece poetas nahuas sin incluir entre ellos los de alguna dama forjadora de cantos. A ignorancia nuestra o a grande malevolencia de los cronistas habría que atribuir tan lamentable omisión” (196).
En la Nueva España hubo mujeres que compusieron textos en verso, los cuales podemos interpretar como poesía lírica. Sin embargo, ellas no se conceptualizaban a sí mismas como poetas sino como esposas de Cristo o como damas nobles que participaban en los certámenes de la época, o bien, como hechiceras y curanderas que elaboraban conjuros y ensalmos que la Santa Inquisición se encargaría de prohibir (y, paradójicamente, conservar en sus archivos).
Las prohibidas por la Inquisición están incluidas en dos libros que no se dedican exclusivamente a las mujeres, pero que sí presentan sabrosas producciones suyas: Oraciones, ensalmos y conjuros mágicos del Archivo Inquisitorial de la Nueva España, de Araceli Campos; y Amores prohibidos. La palabra condenada en el México de los virreyes. Antología de versos y coplas censurados por la Inquisición de México, de Georges Baudot y María Águeda Méndez.
En el libro de Araceli Campos se puede leer el siguiente conjuro (México, 1604):
Con dos te miro,
con dos te ato.
Padre y Hijo y Espíritu Santo,
un solo Dios verdadero,
que vengas a mí,
tan ledo y quedo,
como Cristo fue al madero.
(114)
Georges Baudot y María Águeda Méndez muestran, por su parte, unas “coplas lascivas” que María Felipa Olaeta se gloriaba de cantar y que fueron recogidas por la Inquisición. Baudot y Méndez afirman que en un expediente de la Inquisición de México de 1796 se consigna que María Felipa Olaeta era una joven española nacida en la Ciudad de México, quien vivía en el Barrio de San Juan. Se habría denunciado a sí misma por presión de su confesor, fray Francisco de Jesús María y José. Se acusaba de herejía mixta. La Inquisición, de acuerdo con Baudot y Méndez, la habría admitido para reconciliación e impuesto una pena suave de un año. Estos son algunos de los versos que cantaba:
¿Quién te ha dicho mal de mí?
¿Quién ha trocado mi suerte?
Quien goza de tus favores
es causa de mi muerte.
Mis sentidos y memoria
te vienen a coronar,
y te quieren colocar
en el trono de la gloria.
Los ángeles con victoria
bajen del cielo por ti,
y también baje David,
baje con todos sus santos,
preguntando en dulces cantos
quien te ha dicho mal de mí.
(264)
En otro plano cultural, las monjas escribieron diarios espirituales en prosa, a petición de sus confesores, y bajo su estricta supervisión, en los cuales intercalaron a veces poemas místicos y religiosos. Este es un corpus que ya está siendo explorado, y que promete hallazgos importantes. Constituyen un indicio de ello los poemas de sor María de Jesús Sacramentado, monja capuchina novohispana, encontrados por Martha González en el proceso de investigación para su tesis de la Maestría en Cultura Virreinal de la Universidad del Claustro de Sor Juana (comunicación personal).
Algunos manuscritos de monjas y otras mujeres novohispanas han sido estudiados y citados en Diálogos espirituales. Manuscritos femeninos hispanoamericanos. Siglos XVI-XIX, de Asunción Lavrin y Rosalva Loreto L. Entre las monjas aficionadas a la escritura en el siglo XVIII que aparecen en ese libro, se encuentra sor Sebastiana María Josefa de la Santísima Trinidad, profesa en San Juan de la Penitencia de México, quien incluyó poemas en sus Cartas espirituales (Lavrin y Loreto 470-476). Otro ejemplo de producción lírica femenina, también del siglo XVIII, son los sonetos devocionales para la contemplación del crucifijo de monjas anónimas, incluidos en un libro de instrucción sobre las Reglas del Convento de San Bernardo de México (Lavrin y Loreto 448-459).
