viernes, 28 de septiembre de 2012
lunes, 24 de septiembre de 2012
Una piedra lanzada en lo hondo del pozo
El animal sobre la piedra, de Daniela Tarazona
Por Irad Nieto
Marzo 2009
De la primera oración o el primer párrafo suele depender que un lector siga las huellas de la escritura. Una anécdota, una remembranza, la descripción de un lugar, un hecho sobrenatural, un crimen o un cadáver, todo puede servir para comenzar una historia; a partir de aquí puede despegar o despeñarse. “Todo principio de relato es siempre una especie de contrato entre escritor y lector”, escribió Amos Oz. En este sentido, El animal sobre la piedra, la primera novela de Daniela Tarazona (ciudad de México, 1975), ofrece desde su primer párrafo las claves esenciales para su lectura: “Mi casa fue el territorio de un suceso extraordinario. Después de la muerte de mi madre un gato de color gris entró a mi cuarto y orinó bajo mi cama.” Con estas simples palabras Tarazona nos introduce de golpe en una atmósfera extraordinaria –con uno de los animales de mayor simbolismo en la tradición literaria fantástica, el gato, el cual parece reconocer la verdadera condición de la protagonista– y en una narrativa que oscilará sutilmente entre la realidad y la fantasía, los sueños y el delirio.
La protagonista y narradora de esta ficción, Irma, es una joven mujer que luego de la muerte de su madre decide buscar alivio en un lugar alejado, en la playa, para guarecerse del dolor y la angustia. Apenas llega al lugar, comienza a sentir una agradable vitalidad y, al mismo tiempo, a padecer una extraña transformación en su cuerpo, de la que serán testigos un hombre y su rara mascota, un oso hormiguero. Una tarde, al despertar de una siesta, descubre sorprendida el contorno de su cuerpo a un lado de la cama, un “pellejo fino” que tal vez represente su pasado, del cual se desprende cuidadosamente.
Con esta muda de piel empieza una larga metamorfosis (en los párpados, pupilas, orejas, extremidades, vísceras y hasta en las facultades mentales) de la narradora, que evoca inevitablemente la creada por Kafka y el simbolismo animal que nutre gran parte de la literatura fantástica. Sin embargo, mientras que el relato de Kafka comienza cuando el protagonista, Gregorio Samsa, está ya convertido en un bicho monstruoso y doliente, El animal sobre la piedra es el testimonio minucioso de una mutación en reptil, narrado en forma de diario, en primera persona, y con una escritura fragmentada que no oculta la influencia de Clarice Lispector y trastoca los tiempos. En la ficción de Tarazona la metamorfosis puede leerse como el reverso de la de Kafka: no una pesadilla sino un escape de la “fragilidad emocional” de los humanos. Asumir una piel más dura, animal, es acomodarse un caparazón que nos resguarda; una metáfora de la supervivencia ante una realidad, tanto interior como exterior, que nos embiste.
La historia de El animal sobre la piedra, narrada con una prosa obsesivamente cuidada, a veces poética, no concede al lector ninguna certeza para saber si los hechos (si es que lo son) transcurren en un plano real, onírico o delirante; por el contrario, lo abandona en su perplejidad y lo deja vagando entre símbolos como la muerte, la maternidad, el útero y, por supuesto, lo humano-animal.
“Escribir es una piedra lanzada en lo hondo del pozo”, anotó Clarice Lispector. La novela que nos entrega Daniela Tarazona quiere ser precisamente eso, lo es a su modo. No una gran obra: una buena novela.
■Tomado de http://www.letraslibres.com/revista/libros/el-animal-sobre-la-piedra-de-daniela-tarazona-y-la-ultima-partida-de-gerardo-pina
domingo, 23 de septiembre de 2012
Este Rodrigo siempre folgando
ODA VII - PROFECÍA DEL TAJO
Folgaba el Rey Rodrigo
con la hermosa Cava en la ribera
del Tajo, sin testigo;
el río sacó fuera
el pecho, y le habló desta manera:
«En mal punto te goces,
injusto forzador; que ya el sonido
oyo, ya y las voces,
las armas y el bramido
de Marte, de furor y ardor ceñido.
¡Ay! esa tu alegría
qué llantos acarrea, y esa hermosa,
que vio el sol en mal día,
a España ¡ay cuán llorosa!,
y al cetro de los Godos ¡cuán costosa!
