martes, 7 de mayo de 2024

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Orhan Pamuk: el regreso del Pachá de las letras turcas

Orhan Pamuk nació en Estambul, el 7 de junio de 1952.

Orhan Pamuk nació en Estambul, el 7 de junio de 1952.

FOTO:EFE

A propósito de su nueva novela Las noches de la peste, el nobel de literatura habla de sus pasiones.

JORGE IVÁN PARRA*
'Las noches de la peste', la novela más reciente del genial escritor turco Orhan Pamuk (Premio Nobel de Literatura 2006) es una monumental obra de dimensión no solo ciclópea, sino también enciclopédica que le tomó al autor diez años de trabajo, es la plena demostración de que la literatura (Roland Barthes dixit) hace girar todos los saberes. Aquí hay de todo, como en botica; como en las boticas de Minguer, principal espacio narrativo del libro.
Saberes concernientes a la historia, la política, la ciencia, la gastronomía, la navegación, las religiones, el arte; por supuesto, la epidemiología (sin lo cual hubiera sido imposible la verosimilitud de la obra); saberes sobre diversas prácticas sociales y discursivas, y un saber en farmacología, en su prístina doble acepción griega ‘farmakon’, pues este opera tanto como remedio como veneno; tanto para curar como para matar:
Por aquellos años, las anticuadas herboristerías que vendían remedios tradicionales, especias, hierbas, raíces, venenos, opio y otras drogas, rivalizaban con las modernas farmacias que actuaban conforme a la ciencia médica. A propuesta de Bonkowski Bey, con el apoyo inicial de Abdülhamit, se elaboró un nuevo reglamento farmacéutico por el que se prohibía la venta en herbolarios, ni siquiera con receta, de venenos, drogas y sustancias nocivas”.
El título de la obra hace pensar en que su trama recae únicamente en la propagación de una plaga; pero no es así. La novela, perfecta combinación de realidad objetiva y realidad imaginaria, es, entre otras tantas cosas, un curso sobre la geopolítica de finales del siglo XIX y comienzos del XX, pero, sobre todo, la historia del Imperio otomano, con especial énfasis en su decadencia, la cual siempre le llega a todo imperio que traga más de lo que puede digerir. Pamuk no solo describe los hechos, sino que logra toda una hermenéutica interpretando y explicando de qué manera un imperio como el otomano, de seis siglos de antigüedad, incubó en sus entrañas (por eso el zar de Rusia lo llamó “hombre enfermo”) el virus de su propia destrucción:
“El Estado otomano sufrió la pérdida de amplios territorios y países (Serbia, Tesalia, Montenegro, Rumania, Bulgaria, Kars o Ardahan) en una guerra que se declaró nada más ocupar el trono (…). En 1901, el Estado otomano contaba en toda su amplia geografía con una población de diecinueve millones de personas. De ellos, cinco millones no eran musulmanes y, aunque pagaban muchos más impuestos, seguían siendo tratados como ciudadanos de inferior categoría, lo que los llevó a reclamar ‘justicia’, ‘igualdad’ y ‘reformas’ y a pedir ayuda y protección a los países occidentales”.
Aparte de lo anterior, quienes gobernaban las provincias, ante las protestas de griegos, cristianos y armenios, se dedicaron a responder como es de ley en todos los gobiernos totalitarios del mundo, esto es, con represión, torturas, asesinatos y purgas, lo que da pie a Pamuk para mostrar que cuando la única forma que tiene un gobierno para sostenerse es la fuerza, el terror y la violencia, llega el momento en que todo son estertores de animal moribundo. En ese sentido, con todo y que el referente fuerte de la novela son varias epidemias o plagas, esta es una alegoría de lo que el filósofo alemán Peter Sloterdijk denomina “las epidemias políticas”.

Una isla imaginada pero real

El libro de Pamuk es editado por Literatura Random House.

El libro de Pamuk es editado por Literatura Random House.

