Dice Carlos Yushimito en feis:
Leyendo esta columna de Jeremías Gamboa, tan magnífica en su generosidad, he pensado involuntariamente en lo que dijo alguna vez Salinger: "Soy un paranoico al revés: sospecho que existe un complot para hacerme feliz".
Mi columna de hoy en El Comercio.
FLORES DE FUEGO
La reciente aparición del último libro de Carlos Yushimito (Lima, 1977) debería llamarnos la atención sobre la riqueza, originalidad y variedad que puede alcanzar la narrativa peruana cuando es ejercida por una creatividad específica y prodigiosa. "Los bosques tienen sus propias puertas" (Peisa) es un excelente conjunto de relatos que no solo consolida a un narrador bastante valorado por lectores en muchos países sino que expande los cauces de la narración en el Perú hacia vetas poco transitadas.
Los escritores valoramos siempre más aquella magia que, por nuestras propias limitaciones y carencias, no somos capaces de hacer. A mí me ha pasado eso con Yushimito desde que leí su libro "Las islas" en 2006 completamente intrigado por la aparente desconexión entre el apellido del escritor y esos cuentos que ocurrían en un Brasil más libresco que real, pero profundamente verosímil y, por lo tanto, vivo. Bribones, malandros, proxenetas y tipos sin suerte experimentaban un mundo violento y sin embargo urdido bajo un sentido sofisticado de la belleza: Yushimito bordaba sus acciones mediante diálogos misteriosos y profundos y un uso de metáforas y símiles propios de un poeta de primer nivel y no de un narrador común.
Es probable que esa alquimia fuera la que convenció a los editores de la prestigiosa revista inglesa Granta de escogerlo entre los 22 mejores narradores menores de 35 años en lengua castellana en 2010. Al año siguiente apareció en el mundo hispano "Lecciones para un niño que llega tarde", que extendió su universo ficcional a otros espacios, y ahondó sus pretensiones simbólicas y alegóricas. Leer un cuento de Yushimito era como entrar de golpe en un sueño que había empezado hace algún tiempo y de cuyo inicio no nos habíamos enterado, un jardín silencioso y a la vez explosivo con leyes precisas y atroces que hubiéramos preferido no conocer. Muchas veces ese sueño forzado se diluía en el misterio o la fantasía, en el cierre surreal o en el humor despiadado.
Su último libro ha ampliado todavía más el espectro de su apuesta. Cada relato es un dispositivo único y con intenciones diferenciadas, y en casi todos ellos se luce una potente consciencia de la historia literaria que puede dialogar con la vanguardia (“Rizoma”), el Siglo de Oro español (“En que da cuenta Lázaro…”) o el relato clásico anglosajón (“75, Calle Prince Edward”). Suceden en Lima, Inglaterra, Estados Unidos o Brasil, pero en verdad ocurren dentro del territorio común de la imaginación literaria. Cuando a eso se suma el barro de la propia experiencia humana, cuando acompañamos los deseos y carencias de seres como Serginha, la aspirante a actriz de "Flechado por Tocantins”, o Zoe Klim, la “chica regular y sin demasiados atributos” que protagoniza el cuento que da título al libro, la magia se completa: algo en nosotros, algo profundo y sanguíneo a la vez, se desata. Y entonces nos queda claro que el mago ha vuelto a hacer uno de sus mejores trucos.
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