La querida Maria Paulinelli habla de El Jazmin Negro, la novela de Estela Canto que publicamos en la coleccion Narradoras Argentinas, en EDUVIM.
Leo El jazmín negro . Me sorprende la multiplicidad de significaciones que me envuelven, me rodean, me asedian, me interpelan… para, finalmente, seducirme. Una conjunción de metáforas se desliza hasta alcanzar las imágenes de lo opuesto, lo distinto, lo diverso. Una mirada inquisidora atisba un tiempo diferente en las utopías que anteceden a los sueños. Y las palabras, la escritura condensada en las voces que las dicen, horadan la posibilidad de lo poético para adentrarse en la belleza… solo. Y en esta multiplicidad que me avasalla, las contradicciones aparecen, se explicitan, nos deslumbran, mostrándonos la fugacidad de lo humano, de sus búsquedas, de sus nombres, de su historia, de sus ilusiones.
El título condensa esta presencia simultánea de lo opuesto. El jazmín es la flor que remite al amor, la pureza, la sensualidad, la gracia, la espiritualidad, la amabilidad, la modestia, la sencillez…. Todos significados que se difuminan en ese adjetivo que los transforma: negro. Un color que remite a cualidades positivas —elegancia, poder, fuerza, sofisticación, nobleza— y negativas —opresión, frialdad, amenaza, misterio, mal, muerte—. La lectura del texto nos señala la alternancia de ambos significados: “Chica que es como una flor, como él dijo que me veía. Una flor, un jazmín perfumado y negro, dijo, y es raro, porque no hay jazmines negros, pero yo entendí.” Alternancia explicitada en ese: “Vos sos distinta, un jazmín negro, una joya entre el barro, una flor que no sabe que puede perfumar.” De ahí que los acontecimientos que forman el relato, no se definen desde la única voz de la protagonista, sino que se entremezclan en la voz del otro protagonista —decisivo en la consumación de los acontecimientos—.
La estructura del texto en capítulos o fragmentos extensos —sin títulos, sin enumeración— permite ese deslizamiento entre distintos tiempos, signados por los trabajos que realiza la memoria. Una memoria que avanza desde esa primera persona —la voz de la protagonista Raquel, la adolescente— que es el jazmín negro que da título al texto. Esa memoria de un pasado cercano que explica y permite entender la trama que, por debajo de los acontecimientos, va tejiendo esa mirada —no definida— sobre ese momento de la historia… porque ese es el tema. Eso es lo relevante. Interpelarnos a nosotros, los lectores, para que definamos, esa mirada.
Dos tipos de letra posibilitan el reconocimiento de los dos enunciadores. Raquel y Abel Sartoris, el escritor. Si bien, la voz de Raquel tiene el espacio relevante en el avance del relato, los textos en cursiva del otro enunciador, muestran la contraposición en las concepciones del mundo y del espíritu de ese tiempo. A su vez, posibilitan acceder a las transformaciones en la cultura que subyacen en los cambios políticos y sociales que se viven. Los discursos de ambos representan los dos mundos en colisión…. Que, sin embargo, coinciden en la antinomia que los define. Una imagen que esconde otra imagen. Una mirada que subyace en otra realidad.
Es decir, que solo muestran lo que puede aparecer como posible, mientras, se puede atisbar la diferencia que se esconde en las conductas, en las formas de existencia de todos —semejantes, casi iguales— con las particularidades de cada uno. El pueblo y la ciudad, unidos, sin embargo, por esa incipiente cultura de los medios. Una cultura, que es de todos, aunque el espacio de vida sea diferente. Y entonces, vemos ese pueblo y sus habitantes, sometidos a un destino que resulta inexplicable y también, inescrutable. El desconocimiento de reglas éticas y la valoración de la afectividad por sobre la racionalidad, explica ese incumplimiento de normas de convivencias existentes e imprescindibles en todo grupo social. Raquel es la protagonista que mejor representa ese espacio. Una representación que muestra en su voz y en su memoria, esas indecisiones, esas ambigüedades de su medio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario