Estoy a punto de terminar mi gozosa e intensa lectura de Los prisioneros de la torre, de Elsa Drucaroff. Entre todas las tareas que me ha dejado (mortal lista de libros para leer, incluso algunos que esperan en mi propia biblioteca), la mejor es mi (casi) urgencia por retomar la escritura de mi propia novela. Parece que mis "problemitas" individuales (tratados hace años en terapia) sobre la culpa del sobreviviente y el fantasma del hermano muerto NO son (solamente) personales sino generacionales. Y que si "eso" aparece en mi literatura no solamente "está bien" sino que además confluye dentro de las "manchas temáticas" de la Nueva Narrativa Argentina.
Genial. Mi descubrimiento (personal, jeje) y las hipótesis de Drucaroff sobre tantos escritores y escritoras actuales.
Lo que me lleva a mi tercer "permiso" o validación de escritura: Primero fue Mairal y "su" posibilidad de escribir realismo con lo autobiográfico (en vez de esos relatos ciencia-ficcioneros rengos en los que me forcé tanto tiempo). Luego fue Bruzzone y "su" aviso de que el entonces cuento de la tía Inés merecía ser continuado. Ahora Drucaroff y tantas cosas que tengo que ir a escribir (ahora con autorización) a la otra máquina. (Mi autoboicot trabajará aún un rato, unos días, pero no creo que pueda sobrevivir al deseo de contar)
(Qué pendeja soy)
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