jueves, 30 de junio de 2016

Enseriada

Anoche vi el último capítulo de la segunda temporada de Sleepy Hollow y el primer capítulo de la primer temporada de Hemlock Grove. Así estamos.

Cualquier distorción de la percepción genera otra manera de concebir la realidad

radar
DOMINGO, 17 DE AGOSTO DE 2008

La mala memoria

Finalmente, Lucrecia Martel estrena La mujer sin cabeza, su tercer largo y quizá la película argentina más esperada en mucho tiempo, en parte por la producción de Pedro Almodóvar, en parte por la sonada repercusión que tuvo en Cannes, y sin duda por La ciénaga y La niña santa, las dos películas anteriores, que la convirtieron en una retratista social única en la Argentina. En la siguiente entrevista, ella misma presenta esta película en la que vuelve a los climas opresivos de Salta, la alienación de clases, la presencia fantasmagórica de la servidumbre y la decadencia agónica de un mundo que se extingue pero no todavía. Y explica, además, por qué esta historia sobre una mujer que atropella a alguien o algo en la ruta y termina envuelta en una conspiración de silencio es una indagación personal de la negación individual y colectiva de la última dictadura.





 Por Mariana Enriquez
Lo primero que se ve de Lucrecia Martel es precisamente su cabeza, esa misma que le falta a la mujer del título de su nueva película, y se la ve asomada en el balcón de su departamento desde donde arroja con cuidado una cuerda de la que cuelgan las llaves de la puerta de su edificio, así no tiene que bajar a abrir. Recién llega de Salta, donde se hizo una especie de estreno exclusivo local de La mujer sin cabeza, y trajo consigo nueces confitadas, una delicia regional perversamente ignorada por los porteños, que se pierden un manjar impactante. La película está a punto de estrenarse en Buenos Aires, tras un intento fallido de hacerlo algunos meses atrás. El motivo del retraso fue, entre otras cosas, la publicación en todos los medios nacionales de unos cables de agencia de noticias que aseveraban: “Lucrecia Martel abucheada en Cannes”. La historia, cuenta ella, es así: en la primera proyección de la película en el festival francés, donde ella estuvo presente, el público aplaudió y pareció disfrutar de La mujer sin cabeza. En otra proyección, según le contó su directora de fotografía que estaba en la sala, un grupo de personas, en efecto, abucheó la película. No fue para tanto, pero la noticia fue recogida y terminó publicada en todos los medios argentinos. “Me acuerdo de tener que llamar desde Francia a mi mamá y a mis hermanos, que lloraban desesperados a las tres de la mañana, pensando que todo era un fracaso. Les dije que se queden tranquilos, que otra gente tenía otras opiniones sobre la película. Decir algo malo es negocio, y es mucho más notable ver caer a alguien desde el podio. Un podio en el que me han subido, al que nadie pidió que me suban. Desde que salió La ciénaga y le fue bien, yo no paraba de pensar en que me iba a tocar, porque lo había visto en miles de situaciones de otros. Me lo esperaba. Eso sí, nos obligó a retrasar el estreno, porque había que dar tiempo para que surgieran esas otras opiniones, nadie iba a publicar con la misma morbosidad algo bueno sobre la película.”
La mujer sin cabeza, ya bastante lejos de los titulares catástrofe, se estrena la semana que viene y es una película fascinante, sumamente extraña y de una poderosa sutileza que decanta más tarde, después de verla, en una resaca que hace temblar. La anécdota de la película es simple: Verónica, una dentista salteña –María Onetto– atropella algo en la ruta, no sabe si una persona o un perro. Por unos días, no habla con su familia del accidente, y parece ausente, como si le costara reacomodarse después del shock. Parece despertarse cuando surgen los rumores sobre un chico muerto cuyo cuerpo estaría en el canal, cuyo olor a descomposición llena el aire. Entonces le dice a su marido que cree que mató a alguien. Van al lugar del hecho. “Es un perro, es un perro, te pegaste un susto, era un perro”, dice el marido todo el tiempo, y entonces se desencadena una conspiración de silencio, un encubrimiento que resulta escalofriante, pero sólo porque Martel carga a la película de un subtexto absolutamente inteligible, y terriblemente argentino. “Yo creo que es mi película más argentina, y hasta diría más salteña, o del Norte en todo caso. Pienso que es un milagro que haya críticos de afuera que le encuentren un montón de valores. Hubo incluso un director de una cultura muy diferente a la nuestra que me escribió después de Cannes conmovido con la película; no me voy a poner a indagar qué le vio de fantástico, mejor si fue así, pero me extrañó porque a mí me parece que no se puede entender sin ciertos códigos. A alguien como Pedro Almodóvar, en cambio, le gusta y hace una lectura cercana, pero con él compartimos una lengua, una formación religiosa, una dictadura. Tiene una mirada entrañable sobre mi cine por muchas razones. Pero esta película sigue siendo muy regional en algún sentido. En Salta, por ejemplo, se ríen mucho con la película, porque enganchan ciertas cosas que en otros lados no tienen ninguna gracia. La referencia a monseñor Pérez la mencionaron un montón en Salta. Pérez era un obispo que dijo la famosa frase de que las Madres de Plaza de Mayo eran locas. Esas cosas las registra y las entiende nuestra pequeña historia regional. Y esta película la necesita, así como necesita el idioma castellano.”
El ojo y el oído de Martel para los detalles de provincia son asombrosos: los diminutivos (el tecito, el cafecito, los temitas y asuntitos), el personal doméstico en las sombras, pero necesario de manera esencial para el funcionamiento de las casas, los rezos del rosario, las siestas con esas camas de sábanas blancas donde retoza la familia entera, las frases que suenan tan raras y cercanas: “La Virgencita está inmunda, le manosearon el mantito”. Y también, claro, están las marcas de Lucrecia Martel como cineasta y narradora: los encuadres bellísimos, las cámaras que se concentran en las nucas de los actores –un seguimiento que resulta inquietante–, los espejos que, en sus reflejos, parecen fragmentar cuerpos, el agua como elemento de inmundicia y también de purificación, las amistades femeninas (aquí más explícitas que nunca, gracias a Candita, la sobrina de la protagonista), el monte ominoso, los lazos familiares confusos, los presagios, las historias de aparecidos y apariciones insertadas en anécdotas que los protagonistas cuentan con toda calma, y que ponen los pelos de punta.