FOTO:Archivo particular

La trama de la novela se despliega en una amplia franja del Mediterráneo y tiene como epicentro la isla de Minguer, cuya ubicación, más estratégica no puede ser: hacia el este está a tiro de cañón de Chipre; hacia el oeste, a tiro de ballesta de Creta y hacia el norte, a tiro de piedra de Atenas. Oteando el horizonte desde las terrazas de sus palacios y desde sus roquedales se pueden divisar Alejandría y Esmirna. Pero ¿por qué una isla ficticia en medio de una geografía real? Recordemos que una novela es básicamente metáfora y alegoría, que es lo que determina su carácter literario y su poeticidad; se dice, no de forma directa, sino aludiendo y, en este caso, el nobel turco alude a que, respecto al imperio, una cosa era lo que había en los mapas y otra era la realidad. En los años de su decadencia, el Estado otomano fue perdiendo territorios como si lo devorara una plaga, solo que la plaga era política; pero la falta de lo que Freud llamaba “principio de realidad” por parte del sultán Abdülhamit y su misma soberbia le impedían reconocer que los mapas de su territorio eran ya obsoletos, mejor dicho, ficticios como la isla de Minguer. Por ejemplo, Chipre ya estaba bajo control inglés desde 1878; los franceses se hicieron con el dominio de Túnez en 1881 y al año siguiente, con el pretexto de que los cristianos de Alejandría estaban bajo amenaza debido a las revueltas antioccidentales, los ingleses (que después de Trafalgar se habían erigido como la gran potencia) arrimaron su poderosa flota, bombardearon y “ocuparon Egipto, que aún aparecía como posesión otomana en el mapa”. Como dice Vargas Llosa, “la novela es el arte de decir la verdad por medio de la mentira”.

Pero más allá de que la isla sea una invención de Pamuk, nada de lo que ocurre en ella lo es, no en sentido estricto, pues lo que Pamuk narra y describe es verosímil y apunta a realidades esenciales. ¿Desde cuándo los gobiernos han dejado de mentir para ocultarle al pueblo lo que ocurre, como descaradamente lo hace el gobernador de Minguer a quienes investigan? “–¡Por supuesto que no hay una epidemia en nuestra ciudad –comentó Samí Pachá–. Y menos la peste. Dios no lo quiera (…). Se propagan toda clase de bulos, se dice que ‘hay un brote cuando no lo hay’, y se asegura que ‘no hay un brote’ cuando sí lo hay”.
Y luego, al mejor estilo de gobernantes de hoy, que no hay que ir muy lejos para encontrarlos, con mayor cinismo y desparpajo añade: “–¡Como la gente de Minguer no es pendenciera, aquí se han inventado la historia esa de la epidemia!”. ¿Desde cuándo ha dejado de demostrar una epidemia que todos (no solo los pobres como ahora perversamente se dice) somos vulnerables y que, así como es un problema de salud pública, es también un asunto ético? “Las flechas de la plaga no van a hacer distinción entre musulmanes y cristianos. Si los musulmanes no respetan la cuarentena, no solo morirán ellos, sino también los cristianos”. Y, ¿desde cuándo a quien quiere esclarecer los hechos (negados por el gobierno) no se le hace seguimiento, no se le tiene en la mira? “Hoy conocemos todo lo que se habló durante ese encuentro en la farmacia de Nikiforo gracias a la transcripción, palabra por palabra, que hizo desde la sala contigua un espía del director de inteligencia”.
Huelga decir que es por esto último que la inmensurable novela del genial escritor turco es también una novela policiaca y que por eso sus protagonistas son una pareja que nos recuerda la conformada por William Baskerville y Adso de Melk, en El nombre de la rosa. Ellos son el farmacólogo Bonkowski Pachá y su ayudante el doctor Ilias, que no se le despega nunca y anda siempre con su caja cuyo contenido es “un laboratorio portátil ideado para identificar los microbios del cólera o de la peste, distinguir el agua contaminada del agua potable y, con esa excusa, testar y probar todas las aguas del Imperio”.
La pareja, desde luego, expone su integridad, porque, sabedora de que las ratas son transmisoras del microbio y por ello hay que sacarlas de donde estén y eliminarlas, así mismo hay otro tipo de ‘ratas’ que son tan peligrosas como aquellas; no solo contaminan, no solo arramblan con todo, sino que son en sí mismas la peor de las plagas.
En 2006 Pamuk ganó el Premio Nobel de Literatura como un escritor que, “en búsqueda del alma melancólica de su ciudad natal, ha encontrado nuevos símbolos", dijo la Academia Sueca.

