martes, 31 de octubre de 2017

Arens

CF de la que es lo mismo si fuera noCF. Típico conflicto de luchador de boxeo que especula con el límite de sus fuerzas. No me acuerdo mucho más. Ah, sí: como era en el futuro la cosa tenía que ver con nuevas drogas inventadas para ganar peleas. Eso no más.

Ex machina

Cf de la que experimenta con inteligencia artificial. Nada demasiado sorprendente. Mi cabeza mezcla con otras pelis y con La isla del Dr Moreau que estoy leyendo para la facu. Me gustó la idea de que ella termina siendo la que usa a los supuestos científicos y machirulos cargados de lástima.

Las pequeñas lunas caen, igual que lágrimas

Alrededor de Elizabeth Bishop

Elizabeth Bishop (USA, 1911-1979) es una de las poetas más fascinantes el siglo xx. Citamos este fragmento extraído del libro La reparación de la poesía (Vaso Roto, 2014) que reúne las conferencias que Seamus Heaney diera en la Universidad de Oxford entre 1989 y 1994; y que expresa, de una manera simple y conmovedora, la admiración que Heaney sentía por la capacidad poética de Bishop al tiempo que nos presenta un retrato biográfico de ella:
La escritura de Bishop no tiene nada de espectacular, pero posee una perenne capacidad de transformación. Da la sensación de que se ha hecho justicia a unas circunstancias reales, aun cuando esas circunstancias hayan sido reimaginadas y transformadas en formas de poesía. Bishop nunca concede que los placeres formales del arte atenúen la dura realidad que describen. Por ejemplo, en una de las dos sextinas que compuso, un poema titulado sencillamente «Sextina», las seis palabras que se repiten tienen un origen totalmente doméstico, y la primera impresión es que su función estriba en mantener el poema dentro de unas fronteras emotivas reconfortantes. Casa,abuelaniñaestufaalmanaquelágrimas. Indican la existencia de un pequeño drama de infancia y vejez, quizá de aprendizaje y rectificación. Una escena prácticamente victoriana. Un decoro interior doméstico, en cualquier caso, tanto en términos espaciales como emocionales. Las palabras que se repiten, en uno de los registros del poema, evocan una situación cotidiana convencional en la que, como es natural, esperamos encontrar un padre y una madre, además de la niña y la abuela. Pero poco a poco se va imponiendo con insistencia una segunda interpretación gracias a las inexorables reiteraciones formales del poema. Poco a poco la repetición de «abuela», «niña» y «casa» nos alerta de una ausencia significativa, la de la madre y la del padre:
      SEXTINA
      La lluvia de septiembre cae sobre la casa.
      Bajo la escasa luz, la anciana abuela
      se sienta en la cocina con la niña
      junto a la Estufa Pequeña Maravilla,
      leyendo el almanaque con sus chistes,
      riendo y hablando para ocultar sus lágrimas.
      Piensa que sus equinocciales lágrimas
      y la lluvia golpeando en el tejado de la casa,
      ambas estaban ya predichas en el almanaque
      aunque esto lo sabe solamente la abuela.
      La tetera de hierro canta sobre la estufa.
      Corta un poco de pan y le dice a la niña:
      es la hora del té. Pero la niña
      vigila las pequeñas, duras lágrimas de la tetera
      que, alocadas, danzan sobre la caliente y negra estufa,
      como debe danzar la lluvia sobre la casa.
      Poniéndose a ordenar, la anciana abuela
      cuelga el ingenioso almanaque
      de su cuerda. El almanaque, parecido a un pájaro,
      queda en el aire, abriéndose, sobre la niña
      en el aire sobre la anciana abuela
      y su taza de té está llena de oscuras, pardas lágrimas.
      Ella se estremece y dice que piensa que la casa
      siente frío y echa más leña en la estufa.
      Fue para ser, dice la Estufa Maravilla.
      Yo sé aquello que sé, dice el almanaque.
      La niña con los lápices de colores dibuja una casa rígida
      y un tortuoso sendero. Después, la niña
      pone un hombre con botones como lágrimas
      y lo muestra a la abuela con orgullo.
      Pero secretamente, mientras la abuela
      está ocupada en los fogones
      de entre las páginas del almanaque
      las pequeñas lunas caen, igual que lágrimas,
      al florido parterre que la niña
      ha dispuesto con cuidado delante de la casa.
      Tiempo de plantar lágrimas, explica el almanaque.
      La abuela canta a la maravillosa estufa
      y la niña dibuja otra inescrutable casa.
(Traducción de D. Sam Abrams y Joan Margarit, Tarragona, Igitur, 2008)        
      SESTINA
      September rain falls on the house.
      In the failing light, the old grandmother
      sits in the kitchen with the child
      beside the Little Marvel Stove,
      reading the jokes from the almanac,
       laughing and talking to hide her tears.
      She thinks that her equinoctial tears
      and the rain that beats on the roof of the house
      were both foretold by the almanac,
      but only known to a grandmother.
      The iron kettle sings on the stove.
      She cuts some bread and says to the child,
       It’s time for tea now; but the child
       is watching the teakettle’s small hard tears
       dance like mad on the hot black stove,
       the way the rain must dance on the house.
       Tidying up, the old grandmother
       hangs up the clever almanac
       on its string. Birdlike, the almanac
       hovers half open above the child,
       hovers above the old grandmother
       and her teacup full of dark brown tears.
       She shivers and says she thinks the house
       feels chilly, and puts more wood in the stove.
       It was to be, says the Marvel Stove.
       I know what I know, says the almanac.
       With crayons the child draws a rigid house
       and a winding pathway. Then the child
       puts in a man with buttons like tears
       and shows it proudly to the grandmother.
        But secretly, while the grandmother
        busies herself about the stove,
        the little moons fall down like tears
        from between the pages of the almanac
        into the flower bed the child
        has carefully placed in the front of the house.
         Time to plant tears, says the almanac.
         The grandmother sings to the marvelous stove
         and the child draws another inscrutable house.