GOTICO SALTEÑO

La mujer sin cabeza vuelve al clima de presagio y encierro que hizo de La ciénaga una película tan impactante, con ese monte lleno de disparos y truenos plagado de chicos silvestres que parecían escapar hacia un universo de Señor de las Moscas, liderados por Joaquín, el hijo tuerto y retorcido de Mecha (Graciela Borges, inolvidable, alcohólica, lacerada, gritando “¡atiendan ese teléfono!”, rezongando por lo desagradecidas que son las chinas carnavaleras). Pero si en La ciénaga la descomposición casi se hacía palpable (el agua “inmunda” de la pileta, la vaca muerta en el lodo, el niño perseguido por la muerte que siempre terminaba herido), aquí lo que se esconde es fantasmagórico. Hay una escena central, protagonizada por la gran –y recientemente fallecida– María Vaner. Está en la cama, se llama Lala y parece que nunca sale de su habitación, es una anciana. Y le dice a la Vero, la mujer que puede o no haber matado a alguien en la ruta: “Está llena la casa. Son espantos. No los mires y se van. Acá te movés y todo cruje”. No son delirios de vieja. Lala sabe que algo se oculta, que algo amenaza.

En la película, el personal doméstico está todavía más presente que en La ciénaga o La niña santa, y sin embargo resultan fantasmales.

