El cajón de las manzanas podridas, de Paula Irupé Salmoiraghi
Baltasara editora, Rosario, 2016
Es un honor para mí presentar este nuevo trabajo de Paula. Y lo es por más de un motivo. El más importante es que cuando empecé a leer el libro, ya no pude dejar de hacerlo. Es lo que espero que me suceda siempre que me pongo a leer poesía: empezar y no poder parar. Porque una lectura así me lleva inexorablemente a una relectura, y releer es alcanzar otra dimensión de la lectura, en la que libro y lector se entienden con sólo mirarse. Ya en esa instancia, la atención se permite ciertos juegos, ciertos desvaríos. Es cuando las palabras dejan caer sus velos, trasluciendo lo que en realidad son: sonido, ritmo, infinita profusión de sentido. En lo personal, releo solamente los libros que me traspasan, aquellos de los que no salgo como entré, y de los que no quiero salir tampoco. Aunque suene un poco romántico esto que digo, puedo asegurar que es lo que me pasó con El cajón de las manzanas podridas.
En lo que sigue —y prometo ser breve— voy a referirme a dos o tres aspectos del libro que considero particularmente destacables. Como ya observé en la reseña que puede leerse en la contratapa, creo que se trata, por sobre todas las cosas, de una obra auténtica, quiero decir, consciente —en la medida en que es esto posible— de sus dificultades, de sus obstáculos, de sus miedos, los cuales pueden palparse como verdaderas marcas en el cuerpo textual. El cuerpo textual no deja de ser un cuerpo físico, y ante esta certeza, lejos de huir, la escritura de Paula se mantiene fiel a sí misma, gozosa, me atrevo a decir también, de enfrentarse cada vez con su propia sombra, aunque le tema. Así nace, así se hace su poesía, logrando cada vez expresar, sin tachaduras, sin rechazos cobardes, lo que es urgente aunque no se deba. En sus poemas no hay lugar para conveniencias ni reparos, cada palabra está obligada a entablar batalla, desafiante y certera, contra las feroces voces de los otros. Leemos, por ejemplo, en “Sin miedo no vale” (24):
De nada sirve
elegir el camino del bosque
si una no tiene
miedo de encontrarse con el lobo.
Para no confundirse nunca con lo que no es, el conjunto de los textos demarca, así, un territorio de sólidas inestabilidades, desde donde alcanza su propio “podrido equilibrio”:
Ufa con el equilibrio
Si de verdad hay que
buscar el podrido equilibrio
ser equitativa
inequívoca
ecuánime
equilátera,
si hay que
a pesar de todo
hay que:
prefiero,
de todos los malditos equilibrios,
el inestable.
Como si la tabla donde piso
se apoyara en el agua
y mi cuerpo fuera un caramelo
que con la lengua
llevás y traés.
Hace poco leí el discurso que dio Yves Bonnefoy en la Feria del libro de Guadalajara, en 2013, un texto a la vez simple y extraordinariamente complejo, donde el poeta francés postula una cantidad de consideraciones sobre la poesía y su rol social que ciertamente dan para reflexionar una vida. Yo voy a detenerme en una cita que dialoga perfecto, o al menos eso me pareció, con este poemario de Paula. Dijo en aquella oportunidad Bonnefoy:
La poesía está para recordarnos que todas las palabras, incluidas las que usamos automáticamente o tanto que parecen gastadas y poco relevantes, son las responsables de la realidad. Para nosotros es importante la existencia de una tierra suficiente, benéfica, que nos permita dar un sentido a nuestra existencia, que nos permita estar unidos en un lugar donde exista la vida, aunque por momentos resulte surreal. Diría que la poesía habla sólo acerca de eso, en esencia. Fundamentalmente la poesía debe decir: “Existe una Realidad”, debemos ser parte del mundo, no debemos dejarnos llevar por esa distracción que nos hace aceptar nuestras existencias como algo abstracto o resignado a la irrealidad. ¡La poesía es aquello que exige la existencia del mundo!