Josefina Muriel, en el capítulo “La poesía femenina en el virreinato” de su libro Cultura femenina novohispana, hace notar que, durante la época virreinal, damas emparentadas con escritores y con nobles cultos escribieron poesía que aparece de manera dispersa en publicaciones de la época. Un ejemplo de la segunda mitad del siglo XVI es Catalina de Eslava, sobrina del poeta Fernán González de Eslava, la cual compuso un soneto a su tío (Muriel 121-124).
Otro ejemplo es María de Estrada Medinilla, quien escribió un poema en ocasión de la entrada a la ciudad de México del marqués de Villena, virrey de la Nueva España.
Quise salir, amiga,
más que por dar alivio a mi fatiga,
temprano ayer de casa,
por darte relación de lo que pasa.
Prevenir hice el coche,
aunque mi pensamiento se hizo noche,
pues tan mal lo miraron,
que para daño nuestro pregonaron
que carrozas no hubiera:
¡oh más civil que criminal cansera!
Lamentélo infinito;
puesto que por cumplir con lo exquisito,
aunque tan poco valgo,
menos que a entrada de un virrey no salgo:
mas el ser hizo efecto,
y así quise cumplir con lo imperfecto
mudando de semblante:
no quieras más pues fui sin guardainfante.
(Muriel 125-126)
Medinilla también participó en una justa poética convocada por la Real y Pontificia Universidad de México (Muriel 124-143). Tal vez era nieta de Pedro de Medinilla, regidor y diputado en el Ayuntamiento en la segunda mitad del siglo XVI (Muriel 124).
Sor Juana Inés de la Cruz, en la segunda mitad del siglo XVII, constituye una cima en la poesía mexicana. Portentosa inteligencia, sor Juana escribió en español, latín y náhuatl, y abordó lo mismo el teatro que la poesía y la prosa argumentativa. Su poema más importante, el Primero sueño, explora los límites del conocimiento a partir de un planteamiento onírico. Compuso sonetos, de gran factura, redondillas, romances, décimas, liras, silvas… También poemas de tema religioso. Entre ellos, los tocotines, que se cantaban en las festividades, en cuyos versos se puede oír el diálogo entre los integrantes de la sociedad novohispana: indios, negros, mestizos, criollos, españoles. Es sor Juana también autora de la célebre Respuesta a sor Filotea de la Cruz, prosa en la que, como se sabe, defendió su constante y legítima inclinación por el saber y la escritura.
Doña María de Guerrero, criolla distinguida del siglo XVIII, constituye otro ejemplo de dama novohispana interesada en la poesía. Como Eslava y Estrada Medinilla (y como Macuilxochitzin), Guerrero también fue pariente de un personaje importante: fue hija de don Antonio Guerrero, un autor de sermones morales y panegíricos. Ella escribió un panegírico latino y una canción castellana en honor de sor Juana Inés de la Cruz, en la actualidad extraviados (Muriel 268-269).
Una fuente importante de poemas de novohispanas dieciochescas fueron los certámenes literarios, de los que da cuenta Josefina Muriel. En 1700 se realizó uno para celebrar la canonización de san Juan de Dios, en el que fue laureada sor Teresa Magdalena de Cristo, monja en el Real Convento de la Concepción de México (Muriel 271-273). También compuso un poema en esa ocasión, aunque no participó en el certamen, sor Juana Teresa de San Antonio, monja en el convento de Santa Clara (Muriel 273).
En el certamen celebrado en 1724, en honor del rey Luis Fernando I, participaron sor María Josefa de San José, monja profesa del convento de San José de Gracia, y otra mujer anónima (Muriel 274-275). En el certamen literario con motivo de las celebraciones de la canonización de San Juan de la Cruz, en 1729, participaron una monja anónima del Convento de San Jerónimo, una tal Phenisa, la condesa de Miravalles doña María Dávalos Orozco, doña Francisca García de Villalobos, doña Juana de Góngora, sor Catarina Josefa de San Francisco del Real Convento de la Concepción, otras tres mujeres de dicho convento y doña Ana María González (Muriel 275-281).