–En muchas escenas hasta están fuera de foco. En parte de lo que se trata la película es de mi sensación de que ese mundo se acaba. Que este mundo tal como lo hemos percibido, y que en Salta tiene unas formas narrativas muy claras, con gente que te habla de usted y uno les habla de vos sin pensarlo, esas formas de dominio naturalizadas, llega a su fin. En esta película lo que intentaba era transmitir que esto no se sostiene más. La única manera de sostener ese mundo es destruir la educación pública, y que la brecha entre poder y no poder sea abismal. Pero tal como están las cosas ahora, este mundo sigue, inexplicablemente, rodeado de fantasmas, sin registro del servicio del humano que tiene a la vuelta. Hay algo del servicio personal que ejercen las personas que trabajan como empleados domésticos en el Norte que es esclavo, y aferrarse a eso es de otro mundo.

¿Son esos “espantos” a los que se refiere Lala?

–La alienación entre clases sociales es tan grande que ellos, los otros, son fantasmas. Se trata, claro, de una visión infantil y enloquecida. Es tan ajeno a uno ese cuerpo, el color de esa gente, que en su locura la tía Lala los emparienta con los espantos. Yo eso no lo he inventado. No detecto bien de dónde los saqué, indudablemente de alguna de las mujeres viejas de la familia. Esa cosa de sospechar el demonio o lo muerto en la servidumbre. Sospechar una naturaleza que no es la propia. Es una desconfianza sobrenatural. Cuando yo era chica mi abuela contaba historias de una señora que ayudaba a mi mamá: le había encontrado una calavera y unas velas rojas; una serie de comentarios hicieron que para mí esa persona quedara del lado del demonio. Era algo ritual que ella había hecho, probablemente.
Pero, al mismo tiempo, cuando hay que recurrir a prácticas populares, se hace. Una de las inspiraciones de La mujer sin cabeza fueron los accidentes, no sólo el momento del impacto sino el shock posterior. “Yo estuve en muchos accidentes, y tengo muchos recuerdos precisos de la situación de accidente. Estuve en uno muy fuerte cuando tenía cinco años, caímos por un precipicio, por suerte no murió nadie, pero fue todo muy traumático, especialmente el después del accidente. Me llevaron a una curandera, que te ‘cura el susto’ para que te vuelva el alma al cuerpo. Como yo me considero una heredera de las tradiciones de historias de aparecidos, me gustó esa idea de cuerpo sin alma.”

Verónica, después del accidente en que atropella algo, se convierte en una especie de zombi.

–Hay algo de eso. En verdad, para construir los personajes, la cuestión psicológica no me sirve, primero porque no sé nada del tema y segundo porque me da mucha tirria. Pero sí me sirvió como idea esta cosa de la medicina popular de que con el susto el alma se va del cuerpo. Como imagen del muerto vivo me servía, aunque no creyera en el alma. Y a la vez esa ausencia significa una gran potencia, quizás haber perdido tu alma te sirva para transformar tu vida, para ir por otro camino. Es un momento que no es necesariamente malo. Eso no pasa en la película.

Ella reacomoda, no aprovecha ese estado post-traumático.

–Sinceramente yo creo, y por eso también creo en la enfermedad, que la domesticación de la percepción es el camino para el conservadurismo político. En cambio, cualquier distorsión de la percepción –ésta es mi ilusión enfermiza– lo que genera es un disturbio en el entorno y eso permite quizá, no digo siempre, otra manera de concebir la realidad.

¿Cómo armaron el personaje con María Onetto?

–Pensando que lo que la mina había perdido era la noción de vínculo entre las cosas y ella. Uno va armando su entorno y su geografía como una red, con los objetos. A ella es como si le hubieran cortado la red. Sabe que esas cosas le pertenecen, pero no sabe exactamente qué las une.

¿Cómo llegaste a ella?