Cuando tuve en mis manos El cajón de las manzanas podridas, por supuesto que lo primero que hice fue abrirlo, y ahí nomás me encontré con esta dedicatoria: A todo mi ecosistema doméstico y a cada uno de sus amantes seres. (Aclaro que cuando escribí la reseña de contratapa me facilitaron una versión digital del libro, que no contenía la dedicatoria. Fue una grata sorpresa encontrarla después.) El libro, como vemos, está dedicado a un lugar donde existe la vida, “una tierra suficiente, benéfica”, como quería Bonnefoy. De algún modo, el libro es también un ecosistema, un “sistema biológico constituido por una comunidad de seres vivos y el medio natural en que viven”, según nos enseñan en la escuela. Las fotografías que a lo largo del volumen se intercalan con la letra refuerzan este sentido íntimo, doméstico más bien (relativo a la casa, al hogar) de la obra. Hay un poema, muy breve, que me gustaría leerles ahora. Lleva por título “Querida poesía:” (16), y dice:
Caé sobre mí gota a gota
horadame
haceme porosa
que no se me note
el alma de piedra.
Los poemas de Paula, al menos los que conforman este “cajón de manzanas podridas”, parecen estar escritos como a contrapelo del mundo, pero es que están luchando ―palabra contra palabra― por un mundo más real, menos firme tal vez, menos cómodo, menos seguro, pero que no esté hecho con las voces de los otros, a las cuales el sujeto de estos poemas (voz femenina que se cuenta a sí misma como otra, también, de la que se dice), de tanto resistirlas, se ha vuelto impermeable. Yo me lo figuro así, y perdonen si soy demasiado gráfico: como si estos poemas le diesen a la lengua, carcelaria, hipócrita, racista, una buena dosis de su propia medicina. Sí: son poemas que envenenan de sinceridad la lengua, y lo hacen, para mejor, con las mismas palabras con que la lengua suele envenenar de mentira y falsedad al mundo que ella nombra.
Arte poética (34)
Que todo se sacuda en vos
como el fondo con tierra
de un tarro sucio.
Que se enturbie el agua
que el poema
sea la vieja del agua
que chupa la mugre.
A quienes preferimos no salir ilesos de una lectura, este poemario nos plantea una serie de interrogantes de orden vital: ¿qué hacer cuando no nos reconocemos en el mundo en que nos movemos?, ¿cómo salvar esa peculiar escisión?, ¿puede bastarnos la rebeldía? También, y fundamentalmente, estos poemas se preguntan por la labor poética misma: ¿por qué la poesía?, ¿por qué escribir hoy poesía?, ¿por qué no más bien la nada, o sea, el silencio, o en todo caso, la resignación?
A lo largo del libro, el sujeto lírico, o imaginario, como oí que se le llama también, ensaya, prioritariamente, una reconciliación en este sentido; en el texto “La ventana” (10), por ejemplo, que cuestiona los límites entre mundos posibles: Una gota salpica el vidrio.// Si lloviera a cántaros/ me gustaría salir a mojarme toda.// Pero mi piel es de aceite/ y no hay gota o tormenta/ que la vuelva permeable. Todo/ me resbala.// Por eso me quedo/ detrás de la ventana./ La madera, el vidrio y la cortina blanca/ marcan/ claramente/ los límites/ de lo posible.
Como dije más arriba, creo que esta nueva obra de Paula lleva la marca de una clara consciencia de los límites. Y un poema, me parece, se encuentra siempre, necesariamente, entre límites; según el modo como se la use, según lo que se haga con ella, una palabra puede significar posibilidad o imposibilidad: en el límite entre negar y afirmar se hace la poesía, terreno inestable si los hay, pero que, al igual que hace un cajón, contiene y se ofrece.
Termino con este poema, que considero esencial para entender por qué un cajón, por qué de manzanas podridas, en una palabra, por qué, a pesar de todo ―a pesar del mundo de las voces de los otros―, la poesía. Diría que es, pero quizás esto no signifique nada realmente, todo un manifiesto:
Aprendiz (31)
Hay en mi pasado
gestos de mujeres que admiraba.