En 1748, con motivo de la ascensión al trono del rey Fernando VI, hubo dos concursos convocados respectivamente por la Real y Pontificia Universidad de México y por el Real Colegio de San Ildefonso. En el convocado por la Universidad participaron doña Ana María González, doña Mariana Navarro y la poetisa de Bethlen, tal vez recogida o colegiala del Recogimiento de San Miguel de Bethlen (Muriel 281-283). En el concurso convocado por el Colegio de San Ildefonso participaron doña Ana María González y doña María Teresa Medrano (Muriel 283-289).
En el concurso de 1761 en honor del rey Carlos III participaron doña María Manuela Martínez de Velazco, doña Nicolasa Hurtado de Castilla, doña Ana María Sánchez y Anaya, doña Micaela de Neyra y doña Josefa de Campos, entre otras. En el concurso convocado en 1790 por la Real y Pontificia Universidad de México con motivo de la exaltación al trono de España y de las Indias del rey Carlos IV, participaron una colegiala del Real Colegio de San Ignacio (Vizcaínas) y doña Clementa Vicenta Gutiérrez del Mazo Velarde (Muriel 290-297).
El resultado del concurso literario realizado con motivo de la colocación de la estatua de Carlos IV fue publicado en 1804 por José Mariano Beristáin de Souza bajo el título de Cantos de las Musas Mexicanas con motivo de la colocación de la estatua ecuestre de Carlos IV. En él participaron algunas mujeres, como doña Josefa Guzmán, colegiala del Colegio de las Vizcaínas, doña Mariana Velázquez de León y doña María Dolores López, una vecina de Tehuacán (Muriel 297-301).
Ya en las vísperas de la Independencia, en Querétaro, Josefa González de Cosío “escribió en verso al ministro de Relaciones de Francia, una enérgica protesta por la pretensión napoleónica de que los países de Hispanoamérica lo reconocieran como rey” (Muriel 303). El no reconocer a José I como monarca de los países hispanoamericanos desembocó en el no reconocimiento de Fernando VII. Josefina Muriel registra un anónimo “Llamado a las mujeres a luchar por la Independencia, 1812” (310-312).
En el siglo XIX, las poetisas (así denominadas en aquella época, con cierto tono peyorativo) estuvieron inscritas, sobre todo, en el Romanticismo literario. Entre ellas destaca , cuya obra está ahora publicada en el Fondo de Cultura Económica. Fue una gran figura de su siglo y una escritora incansable. Trató temas como el amor, la esclavitud y la libertad, y abordó varios géneros literarios, además de la poesía. Otra autora interesante es la poblana Rosa Carreto, quien creó una obra de corte costumbrista, que recupera el habla y los tipos populares con un tono irónico y humorístico. Aquí un texto suyo, al que cambié ligeramente la puntuación:
¿Por qué te enojas, Celestial Aurora,
cuando quiero imprimir mi labio ardiente
lleno de amor en tu nevada frente,
en tu fresca mejilla seductora?
Si sabes tú que el corazón te adora
y por ti nada más late ferviente,
si me has dicho que me amas tiernamente,
¿por qué te muestras tan esquiva ahora?
Cuando sabes que te amo con exceso,
¿es acaso un delito, una locura,
que bese yo tu faz que es mi embeleso?
¿Te ofende la expresión de mi ternura?
—No, señor, no me ofende con su beso,
pero me descompone la pintura.