–Me la sugirió Fabiana Tiscornia, la asistente de dirección con la que trabajo siempre, que es una mujer con mucha sensibilidad y mucha agudeza para ver actores. Yo no la conocía a María; la fui a ver al teatro y me encantó. Primero porque es una actriz atípica en muchos sentidos; aunque después, cuando la conocés a ella, te das cuenta de que ella misma es una persona atípica, una rareza en sí. María tiene, además, un cuerpo que no tiene ninguno de los terrores de la modernidad. Nunca va a hacer un gesto que ella sienta que la favorece físicamente. No tiene ningún miedo a la distancia de la cámara, es muy fuerte en ese sentido. Y además tiene un cuerpo evidente, que era muy necesario para la película. Una mujer alta, blanca, un cuerpo evidente en un lugar donde se está tratando de hacer desaparecer la autoría de algo. Me gustaba que la persona a la que se quiere encubrir de manera perfecta sea alguien a quien no se pueda esconder, porque en Salta un mujer rubia tan alta tampoco es tan común.

Encubrir algo que resalta desde todo punto de vista.

–Y que además es alguien deseado. Le gusta al primo, le gusta a la sobrina; es Candita, el personaje de Inés Efrón, la que la besa y termina “descubriendo” que le envió cartas de amor, y la que le dice: “Las cartas de amor se devuelven o se contestan”. Me parecía que estaba bueno eso: que sea un encubrimiento perfecto para alguien que no pasa inadvertido.

UN MURO DE SILENCIO

La potencia de lo que no se dice impregna el cine de Lucrecia Martel. Está en los anteojos negros de Mecha en La ciénaga, que no puede nombrar directamente el engaño de su marido, y tiene miedo de encerrarse en la pieza y no salir más, como su madre; está en los pasillos del hotel de La niña santa, donde los secretos terminan siendo un grito confuso gracias a la calentura mental de una adolescente en trance místico. Está en esas amistades femeninas que nunca terminan de florecer, y que en La mujer sin cabeza tienen más evidencia, porque es casi abiertamente romántica la relación entre la sobrina Candita (que tiene hepatitis y se la pasa “zangoloteando el hígado” porque no quiere quedarse quieta) y su amiga motoquera, una chica pobre que vive en una barriada de las afueras, que es visitada por Verónica en un estado casi alucinatorio. Pero, una vez más, la fuerza de La mujer sin cabeza reside en lo que oculta, en la conspiración y el encubrimiento musicalizados por “Oh Mammy Blue”, una canción que popularizó Julio Iglesias en los años ’70, y que hoy resuena como banda de sonido de la dictadura. Lucrecia Martel incluso recuerda a su tío militar –“no era uno de los demonios del Ejército, para nada”, explica– que les tocaba esa canción en la guitarra. A ella le encantaba. Ahora le da miedo.

A través de su pasividad, ¿Verónica es cómplice del encubrimiento?

–En un momento ella se suma al plan. A mí me da mucha pena, porque ha elegido arrastrar algo para siempre. Y sí, es cómplice. Si vos dejás que actúen por vos... eso es ser cómplice. En el fondo, toda esta película era una indagación personal acerca de algo que me resulta inexplicable en nuestra historia con respecto a la dictadura, que es la negación. Cómo hicieron, los que no estuvieron implicados directamente en la militancia o en el aparato represivo, para negar lo que sucedía. A mí me sorprende mucho más que la tortura. Entiendo más la impiedad, la muerte y la violencia que la actitud del resto de la sociedad de hacerse la que no sabe, o evitar darse cuenta de lo que está pasando.

¿La protagonista se entrega a ese mecanismo?

–De alguna manera, sí. Es un mecanismo aterrador, es dejar que obren por vos, es sumarte a las convicciones de los otros. En el discurso, nuestro lenguaje está cargado de negaciones, de obliteraciones, de cosas encubiertas. Y me parece que es porque la sociedad convive con desigualdades que obligan a un ejercicio diario de negación, un ejercicio que necesita de mucha habilidad, mucha creatividad; no es algo burdo, es un mecanismo muy delicado y muy sofisticado.

Es un esfuerzo muy grande ocultar tanto.

