"Therese se sentó a una de las mesas y su cuerpo se relajó dolorosamente. Enterró
la cabeza entre sus brazos, sobre la mesa, súbitamente débil y soñolienta, pero al cabo
de un segundo empujó la silla hacia atrás y se levantó. Sintió aguijones de terror en
las raíces del pelo. De alguna manera, hasta aquel momento había estado
engañándose, imaginándose que Carol no se había ido, que al regresar a Nueva York
volvería a ver a Carol y todo seguiría, tendría que seguir siendo como antes. Miró
alrededor, nerviosa, como buscando una contradicción, una rectificación. Por un
momento sintió que el cuerpo se le podía hacer añicos, pensó en arrojarse a través del
cristal los ventanales que atravesaban la sala. Miró el pálido busto de Homero, las
cejas enarcadas e inquisitivas, subrayadas débil mente por el polvo. Se volvió hacia la
puerta y vio por primera vez el cuadro que colgaba encima del dintel.
Era sólo parecida, pensó, no exacta, no exacta, pero el reconocerla la había
conmovido hasta la médula, y mientras miraba el cuadro crecía la sensación. Se dio
cuenta de que el cuadro era exactamente el mismo, sólo que mucho más grande, el
mismo que había visto tantas veces cuando era pequeña. Estuvo colgado mucho
tiempo en el pasillo que llevaba al cuarto de la música. Era una mujer sonriente
ataviada con el recargado vestido de alguna corte, con la mano apoyada en la
garganta y la arrogante cabeza levemente vuelta, como si el pintor la hubiera atrapado
en movimiento, de manera que incluso las perlas de sus orejas parecían moverse.
Conocía las breves y bien moldeadas mejillas, los carnosos labios de coral que
sonreían hacia un lado, los párpados contraídos con un matiz burlón, la frente fuerte y
no muy larga que incluso en el cuadro parecía proyectarse un poco por encima de los
ojos vivaces, que lo sabían todo de antemano, que sonreían y provocaban simpatía.
Era Carol. En aquel largo momento en que no podía apartar los ojos del cuadro, la
boca sonrió y los ojos la miraron burlones, se levantó el último velo y reveló el matiz
burlón y malicioso, la espléndida satisfacción de la traición consumada.
Con un estremecimiento, Therese desapareció bajo el cuadro y bajó la escalera
corriendo. En el vestíbulo de abajo, la señorita Graham le dijo algo, una pregunta
ansiosa, y Therese se oyó contestarle con un estúpido balbuceo, porque aún estaba
estremecida, sin aliento, y pasó junto a la señorita Graham para salir corriendo del
edificio."
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