lunes, 25 de enero de 2016

Estoy tan deslumbrada que ni titular puedo

RITA GONZALEZ HESAYNES




La cena de los monstruos

Esa noche vinieron los monstruos a buscarme.
Les destrocé la tráquea y los fui amontonando
en un trance salvaje en la cocina.
Afilé las cuchillas, despellejé los cuerpos
y herví su carne en grandes ollas grises.
Por las habitaciones circulaba un aroma
siniestro y delicioso. Sobre un mantel a cuadros
con cubiertos de plata los devoré en silencio
y fueron agridulces los bocados, lo juro,
algunos tenían sabor a viaje y a trofeo y a brote,
otros a grillos muertos y teatros vacíos
y todo lo comí, como si no hubiera
otro pan en el mundo.

Porque acaso no haya otro pan en el mundo
que los monstruos.
















Cuento de hadas


“Wer reitet so spät durch Nacht und Wind?
J. W. Goethe – Der Erlkönig


Cuando era niña solía correr detrás de los conejos
Abandonado el libro sobre el césped silvestre,
corría con mis demonios siguiendo a la aventura
con la mente absorbiendo cada hectárea de bosque, cada lirio entreabierto
Detrás de los conejos y detrás de los lobos corrí cuando era niña,
los vi devorarse en las encrucijadas y entendí que era bello,
salí con mi canasta en busca de una réplica
cuando hubiera bastado apenas un espejo para reconocerme
No me faltó crueldad ni amor por los puñales:
cuántas veces entreví mis zapatos empaparse en un charco de linfa
saltando la soga del ahorcado,
pisoteando el velo de un ensueño nupcial
Recorrí países imaginarios en un carromato de gitanos,
países terrenales en convoys con baulera y aire acondicionado,
me encerré en la ciudad con vidrios de glacé
esperando que una bruja caníbal o algún príncipe anfibio
succionaran el opio de mi aorta hechizada.
Incluso la demora se ha tomado su tiempo
Extraño a los conejos. Aúllo con una garganta de medusa
ahora que estos tobillos no saben conducirme a ningún sitio
ni siquiera a una caverna roída por el musgo
lejos de los candelabros y las melodías cortesanas
No acudirá Tristán a esta gruta de parquet y tubos fluorescentes;
es preciso danzar ante el coro de todos los amantes traicionados por reinas
hacer llover la bilis de los muertos rugiendo entre las llamas
con mis manos cadavéricas que se aferran aún a los columpios,
a las habitaciones de la infancia donde una cuna tiembla
y asciendo por los aires hasta verme dormir sobre una almohada tensa,
rígida de la sangre de las madrastras de los cuentos y las heroínas de tragedia,
el lenguaje inhumano de las fábulas carcomiendo la alfombra,
los ojos de los osos,
el odio de los genios,
las manzanas mordidas brillando entre las lápidas tejidas por la sífilis,
las agujas narcóticas hilando sin cesar su red para hedonistas,
una sirena ahogándose en el living,
gigantes encadenados a su tosca avaricia,
el abrazo final de Madre Nieve,
este disfraz de plumas y alquitrán que me seduce desde las pasarelas,
este cabello que crece como la hiedra en torno a mi rascacielos de marfil
Hay un cuerpo que duerme y no ha cumplido su quinto aniversario,
-una muñeca de trapo, de desechos ancianos y galaxias extintas-
que se asemeja a mí remotamente. No había aprendido todavía
la postura del cisne; me bastaba graznar con entusiasmo
cerca de los estanques, pidiéndole al rey elfo que me lleve consigo
al corazón de la tormenta
¿Quién reposa, ella o yo, en un lecho olvidado,
en una camilla ciega, en una celda tapizada de leones?
Cuídense de estos ojos plagados de chacales,
estas orbes custodiadas por garras y arenas movedizas,
no pregunten qué duerme en la canasta de incitante vaivén,
a qué sabe esta carne de princesa difunta
Sigo un rastro fantasma de migas de pan,
orejas de caballo, las entrañas de una criada húngara
derramadas tantas centurias antes de mi nacimiento
Lúcida o sonámbula, si he de transcurrir
que sea persiguiendo a los conejos,
besando a los dragones,
compartiendo con lobos el vino de las hadas
antes de que ella despierte y yo desaparezca para siempre
entre las calabazas.






Rita González Hesaynes (1984).


Fuentes: De lo que no aparece en las encuestas. 
              Los más improbable.
                Porque tiemblan.

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que sonríe cómplice de amor...