Yo me traje todos los stickers y Magda una remera de "Somos una banda"


Berni Chempio ha publicado 6 fotos.
Gran cierre del Festival Desborda en @la.herreria.teatro !!! Grosas las pibas, las guachas y las musas! Calcos/estampas y amor♡

Mardel con les pibes

Una herejía, pero las almas se vuelven concebibles sumergidas en vísceras y la mente perdura en briznas de carne y hueso

POESÍA BRITÁNICA: JOHN BURNSIDE

26 Jul 2016
En el marco de nuestro dossier de poesía británica contemporánea, preparado y traducido por Luis David Palacios, presentamos la poesía de John Burnside (Dunfermline, Escocia, 1955) quien es uno de los poetas de mayor impacto en la poesía británica; ganó el premio T. S. Eliot en 2011 con Black Cat Bone y el Forward Poetry Prize con el mismo libro. Es autor de poemarios como The Hoop (Carcanet, 1988), The Asylum Dance (Jonathan Cape, London, 2000), con el que mereció el Whitbread Poetry Award. Recibió, entre muchos otros premios, el Scotish Arts Council Book Award en dos ocasiones, el Geoffrey Faber Memorial Prize, el Encore Award, el Saltire Society Scottish Book of the Year Award o el Corine Literature Prize. Es profesor en la universidad St. Andrews de Creative Wrinting y Literature and Ecologist. La intensidad lírica de sus poemas suele estar en la línea fronteriza de dos mundos. Por ejemplo, los poemas que presentamos ahora abordan la metamorfosis cristiana, la frontera entre la vida y la muerte, entre Dios y el ser humano, entre el tiempo y la eternidad, entre lo mundano y lo sacro.