En 2006 Pamuk ganó el Premio Nobel de Literatura como un escritor que, “en búsqueda del alma melancólica de su ciudad natal, ha encontrado nuevos símbolos", dijo la Academia Sueca.

FOTO:EFE

El gozo de escribir

En un encuentro virtual con periodistas y críticos literarios escogidos de Hispanoamérica, al que asistió EL TIEMPO, Orhan Pamuk nos habló sobre lo mucho que goza de su oficio de escribir; se diría que es un escritor que, más que escribir para vivir, más bien vive para escribir.
Lo primero, fue declararse gratamente sorprendido por la oportunidad de poder hablar ante un auditorio tan gigante, ubicado en tantos lugares del mundo al mismo tiempo. “El coronavirus es horroroso, pero trajo algunas ventajas, como el Zoom” (Risas).
Lo dijo desde su refugio, rodeado por todos lados de libros en estanterías, y ampliamente iluminado, desde donde el escritor alcanza a divisar las cúspides de las mezquitas de Estambul, con el imponente Bósforo al fondo.
Y como le ocurrió cuando finalizaba su novela Nieve, en 2001, cuya trama hace pensar en los atentados acaecidos en septiembre de ese año en Estados Unidos, la sorpresa de Pamuk no fue menor al ver que con 'Las noches de la peste' le sucedió algo similar.
“En esta novela, cuando descubrí que la pandemia existía, no borré nada. Lo que hice fue reducir un poco las descripciones de las cuarentenas porque ya todo el mundo sabía cómo funcionaban. Pero durante un momento tuve la sensación de que mi mundo de escritura se convertía en un mundo público. Y eso me dio celos de la realidad”, confesó.
Al reflexionar sobre por qué escogió como voz principal de la novela a una mujer, Pamuk no duda en afirmar que a medida que se hace mayor, ha tomado la decisión ética de ver el mundo a través de los ojos de narradoras femeninas.
“Que nadie piense que ha sido escrita por mí sino por una mujer. Creo que es una cuestión no de corrección política porque no me gusta ese término. Yo soy un hombre de Oriente Próximo y conozco toda esa estupidez. En 'Me llamo rojo' tenemos también la mirada femenina con la protagonista, que tiene el mismo nombre de mi madre y que hablaba desde su cocina”, comenta.
A partir de ahí, podría decirse que la charla de Pamuk derivó en una verdadera clase magistral sobre creación literaria, en la que un gigante como él compartió con alegría cómo van surgiendo de sus dedos, como la costurera que va dando vida a un elegante vestido, puntada a puntada, las costuras que tejen las tramas de sus novelas. Esas que nuestro nobel García Márquez disfrutaba descubriéndoles a sus autores favoritos, como alguna vez lo confesó.
Por ejemplo, para la investigación de 'Las noches de la peste', una obra que navega entre la novela histórica y la ficción, Pamuk explica que se basó en las memorias de los burócratas otomanos que fueron expulsados y luego se dedicaron a escribir una serie de novelas, perdidas en los anaqueles de bibliotecas. “Creo que nadie los había leído aparte de mí”, anota con humor.
Una segunda fuente de información se la dieron los informes de médicos británicos coloniales, que vivieron de primera mano la famosa peste bubónica en Bombay y Hong Kong, que daban cuenta del drama humano traducido al lenguaje médico.
Con todo ese acopio de información, el escritor turco explica que se lanzó al gran océano en blanco, con una historia central que fue nutriéndose de otras subhistorias. Y volviendo a echar mano de su humor, afirmó: “Necesitaría un semestre como profesor para explicar esta pregunta”.
