“La literatura es una cosa andrógina”
Mariana Enriquez en el ciclo “Temporada de lectores” de Liceo Victor Mercante
Por: Bárbara Haurie
Fotos: Vero Hirtz
Es lunes, casi seis de la tarde. Nadie quiere abandonar el colegio, todxs entran; llegan madres, padres, estudiantes universitarios, lectores. Atraviesan el acceso ubicado en diagonal 77 y avanzan sobre las escalinatas de mármol con libros en las manos. Las cosas que perdimos en el fuego relumbra sobre las tapas.
— Todxs van al mismo lugar: primer piso — dice una profesora mientras sonríe, parada junto a la puerta y levanta el dedo índice señalando una escalera ubicada a la derecha.
La sala de lectura está colmada de gente. De un momento al otro, se abre un silencio glacial. De pie, junto la ventana, brilla una figura pálida: Mariana Enriquez, parada sobre unas plataformas rojo sangre, es otra aparición en el recinto.
Su espíritu es gótico, barroco, punk, rockero; difícil de clasificar. No encaja en lo tradicional y aun así, no hay modo de ingresar en esa dimensión que nos propone si no es desde un imaginario popular, que de tan híbrido se vuelve universal: fantasmas anglosajones fusionados con supersticiones criollas, leyendas urbanas, santos sudacas, mitología griega o cultura pop.
Prolífica y perturbadora como pocas, Enríquez constituye una pieza clave para “La nueva narrativa argentina”, corriente que, sin embargo, tampoco la terminaría de definir: “Yo no puedo pensar en filiaciones cuando escribo porque para mí es una cosa mucho más relajada; aunque supongo que cuando me leen, hay una tradición rioplatense que está ahí”.
“Yo era de un mundo privado, loco, y para mí la literatura de la imaginación era, no sé si la más importante, pero un vehículo súper posible para contar y poner la realidad a nivel once, y esa lección yo la aprendí de Stephen King. Porque King es un escritor que va hacia lo fantástico y lo sobrenatural pero que empieza todas sus novelas como un escritor social”.
Stephen King, Lovecraft, Henry james, Clive Barker, son algunas de las voces que, a muy temprana edad, empezó a oír: “El problema con toda esta información es que era toda en inglés; la tenía que traducir, y cuando digo traducir no me refiero a la traducción del inglés al castellano, sino a traducir los miedos esos a los miedos de acá”.
Su primera novela, Bajar es lo peor (Galerna, 1995) es, según ella, una versión argentinizada de Hellraiser, del mismo modo que reconoce haber podido hacer una traducción de Lovecraft en el cuento “Bajo el agua negra” (Las cosas que perdimos en el fuego, Anagrama, 2016) para contar el caso de Ezequiel Demonty, asesinado por la policía en el Riachuelo. Mientras que en “La casa de Adela” (Las cosas que perdimos en el fuego, Anagrama, 2016), las historias de castillos encantados se adaptan a nuestro propio sistema de representación, y ahí emerge “la idea de un cuerpo que desaparece”como alegoría de los crímenes de lesa humanidad.
Si bien la literatura de terror en Argentina no constituye una tradición, como lectora de género, no deja de identificar exponentes: “Para mí hay mucho en escritores que, en su momento, no fueron leídos como terror: por ejemplo, Informe sobre ciegos de Sábato es una novela de terror y súper incorrecta, además, porque si ahora le decís a un editor: ‘quiero escribir una novela donde los malos son ciegos’, te dicen: ‘No, de ninguna manera, tendríamos 17 millones de juicios’. Hay varios cuentos de Cortázar que, para mí, son exclusivamente de terror e incluso en Silvina Ocampo, que aunque no sea una escritora de terror, está súper loca y es perturbadora”.
En cuanto a las tradiciones de la cultura local que usa para traducir el terror, señala el cristianismo invertido o el satanismo. Dice que le sirven, hasta cierto punto, pero que lo que más le funciona en esa búsqueda son nuestros santos populares: “El gauchito gil, por ejemplo, así de lindo y tan rojo, es todo sangre”, explica, y abre las manos, como sosteniendo un cuerpo.
“San La Muerte o cualquiera de los santos populares me sirven políticamente porque, de alguna manera, invaden las ciudades con los migrantes y con su irracionalidad. Entonces ahí puedo trabajar con esa cosa un poco plebeya, que me fascina, de los bordes.”
Políticamente incorrecta en todo o casi todo –ella persigue una estética, pero también una ética; más, cuando es no-ficción- , incluso en sus modos de abordar a las mujeres: “En mis historias los hombres tienden a ser irrelevantes o a no existir; si ellas están atrapadas, están atrapadas en sus propios mambos: tenés mujeres atrapadas en una enfermedad mental, como pasa en ‘El aljibe’ (cuento de terror hecho a pedido, en el que construye por primera vez una narradora mujer) o en ‘Nada de carne sobre nosotras’ (Las cosas que perdimos en el fuego), por ejemplo, donde hay una piba atrapada en, diría yo, una anorexia festiva -porque está contenta- o mujeres atrapadas en una historia familiar, como pasa en el ‘El desentierro de la Angelita’. Entonces: son encierros, pero ya no son los encierros de la típica mujer gótica de Charlotte Bronté, aislada en una torre, ni el de la mujer atravesada por una violencia machista; son las prisiones del gótico traducidas”, dice Mariana. “Mis mujeres, como en Bronté, también prenden fuego la casa pero eso, más que una venganza, es un modo de volver hacia la injuria que recayó sobre sí mismas”.
En cuanto a la identidad de género de sus narradores, explica: “Al principio mis narradores eran varones porque cuando sos principiante es lo primero que te sale y porque, incluso, aunque fuera fana de las Bronté, me sentía, por ejemplo, mucho más cerca de escritores como King, no sólo porque hay mayor cercanía desde lo temporal, sino también por cuestiones de sensibilidad, digo: en King hay mucho más de las mujeres de ahora, aunque sea hombre, que en Bronté”.
Enríquez va contra la corriente y al igual que muchos peces, tiene la particularidad de cambiar de género o de sexo repentinamente. La literatura, dice ella, es una cosa andrógina. Tal vez sea por eso, entre otras cosas, que su mundo -plagado de seres mutilados e híbridos amorfos- nos resulte tan hermostro.
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