(Granillo Vázquez, Antología 153)
Se pensaba que la poesía era lo propio de las mujeres. Sin embargo, ellas también escribieron teatro, novelas y ensayos. Fueron escritoras profesionales, educadoras y, algunas, feministas. Un libro que trata sobre estas autoras es Poetas mexicanas del siglo XIX. Ensayos críticos sobre autoras y temas, coordinado por Leticia Romero Chumacero. Ella recuerda en el estudio introductorio (26) que la primera que publicó un libro de poemas en el México independiente fue nada menos que María del Carmen Cortés y Santa Anna, hija de Antonio López de Santa Anna. Su libro se tituló Ensayos poéticos, dedicados a las bellas jalapeñas, y data de 1866. El segundo libro de poemas fue Flores silvestres, de Esther Tapia, publicado en 1871.
Romero Chumacero (27-29) trae también a la memoria otros libros de poesía escritos por mujeres, como La hija de Nazareth. Poema religioso dividido en dieciocho cantos, desde la Concepción de María Santísima hasta su gloriosa Asunción (1880), de Refugio Barragán; Los cánticos de los niños (1881), de Esther Tapia; Flores del corazón (1882), de Beatriz Carlota Portugal; Fábulas originales (1882), de Rosa Carreto; Estela y bosquejos (1886), de Dolores Correa; y El amor universal. Poema en un canto (1891), de Josefina Pérez. La alegoría en prosa Staurofila (1889), de María Néstora Téllez, incluye algunos poemas, y aún se vende como literatura devocional en la actualidad.
Otra cuestión interesante del siglo XIX es que, con motivo de la Exposición Colombina de 1893 y a petición de Carmen Romero Rubio, José María Vigil elaboró la antología Poetisas mexicanas, siglos XVI, XVII, XVIII y XIX, que principalmente se centra en sus contemporáneas del siglo XIX. Existe una edición facsimilar, publicada por la Universidad Nacional Autónoma de México en 1977. Señala Leticia Romero Chumacero en su libro citado, que hubo “tres antologías destinadas al Woman’s Building de la Exposición Universal de Chicago, en 1893: Poetisas mexicanas (preparada por José María Vigil), La lira poblana. Poesías de las señoritas… y Colección de varias composiciones poéticas de señoritas zacatecanas” (29).
Con el fin de siglo vino un cambio de sensibilidad. María Enriqueta Camarillo representa ese momento, pues en su obra se nota la transición de Romanticismo a Modernismo. Más adelante, en 1893, nació Carmen Mondragón, alias Nahui Olin, quien además de ser pintora y modelo, fue una poeta vanguardista. Escribió parte de su poesía en francés y parte en español. En su producción lírica trató temas como el cuerpo femenino, el erotismo y la ciencia.
A partir del siglo XX cada vez más mujeres escribieron poesía de manera profesional, aunque las primeras escritoras profesionales fueron las decimonónicas, como lo apunta Leticia Romero Chumacero en Una historia de zozobra y desconcierto. La recepción de las primeras escritoras profesionales en México (1867-1910). De la primera década del siglo XX cabe recordar a Aurora Reyes, nacida en 1908. De la década de los 1910 destaca Concha Urquiza, quien escribió poesía de corte místico; además, están Carmen Toscano, Emma Godoy, Margarita Michelena y nada menos que Griselda Álvarez, quien tiene el mérito extra literario de haber sido la primera gobernadora en México. También a esa década pertenece la gran Elena Garro, mejor conocida como narradora, cuya poesía se ha dado a conocer recientemente.
Para las nacidas en los 1920, el oficio de ser poeta alterna con ser maestra, coordinadora de talleres, diplomática… Algunas de estas poetas son Guadalupe Amor, Margarita Camacho ––alias Margarita Paz Paredes––, Dolores Castro, Enriqueta Ochoa, Amparo Dávila y Rosario Castellanos. Esta última, como se sabe, representa un momento cumbre en la poesía de México. En su producción lírica, puso el acento en la reflexión sobre una feminidad problematizada. También manejó magistralmente la ironía.