Parusía

Podía imaginar una presencia bíblica:
un oscurecimiento de la materia como
este cielo cargado antes del advenimiento de la tormenta,
los árboles de lima cerca de la estación
empapados de lluvia,
un entumecimiento, una costra de pus y de sangre,
una herida en el viento, una voz en los tejados,

–aunque creo que si viniera
sería algo más sutil:
un desvanecimiento en la vista periférica, un truco de la luz
o la noción de que las cosas se han vuelto

más cercanas: farolas y muros,
setos de alheña, árboles, la puerta del vecino,
íntimos de pronto y allá en la oscuridad
los animales definidos y descifrados,
–zorra y comadreja, lechuza y pipistrelo–
concedidos sus momentos de privilegio para dormir y matar.



II

Ser de compañía: no yo, sino ecos
reproduciéndose en la piel;
media vida de contactos y golpes, el patrón
submicroscópico de la resurrección.
Sabía que podía acuclillarme
en el olor del pantano bajo el seto
o caminar a través de campos y almacenes de madera
hacia los nidos de agua y los barriles de aceite llenos de lluvia,

pero en alguna parte del camino
encontraría el Cristo:
una trampa; un tapete de pelo; una herida abierta;
la plata de la sangre de pescado y hueso
en lo blanco de sus ojos.


III

Hubo fronteras que nunca crucé:
charcos de vara de oro detrás del granero,
rastras y marañas de enredaderas
inmersas en la  hierba,

el prado más allá de nuestro camino, los bosques violeta,
la cueva, la subinfinidad
de los campos de avena al amanecer

–pero sabía que él estaba siempre presente, alejándose
en el calor de la maduración del grano,
peligroso, grácil, brillante como un gato de circo
o el hombre en el cable alto, descendiendo para tocar la tierra,
saborear el viento, cómo se endulza y se convierte en sangre
en la garganta, en la carne renovada, en el cuerpo repentino.


IV

Era menos un arroyo que una frontera:
un riachuelo sobre piedras color trigo, después un súbito
oscurecimiento.
Y ese era el lugar para cruzar,
pisando el frío, mis pies descalzos enganchando una profunda
piel de pescado y maleza;
ese era el reino del lucio donde el cuerpo se colocó
a un dedo de profundidad bajo la arena.

El otro lado era el país del forastero, a media milla:
un camino lejano en el calor, una ráfaga de viento,
perifollo de asno[1], cola de yegua[2], una tenue luz de pizarra en la distancia,
y afuera en el campo abierto, un perro lobo
pausando su zancada para perfumar el aire,
el único espíritu que podía entender
la negra conciencia arraigada en sus ojos.

Una herejía, pero las almas se vuelven
concebibles sumergidas en vísceras
y la mente perdura en briznas de carne y hueso;
al atardecer, cruzando el río, siempre supe
que algo estaba cerca, pero todo lo que vi
fue sangre caliente, vívida, totalmente física:
los gavilanes surcando el aire, la búsqueda del búho,
el armiño en la pared que sabe hacia dónde va su hambre.


V

Todas las resurrecciones son locales:
huellas que sangran
a través de la hierba del pantano y del agua,
un sonido que casi puedes oír
de la carne renovada
en el azote de la lluvia
o una rápida trucha
partiendo el arroyo.

La señal que había esperado ver
está sucediendo ahora
y siempre en este blanco continuo
de escharcha y hueva:
la sangre en un enredo de espinas
donde se pone rígida y palidece,
el duro brote dividiendo el hielo
y la mano clavada que sana.


Los antiguos dioses

Hoy están condenados
a vivir en las grietas,
en burbujas de yeso y óxido,
en telarañas
detrás de los muebles:

hablando un lenguaje en ruinas
para vaciar el espacio,
sellados con el vapor
de las botellas, recluidos en los estallados
huevos de petirrojo
en algún desván desierto.