Mi memoria las guarda
no sé bien para qué.
Siempre fui una discípula lela
medio manca
medio renga
siempre torpe.
Ellas me enseñaban cosas
porque eran buenas y a mí
me costaba aprender.
Ellas
me abandonaron cuando aprendí.
Pablo Serr
Rosario, 13.11.2016.
Después de tres hijxs, tres casamientos, miles de viñetas y varios premios por su trabajo creativo, la humorista gráfica Laerte abandonó el mandato de la identidad masculina y transicionó a los 60 años. Un documental recién estrenado en Netflix recorre su historia desde lo personal, lo íntimo y lo político.
Por Ivana Romero
La primera ropa “femenina” que usó es, más bien, la que se sacó. Ya sabía lo que era andar con bombacha o corpiño: desde hacía tiempo vestía como hombre de día y se convertía en una diva queer algunas noches. “Lo que me saqué fueron los pelos”, revela. Y estalla en una carcajada hilarante, la misma que provocan muchas de sus viñetas. Laerte Coutinho cuenta que eso ocurrió mientras estaba recostada en una camilla, con una depiladora pasándole cera aquí y allá. “¡Mis piernas! Cuando las vi sin pelo no lo podía creer. Era otra persona, más liviana, invadiendo el mundo femenino”, dice.
Pero no, las cosas no son tan simples. Liviana sí pero distraída, nunca. “Los hombres pueden salir vestidos como quieran, en general no le prestan mucha atención a esas cosas. Las mujeres no porque no están en su propio mundo: se mueven en el mundo de los hombres. Entonces tienen que tener cuidado”, explica. Y su cabellera rubia, larguísima, flota en el aire como una incógnita.
Lo público y lo cotidiano
Lo personal, lo íntimo y lo político son tres planos superpuestos de Laerte Se, que acaba de estrenar Netlflix. Se trata de un documental que con enorme sutileza y empatía traza un perfil de Coutinho, una de las humoristas gráficas más populares y prestigiosas de Brasil, que después de tres hijxs, tres casamientos, miles de viñetas y varios premios por su trabajo creativo, abandonó el mandato de lo masculino y transicionó a los sesenta años.
Laerte Se –primer documental brasileño original de la señal de streaming norteamericana– está dirigido por la realizadora Lygia Barbosa Da Silva y por Eliane Brum, que además es escritora y periodista. A un lado y otro de la cámara –una filmando, la otra entrevistando– ellas se encargaron durante un par de años de acompañar a la artista por eventos como su retrospectiva Ocupacao en 2014 en San Pablo o el casamiento de su hija Laila.
Pero también, en situaciones de mayor intimidad, como las refacciones de su casa en San Pablo (“es una casa un poco incómoda, inadecuada como yo”, dirá ella), las visitas a su hijo Rafael para arreglar el monitor de la computadora (“yo le digo ‘papá’ y mi hijo le dice ‘abuelo’ porque venimos de una familia donde hay ocho abuelas pero ningún abuelo y Laerte dijo que bueno, que si era así estaba de acuerdo”, dirá él) o el momento donde su nieto le pide que toque la canción de Batman en el piano.
A esto se suman las consultas al médico mientras decide si se pondrá o no prótesis mamarias, su desnudez cuando se baña o se afeita las piernas, el modo en que abraza a su gata Selina intentando responder la pregunta de si ella, Laerte, es hombre o mujer.
Militancia y premios
Nacida en 1951 en San Pablo, donde vive, comenzó a publicar sus viñetas a comienzos de los setenta. Militante en un momento del Partido Comunista y con varios amigos asesinados por la dictadura, fundó la editorial Oboré, destinada a producir materiales para sindicatos. En esa época conoció a Lula da Silva.
Trabajó en revistas de cómics como Circo o Chiclete com Banana y en los noventa comenzó a publicar en varios medios; entre ellos, el diario Folha do San Pablo, donde sigue trabajando hasta ahora.