Entonces, entra la imaginación a trabajar, a hacer más grande ciertos hechos, exageras, das atributos a un personaje y a otro. Luego entran las conexiones que relacionan con otros sucesos. Tienes que estar rodeado todo el tiempo de libros y trabajar mucho. Al final estaba escribiendo once horas al día. Mi esposa volvía a casa y yo le leía lo que había escrito durante el día. Así ha sido mi vida estos últimos 48 años. ¡Y muy contento, por cierto!”, afirmó con una gran sonrisa dibujada en su cara.
Sobre el famoso “fantasma” que se suele posar sobre los escritores que son “bendecidos” con el Nobel de Literatura, y que al parecer “los bloquea” en sus carreras profesionales, Pamuk lo califica como “un cliché”. La mejor prueba de eso es que, a pesar de haberlo recibido tan joven (tenía 54 años), no ha sido impedimento para continuar dándoles vida a verdaderas ‘catedrales’ de la literatura universal.
“Esta novela la traigo en mi cabeza desde hace 40 años. Y ahora escribiré una que tengo en la cabeza desde hace 35 años. Para mí el Nobel no fue ningún castigo. Me sentí muy feliz y me hizo trabajar incluso más duro. Cuando gané el Nobel me traducían a 46 lenguas y ahora a 60. Así que me siento muy halagado por la cantidad de lectores que tengo. Todo esto me da energía y creatividad. Y como yo escribo muy lento, esto no ha sido ningún problema”, comenta.
El autor, nacido en Estambul en 1952 –el próximo 7 de junio celebra sus 70 años–, confiesa que sigue unos rigurosos métodos tanto de investigación como en la escritura de sus novelas
“A medida que me hago mayor me doy cuenta, comparado con otros escritores, que planifico mucho. Cuando era más joven no planificaba tanto. Pero ahora tengo muchos libros no escritos. Escribo todo el tiempo para novelas futuras. Es natural que a medida que te haces mayor hay muchos libros no escritos. Yo tengo suerte porque Dios me ha dado mucha imaginación. Para mí encontrar un tema nunca es una problema. Ahora bien, ejecutarlo es otra cosa”, comenta.
Suele llevar muchísimas notas en libretas, que se van reproduciendo como “la peste de su nueva novela”, pero para fortuna de sus millones de lectores, en una gigantesca mesa central de su estudio. Algunas llevan los temas, otras los capítulos y personajes que algún día protagonizarán otra novela.
Y es que su trabajo como escritor lo compara con la fascinación eterna de un niño con sus juguetes. “Cuando eres niño, jugabas con los coches y la casas imaginarias, y el tiempo pasaba volando. Y de repente, entraba tu madre y te preguntaba en qué andabas. Y uno le decía: ‘acá estaba en mi mundo imaginario’”, relata el escritor.
“Hay gente que cree que los escritores sueñan un libro en cinco segundos y luego lo escriben. Pero no, una novela es como un árbol con pocas hojas. Luego vas haciendo crecer el tronco y así se va volviendo más preciso y más detallado”, agrega.
En ese momento, Pamuk aprovechó para hablar de otras de sus facetas fascinantes: el lector, que lo llevó a lo que es hoy. Una etapa, también, cargada de enseñanzas y reflexiones. En especial una poco conocida: su primer amor no fue la escritura sino la pintura.
“La nueva vida empieza con una frase que dice: ‘leí un libro que cambió mi vida’. No es que haya uno, porque si fuera solo uno, el impacto sería demasiado. En mis primeros años de adolescente yo quería ser pintor. Y durante seis meses intentaba imitar distintos pintores: Van Gogh, Picasso, a los impresionistas. Y cuando empecé a escribir la situación fue un poco similar. Seguí a Sartre, por ejemplo, porque mi padre me decía que lo había visto en las calles de París. A Faulkner, a Dostoyevski, que, como decía Borges, ‘es como ver el mar por primera vez’. Y leí centenares de libros. Y así decidí que no sería pintor sino escritor. Borges, Umberto Eco y García Márquez son los que leo y releo constantemente”, comenta.
El autor turco ha sido profesor invitado en las universidades de Iowa y Columbia (EE. UU.).