Llamas, dolores, guerras,
muertes, asolamientos, fieros males
entre tus brazos cierras,
trabajos inmortales
a ti y a tus vasallos naturales;
a los que en Constantina
rompen el fértil suelo, a los que baña
el Ebro, a la vecina
Sansueña, a Lusitaña:
a toda la espaciosa y triste España.
Ya dende Cádiz llama
el injuriado Conde, a la venganza
atento y no a la fama,
la bárbara pujanza,
en quien para tu daño no hay tardanza.
Oye que al cielo toca
con temeroso son la trompa fiera,
que en África convoca
el moro a la bandera
que al aire desplegada va ligera.
La lanza ya blandea
el árabe crüel, y hiere el viento,
llamando a la pelea;
innumerable cuento
de escuadras juntas veo en un momento.
Cubre la gente el suelo,
debajo de las velas desparece
la mar; la voz al cielo
confusa y varia crece;
el polvo roba el día y le escurece.
¡Ay!, que ya presurosos
suben las largas naves. ¡Ay!, que tienden
los brazos vigorosos
a los remos, y encienden
las mares espumosas por do hienden.
El Éolo derecho
hinche la vela en popa, y larga entrada
por el Hercúleo Estrecho
con la punta acerada
el gran padre Neptuno da a la armada.
¡Ay, triste! ¿y aun te tiene
el mal dulce regazo? ¿Ni llamado
al mal que sobreviene,
no acorres? ¿Ocupado,
no ves ya el puerto a Hércules sagrado?
Acude, acorre, vuela,
traspasa la alta sierra, ocupa el llano;
no perdones la espuela,
no des paz a la mano,
menea fulminando el hierro insano.»
¡Ay, cuánto de fatiga,
ay, cuánto de sudor está presente
al que viste loriga,
al infante valiente,
a hombres y a caballos juntamente!
Y tú, Betis divino,
de sangre ajena y tuya amancillado,
darás al mar vecino
¡cuánto yelmo quebrado,
cuánto cuerpo de nobles destrozado!
El furibundo Marte
cinco luces las haces desordena,
igual a cada parte;
la sexta, ¡ay!, te condena,
¡oh, cara patria!, a bárbara cadena.
Fray Luis de León
Folgaba el Rey Rodrigo
con la hermosa Cava en la ribera
del Tajo, sin testigo;
el río sacó fuera
el pecho, y le habló desta manera:
«En mal punto te goces,
injusto forzador; que ya el sonido
oyo, ya y las voces,
las armas y el bramido
de Marte, de furor y ardor ceñido.
¡Ay! esa tu alegría
qué llantos acarrea, y esa hermosa,
que vio el sol en mal día,
a España ¡ay cuán llorosa!,
y al cetro de los Godos ¡cuán costosa!
Llamas, dolores, guerras,
muertes, asolamientos, fieros males
entre tus brazos cierras,
trabajos inmortales
a ti y a tus vasallos naturales;
a los que en Constantina
rompen el fértil suelo, a los que baña
el Ebro, a la vecina
Sansueña, a Lusitaña:
a toda la espaciosa y triste España.
Ya dende Cádiz llama
el injuriado Conde, a la venganza
atento y no a la fama,
la bárbara pujanza,
en quien para tu daño no hay tardanza.
Oye que al cielo toca
con temeroso son la trompa fiera,
que en África convoca
el moro a la bandera
que al aire desplegada va ligera.
La lanza ya blandea
el árabe crüel, y hiere el viento,
llamando a la pelea;
innumerable cuento
de escuadras juntas veo en un momento.
Cubre la gente el suelo,
debajo de las velas desparece
la mar; la voz al cielo
confusa y varia crece;
el polvo roba el día y le escurece.
¡Ay!, que ya presurosos
suben las largas naves. ¡Ay!, que tienden
los brazos vigorosos
a los remos, y encienden
las mares espumosas por do hienden.
El Éolo derecho
hinche la vela en popa, y larga entrada
por el Hercúleo Estrecho
con la punta acerada
el gran padre Neptuno da a la armada.
¡Ay, triste! ¿y aun te tiene
el mal dulce regazo? ¿Ni llamado
al mal que sobreviene,
no acorres? ¿Ocupado,
no ves ya el puerto a Hércules sagrado?
