La preocupación no son las dos vidas. No es el niño por nacer. No les importa que un embarazo se interrumpa y que mueran mujeres en la clandestinidad. El aborto es una práctica cotidiana instalada y aceptada por toda la sociedad desde hace muchos años. La Iglesia y el resto de los conservadores estaban tranquilos conociendo esta realidad. La amenaza real para estos sectores es que el aborto cambie de estatus. Que deje de ser ilegal. La legalización implica legitimar. Legitimar el derecho de las mujeres sobre sus cuerpos. El cuerpo en disputa no es el del niño por nacer. Él es sólo la excusa, la razón meramente empática para poder llevar adelante esta cruzada mentirosa. El territorio en disputa son los cuerpos de las mujeres, porque sobre ellos, y la concepción de maternidad, se construyeron los mandatos sociales desde donde se erigieron los pilares fundamentales de la sociedad conservadora. Legalizar el aborto significa el debilitamiento del relato y de la concepción del mundo de los sectores conservadores. Esto se traduce en pérdida de poder. Legalizar el aborto es el Estado que de manera oficial dice: "Señores, el útero vuelve a ser de la mujer y también todas las decisiones que pesen sobre él".
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