CINE › BASTARDOS SIN GLORIA, DE QUENTIN TARANTINO, CON BRAD PITT Y CHRISTOPH WALTZ
Cuando la historia se reescribe como farsa
Audaz, desmesurada, estructuralmente barroca, con grandes momentos que nunca alcanzan a conformar una gran película, Inglorious Basterds se divide entre la celebración del poder reparador de la ficción y la fantasía pueril sobre la venganza.
Por Luciano Monteagudo
Aunque no la mejor de sus películas, Bastardos sin gloria seguramente sea la más compleja de Quentin Tarantino, la más difícil de asir, aquella en la que es más arduo adivinar sus verdaderas intenciones y situar su punto de vista ético. ¿Se trata de una celebración del poder reparador de la ficción o una mera fantasía pueril sobre la venganza? ¿Es una farsa sobre las películas bélicas o el intento de reescribir la historia tal como la conocemos? ¿Propone al cine como un arma todavía hoy capaz de ser explosiva e incendiaria o se burla de su supuesto poder subversivo? ¿Va en broma o va en serio? Quizás en esa inquietante indefinición, en su ambigüedad esencial, esté el mayor valor de una película que, si a algo se resiste, es a una lectura literal y unívoca de su discurso.
En primer lugar, Bastardos sin gloria es una de las pocas revisiones del cine de género (o de subgénero) que todavía le quedaban por abordar al director de Pulp Fiction: la de un comando suicida durante la Segunda Guerra Mundial. Si en su ópera prima, Perros de la calle. fue el film noir, en Jackie Brown el denominado “blaxploitation”, en Kill Bill las películas hongkonesas de artes marciales y en Death Proof el film de horror y las road movies, aquí en Inglorious Basterds su excusa son los típicos men on a mission, un grupo de descastados a la manera de los de Doce del patíbulo, dispuestos a morir con tal de matar a todos los nazis que se les crucen en el camino, incluido el mismísimo Führer.
“Erase una vez en... la Francia ocupada por los nazis”, se lee en el prólogo del film, casi como si fuera un título. Y la explícita referencia a los spaghetti westerns de Sergio Leone no es gratuita: la película comienza efectivamente como un western, con una pacífica granja en el medio de una pradera (francesa) a la que no tarda en llegar por un camino polvoriento una partida de villanos vestidos de negro, que no montan a caballo, sino a bordo de unos ominosos Mercedes-Benz de la época. La banda de sonido también se suma a esa mixtura de géneros, con unos ecos de “Para Elise” a los que se superponen unas guitarras que parecen salidas de la pródiga pluma de Ennio Morricone (los créditos finales citan casi una decena de sus composiciones). Esa mélange de géneros y estilos, que va del film de acción a la comedia farsesca, de Robert Aldrich a Ernst Lubitsch (hay más de un eco de Ser o no ser), será de allí en más la nota dominante de una película, como todas las de Tarantino, audaz, desmesurada, estructuralmente barroca, pero en este caso más irregular que nunca, con grandes momentos que, sin embargo, nunca alcanzan a conformar una gran película.
Dividida en cinco capítulos, Bastardos sin gloria –un título que Tarantino tomó prestado a una película bélica que el realizador italiano Enzo Castellari filmó hace tres décadas y que aquí se llamó Aquel maldito tren blindado– narra varias historias simultáneas, que van confluyendo entre sí hasta un final que, literalmente, se cristaliza a sangre y fuego. Del lado de los héroes están los temidos “Basterds” (escrito por ellos con “e” y no con “a”, quizá para darles un carácter aún más amenazador), un grupo comando liderado por el teniente Aldo Raine (Brad Pitt, como un improbable sureño de sangre aborigen) e integrado por combatientes estadounidenses de origen judío, dispuestos a vengarse de cada nazi que atrapen arrancándoles el cuero cabelludo, a la vieja manera de los indios. No por nada al teniente Raine le dicen “Apache”, así como al siniestro coronel Landa (impresionante Christoph Waltz, que se roba la película) lo llaman “Jew Hunter”, porque ningún judío es capaz de escapar de su desarrollado olfato de cazador. Salvo Shoshanna Dreyfus (Mélanie Laurent), única sobreviviente de una familia exterminada personalmente por Landa y que llega a administrar la sala de cine donde tendrá lugar el grand finale, una ucronía que no conviene revelar en su totalidad, a pesar de que ha sido más difundida de lo que debería, considerando que se trata del clímax del film. Baste con decir que esos 40 minutos finales están entre lo mejor de la película y que incluyen una perturbadora puesta en abismo: una sala repleta de nazis riendo felices de una película que celebra una violencia equivalente a la que (con distinto signo, claro) se supone también disfrutarán los espectadores de... Bastardos sin gloria.
Rodada en su mayor parte en los estudios Babelsberg de Berlín, con actores estadounidenses, alemanes y franceses y hablada simultáneamente en tres idiomas (además de una graciosa escena en italiano), Inglorious Basterds es quizá la película más explícitamente cinéfila de Tarantino, lo que no es decir poco. Hay constantes referencias a Leni Riefenstahl y a Georg Wilhelm Pabst, se lo ve al legendario actor Emil Jannings conversando jocosamente con el mariscal Hermann Göring, y hasta hay un “basterd” que en su vida civil era crítico de cine y habla excelente alemán gracias a su profundo conocimiento de la cinematografía de ese país, al punto de que le explica al mismísimo Churchill –en uno de esos diálogos que sólo Tarantino parece capaz de escribir– por qué el ministro de propaganda Joseph Goebbels tiene más similitudes con el productor David O. Selznick que con el zar de la Metro, Louis B. Mayer.
El problema de Bastardos sin gloria quizá sea precisamente ése, que sus diálogos, su guión se imponen por primera vez a la puesta en escena. La escritura siempre fue fundamental en Tarantino, el pilar de todos y cada uno de sus films, al extremo de que empieza los ensayos leyendo en voz alta los textos de todos y cada uno de sus personajes. Pero este guión, con el que venía trabajando hacía casi diez años, luce como una serie de escenas sueltas, algunas incluso reiterativas (los duelos de miradas de saloon, que preanuncian la violencia), a las que esta vez Tarantino no les supo dar el brillo acrobático de Kill Bill o el vértigo mecánico de Death Proof.
8-BASTARDOS SIN GLORIA
(Inglorious Basterds, Estados Unidos-Alemania-Francia/2009).
Guión y dirección: Quentin Tarantino.
Fotografía: Robert Richardson.
Edición: Sally Menke.
Diseño de producción: David Wasco.
Intérpretes: Brad Pitt, Mélanie Laurent, Eli Roth, Christoph Waltz, Michael Fassbender, Diane Kruger, Daniel Brühl, Til Schweiger, Gedeon Burkhard, Jacky Ido.
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