Acude, acorre, vuela,
traspasa la alta sierra, ocupa el llano;
no perdones la espuela,
no des paz a la mano,
menea fulminando el hierro insano.»
¡Ay, cuánto de fatiga,
ay, cuánto de sudor está presente
al que viste loriga,
al infante valiente,
a hombres y a caballos juntamente!
Y tú, Betis divino,
de sangre ajena y tuya amancillado,
darás al mar vecino
¡cuánto yelmo quebrado,
cuánto cuerpo de nobles destrozado!
El furibundo Marte
cinco luces las haces desordena,
igual a cada parte;
la sexta, ¡ay!, te condena,
¡oh, cara patria!, a bárbara cadena.
Fray Luis de León
jueves, 20 de septiembre de 2012
La culpa no es del sapo
"Si una princesa besa a un sapo y el sapo no se transforma en príncipe, no nos apresuremos a descartar al sapo. Los príncipes encantados son raros, pero tampoco abundan las auténticas princesas".
ANA MARÍA SHUA
miércoles, 19 de septiembre de 2012
martes, 18 de septiembre de 2012
Lilas mórbidas o piedras de la locura
La inquietud de la musa. A 40 años de la muerte de Alejandra Pizarnik
Miércoles 26 de Septiembre, 19 hs.
Casa de la lectura. Lavalleja 924
Un 25 de septiembre, hace ya 40 años, Alejandra Pizarnik se convirtió en madre de poetas. Quizás, como dice Agamben, para poder convertirse también para nosotros en inspiración, la maestra debió apagar la suya, acabar con ella y dejar en suspenso la continuidad de su obra.
Fue desde esa noche de sacrificio que Alejandra, para siempre joven y perversa, para siempre inquieta e inquietante, nos arrastra entre textos y nos incita. Fue desde ese momento, en el que atravesó como palabra el tiempo, que cada vez que escribimos muñeca o sombra en un jardín; que cada vez que imaginamos condesas en sus torres, lilas mórbidas o piedras de la locura, pronunciamos Alejandra. Escribimos a Alejandra.
Leída y reescrita en sus avatares poéticos y biográficos, se convirtió en la última encarnación del poeta maldito (Aira), esa que logro exceder la imaginería surrealista (Genovese). Fue ella, también, quien consiguió escribir sin lengua (Kamenzsain), la que encerró el deseo lesbiano en un espejo-morada deformante, transgresor y silenciado (Molloy); quien dejo unos diarios únicos que atestiguan las dificultades para apropiarse de una lengua nacional (Catelli).
Por todo esto, invitamos a recordar a esta escritora que dibujó genealogías y marcó tradiciones en la literatura argentina con un encuentro variopinto: lecturas críticas, seguidas de un brindis poético de concurrencia interminable (poet@s, narrador@s, crític@s y amig@s) y, finalmente, un intervalo musical, en honor a esa musa que fue y que todavía es Alejandra Pizarnik.
Lecturas críticas: Tamara Kamenzsain. María Negroni. Andrea Ostrov.
Brindis poético: Ana Becciu (desde España). Bárbara Belloc. Gabriela Cabezón Cámara. Ma. del Carmen Colombo. Mariana Docampo. Alicia Genovese. Paula Jiménez. Silvia Jurovietzy. Liliana Lukin. Karina Maccio. Anahí Mallol. Sylvia Molloy (desde EEUU). Ariel Schettini.
Intervalo musical: Cuerdas al viento.
Invitan: Nora Domínguez y Laura A. Arnés.
Instituto Interdisciplinario de Estudios de Género, FFyL, UBA.
Diseño de imagen: Salvador Sanz
Miércoles 26 de Septiembre, 19 hs.
Casa de la lectura. Lavalleja 924
Un 25 de septiembre, hace ya 40 años, Alejandra Pizarnik se convirtió en madre de poetas. Quizás, como dice Agamben, para poder convertirse también para nosotros en inspiración, la maestra debió apagar la suya, acabar con ella y dejar en suspenso la continuidad de su obra.
