El reino perdido de Juan Filloy, memorias de su infancia
Uno vuelve siempre a los viejos sitios donde amó la vida, dice laCanción de las simples cosas que escribió Armando Tejada Gómez y que casi todo el mundo ha escuchado en la voz de Mercedes Sosa. Ese espíritu, si hay algo así como un alma que se le pueda atribuir a un libro, es el que sopla en Esto fui (Memorias de la infancia), el extenso y fragmentario relato autobiográfico de sus primeros años que Juan Filloy(1894-2000) escribió después de cumplir los 100.
Salvo algunas menciones de sitios cercanos como El Abrojal, Pueblo General Paz es el territorio exclusivo de esta biografía magnetizada por la evocación de una especie de arcadia infantil, en la que los juguetes brillaban por su ausencia y el cariño familiar era más bien árido, apenas expresado en dulzuras casi invisibles y rigores que debían traducirse obligatoriamente en amor y afecto.
Nunca se dieron en la familia Filloy a rituales modernos como celebrar un cumpleaños, ir a una fiesta o poner música. El encantamiento estaba, sin embargo, a la mano. El río Suquía, por entonces un caudal cristalino que mecía berros, nenúfares y ramas de sauce llorón en sus orillas, donde era posible pescar anguilas, era el escenario de una y mil aventuras de la pandilla de párvulos que el escritor integraba.
Filloy para todos
La primera edición de estas memorias salió en 1994. Después de décadas sin volver a ver la luz, UniRío Editora, el sello de la Universidad Nacional de Río Cuarto, publica una edición ampliada que suma registros fotográficos nunca antes divulgados, reproducciones de un puñado de cartas, de pinturas realizadas por Filloy y de fragmentos hallados en una carpeta destinados a una segunda edición que el autor cordobés tenía en mente.
El libro integra la Colección Filloy que dirige desde 2016 Candelaria de Olmos, especialista y amorosa investigadora de los archivos del escritor, autora además para esta edición de un extenso ensayo introductorio y de las apostillas que se entretejen la obra aportando una mirada precisa y apasionada.
El arte de tapa mimado por toques artesanales es una de las señas particulares de estas ediciones. El grabado en blanco y negro del perfil del autor, realizado por Franklin Arregui Cano, fue intervenido en esta ocasión por la artista Ileana Gonella.
En 2020, la colección tendrá dos títulos más: Op Oloop, con prólogo de Valentina Cervi, y ¡Estafen!, con prólogo de Sandra Gasparini.
Los prólogos exhaustivos a cargo de diversos especialistas son un aporte decisivo para entrar en contacto o profundizar el periplo por el abigarrado universo de la obra de Filloy, compuesta por más de 50 libros, y que muchas veces recibe menos atención que sus récords en la construcción de palíndromos, extravagancias como su afición a los títulos de siete letras y el recuerdo de las rarezas y la actividad hiperkinética (fundó clubes y bibliotecas, ejerció como juez, se carteó con Freud, recibió elogios de Cortázar) de una vida que hizo pie en tres siglos.
Viaje en el tiempo
El cuento largo del niño que Filloy fue retiene anécdotas, personajes y lugares casi siempre iluminados por una luz nostálgica y tierna, prácticamente exenta de claroscuros o episodios dramáticos.
Aquello de que el tiempo pasado siempre fue mejor funciona en Esto fui como una ley narrativa de hierro que aplica al almacén de ramos generales de antaño (“el supermercado actual es una insolencia capitalista”) como el que tenían sus padres, llamado La Abundancia, donde la digna costumbre del fiado activaba una confianza y una solidaridad luego perdidas.
Aplica asimismo a los juegos y las picardías de los niños que correteaban en un siglo 20 recién inaugurado, a los carnavales y los bailes de los negros, a las fogatas de San Juan, a los chirlos oportunos y educativos e incluso a las maneras de hablar con decencia que eran espejo de modales. “Jamás bajó del usted en el trato conyugal”, escribe Filloy en la dulce evocación de su madre y del amor callado que la unía a su padre.
El anecdotario se libera de los escrúpulos cronológicos. Viborea fragmentariamente siguiendo “los caprichos del anciano enternecido con su propio pasado”, anota Candelaria de Olmos. Y ajusta el diagnóstico sobre la nostalgia de Filloy, un rasgo persistente que emerge ya en Periplo, su primer libro, de 1931, que inaugura la tensión entre la belleza del pasado y la fealdad del presente.
Tampoco es una novedad el gusto de Filloy por revivir criaturas lingüísticas extrañas, desconocidas, pocas veces vistas, capturadas en las capas geológicas menos frecuentadas del diccionario. De allí que Esto fui pueda ser un viaje en el tiempo que incluye un alucinante viaje por el lenguaje.
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