–Para mí, el terror de la sociedad que no estuvo militando ni formó parte directa del aparato represivo es el terror de reconocer que sí sabían, que sí participaban de esa situación, y que dejaron que pasara. Por eso se habla de “revolver”. Para convivir con esa negación hay que encontrar justificaciones a tal extremo que se terminan modificando los hechos de la vida, uno se olvida de cosas. Pero ese esfuerzo también significa olvidarte de parte de tu propia vida. Junto con el esfuerzo de no ser responsable de un evento, la sociedad te exige que te olvides de todo lo que pasó alrededor de ese evento, que también es olvidarse de uno mismo. La mujer sin cabeza es una aproximación, totalmente personal, ni completa, ni reveladora, a ese funcionamiento perverso que tenemos como sociedad.

Lo que no fue y lo que vendrá

Hace dos años, el ya extinto canal Ciudad Abierta anunciaba un documental de Lucrecia Martel sobre el Tigre, que finalmente se convirtió en un misterio. ¿No salió porque el canal cerraba? ¿Está terminado? ¿Dónde se puede ver? Lucrecia despeja: “Con eso me pasó una cosa tremenda. Grabé ciento y pico de horas, pero era tan extremo lo que yo quería hacer que no pude terminar de editarlo. Y si hoy me dieran el doble de presupuesto, creo que tampoco bastaría. No supe cómo darle forma al material. Fue muy traumático, porque en ese momento no sabía si el resto de mi vida iba a ser no poder terminar nada nunca. Mi idea era algo que tenía que ver con el espacio público y con lo privado, con ideas físicas en torno al río –que arrastra por debajo sedimentos lentos, y por arriba otros más rápidos–, algo sobre la idea de lugar, de la materia que se desplaza, la concepción de orilla, de propio y ajeno. Una complejidad impresionante, pero poco efectiva. Todas las entrevistas que hice para el documental trataban sobre cómo se está enajenando la costa, y eso sigue sucediendo. A veces, en vez de perderse en delirios, sirve más una cosa concreta de denuncia. Y sin embargo, a pesar de todo lo que me paralizó y en un punto, confundió, todo lo que hice después está relacionado con el documental sobre el Tigre.

¿Incluso El Eternauta?

–Especialmente El Eternauta, hay mucho material del Tigre que me va a servir directamente en la película.

¿En qué punto está el proyecto?

–Estoy escribiendo y en marzo o abril terminaré el guión. Recién ahí nos juntaremos con los productores, y veremos si les interesa la versión que estoy haciendo, de la que por supuesto tienen idea, pero siempre la confirmación de si la quieren o no termina siendo cuando leen el guión. Ahí veremos cómo se sigue adelante.

¿Te da vértigo hacer esta película?

–Sí, pero del bueno. No le tengo nada de miedo. Desearía complacer a los fans, pero al mismo tiempo estoy muy entusiasmada, le encontré una zona donde me siento pez en el agua. Por supuesto es una versión, no es El Eternauta y nunca lo va a ser, porque El Eternauta ya está hecho. No se puede tomar esa esencia que los devotos aman, y además no tendría sentido. El único interés de hacer El Eternauta en cine es hacer una versión. Y en eso estoy trabajando.



La mujer sin cabeza

La vimos ayer en salida educativa con los chicos de 6to a la UNGS. Me golpeó mucho mucho. Me llenó de angustia. Me pareció genial y me emocionaron los comentarios furtivos de los chicos y chicas durante la proyección y en el debate final. Me puse ya a escribir sobre nuda vida, el dominio de las clases altas blancas sobre un perro o un changuito, la culpa de clase, el silencio, la mugre familiar, el miedo a la verdad de los cuerpos y la mentira de las cabezas.

Cambiarnos la vida




Pájaro en el aire



ERNESTO AGUIRRE




Un pájaro volando

es siempre un argumento

sostenido por el aire

para cambiarnos la vida.