Fue desde esa noche de sacrificio que Alejandra, para siempre joven y perversa, para siempre inquieta e inquietante, nos arrastra entre textos y nos incita. Fue desde ese momento, en el que atravesó como palabra el tiempo, que cada vez que escribimos muñeca o sombra en un jardín; que cada vez que imaginamos condesas en sus torres, lilas mórbidas o piedras de la locura, pronunciamos Alejandra. Escribimos a Alejandra.
Leída y reescrita en sus avatares poéticos y biográficos, se convirtió en la última encarnación del poeta maldito (Aira), esa que logro exceder la imaginería surrealista (Genovese). Fue ella, también, quien consiguió escribir sin lengua (Kamenzsain), la que encerró el deseo lesbiano en un espejo-morada deformante, transgresor y silenciado (Molloy); quien dejo unos diarios únicos que atestiguan las dificultades para apropiarse de una lengua nacional (Catelli).
Por todo esto, invitamos a recordar a esta escritora que dibujó genealogías y marcó tradiciones en la literatura argentina con un encuentro variopinto: lecturas críticas, seguidas de un brindis poético de concurrencia interminable (poet@s, narrador@s, crític@s y amig@s) y, finalmente, un intervalo musical, en honor a esa musa que fue y que todavía es Alejandra Pizarnik.
Lecturas críticas: Tamara Kamenzsain. María Negroni. Andrea Ostrov.
Brindis poético: Ana Becciu (desde España). Bárbara Belloc. Gabriela Cabezón Cámara. Ma. del Carmen Colombo. Mariana Docampo. Alicia Genovese. Paula Jiménez. Silvia Jurovietzy. Liliana Lukin. Karina Maccio. Anahí Mallol. Sylvia Molloy (desde EEUU). Ariel Schettini.
Intervalo musical: Cuerdas al viento.
Invitan: Nora Domínguez y Laura A. Arnés.
Instituto Interdisciplinario de Estudios de Género, FFyL, UBA.
Diseño de imagen: Salvador Sanz
domingo, 16 de septiembre de 2012
La pluma y la soga
El justificante perfecto
"Escritor es aquel que se enfrenta como nadie al fracaso de escribir y hace de ese fracaso, por decirlo así, su misión, mientras los demás, sencillamente, redactan", dice el autor en esta nota.
POR Fabio Morabito
Me fascina la anécdota de aquel hombre a quien su mujer le pidió que escribiera un justificante para su hijo que había faltado a la escuela. Mientras ella se apura en los preparativos para salir con el niño rumbo al colegio, el hombre lucha en la mesa del comedor con el justificante: quita una coma, vuelve a ponerla, tacha la frase y escribe una nueva, hasta que la mujer, que está esperando en la puerta, pierde la paciencia, le arranca la hoja de las manos y, sin sentarse, garabatea unas líneas, pone su firma y sale corriendo. Era sólo un justificante escolar, pero para el marido, que era un conocido escritor, no había textos inofensivos y aún el más intrascendente de ellos planteaba problemas de eficacia y de estilo. Quise escribir el justificante perfecto, confesó el hombre en una entrevista. En efecto, escritor es aquel que se enfrenta como nadie al fracaso de escribir y hace de ese fracaso, por decirlo así, su misión, mientras los demás, sencillamente, redactan.
Podemos estirar esa anécdota e imaginar a alguien que, soga en mano, a punto de colgarse de una viga del techo, se dispone a redactar unas líneas de despedida, toma un lápiz y escribe la consabida frase de que no se culpe a nadie de su muerte. Hasta ahí va bien la cosa, pero decide añadir unas líneas para pedir disculpas a sus seres queridos y, como es un escritor, deja de redactar y se pone a escribir. Dos horas después lo encontramos sentado a la mesa, la soga olvidada sobre una silla, tachando adjetivos y corrigiendo una y otra vez la misma frase para dar con el tono justo. Cuando termina está agotado, tiene hambre y lo que menos desea es suicidarse. El estilo le ha salvado la vida, pero quizá fue por el estilo que quiso acabar con ella; tal vez uno de los resortes de su gesto fue la convicción de ser un escritor fallido y tal vez lo sea, como lo son todos aquellos que pretenden escribir el justificante perfecto, que son los únicos que vale la pena leer. Escriben para justificar que escriben, la pluma en una mano y una soga en la otra.
Escuchado ayer en Eterna, leído por su autor.
