17 de noviembre de 2019
POESÍA. Adiós a la poetisa Gilda Di Crosta
Mapas de amor, palabras y luz
La cultura perdió con la partida de esta poeta, editora, y docente que centró su obra en construir amor y vencer al silencio
Di Crosta, en 2009, cuando publicó su primer libro de poemas.
Imagen: Rosario/12
Imagen: Rosario/12
Quizás le hubiera gustado verse retratada, como postal de despedida, en una instantánea. Fue el día en que la conocí. Volvíamos en taxi calle arriba desde Beatriz Viterbo, la editorial de nombre borgeano donde ella, profesora de Letras de la Universidad Nacional de Rosario, trabajaba como correctora. La conversación no quería terminarse y ella, ya desde la vereda, asomando al interior su leonina cabeza (melena dorada y ojos clarísimos de mirada vivaz), repitió una vez más con incongruente entusiasmo una frase: "la imposibilidad del amor". Era sobre lo que quería escribir, me decía. Pero el amor fue posible y necesario para Gilda Di Crosta (Capitán Bermúdez, 1966 - Rosario, 13 de noviembre de 2019). Su vida fue amor, su hacer fue amoroso tramar de rizomas en diálogo con gente querida.
Sus poemas de Amarino (Iván Rosado, Rosario, 2017) están tejidos en un ida y vuelta de preguntas y respuestas con su hija; el guión de diálogo es ahí un elemento constructivo, un nexo conector, una puntada que une. Editado por Lila Siegrist y Georgina Ricci,Casi boyitas (Yo soy Gilda Editora, Rosario, 2012) fue escrito y pintado en colaboración con su compañero Daniel García. Empezó como un mensaje de texto que ella le envió a la barcaza donde transcurría la expedición Paraná Ra'Anga, en marzo de 2010. El libro testimonia esa conversación íntima entre imágenes y palabras. Lo atraviesan fantasmas del pasado reciente, al igual que a otra de sus colaboraciones, la exposición Flores alimentadas de cenizas (Museo de la Memoria de Rosario, 2017). Allí, en el capítulo 4 del ciclo Presente continuo, con curaduría de Hernán Camoletto, se expuso su poema más extenso: "Bailaba un fuego". Este evoca con extrañado lirismo una quema de libros presenciada en la niñez; las "casi boyitas" del otro libro aludían a cabezas de desaparecidos. En el mismo año de Casi boyitas ella había publicado su segundo libro de poemas, Umbra y otros poemas de marzo (Alción Editora, Córdoba, 2012), que no llegó a nuestras manos.
La generación de Gilda y de Daniel creció cerrando valijas de quienes partían al exilio, oliendo la muerte en las calles (hay que poder seguir diciendo: "la última" dictadura). La vida, para Gilda, no era lo dado, el amor no era lo dado; eran lo que había que cuidar y sostener. La intimidad fue habitada humildemente como militancia existencial. Vivir y amar eran uno, hacer y estar eran uno. Siempre en diálogo, en tejido, en rizoma; siempre reescribiéndose y reinventándose. Cuando el primer mazazo de la enfermedad le deshizo la memoria del lenguaje (a ella, nada menos que a ella, que tenía publicado un primer poemario neo modernista de alta gama), respondió recobrándolo con esa jugada vanguardista hermosa que fue su libro Amarino, donde explora la belleza de las fisuras cavadas por los olvidos de palabras y cuyo título es una palabra que se inventó sola.
La generación de Gilda y de Daniel creció cerrando valijas de quienes partían al exilio, oliendo la muerte en las calles
Desde esa nueva playa casi sin idioma ella se reía con modestia de las tonalidades solemnes de aquel primer poemario, Hueco reverso (Huesos de Jibia, Buenos Aires, 2009). Pero eran versos pulidos, de síntesis perfecta: "Hoy, entre tanto, /estaba/ sin condición, /ritual espera de ser". Hacia 2017 había comenzado a dibujar en un taller; volvía sobre sus manuscritos y los "vandalizaba", como ella decía. Jugaba un juego serio, ella que de niña presenció la incineración de su herencia cultural: "Bailaba un fuego en el tambor metálico/ como una bocanada de dragón/ que ingería papel, libros, letra peligrosa. / La gravedad parecía ausente/ los restos flotaban y retrocedían/ papel cangrejo/ cuando se quema/ -una desintegración sin vuelta".
Gilda Di Crosta, como poeta, será recordada como aquella que tres veces se enfrentó al silencio y tres veces lo venció. Al silencio de la represión totalitaria, siendo aún una niña ante el fuego y ya una adulta con una triste memoria del agua; al silencio de lo inefable, que en sus primeros libros transmutó en duro buril para inscribirse en el "hueco reverso" de la tradición; al silencio del daño orgánico, contra el cual luchó por reinventar lalengua como nuevo idioma de neologismos o un habla del Edén, a partir de las charlas con su hija niña que testimoniaAmarino. También enseñó literatura, reseñó libros para el Diario de Poesía, participó en antologías electrónicas de la nueva poesía y editó dos libros en colaboración con Osvaldo Aguirre.
Su muerte es una pérdida irreparable para la cultura del país y de la ciudad, y también para la vida y el corazón de quienes la quisimos, y que tanto nos alegrábamos de ver esa sonrisa solar con la que iluminaba todo al llegar; creímos (¡como siempre ganaba!) que Gilda Di Crosta iba a ser eterna, como el sol. No nos rindamos ante este último silencio traidor que ahora la ha alcanzado; no dejemos que la venza. Acunemos sus palabras, como un mapa de amor y luz para seguir
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