Como cada año, el verano llega con su sol embravecido y su deseo de nuevos paisajes, con su aire de comienzo y su temporalidad suspendida. Se vienen las pelopinchos en las terrazas y patios de las amigas, las noches de fernet y cervezas frías compartidas, las tardes en que la brisa se convierte en un oasis pasajero cuando se cuela entre nuestra ropa, los baldazos que alivian el sopor de la siesta y dan rienda suelta a las carcajadas, los mares y los ríos para lxs que tienen más suerte, las mañanas que a veces frescas e impertinentes nos dan una vacación del propio verano, una ciudad vacía que al fin puede descansar de sí misma.
Y como cada verano, también nos enfrentamos a otra injusticia erótico-sensorial del hetero-cis-capitalismo. A l@s pibas/tortas/travas/mujeres/trans, a todxs aquellxs que no somos leídos como varones-cis, se nos somete a un régimen de territorialización corporal que hace que nuestras tetas no sean bienvenidas en el espacio público, ni laboral, ni social, ni familiar, ni virtual. Por obscenas, por impertinentes, por sexuales, por desagradables, por femeninas, por lascivas, por feas, por lindas, por grandes, por pequeñas, por ambiguas, por desubicadas… por estos y mil motivos más, nuestras tetas son sustraídas de la mirada “pública”. Si vamos a la playa, que sea con corpiño; si nos zambullimos en la pileta municipal, que sea preferentemente con una enteriza; si estamos sentadas tomando mate en la merienda familiar, tené la decencia de cubrirte; porque vayas a donde vayas, esa porción de tu cuerpo, define una im/posibilidad que marca lugares y asigna funciones. Una frontera corporal. Una pedagogía sensorial. Un nudo -entre otros- del dispositivo de la hetero-cis-sexualidad.
Porque la brisa es de todxs.
Y sino, cúbranse uds también.
Y sino, cúbranse uds también.
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