"Escritor es aquel que se enfrenta como nadie al fracaso de escribir y hace de ese fracaso, por decirlo así, su misión, mientras los demás, sencillamente, redactan", dice el autor en esta nota.
POR Fabio Morabito
Me fascina la anécdota de aquel hombre a quien su mujer le pidió que escribiera un justificante para su hijo que había faltado a la escuela. Mientras ella se apura en los preparativos para salir con el niño rumbo al colegio, el hombre lucha en la mesa del comedor con el justificante: quita una coma, vuelve a ponerla, tacha la frase y escribe una nueva, hasta que la mujer, que está esperando en la puerta, pierde la paciencia, le arranca la hoja de las manos y, sin sentarse, garabatea unas líneas, pone su firma y sale corriendo. Era sólo un justificante escolar, pero para el marido, que era un conocido escritor, no había textos inofensivos y aún el más intrascendente de ellos planteaba problemas de eficacia y de estilo. Quise escribir el justificante perfecto, confesó el hombre en una entrevista. En efecto, escritor es aquel que se enfrenta como nadie al fracaso de escribir y hace de ese fracaso, por decirlo así, su misión, mientras los demás, sencillamente, redactan.
Podemos estirar esa anécdota e imaginar a alguien que, soga en mano, a punto de colgarse de una viga del techo, se dispone a redactar unas líneas de despedida, toma un lápiz y escribe la consabida frase de que no se culpe a nadie de su muerte. Hasta ahí va bien la cosa, pero decide añadir unas líneas para pedir disculpas a sus seres queridos y, como es un escritor, deja de redactar y se pone a escribir. Dos horas después lo encontramos sentado a la mesa, la soga olvidada sobre una silla, tachando adjetivos y corrigiendo una y otra vez la misma frase para dar con el tono justo. Cuando termina está agotado, tiene hambre y lo que menos desea es suicidarse. El estilo le ha salvado la vida, pero quizá fue por el estilo que quiso acabar con ella; tal vez uno de los resortes de su gesto fue la convicción de ser un escritor fallido y tal vez lo sea, como lo son todos aquellos que pretenden escribir el justificante perfecto, que son los únicos que vale la pena leer. Escriben para justificar que escriben, la pluma en una mano y una soga en la otra.
Escuchado ayer en Eterna, leído por su autor.
Con su hermana por teléfono
La calidad del misterio
Por Flavio Morábito
El idioma materno de mi mujer es un idioma que yo no hablo; ella, en cambio, habla mi lengua materna. Nos comunicamos a través de un tercer idioma, que es el idioma del país en que vivimos. El que yo no hable ni entienda la lengua materna de mi mujer, al revés de ella, que habla la mía sin dificultad, me otorga una gran ventaja. Al estar expuesto en mi casa a un idioma extraño, que no entiendo ni quiero entender, la calidad de misterio de mi vida es superior a la suya. Cuando la oigo hablar en su idioma, bien sea con su hermana por teléfono o con algún compatriota que frecuenta, me doy cuenta de cuán poco la conozco, pues los sonidos de su lengua no tienen correspondencia exacta con los de ningún otro idioma que he oído. En especial la aspereza de ciertas consonantes aspiradas me perturban todavía después de treinta años de convivencia. Hay allí, en esos sonidos que parecen comprometer no sólo su garganta sino su estómago, un aspecto de mi mujer que escapa a mi comprensión, una cualidad de su sistema nervioso que me resulta ajena y hasta amenazante. Ella ha de experimentar lo mismo, pues me ha dicho que nunca se siente tan extranjera, tan sola e incomprendida como cuando usa su idioma materno dentro de nuestra casa, consciente de que ni yo ni mi hijo la entendemos, como si se tratara de una loca que desvaría. Así, después de que acaba de hablar por teléfono con su hermana, lo primero que hace, con la boca que todavía rezuma idioma materno, es ir a verme, temiendo quizá que su idioma haya creado un abismo entre nosotros, como esos terremotos cuya intensidad hace que el eje de la Tierra se desplace unos centímetros. Nos miramos con expresión interrogante, y entonces, a menudo, me ruega que aprenda su idioma, para no sentirse tan sola en nuestra casa. Pero yo le respondo que en esa soledad lingüística suya, y en el misterio que de ello se deriva, se cifra gran parte de su belleza y de mi amor por ella, y se retira resignada, como quien ha cerrado un trato desventajoso pero irrevocable.