Poeta y andinista

El año pasado presentó su último libro editado "URBANO GALLO" un libro de historietas. Sí, poeta de raíz, se dio varios gustos en la creación. Hace unos años editó un libro digital, que sólo se publicó en CD; y en esta última etapa "Urbano Gallo" es una historieta; que a su vez es la segunda parte de "La Familia Gallo", donde el escritor fusionó el poema con la prosa, por decirlo de alguna manera muy rústica.
El año paso presentó su última producción, "Urbano Gallo" en la Feria del Libro de Jujuy. Fue destacado andinista también.
Nació y escribió en Jujuy, y fue un prolífero poeta. Dejó un legado de muchos, muchos versos, de los cuales merecen una mención aquellos que resistieron en tiempos del proceso militar.
Por aquellos años, se reunía con un grupo de escritores y activistas en busca de soluciones; discutían acerca de la realidad, intentaban poner en palabras aquello que amenazaba con destruir lo construido hasta el momento. Y más tarde, él seguía escribiendo, plasmando en su poesía el miedo, el silencio inexplicable y todo aquello que era impronunciable de otro modo que no fuera a través del arte.
El año pasado presentó en el marco de la Feria del libro de Jujuy su último trabajo editado, "Urbano Gallo", en el que se dio el gusto de escribir con formato de historieta. Ésta obra contó con las ilustraciones de Juliana Estrada y fue editada por 3Ramones. Era además la segunda parte de "Familia Gallo" que había salido antes, en donde mezclaba la prosa con la poesía.
Sin dudas fue una de las plumas más prolíficas de la poesía jujeña. Nació el 14 de junio de 1953. Cursó sus estudios primarios en la Escuela General Belgrano y luego se recibió del bachiller en el Colegio nacional "Teodoro Sánchez de Bustamante".
Comenzó a escribir poesía a muy temprana edad e integró importantes y fundamentales grupos de escritores.
Junto a los escritores Saúl Solano, Carlos Ferraro, Rafael Calderón, Alberto Matías Carrillo, José Antonio Arriéguez, María Silvia Alonso y estrella Burgos, integraron los grupos literarios experimentales conocidos como La Probeta y Tiempo.
Su primer libro fue "Historietas" (1978), y le siguieron "Espejo Astillado" (1980), "Café de la luz" (1986), "Crónicas del buen amor" (1989), "Sofía in memorian (1995), "Estambul" (1999), "Cuatro cartas de un punto izquierdo" (2006), "Depám Llebar (sic) (editado en forma digital solamente en 2007) y "El concierto de Abrán Juez" (2007). En 1998, Reynaldo castro publicó "El escepticismo militante: conversaciones con Ernesto Aguirre".
Además colaboró con diarios y revistas literarias, y parte de su producción forma parte de antologías regionales y nacionales.
En radio condujo "Los habitantes del sol" por Radio Nacional Jujuy entre 1975 y 1980; y "El Perro Flauta", por Radio Universidad y Radio Ciudad.
Cabe mencionar también su faceta deportiva, puesto que fue un destacado andinista. Logró coronar en cuatro oportunidades la cumbre de El Chañi, pero también hizo andinismo en otros picos de nuestro continente. En 1989 ascendió al Aconcagua en Mendoza; en Bolivia al Cherke Kollu y en 1982 también al Hayma de Potosí; y al Condoriri.

Ernesto Aguirre y mi falso pudor

Yo como una tarda pensando en qué leer en las Jornadas de Jujuy, temiendo que el poeta escuchara las bobadas que mi admiración me hacen decir de su poesía. Y a él se le ocurre morirse. Qué tristeza.

Peinado feliz

Beel Mansilla ha añadido 3 fotos nuevas — me siento enamorada con Wally Mansilla y 2 personas más.
3 horas
Hicimos trueque: peinado x bolsita jeje 😉👌😝
‪#‎mibebe‬ ‪#‎picarona‬ ‪#‎doscolitas‬





miércoles, 29 de junio de 2016

Yo lo quiero todo: el que me hace elegir, pierde


Vos no te bancarías un marido, me dice una con tono de demostración de que la culpa es mía por andar sola. Uno como el tuyo, nunca, pienso y sonrío.



Dicen que los maridos son cosos que evitan que una ande sola por las noches, se meta en talleres de percusión y ensaye tres veces por semana, inicie una carrera universitaria a los 40 y sueñe con disertar en Humahuaca. Menos mal que solamente tengo un ex-marido. Son mucho más útiles.