Por los ’80, se unió a los historietistas Angeli y Glauco y se transformaron en un trío mítico de la escena under: Los Três Amigos. Comenzaron a publicar una tira común con la historia de tres mosqueteros losers, que caricaturizaban formas de ser y obsesiones que, reconocerían, tenían ellos en la vida real. “Yo soy Laertón, animalesco, vil, pervertido”, decía por entonces su alter ego en esas historietas, donde Laerte se dibujaba como un mariachi flaquito y con barba.
Ganó seis HQ Mix, algo así como el Oscar brasileño de los cómics y un premio Angelo Agostini de “maestro del cómic nacional”. Además publicó varios libros; entre ellos, tres volúmenes que recopilan una de sus tiras más populares, Piratas do Tietê.
Alter-ega
Uno de sus personajes, Hugo, comenzó a usar vestidos antes que ella y de a ratos se transformó en Muriel. “A Hugo se le ve la enagua todo el tiempo porque evidencia tu deseo”, le advirtió una amiga en un momento donde el historietista investigaba en soledad en qué consistía el crossdressing y mantenía más o menos en secreto su homosexualidad. Laerte Se recoge varias de estas viñetas. Por ejemplo, una donde Muriel se toma unas pastillas para que le broten senos instantáneos. U otra sentada en la sala de espera de una clínica urológica, con tacos altos y rodeada de varones, diciendo con absoluto garbo: “Sí amigos, bajo este vestido hay una próstata como la de ustedes”.
Mujer y ya
Pero no todas han sido rosas en su vida. En 2009 falleció su hijo Diogo, de 22 años. Ella sintió que se venía el mundo abajo. “Pero decidí que iba a ser yo misma. O sea, iba a ser mujer e iba a hacerlo públicamente”, cuenta. Fue en septiembre de 2010, en una entrevista para la revista Bravo, que Laerte habló por primera vez en público sobre su travestismo. “¿Por qué un hombre no puede emprender un viaje radical por el planeta insondable de las mujeres?”, se cuestionaba en esa época. Luego vinieron sesiones fotográficas donde posó vestida y desnuda para la Rolling Stone y otras revistas, algo que vuelve a hacer en el documental para mostrar que la construcción de género es cultural, no genital. “Alguna vez dije que era hombre que exploraba el universo de las mujeres pero ahora digo que soy mujer y ya. Y reivindico no sólo la libertad de género, sino la inclusión de identidades que no son ni femenino ni masculino. También me molesta el corporativismo trans que te dice que tenés que ser de un modo u otro. A mí nunca se me ocurrió cortarme el pito, lo siento como una castración que le daría la razón a lo que justamente quiero combatir: el biologicismo” afirma.
Voz pública
La creación artística como enigma, las dudas sobre cómo construir un cuerpo que va envejeciendo por fuera de la norma y por dentro del deseo, la identidad como construcción y como derecho humano recorren también este film. El documental incluye imágenes en super 8 del archivo familiar donde se la ve de pequeño con su padre profesor y su madre bióloga, quienes nunca terminaron de aceptar su identidad femenina.
“Mi madre primero me ofreció sus vestidos pero luego me dijo que tenía miedo que me hicieran daño. Por suerte, eso no ocurrió. Me dicen que soy valiente pero yo no lo creo. Finalmente decidí ser así cuando mis hijos eran grandes, cuando tenía trabajo y cierta reputación. Yo sé que para muchas trans las cosas son más difíciles”, dice alguien que ha sabido resignificar su nombre tan de mitología griega, tan Hamlet, para hacerlo marca propia.
El aspecto político tampoco está soslayado en el film. Laerte ha asumido compromisos públicos con las comunidades LGTBI y a la vez, salió a pronunciarse en la calle y en sus tiras contra el golpe institucional de Michel Temer.
Durante la fiesta de casamiento de su hija, ella hace un dibujo para la flamante pareja. Los dibuja como aguerridxs y bellxs piratas al estilo “do Tietê” con la leyenda “Cadu y Laila: a través de los siete mares del amor”. A lo largo de Laerte Se, queda claro que Laerte también atravesó sus propios siete mares. Y salió victoriosa.