Publicada por Revista Ñ.
Leída ayer por el autor en Eterna Cadencia dentro del marco de la FYLBA 2012.
Por Flavio Morábito
El idioma materno de mi mujer es un idioma que yo no hablo; ella, en cambio, habla mi lengua materna. Nos comunicamos a través de un tercer idioma, que es el idioma del país en que vivimos. El que yo no hable ni entienda la lengua materna de mi mujer, al revés de ella, que habla la mía sin dificultad, me otorga una gran ventaja. Al estar expuesto en mi casa a un idioma extraño, que no entiendo ni quiero entender, la calidad de misterio de mi vida es superior a la suya. Cuando la oigo hablar en su idioma, bien sea con su hermana por teléfono o con algún compatriota que frecuenta, me doy cuenta de cuán poco la conozco, pues los sonidos de su lengua no tienen correspondencia exacta con los de ningún otro idioma que he oído. En especial la aspereza de ciertas consonantes aspiradas me perturban todavía después de treinta años de convivencia. Hay allí, en esos sonidos que parecen comprometer no sólo su garganta sino su estómago, un aspecto de mi mujer que escapa a mi comprensión, una cualidad de su sistema nervioso que me resulta ajena y hasta amenazante. Ella ha de experimentar lo mismo, pues me ha dicho que nunca se siente tan extranjera, tan sola e incomprendida como cuando usa su idioma materno dentro de nuestra casa, consciente de que ni yo ni mi hijo la entendemos, como si se tratara de una loca que desvaría. Así, después de que acaba de hablar por teléfono con su hermana, lo primero que hace, con la boca que todavía rezuma idioma materno, es ir a verme, temiendo quizá que su idioma haya creado un abismo entre nosotros, como esos terremotos cuya intensidad hace que el eje de la Tierra se desplace unos centímetros. Nos miramos con expresión interrogante, y entonces, a menudo, me ruega que aprenda su idioma, para no sentirse tan sola en nuestra casa. Pero yo le respondo que en esa soledad lingüística suya, y en el misterio que de ello se deriva, se cifra gran parte de su belleza y de mi amor por ella, y se retira resignada, como quien ha cerrado un trato desventajoso pero irrevocable.
Publicada por Revista Ñ.
Leída ayer por el autor en Eterna Cadencia dentro del marco de la FYLBA 2012.
Colombina y Pierrot
Carnaval
Tango 1927
Música: Anselmo Aieta
Letra: Francisco García Jiménez
¿Sos vos, pebeta? ¿Sos vos? ¿Cómo te va?
¿Estás de baile? ¿Con quién? ¡Con un bacán!
¡Tan bien vestida, das el golpe!...
Te lo digo de verdad...
¿Habré cambiado que vos, ni me mirás,
y sin decirme adiós, ya vas a entrar?
No te apresures.
Mientras paga el auto tu bacán,
yo te diré:
¿Dónde vas con mantón de Manila,
dónde vas con tan lindo disfraz?
Nada menos que a un baile lujoso
donde cuesta la entrada un platal...
¡Qué progresos has hecho, pebeta!
Te cambiaste por seda el percal...
Disfrazada de rica estás papa,
lo mejor que yo vi en Carnaval.
La vida rueda... También rodaste vos.
Yo soy el mismo que ayer era tu amor.
Muy poca cosa: un buen muchacho,
menos plata que ilusión.
Y aquí en la puerta, cansado de vagar,
las mascaritas al baile miro entrar.
Vos entrás también
y la bienvenida, a media voz,
yo te daré.
Divertite, gentil Colombina,
con tu serio y platudo Arlequín.
Comprador del cariño y la risa,
con su bolsa que no tiene fin.
Coqueteá con tu traje de rica
que no pudo ofrecerte Pierrot,
que el disfraz sólo dura una noche,
pues lo queman los rayos del sol.
lunes, 10 de septiembre de 2012
Fantasía mensual
Yo no sé si la protitución es en mí una fantasía reprimida o un miedo que se me presenta mensualmente al ver mi sueldo en el cajero.
