Literatura del abuso
09-12-2011 |
Entrevista a la escritora chilena Andrea Jeftanovic. “Las manifestaciones de la complejidad humana y de la violencia se hacen concretas sobre un cuerpo.”, dice.
Por Patricio Zunini.
La escritora chilena Andrea Jeftanovic habla riendo. Rubia, divertida, casi sensual, podría encarnar el estereotipo de la mujer cándida. Pero esa impresión —si acaso alguien llegara a tenerla— se desbarata desde la primera página de cualquiera de sus libros. Jeftanovic trabaja con obsesión sobre los distintos modos del abuso y la mujer como sujeto de violencia. La incomodidad que provoca llega hasta el punto de que el cuento “Arbol genealógico” —incluido en la antología El futuro no es nuestro (Eterna Cadencia, 2009)— no fuera publicado en Alemania y Estados Unidos por ser considerado una defensa a la pedofilia.
Jeftanovic es autora las novelas Escenario de guerra (2000; reeditada en 2010) y Geografía de la Lengua (2007), de las entrevistas Conversaciones con Isidora Aguirre (2009) y co-autora del libro Crónicas de oreja de vaca (2011, junto al argentino Juan Terranova y la boliviana Giovanna Rivero). Este año visitó Buenos Aires invitada por la Fundación Filba en septiembre, y regresó la semana pasada para participar del encuentro “Las cenizas del Yeplehue”, que vinculó a 16 narradoras chilenas con 8 argentinas. En medio de las actividades encontró un espacio para hablar con Eterna Cadencia.
—En tus novelas se puede encontrar cierta relación con la literatura de Elfriede Jelinek: ¿cómo te sentís con esta vinculación?
—De partida, me da pudor. La leí un poco antes del Nobel y sentí que había encontrado un territorio nuevo que me interesaba, primero, como autora, porque tiene una producción de los personajes de mujeres que son sujetos de violencia, lo que es bastante novedoso. La mujer víctima en el mundo del arte me tiene bastante agotada: en el campo simbólico me interesan las mujeres que trabajan lo femenino como sujeto de violencia. Tanto hombres como mujeres son sujetos de violencia, pero culturalmente hay un tabú. Luego, me enamoré del lenguaje de Jelinek, Esa riqueza de lenguaje, de imágenes crudas. En Deseo, un libro que enseño en clase, es increíble la cantidad de modos que tiene para nombrar el acto sexual. Sentí una sintonía en el trabajo de la imagen poética. Creo que hay un doble desafío para la mujer: escribir de un modo más crudo, más violento, pero sin perder lo poético.
—Mencionás la palabra tabú y recuerdo “Arbol genealógico”, el cuento de El futuro no es nuestro, que comienza “No sé en qué momento me comenzaron a interesar las nalgas de los niños”.
—Siento que el padre y la hija de ese cuento son víctimas del entorno. No son perversos, pero se sienten acosados por el ambiente en el que viven. Es un cuento político: si la sociedad deja impune a todos los abusadores, por qué no pensar en fundar una nueva sociedad. Me causa como rechazo el rechazo que le produce a la gente. En Alemania me dijeron que no lo podían publicar. Lo mismo en Estados Unidos.
—¿Por qué?
—Porque era moralmente inaceptable: defendía la pedofilia. ¡Pero no es eso! El padre se empieza a interesar en las imágenes porque estamos constantemente bombardeados por una obscenidad desalmada. Para mí fue pensar el abuso.
—Un tema que vuelve en tus libros es el trabajo sobre el sexo.
—El territorio del cuerpo ha sido trabajado en toda la historia. Tiene fronteras interesantes entre lo público y lo privado. Es un lugar de dominación. Todo lo relacionado con el cuerpo no es inocente. Hay una posibilidad de instalar un discurso político, ideológico y por supuesto afectivo y emocional. Tiene una plataforma, una superficie que permite la inscripción de varios discursos. Es lo más sensorial, lo más emotivo. La violencia no es abstracta: si uno piensa en dictaduras, en genocidios, en delitos, se dan en el cuerpo de alguien. Las manifestaciones de la complejidad humana y de la violencia se hacen concretas sobre un cuerpo. El deseo también es un campo lleno de puntos ciegos que nadie comprende muy bien cómo se mueve, lleno de contradicciones e incertidumbres. Me encanta escribir sobre temas que siento que no manejo. Pero además, soy consciente que cuando uno trabaja el erotismo y el sexo, llama la atención. Los cuentos son sobre el abuso, me interesa el abuso en términos generales, pero sé que si uno trabaja con la sexualidad y el erotismo genera una lectura más escandalosa. Eso ya lo hizo el Marqués de Sade: cuando escribe orgías está analizando el sistema político, la práctica de dominación, el poder de la Iglesia. El Marqués de Sade llama la atención a través del escándalo sobre discursos que hasta el día de hoy tienen ecos.