El autor turco ha sido profesor invitado en las universidades de Iowa y Columbia (EE. UU.).

FOTO:cortesía Penguin Random House

En cuarentena eterna

Finalmente, la trama de su nueva novela también le permitió hacer una reflexión de corte existencial sobre este momento de la humanidad.
“Creo que al final todas las pandemias han desaparecido, se van desvaneciendo; y la humanidad siempre sobrevive y se inventa, para ella misma, nuevos problemas. Está en nuestra sangre, en nuestros genes. Por eso sobrevivimos. Es cierto que hay mucha gente que ha fallecido, pero es inevitable. Sin embargo, siempre soy positivo respecto del futuro de la humanidad”, afirmó.
En ese punto de la charla, los ojos se le iluminaron. Tomó la cámara y nos mostró a todos los presentes lo que ve desde la ventana de su estudio, como diciendo “¡qué más puedo pedirle a la vida!”.
“Miren, por la ventana yo veo el Bósforo. La vida es bella. Por eso, cuando leo sobre la política y los horrores de la humanidad, siento también la obligación de leer sobre la belleza de la vida. Mi problema con esta novela es que estaba escribiendo de personas que morían sin medidas serias ni vacunas para luchar contra esta plaga y el gobierno se desmoronaba. Y para que fuera más agradable introduje el humor, la ironía y la belleza de la isla Minguer, inventada, que es una isla típicamente mediterránea”, comenta Pamuk.
Agregó que, así como puede criticar en su libros, siente la obligación, como parte de “su poética y su ética”, de contar la belleza. “Pasear por la calle, ver el Bósforo, conocer a una persona interesante, estar debajo de un árbol. Disfruto de la vida y espero seguir disfrutándola. Parte de mi alegría se relaciona con el hecho de ser escritor”.
La cuarentena no lo afectó, pues en cuarentena se la ha pasado desde hace medio siglo dedicado a la literatura; vive prácticamente dentro de sus novelas, habitando los mundos que él mismo crea o recrea a la medida de su imaginación. Esa es la razón por la cual sus novelas casi siempre son enciclopédicas; extensas, cual verdaderos sucedáneos de la vida y casi todas son obras maestras, desde 'Cevdet Bey e hijos', la primera que escribió; algunas como 'Me llamo rojo' y 'El castillo blanco' exhiben ese prurito histórico que lo caracteriza, como también ese toque exótico, muy propio de su cultura.
“Durante 40 años he estado confinado, porque eso es un novelista. Un confinamiento autoimpuesto. Y a veces cuando estás tan adentro parece que el mundo es bello; pero luego sales y te das cuenta de que el mundo es mucho más bello. Supongo que hay un niño en mí que me sigue motivando”, concluye.
Y ya que estamos en el centenario de la gran novela de Joyce, nada descabellado sería aventurarse a decir que 'El libro negro, de Pamuk', es una especie de 'Ulises' turco. Con Las noches de la peste, tal vez la más grata novedad que ha llegado recientemente a las librerías, el autor de otras maravillas como Nieve, El museo de la inocencia y Una sensación extraña demuestra, una vez más, que el premio Nobel que le auguró su padre cuando leyó sus primeros esbozos fue más que merecido. No solo es uno de los mejores novelistas de nuestro tiempo, sino todo un pachá de las letras turcas. L
JORGE IVÁN PARRA*
*Crítico literario, autor del blog
‘De libros y autores’ de EL TIEMPO y profesor de las maestrías de Literatura y de Filosofía Latinoamericana
de la U. Santo Tomás.

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