A veces extraño Alpatas Frías en la cama. Después me duermo.



¿Tanto precio hay que pagar por un poco de calor masculino?

martes, 28 de junio de 2016

Leo a Llach que lee a Piglia que lee a Borges


dice en feis Santiago Llach
15 h
Leo Prisión perpetua de Ricardo Piglia, un libro de 1988. Piglia, ese Borges peronista de izquierda. Todo Piglia es un loop de historias y sentencias que se repiten con variaciones. Su lectura me produce adicción y a la vez una distancia, como la de algo helado. Dice de un personaje (el Pájaro Artigas), y de sí mismo: "Un hombre prisionero de una historia, empecinado en contarla hasta demostrar que es imposible agotar una experiencia.". También dice (también de sí mismo): "El Pájaro es un narrador tradicional, por eso intercala reflexiones y máximas en medio de sus historias. En el fondo es una forma de retardar la acción. Pensar es un modo de crear suspenso, dice. Construir un espacio entre un acontecimiento y otro acontecimiento: eso es pensar."

Sabores profetizados

Sabía que esto iba a pasar: hace meses que me digo que tengo que sacar la canela del salero o pimientero porque me voy a confundir y... No hay caso, la autoprofesía es irrebatible: le puse canela a la pascualina.

El atlas de las estrellas

Me encantó, me deslumbró, me cambió el día, la noche, la vida misma. Estoy tan emocionada... Mientras pasaban los títulos finales, recién, y me deslumbraba más aún al ver a los mismos actores en tantos papeles dentro de la peli y anotar que descubrí algunos pero ni la mitad, pensaba en escribir este comentario para atrapar la emoción como si fuera en una burbuja, y pensaba en la sabiduría de la vida que me abre la oreja a mis alupnitas divinas que me la recomendaron esta misma mañana y en los hilos que unen todas las historias que la peli cuenta y yo tejiendo con amor y muchos colores. Todo es mágico.

La vida es genial

De repente un lunes de mierda, a las 11 de la mañana, cuando juntaste fuerzas de no se sabe dónde para iniciar tu tercer clase del día, se te acerca una chica de 17 años a preguntarte por qué estás tan de malhumor y a escucharte despotricar mientras te habla de sí misma para mostrarte que todo está bien y que no es malo sufrir como una niña aunque una tenga 17 o 47 años.


De repente un lunes de mierda, a las 11 de la mañana, cuando juntaste fuerzas de no se sabe dónde para iniciar tu tercer clase del día, se te acerca una chica de 17 años, a decirte "Profe, quiero leer para el segundo trimestre un libro que se llama El atlas de las nubes." Y vos no tenés ni idea pero anotás el nombre en castellano y en inglés y le pedís a la chica deslumbrante que te lo mande por mail porque dice que no se consigue en papel, mientras ella te tranquiliza con la seguridad de que la peli está en Netflix. Llegás a tu casa y la ves: Una historia, seis historias, toda la historia, pasada y futura, para mostrarte que todo está bien, que todos somos uno, que existe un sentido para la vida y para la muerte. (Y la chica espera tu tonta confirmación escolar deque sí puede leer esta novela como alegoría dentro del segundo trimestre, ja)

domingo, 26 de junio de 2016

Percu, fuego y libertad

Ya llegarán las fotos del maravilloso día de ayer con cumple de Cris (nuevo amigo percusionista cuya hijita es alupnita de Magda), juntada en Fonola, fuego en el jardín y clows y Kymera más invitados en el salón. Mientras tanto soy muy feliz de encontrar estos espacios de diversión y permitirme a mí misma tiempo de creatividad y relajación que "a mi edá" es tan difícil.
Me acuerdo de ayer tirando ramitas al centro mientras comparábamos la traducción de "convidar" para el argentino y el portugués angoleño (incluye "invitar") y yo, para demostrar mi poco manejo del idioma, le mandaba media estrofa de "Um dia de domingo" y media de "Chuva de prata" (los pendejos me bancan todoooooooo).