Cada uno tiene su poder.
Cada uno tiene su fogón, su secreto,
su nombre local,
y cada uno tiene su manera de aprender
la habilidad del regreso
la ciencia del sangrar a través, cuando la cólera o el miedo
empañan la superficie
mareándonos y haciéndonos uno.





Parousia

I
I could imagine a biblical presence:
a darkening of matter like this charged
sky, before the coming of the storm,
the lime trees around the station
streaming with rain,
a stiffening, a scab of pus and blood,
a wound on the air, a voice above the rooves,

–but I think, if it came, there would be
something more subtle:
a blur at the corner vision, a trick of the light,
or the notion that things have shifted

closer: streetlamps and walls,
privet hedges, trees, the neighbour’s door,
intimate, all of a sudden, and out in the dark
the animals defined and understood
–vixen and weasel, barn owl and pipistrelle–
granted their privileged moments to sleep and kill.


II

Companion self: not me, but echoes
breeding on the skin;
a half-life of touches and blows, the sub-microscopic
patter of resurrection.
I knew I could squat
in the fen-smell under the hedge
or walk away through fields and timber yards
to moorhens’ nests and oildrums full of rain,

but somewhere along the way
I would meet the Christ:
a tripwire; a mat of hair; and open wound;
the silver of fish blood and bone
in the whites of his eyes.



III

There were borders I never crossed:
pools of goldenrod behind the barn,
harrows and tangles of wire
immersed in weed,

the meadow beyond our road, the purple woods,
the watergall, the sub-infinity
of oatfields at dawn

–but I knew he was always present walking away
in the warmth of the ripening grain,
dangerous, graceful, bright as a circus cat,
or the man from the high wire, come down to touch the earth,
tasting the air, how it sweetens and turns to blood
in the throat, in the new-won flesh, in the sudden body.


IV

It was less of a stream than a border:
a rill over wheat-coloured stones, then sudden
dimming.
And that was the place to cross,
treading the cold, my bare feet snagging a depth
of fish-skin and weed,
that was the kingdom of pike, where the body was laid
a finger’s depth under the sand.

The far side was stranger’s country, a half-mile away:
a back road far in the heat, a gust of wind,
cow parsley, mare’s tail, a glimmer of slate in the distance,
and out in the open field, a dog-fox
pausing in its stride, to scent the air,
the only spirit I could understand
the black awareness rooted in its eyes.

A heresy, but soul becomes
conceivable, immersed in viscera,
and mind endures, in wisp of meat and bone;
at twilight, crossing the river, I always knew
something was close, but all I ever saw
was blood-warm, vivid, wholly physical:
the sparrow-hawks sweeping the air, the questing owl,
the stoat in the wall, the knows where its hunger is going.



V

All resurrections are local:
footprints bleeding away
through marsh-grass and water,
a sound you can almost hear
of the flesh renewed
in the plashing of rain
or a quick trout
breaking the stream.

For the sign I have waited to see
is happening now
and always, in this white continuum
of frost and spawn:
the blood in a tangle of thorns
where it stiffens and pales,
the hard bud splitting through ice
and the nailed palm healing.


The Old Gods

Now they are condemned
to live in cracks,
in bubbles of plaster and rust,
and spiders’ webs
behind the furniture:

speaking a derelict language
to empty space,
sealed with the vapour
in bottles, closed in the blown
robins’ eggs
in some abandoned loft.

Each has its given power.
Each has its hearth, its secret,
its local name,
and each has its way of learning
the skill of return,
the science of bleeding through, when anger or fear
is fuzzing the surface,
making us dizzy and whole.







Notas

[1] Es una de las plantas silvestres más comunes de la campiña británica (Nota del traductor, en adelante N. T.)
[2] Planta también conocida como erigerum canadensis o hierba carnicera.

Lunes por la madrugada...

Yo cierro los ojos y veo tu cara
que sonríe cómplice de amor...