sábado, 2 de febrero de 2019

No persona sino Número

Nosotros de Evgueni Zamiatin
Reseña para Próxima revista septiembre 2018



Paula Irupé Salmoiraghi



En edición de Miluno (Buenos Aires, 2018), traducida del ruso por Irina Bogdaschevski y con prólogo de Pablo Capanna, esta novela de 1921 es precursora de las distopías clásicas de Orwell y de Huxley y nos muestra que el tópico sobre las utopías cumplidas que se vuelven pesadillas agrupa la búsqueda desesperada del macho humano que no encuentra lugar donde ir a morir.
El protagonista, no persona sino Número como todos los que habitan el Estado único, narra su devenir mujer (su “ablandarse”, enamorarse, dejarse penetrar por las dudas y lo subversivo), da cuenta del sufrimiento de vivir entre las típicas dicotomías sostenidas por el patriarcado entre ciencia y poesía, matemática y música, razón y amor, salud y enfermedad. Las dos mujeres protagonistas, O e I (por no sumar a IU) son las que atraviesan los umbrales, las que habilitan derivas del deseo no binarizado, capaz de construir un sujeto utópico que deviene cuerpo animal y vegetal, sexuado y erótico, político y comunitario para alejarse de los criterios de la razón, la violencia y la unicidad.
Toda la novela es un manuscrito que D-503, ingeniero y Primer Constructor de Integral, inicia como mensaje a los posibles receptores colonizables a quienes se enviará la felicidad completa de los Números y El Benefactor. Pero apenas empieza a escribir, la voz racional tiembla en la reflexión lírica sobre su propio texto como poema y en las funciones que narrar su “enfermedad”, su negación a someterse a La Gran Operación, pueda cumplir en sus lectores. Así, toda la novela se transforma en una múltiple posibilidad de cuestionar quién es “Yo” y quién “Nosotros”. El índice incluso es muestra de este extraño modo de decirse racional pero “anotar” todo en una textualidad inestable, en borrador permanente y cuya lectura será decisiva en la resolución de la trama.

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Lunes por la madrugada...

Yo cierro los ojos y veo tu cara
que sonríe cómplice de amor...