Después de ese momento de cambio, se sucedieron las generaciones de poetas: las nacidas en los 1930, como Thelma Nava, Isabel Fraire, Carmen Alardín, Angelina Muñiz-Huberman, Aline Pettersson, la uruguayo-mexicana Ulalume Ibáñez Iglesias (alias Ulalume González de León), Helena Paz Garro (hija de Elena Garro y Octavio Paz) y María Ella Gómez Rivero.
Las nacidas en los 1940 son, entre otras, Elva Macías, Elsa Cross, Gloria Gervitz, Patricia Medina, Araceli Zúñiga, María Elena Solórzano y María Eugenia Rodríguez Gaitán, todas ellas bien paradas en su oficio de poetas y algunas con un reconocimiento en ascenso, frente a las generaciones precedentes. Resulta muy interesante Elsa Cross, quien trata temas filosóficos complejos con gran maestría lírica. Araceli Zúñiga destaca por su trayectoria como poeta visual y por la organización de bienales en ese campo.
Las poetas nacidas en los 1950 son muchas. Entre ellas, Coral Bracho, Tedi López Mills, Verónica Volkow, Myriam Moscona, Carmen Boullosa, Pura López Colomé, Margarita Minerva Villarreal, Kyra Galván, Blanca Luz Pulido, Silvia Tomasa Rivera, Iliana Godoy, Maricruz Patiño, Rosina Conde, Ethel Krauze, Lina Zerón, María Ángeles Juárez Téllez, Marisa Trejo Sirvent, Marianne Toussaint, Nelly Keoseyán, Carmen Villoro, Lucía Rivadeneyra, Carmen Leñero, Kary Cerda, Aura María Vidales, Perla Schwartz, Zulai Marcela Fuentes, Amelia Vértiz y un largo etcétera. En esa generación, llamada por algunos Generación de los Cincuenta, hay quien habla franca y abiertamente como feminista. Tal es el caso de Kyra Galván. No en vano, pues en su juventud les tocó la llamada Segunda Ola del feminismo mexicano (décadas de los 1960-1970). Muchas de estas poetas estudiaron carreras profesionales. Son maestras universitarias, traductoras, coordinadoras de talleres, editoras. Algunas han ganado los premios más importantes (el Aguascalientes y el Villaurrutia, por ejemplo), han tenido becas, han pertenecido al Sistema Nacional de Creadores, han sido publicadas, antologadas, traducidas y reseñadas. Es decir, han sido reconocidas por las vías habituales de la literatura mexicana contemporánea. Probablemente la de más proyección es Coral Bracho, quien en un estilo neobarroco expresa la delectación por el mundo. En esta generación —que para Samuel Gordon forma parte de las “generaciones sin generación”, masivas y disímiles— ya no hay temas ni estilos en común sino una apuesta por un tipo de voz crítica y suficiente.
De las nacidas en los 1960 (la generación a la que pertenezco), cabe mencionar, entre otras, a Malva Flores, María Baranda, Dana Gelinas, Cristina Rivera Garza, Roxana Elvridge-Thomas, Carla Faesler, Raquel Huerta-Nava, Leticia Luna, Ana Franco Ortuño, Rocío González, Julia Santibáñez, Claudia Hernández de Valle-Arizpe, Silvia Eugenia Castillero, Adriana Díaz Enciso, Mariana Bernárdez, Verónica Zamora, Valerie Mejer, Ernestina Yépiz, Isolda Dosamantes, Angélica García Santa Olaya, Cynthia Pech, Mercedes Luna Fuentes, Ana Aridjis, Adriana Arrieta Munguía, Gabriela Balderas, Mónica Braun, Carolina Martínez, Lilly Blake, la hispano-mexicana Carmen Nozal y la italo-mexicana Enzia Verduchi. Sobra decir que algunas, como Cristina Rivera Garza, han alcanzado un gran nivel de reconocimiento. Sus estilos y temas son muy variados: desde el irónico y coloquial de Dana Gelinas hasta el depurado y casi místico de Roxana Elvridge-Thomas. Leticia Luna ha destacado por su interés, como antologista, en la poesía escrita por mujeres (junto con Maricruz Patiño, de la generación de los 1950).