Cambiando figuritas
Salí de la escuela 20 minutos antes por el acto. Dije "Aprovecho y voy a ver qué debo en Gas Natural y en Banco Itaú" (así como para joder un poquito viste?). Para pagar la boleta vencida del gas (que era del mes pasado no más pero no me llegó) dos colas: una de 15 minutos, la otra de hora 15. De ahí a sacar plata del cajero, tres personas adelante no más pero debí entenderlo como adelanto de lo que quedaba de mi sueldo después de que la tarjeta chupó lo del crédito y otros débitos automáticos. De ahí al Itaú donde se supone que pago la cuota del colegio: dos colas más, cortitas pero dolorosas y eso que solamente solté el mínino. De ahí al pago fácil a dejar todo lo que me quedaba de dignidá.
jueves, 6 de septiembre de 2012
Nombres de árboles
ANALFABETISMO URBANO
En este momento nuestros hijos son ecológicamente analfabetos. Pueden citar 20 marcas comerciales como Coca-cola, McDonalds, Nike o Shell, pero si los llevas al bosque y les pides que te digan veinte nombres de árboles no los conocen. Hace falta introducir en las escuelas la eco-inteligencia y la eco-alfabetización. En cada escuela, por lo menos un día a la semana, los niños deberían salir y aprender de la naturaleza, no sólo sobre ella sino de ella. Cuando aprendemos sobre la naturaleza, ésta es un objeto que estudias; cuando aprendes de la naturaleza, hay una humildad ecológica y la naturaleza es tu maestra. Satish Kumar
Ilustración de Yan Nascimbene
domingo, 2 de septiembre de 2012
Tangos para hijas buenas
Mi viejo siempre nos cantó tangos. Desde chiquita el mío era La pulpera de Santa Lucía y era anécdota familiar que me gustaba Talán, Talán porque yo terminaba la frase con "y el auto codre (sic) no se ve más". (Sé qué mis hermanos cumplían alguna función en la anécdota pero no me acuerdo.
Ahora, de grande, me doy cuenta de los procesos de "adaptación" que mi viejo (por ahí me animo a preguntarle qué tan concientemente) hacía de estas letras:
1ero: Nunca me cantó la parte en que la pulpera se moría, saltaba directamente al "Dónde estás" pero nunca me enteré de la tragedia.
2do: Nunca me cantó (me enteré reciencito al googlearla) la parte de Talán Talán en la que se dice que "la mala hija" de Don Juan es la que vuelve se ve pasar borracha en un auto. Ni mucho menos que la chica se había ido con un mal hombre. Siempre entendí que era un desengaño amoroso, no un abandono filial, je.
Hasta en la estrofa siguiente mi papá aplicaba una generalización que limitaba el "problemita" de la nena: El original es:
Pero al llegar cerca 'el bajo
un auto abierto se ve cruzar,
en el que vuelve la desdichada
medio dopada de humo y champán.
La versión para mí:
"Pero al llegar cerca 'el bajo
un auto abierto se ve cruzar,
en el que vuelven lsa desdichadas
todas dopadas del vil champán."
Ahora, de grande, me doy cuenta de los procesos de "adaptación" que mi viejo (por ahí me animo a preguntarle qué tan concientemente) hacía de estas letras:
1ero: Nunca me cantó la parte en que la pulpera se moría, saltaba directamente al "Dónde estás" pero nunca me enteré de la tragedia.
2do: Nunca me cantó (me enteré reciencito al googlearla) la parte de Talán Talán en la que se dice que "la mala hija" de Don Juan es la que vuelve se ve pasar borracha en un auto. Ni mucho menos que la chica se había ido con un mal hombre. Siempre entendí que era un desengaño amoroso, no un abandono filial, je.
Hasta en la estrofa siguiente mi papá aplicaba una generalización que limitaba el "problemita" de la nena: El original es:
Pero al llegar cerca 'el bajo
un auto abierto se ve cruzar,
en el que vuelve la desdichada
medio dopada de humo y champán.
La versión para mí:
"Pero al llegar cerca 'el bajo
un auto abierto se ve cruzar,
en el que vuelven lsa desdichadas
todas dopadas del vil champán."
sábado, 1 de septiembre de 2012
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Lunes por la madrugada...
Yo cierro los ojos y veo tu cara
que sonríe cómplice de amor...
que sonríe cómplice de amor...