Magui en Angola

Mauro, mi nuevo compañero de percusión, es angoleño y dice que allá Magdalena es un nombre muy común. Por la María Magdalena bíblica pero yo ya hice conexiones mentales y secretas entre mi deseo de ese nombre para mis muñecas desde chica y la elección de sangre africana para su nacimiento. (Pelotudeces que vivo pensando para justificarme je)

sábado, 25 de junio de 2016

Roja boca, boca loca

Esa boca está un paso de decir te quiero.

Ay miamor miamor

Tu amor tiene fecha de vencimiento: se gasta, se pudre, se vence o se deja derrotar, pudrir, corromper. También renace, amor fénix, amor cobarde, inestable, infantil, renovado, repetido... Te entiendo y te odio, dejo de explicarte y mañana veremos.

Amores con ritmo africano

Me transformo en bruja con caldero y me la morfo

De Maldigo de Violeta Parra a Entre la tierra y el cielo de Los nocheros o cómo dejar que el karaoke te levante el ánimo

Empecé puteando con Violeta Parra, la Puyó y Pacuala Ilabaca con "Maldigo del alto cielo" (ya voy por los acordes y el punteo) pero derivé hacia "Zamba por vos", "Zamba para olvidarte", "Zamba de mi esperanza", "La yapita", "Boca roja", "Entre la tierra y el cielo" (amor queer y erotismo consolador)

Me sacudo

Huyo de vos como una perra recién bañada suelta el agua que quedó de más entre sus pelos.

viernes, 24 de junio de 2016

Watchmen

Ya la había visto como dos veces pero siempre me gusta y hay partes que no me acordaba. La música es genial y hay frases para pintar en las paredes:

“En mi opinión la existencia de la vida, en realidad es algo muy sobrevalorado, solo mira a tu alrededor…”

“Estoy viendo las estrellas, están muy lejanas y su luz tarda mucho en llegarnos. Lo único que vemos de las estrellas son fotografías viejas.”

“- Laurie Juspeczyk: ¿Acaso es eso lo que eres? ¿El ser más poderoso del universo es solo una marioneta que sigue un guión?
- Dr. Manhattan: Todos somos marionetas, Laurie. Aunque en mi caso soy una marioneta que puede ver los hilos.”


También me gustan el pin sonriente manchado de sangre y que Roatch escriba su diario y lo deje en el buzón del periódico.

Bajo la piel

Un gomón interesante. Netflix te caga la mitad del desenlace cuando describe en el resumen a la misteriosa protagonista pero igual te da intriga ver adónde van a llevar tantos episodios raros. No sé si hacer o no una lectura de género sobre lo que ella le hace a los hombres y lo que los hombres le hacen a ella. No sé si el final es una batimoraleja trucha o qué.

Alemán, zapallitos y malhumor

    Acorde con mi humor puteador canto "Maldigo del alto cielo" de Violeta Parra.
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    Paula Irupé Salmoiraghi
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    Ahora: empanadas de zapallito y ricota (??????) con licor de frutilla (???????) y a tejar a la camita.
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    Paula Irupé Salmoiraghi
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    Para festejar que terminó su cursada esta vegue trucha se clavó una flautita con salame y queso en el pasillo de Puán.
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    Paula Irupé Salmoiraghi
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    Mismo horario y mismo canal para el Nivel Medio de Alemán el próximo cuatri con la misma profe divina 
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    Paula Irupé Salmoiraghi
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    Qué lindos son los parciales de Alemán: te parece que no entendés un joraca y las consignas te van llevando a entender medio joraca y a ser muy feliz.
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    Paula Irupé Salmoiraghi
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    Fin de cursada de nivel elemental de alemán: si me lo digo a mí misma mucho es porque me lo creo poco.
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    Paula Irupé Salmoiraghi
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    Hoy tampoco tuve un buen día, qué se creen ¿que porque es viernes voy a mejorar el humor? Pero fui a rendir mi parcial de alemán y me fue bien, leruleru
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Lunes por la madrugada...

Yo cierro los ojos y veo tu cara
que sonríe cómplice de amor...