Entre las nacidas en los 1970, se encuentran María Rivera, Mónica Nepote, Rocío Cerón, Maricela Guerrero, Cristina Rascón Castro, Adriana Tafoya, Reneé Acosta, Claudia Sandomingo, Grissel Gómez Estrada, Claudia Posadas, Estrella del Valle, Kenia Cano, Claudia Santa-Ana, Camila Krauss, Mónica Gameros, Sara Uribe, Claudia Berrueto, Jade Castellanos, Minerva Reynosa, Mónica González Velázquez, Amaranta Caballero Prado, Alejandra Peart, Jocelyn Pantoja, Ana Cuandón Alonzo, Muzy Eguiza, Zabé Covarrubias, y la salvadoreño-mexicana Lauri García Dueñas. Hay quien goza de proyección internacional, como Rocío Cerón. Ella ha desarrollado su poesía en diálogo con medios audiovisuales, al igual que Carla Faesler, de la generación anterior. Cristina Rascón, por su parte, ha abordado la traducción de la poesía japonesa. Algunas de las poetas nacidas en esta década son activas promotoras culturales, como Tafoya, González Velázquez (ambas, también editoras), Eguiza y Covarrubias.
Entre las poetas nacidas en los 1980 se encuentran Karen Villeda, Paula Abramo, Claudina Domingo, Lorena Ventura, Zazil Alaíde Collins, Verónica G. Arredondo, Eva Castañeda, Alicia Quiñones, Patricia Binôme (alias Dante Tercero), Rosario Loperena, Zel Cabrera, Ingrid Valencia, Isabel Zapata, Xitlalitl Rodríguez Mendoza, Adriana Ventura, Lucía Izquierdo y Carolina Alvarado. Varias cuentan ya con becas, premios y otros reconocimientos. Resulta prometedor también el trabajo de Abril Albarrán, Paola Villaloredo y Jessica Marisol Rendón. Esta generación está explorando registros varios, las posibilidades de las voces líricas, los lindes de los géneros literarios, y la inter e hipertextualidad. Por ejemplo, Dante Tercero, quien propuso un uso distinto del signo en su proyecto de poemojis con el que ganó una beca (en otros países también se está incursionando en esta vertiente que causó revuelo en México). En la edición 2017 de las becas de Jóvenes Creadores del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (FONCA) fueron beneficiadas Cabrera, Valencia, Loperera, Villeda, Zapata, Valencia y Arredondo. De once becarios en total para el área de poesía, siete son mujeres. Otras poetas de la generación ya fueron becarias. Parece haber un enfoque institucional en el FONCA para la inclusión de mujeres.
Por otra parte, hay que señalar que Del silencio hacia la luz. Mapa poético de México. Poetas nacidos en el periodo 1960-1989, compilado por Adán Echeverría y Armando Pacheco en once volúmenes digitales, ofrece un panorama muy completo de las poetas (y los poetas, claro) de esas generaciones en México. Además de la antología de poesía, dedica varios volúmenes a las biografías. El material se encuentra disponible en varios sitios web.
Las poetas nacidas en los 1990 ––como las que aparecen en Vorágine novel. Antología de poetas nacidos en los noventa y otras que ahora mismo se forman de manera autodidacta o en talleres, diplomados y carreras universitarias de Creación Literaria, Escritura Creativa o Letras— comienzan con paso firme su incursión en la poesía.