—Alguna vez has dicho que te molestaba la comparación automática de la prensa hacia Diamela Eltit: ¿cómo es el movimiento de acercarte y alejarte de ella?
—Con todos los autores que a uno le gusta tiene que haber una relación ambivalente. La admiración te puede nublar. Diamela fue mi profesora mucho tiempo: no la veo como escritora, sino como una persona física. La verdad es que yo nunca me sentí copia de ella. Sentí que la prensa me ponía eso. Nunca me he sentido parecida porque no aspiraría a copiar a alguien que tiene un proyecto tan poderoso. Luego pienso que pueden haber algunos temas que nos interesen a las dos, pero la escritura de Diamela es muchísimo más política que la mía. La política me interesa, pero no me resulta una escritura política. Lo mío es más intimista, más poético. Lo que acotaría es que la mirada de la crítica muchas veces ve a las mujeres en genealogías, como si cada mujer llegar de una corriente mientras que los hombres aparecen más huérfanos de tradiciones. Las mujeres siempre están copiando. El árbol genealógico de las mujeres aparece como inevitable.
—En Escenario de guerra, hay un acápite de Virginia Woolf que resalta la labor del escritor. Desde tu lugar, siento tu primera novela, es una toma de posición. El libro se reedita el año pasado y el acápite se mantiene. ¿Qué te significan esas palabras 10 años después?
—¡Fascinación! Leí ese libro de Woolf a los 24; estaba viajando de Holanda a Inglaterra, en medio del Canal de la Mancha. Fue una novela con la que yo como lectora me pensé como posible escritora. Fue un momento fundacional. Corregí bastante la novela de 2000 a 2010, pero los epígrafes seguían siendo iluminadores.
—Escenario de guerra es una novela construida a partir de fragmentos. ¿Es tu manera de escribir: partir de fragmentos que luego se encastran?
—Sí. Nunca sé de qué se trata la historia. Nunca hago un plan o un esquema.
—Sin embargo, dedicás mucho tiempo a la investigación.
—Pero no a la investigación habitual. Si el tema que me está dando vueltas es el abuso, leo mucho, pienso, investigo. En Escenario de guerra trabajé con el teatro, pensé escribir en escenas, en la memoria colectiva sobre situaciones de violencia, las escrituras de la segunda guerra mundial. Investigo tonos, registros, temas. Pero no tengo en claro el esquema de mi libro hasta llegar a la mitad. Me gusta, además, pensar cada novela como un género distinto. Escenario de guerra fue una novela-teatro, la siguiente fue novela-ensayo, en los cuentos hay algo de la sinopsis del cine.
—En tu texto de Crónicas de Oreja de Vaca, libro que registra un congreso en España, hay dos frases recurrentes: “escribir para corregir nuestros originales” y “ser fieles a nuestro punto de vista”. ¿Podrías extenderte un poco sobre ellas?
—Escribir para corregir nuestros originales es una frase que ya había escrito antes, pero que la dije en una conferencia cuando estuvimos en España. La ficción da la posibilidad de corregir la vida. La vida no: no te da tregua. Te equivocaste y te equivocaste. La ficción tiene la libertad maravillosa de probar muchos enunciados: ser mujer, hombre, niño, alguien violento, alguien pasivo, alguien muy erótico. Lo fascinante de la ficción es la posibilidad de investigar cuál es tu esencia. No tienes por qué llevarlo a la práctica en tu vida cotidiana. Luego, ser fiel a tu punto de vista es un manifiesto vital: quién eres tu, qué estás haciendo en la vida, qué te gusta, qué te mueve. Tener la claridad de qué es lo que quiere hacer uno.
—También en Crónica de oreja de vaca contás que en un panel hablás de literatura, pero callás que “escribir a veces me parece absurdo y prescindible”.
—Absolutamente. Es un horror. Visito una librería y veo tantos títulos y buenos escritores, que pienso qué sentido tiene aportar un libro más en esta montaña de producciones. Me da pudor. Pero al mismo tiempo tengo una convicción de la escritura.
—¿Por qué escribir, entonces?
—Partiría por decir que es lo que me gusta. Todo lo que pienso lo llevo al terreno de la escritura: es un espacio de reflexión. La escritura es una forma de pensamiento. Es una forma de pensamiento que te permite escamotear lugares comunes, tabúes, experimentarte a ti mismo en otros enunciados y otras experiencias. Yo no soy muy creyente, pero la escritura es casi mi forma de religión.
Tomado de http://blog.eternacadencia.com.ar/?p=18594#more-18594
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