Ida Vitale, verso libre del Cervantes
La poeta uruguaya, de 95 años, es la quinta mujer que recibe el premio. “Mi país siempre ha sabido reconocer el talento femenino. No hemos estado en segundo plano”, recalca
Madrid / Montevideo
Ida Vitale cumplió 95 años hace dos semanas y está recién instalada de vuelta en Uruguay, su país natal, tras cuatro décadas de exilio. Su actividad, sin embargo, está lejos de ser la de alguien que se retira. Ayer tenía previsto intervenir en la feria del libro de Maldonado, en Punta del Este, antes de volar la semana que viene a Guadalajara (México), a 8.000 kilómetros de Montevideo. Allí recogerá el premio FIL de literatura en lenguas romances. A ese prestigioso galardón se le sumó ayer el Cervantes, el más importante de la lengua española, dotado con 125.000 euros. Es la quinta mujer en ganarlo desde que el premio echó a andar en 1976. En 1980 lo obtuvo el otro uruguayo del palmarés, Juan Carlos Onetti. Desde 1996 se había instaurado la tradición no escrita de alternar autores latinoamericanos y españoles, pero Vitale se sumó ayer al nicaragüense Sergio Ramírez, que lo recibió en año pasado.
“Los españoles siguen igual de locos que en la época de la conquista”, exclamó la escritora al recibir la noticia del ministro de Cultura, José Guirao. El próximo 23 de abril tendrá que acudir a recogerlo a Alcalá de Henares. Será otro viaje más para una mujer que no ha parado desde que en 1974 abandonó su país camino de México. Le acompañaba su segundo marido, el poeta Enrique Fierro. El primero, y padre de sus dos hijos, había sido el crítico Ángel Rama, fallecido en el célebre accidente del avión de Avianca que tuvo lugar en el aeropuerto madrileño de Barajas en noviembre de 1983 y que también se cobró la vida del escritor peruano Manuel Scorza y del mexicano Jorge Ibargüengoitia.
Vitale y Fierro se decidieron a dejar Uruguay cuando la dictadura militar pasó de perseguir a la guerrilla urbana de los tupamaros para hacerlo con cualquiera que pareciera “remotamente” de izquierdas. Por ejemplo, por andar entre libros. Atrás quedaba un país que durante décadas había sido, dice, una “democracia perfecta” de la que ella misma se considera fruto: buena educación pública, sin grandes desigualdades sociales, nacionalismo ni excesivo machismo. Anoche, atendió a este diario por teléfono para añadir: “Uruguay siempre ha sabido reconocer el talento femenino. No he tenido nunca la sensación de que las mujeres aquí hayan estado en segundo plano. Quizá tenga que ver con el laicismo. Desde que yo era chica había profesoras y diputadas. Es verdad que no hemos tenido ninguna presidenta, pero eso no se la deseo ni a mujeres ni a hombres”, bromeó.
Si en su país había sido alumna de José Bergamín, exiliado republicano con el que siempre se ha sentido en deuda, en México contó con la amistad de Octavio Paz. Aunque es eminentemente poeta —se estrenó en 1949 con la Luz de esta memoria—, ha publicado tanto prosa como traducciones. En el libro Léxico de afinidades (1994) ordenó alfabéticamente las palabras que forman su particular diccionario: de ajo a zeppelin pasando por Borges, tristeza, gato o locura. Lectura: “Espejo ilusorio donde lo consumido nos consume”. Poesía: “Las palabras son nómadas; la mala poesía las vuelve sedentarias”. La reflexión sobre los límites de la palabra atraviesa la poesía de Ida Vitale, que aprendió una cosa de Juan Ramón Jiménez y dos de Rubén Darío. Del primero, a corregir sin parar, a borrar. Del segundo, a “decir todo lo que pretendía sin sacrificar sutileza y belleza. Y sin vanidad”. “La hoja en blanco / atrae como la tragedia, / traspasa como la precisión, / traga como el pantano, / te traduce como lo hace la trivialidad, / te engaña como solo tú mismo puedes hacerlo”. Eso dicen unos versos deReducción del infinito, título con el que la editorial Tusquets la dio a conocer en España en 2002, cuando ya tenía 79 años. No es raro que, como dijo en una entrevista a este diario, considere que no existe una comunidad literaria iberoamericana.
Cronología inversa
La misma editorial publicó en 2017, en edición de Aurelio Major, su Poesía reunida, un volumen de 500 páginas ordenado según la costumbre de la autora: en orden cronológico inverso. Allí se recogen libros como Mínimas de aguanieve(2015), Trema (2005), Procura de lo imposible (1998), Oidor andante (1972),Cada uno en su noche (1960) o Palabra dada (1953).
En 1984, cambió México por Estados Unidos. Vivió en Austin hasta que hace unos meses volvió a Montevideo. En mayo de 2016 murió su marido (“alguien que no puede ser sustituido”, decía ayer). Empezó a empaquetar su vida sin dejar de hacer y deshacer maletas. Ese mismo año recibió el García Lorca como antes el Reina Sofía (2015) y el Alfonso Reyes (2014). Tal suma de premios le hace gracia: se imagina al jurado calculando la edad que tiene para llegar a tiempo de hacerle justicia.
No conocen su vitalidad ni su capacidad de trabajo: hace apenas unos meses publicó sus “memorias mexicanas”, Shakespeare Palace (Lumen México). Si su poesía es una de las más serias de las letras de hoy, ella es una de las poetas con humor más fino en el parnaso actual. Siempre tiene varios libros entre manos y siempre los termina. También termina los que empieza a leer. Por disciplina y, reconoce, por “espíritu venenoso”: por ver cómo se derrumban cuando no le gustan. Así se las gasta, con premios y sin premios, Ida Vitale.
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