Por otra parte, las poetas de distintas generaciones que escriben sobre temas lésbicos y de diversidad sexual empiezan a ser visibles, aunque algunas de ellas, como Reyna Barrera (nacida en 1939), tienen años escribiendo y publicando sobre el tema. Destaca la escritora cubano-mexicana Odette Alonso, quien ganó el Premio Nacional de Poesía LGBTTTI 2017 con su obra Old Music Island. Otro nombre que viene a la memoria es el de Artemisa Téllez, poeta, narradora y coordinadora de talleres.
Mención especial merece la obra de las poetas contemporáneas en lenguas indígenas, como Natalia Toledo (zapoteco), Briceida Cuevas Cob (maya), Irma Pineda (zapoteco), Juana Peñate Montejo alias Juana Karen (ch’ol), Celerina Patricia Sánchez Santiago (mixteco), Margarita León (hñähñu), Mikeas Sánchez (zoque), Enriqueta Lunez (tsotsil), Adriana López (tseltal) y Ruperta Bautista (tsotsil). Ellas pertenecen a una tradición ancestral que ahora obtiene reconocimiento. Natalia Toledo, por ejemplo, fue ganadora del Premio Nezahualcóyotl de Literatura en 2004, mientras que Briceida Cuevas Cob forma parte de la Academia Mexicana de la Lengua desde 2012.
Una vertiente diferente de la poesía indígena en el siglo XX, con fines rituales, fueron las creaciones ––altamente poéticas–– de la curandera María Sabina. Quedaron, según Adolfo Castañón, como “Poesía ignorada: es decir, poesía que no ha sido objeto de recuento, estudio o narración. Poesía olvidada, eclipsada o desdeñada” (s.p.).
Soy mujer que sola nací, dice
Soy mujer que sola caí, dice
Porque está tu Libro
Tu Libro de Sabiduría, dice
Tu lenguaje sagrado, dice
tu hostia que se me da, dice
tu hostia que comparte, dice
(Castañón s.p.).
Para terminar este recuento, quiero recordar las canciones de cuna en español, creaciones orales y anónimas que constituyen otra suerte de poesía ignorada:
Duérmete niñito
que tengo qué hacer;
lavar tus pañales,
ponerme a coser
una camisita
que te has de poner
el día de tu santo,
Señor San Miguel.
(Díaz Roig 93)
Como se puede observar, muchas mujeres en México a lo largo de los años se han dedicado a la escritura o a la composición oral de la poesía, tanto en español como en lenguas indígenas, en latín y aun en francés. Los temas que han abordado son muy diversos, así como el estilo que han construido. Las ha habido poetas profesionales, pero también madres que arrullan, curanderas y monjas. Es hora de incluir más voces de mujeres en el canon.
Bibliografía recomendada o citada
Antologías de poetas mexicanas
Arreola, Oliverio y Armida González, compiladores. Óyeme con los ojos. Poesía femenina del Estado de México, siglo XXI. Toluca de Lerdo, Estado de México: Los 400, H. Ayuntamiento de Toluca, Instituto Municipal de Cultura, Turismo y Arte, 2014.
Álvarez, Griselda. 10 mujeres en la poesía mexicana del siglo XX. México: Colección Metropolitana, 1974.
Anaya, José Vicente y Guadalupe Salas. Evas de un Paraíso Reencontrado. Poesía de las mujeres de Chihuahua.Chihuahua, Chihuahua: Universidad Autónoma de Chihuahua, 1995.
Castillo, Rodrigo, selección y epílogo. Sombra roja. Diecisiete poetas mexicanas (1964-1985). México: Vaso Roto Ediciones, 2016.
Domínguez, José Luis. El jardín del colibrí. Poesía escrita por mujeres en Chihuahua. Chihuahua, Chihuahua: Instituto Chihuahuense de Cultura, 2002.
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*Un fragmento de este ensayo fue leído en la presentación de EscritorasMx, el pasado 25 de enero, en el Centro Cultural Elena Garro. Conoce más sobre la autora en http://www.elem.mx/autor/datos/3914 https://ilianarodriguez.com/
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