jueves, 24 de marzo de 2022

Como los hijos de Fierro

 

El tiempo –ese editor perverso- me ha dejado del '76 solo imágenes en un gris sucio. Mónica y yo quemando en el fondo de la casa de San Martín una pila de revistas mientras Charito, mi vieja, miraba por televisión un programa estudiantil de los domingos. Con Coco en un atardecer frío mirando a su hijo dar vueltas en un jueguito del Italpark mientras pensábamos desconcertados en qué hacer frente al secuestro de Estela. Las otras imágenes, las felices parecen haber quedado fuera. Trabajaba por entonces como colaborador de Solanas en su película Los hijos de Fierro, que acababa su primer montaje, escribía ahí las letras de las murgas. Pino decidió atinadamente salir del país pero no había forma de sacar las latas de esa película, todavía inédita. A Troxler, uno de sus protagonistas, ya lo habían asesinado. No había garantías tampoco de que el material aquí no fuese destruido. Alguien debía dar alguna vez testimonio de su existencia, así que una mañana nos juntamos en el microcine del laboratorio, en el bajo Belgrano, simplemente a eso: a hacernos testigos –y soporte vivo- de esas imágenes de destino incierto. Éramos cinco o seis. Un par de periodistas de los que ya no recuerdo el nombre, Cacho el Kadre y yo. A las diez de la mañana terminó la proyección. Caminamos hasta el Guindado de Libertador a tomar algo y despedirnos. El barrio era por entonces un raro paisaje de casas tomadas y construcciones precarias junto al verde del parque. Se venía la lluvia. En el bar las sillas levantadas sobre las mesas. Nos acomodaron en un rincón, brindamos con cerveza. Después en la puerta nos abrazamos. Como repitiendo el final de aquella película cada uno agarró para una esquina distinta. No volveríamos a vernos por ocho años.

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Lunes por la madrugada...

Yo cierro los ojos y veo tu cara
que sonríe cómplice de amor...