martes, 15 de enero de 2019

Envidian la alegría de ser un blanco móvil

SÁBADO, ABRIL 14, 2012


dorothea tanning / poema



Dorothea Tanning, Casiopea


mujer saludando a los árboles

Lo normal es que nadie
se dé cuenta al principio.
Me ha dado por maravillarme
de los árboles del parque.
Algo puedo deciros:
son hermosos
y lo saben.
También están exhaustos,
cientos de años
atascados en el mismo lugar:
hermosos paralíticos.
Cuando estoy a sus pies
sienten que los observo,
miran cómo agito mi necia
mano, y envidian la alegría
de ser un blanco móvil.

Los ociosos que pueblan los bancos
empiezan a fijarse.
«Hay gente para todo…»,
se oye decir.
Muchos tienen los ojos
perdidos en el suelo,
como si de verdad no hubiera nada
que mirar, hasta que
ahí va esa mujer
saludando a las ramas
de estos viejos árboles. Alzad
la frente, amigos, mirad arriba,
puede que veáis más
de lo que nunca os pareció posible,
justo ahí donde algo
la saluda tal vez para decirle
que ha visto lo maravilloso.



El pasado 31 de enero, justo un día de antes de que muriera la poeta Wislawa Szymborska, falleció en Nueva York la pintora, escultora y escritora norteamericana Dorothea Tanning. Tenía 101 años y sólo unos meses antes había publicado en Graywolf Press su segundo libro de poemas, Coming to That. Un libro de una vitalidad, una frescura y un buen hacer absolutamente excepcionales en alguien de su edad. No en vano, cuando publicó su primer poemario, A Table of Content, en 2004 (¡a los noventa y cuatro años!), ella se autodefinió con humor como «la más vieja de los nuevos poetas emergentes».


Foto de Peter Ross, 1998


Tanning (nacida en 1910 en un pueblo de Illinois) conoció a Max Ernst en 1942, en Nueva York, y juntos vivieron en Estados Unidos y en Francia hasta la muerte del pintor alemán en abril de 1976 (se habían casado oficialmente en Beverly Hills en 1946, en una ceremonia doble en la que también contrajeron matrimonio Man RayJuliet P. Browner). Aunque Tanning se había hecho ya una reputación como ilustradora y pintora de vanguardia durante los años previos a la Segunda Guerra mundial, las tres décadas y media que pasó con Ernst fueron decisivas para su arte. A la muerte de Ernst, cerró su estudio en la Provenza y volvió a Estados Unidos, donde siguió pintando y se convirtió en una de las grandes damas de la escena artística neoyorquina. Allí, animada en gran medida por su amistad con el poeta James Merrill, comenzó a escribir poemas. Una escritura llena de plasticidad y sabiduría vital, teñida de humor lúcido y una perspicacia poco frecuente para capturar atmósferas, luces y sombras, los infinitos matices de las relaciones humanas, el diálogo entre viejos y jóvenes… Una poesía, también, llena de inventiva formal pero siempre accesible, transparente, capaz de hacer brillar sin raros esguinces las escamas de esos peces escurridizos que son las palabras. Algo de esa transparencia es la que uno percibe en los muchos retratos fotográficos que aparecen en supágina web, algunos firmados por nombres tan ilustres como Ray, Cartier-Bresson, Hans Namuth o Sylvia Plachy, y en los que aparece siempre diez o quince años más joven, con una rara viveza acentuada por su saber vestir, esa elegancia de ciertos artistas que se adivina innata.

La muerte de Tanning ha pasado un poco desapercibida, al menos en Europa, y supongo que en parte es debido al fallecimiento, apenas un día después, de la gran Szymborska. Pero la vida de esta pintora y poeta es apasionante (la cuenta de forma memorable en sus memorias, Between Lives) y a mí me sigue asombrando la mera existencia de sus versos, escritos por alguien que había rebasado los noventa años y que sin embargo mostraba el entusiasmo y el vigor de una estudiante. Un ejemplo perfecto es este poema, «Woman Waving to Trees», que llevaba días rondándome, pidiendo ser traducido: tiene la mezcla perfecta de levedad (humorística), precisión y trascendencia que caracteriza toda su obra. Tenía otro candidato (bastante obvio en estas fechas), «No Snow», una serie de cuatro poemas breves sobre la esperanza de ver nieve en abril después de un invierno de secano, pero al final me quedé con esta mujer saludando a los árboles. Es un modelo, otro más, de cómo se puede hacer gran poesía, profunda, iluminadora, a partir de una anécdota en apariencia trivial.

El original, aquí.


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que sonríe cómplice de amor...