Qué más necesita una viejecita como yo? Ahhhhh, bolsas de agua caliente y mantas térmicas nonono, pelela ya tengo, mmmm...
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"Por ese entonces, a las órdenes del Perito, investigaban los bordes sutiles de un mundo que les era por completo desconocido, una mezcla de paraíso y purgatorio de piedra que los condenaba al descubrimiento perpetuo, a la búsqueda de lo que nadie sabía que estaba allí, esperándolos, según el Ingeniero, ajeno a ellos, según Víktor. Un trabajo de Sísifo contra el olvido instantáneo de la geografía, porque las fronteras nunca recuerdan lo que son, aunque se las marque con crayones negros y definitivos sobre el candor de un papel. Aquel viaje había sido una pesadilla, no al principio, y no precisamente por la presencia de Víktor, más bien todo lo contrario: gracias a que este alemán se conocía cada árbol y cada recodo a la vera del Futaleufú, se habían salvado."
El lago. Paola Kaufmann. P. 18
LITERATURA › A LOS 37 AÑOS, MURIO LA NOTABLE ESCRITORA PAOLA KAUFMANN
Científica y escritora, Kaufmann ganó varios premios, incluyendo la última edición del Planeta con su novela El lago.
Por Silvina Friera
Era una mezcla perfecta de mujer teutona, latina y patagónica, que supo combinar dos actividades que parecían, a simple vista, incompatibles: la ciencia con su pasión por la literatura, que no descartaba que fuera “una cosa genética” porque su madre era poeta y filósofa. “Siento que escribo y produzco mejor en momentos en que tengo una rutina científica más exigente. Todo parece encajar cuando me someto a rutinas firmes, como pasar largas horas en el laboratorio desde la mañana, y luego, al volver a casa al atardecer, me pongo a escribir. Funciono bien cuando tengo esos espacios bien limitados, y aunque en ocasiones esté cansada, trato de disciplinarme”, dijo la autora de la novela El lago, ganadora de la última edición del Premio Planeta, una alegoría sobre la última dictadura militar. La escritora roquense Paola Kaufmann murió el sábado a los 37 años, a causa de un cáncer. Dejó un libro de cuentos inédito, La ninfómana y el trepanador.
La escritora y doctora en neurociencias, investigadora del Conicet y de la Universidad de Quilmes, nació en General Roca (Río Negro) el 8 de marzo de 1969, pasó su adolescencia en Córdoba y se mudó a Buenos Aires para estudiar biología. “Nací con luxación de cadera congénita, pasé por varias operaciones y hasta los tres años no pude caminar”, recordaba Kaufmann. “Entonces mi vieja, para entretenerme, me tapizaba la habitación de cuentos. Me leía todo el tiempo. Creo que la cosa empezó ahí. Además mi mamá era filósofa y poeta, así que no descarto una cosa genética.” A los 5 años, su madre murió en un accidente. Dejó un cuaderno de poesías que ella guardaba con profundo amor. Paola era en los papeles Paola Yannielli, pero firmaba Kaufmann porque era su apellido materno. Al poco tiempo de terminar su carrera –se doctoró en Neurociencias–, asistió durante cuatro años al taller literario de Abelardo Castillo. Desde 1999 hasta el año 2003 realizó estudios de post doctorado en Massachusetts, donde obtuvo el doctorado en Física. Hacía tres años que había decidido radicarse en Buenos Aires, donde trabajaba como investigadora científica y se dedicaba a escribir ficción.
En 1998 recibió una mención del Premio del Fondo Nacional de las Artes por el libro de cuentos La noche descalza; en 2002 ganó el Premio Fondo Nacional de las Artes por su libro de cuentos La cancha de golf del Diablo; en 2003, el prestigioso galardón Casa de las Américas por su novela La hermana, sobre la vida de la escritora Emily Dickinson, y el año pasado el Planeta a la mejor novela por El lago, que narra una historia que transcurre a lo largo de nueve meses, desde la Navidad de 1975 hasta septiembre del ’76, cuando un grupo de personajes llegan a la Patagonia intrigados por el misterio del monstruo. Entre los aventureros se encuentra Ana, naturalista de profesión, que se instala junto a sus compañeros en una casita a orillas del lago, esperando que se les revele algo terrible.
“Me encantó tomarme el tiempo para leer novelas góticas, por ejemplo El monje, de Matthew Lewis, y mirar una película de terror tras otra, cosa que hago igualmente, pero con culpa, porque me gusta el cine Z”, confesó la autora. “Leí mucho sobre las búsquedas del monstruo del Lago Ness, sobre monstruos marinos, y después investigué sobre la expedición que se hizo en 1922 para atrapar a un supuesto plesiosaurio en el Nahuel Huapi. Todo ese material me sirvió para recrear ficcionalmente el primer capítulo de la novela, centrado en esta expedición, la última que se hizo con apoyo del gobierno”, señaló la escritora. “De a poco se fue armando una novela que no era aquella de ciencia ficción que había imaginado al principio, ni de terror, sino una historia más compleja, con una serie de elementos distintos entremezclados: la Patagonia como escenario natural, el lago con su mito, los ’70 en Argentina, la Segunda Guerra Mundial, una naturalista que ve el mundo de una manera muy particular, muy analítica. Fueron apareciendo los personajes, o más bien tomando forma, dentro de un marco mucho menos science fiction de lo que había pensado. A lo mejor lo gótico moderno pasa más bien por este lado”, explicó Kaufmann sobre cómo había sido el proceso de escritura de El lago.
“La idea del monstruo aparece como la excusa para hablar de un aspecto que me interesaba abordar, y que tiene que ver con lo que significa identificar, asignarles un nombre a las cosas y darles un sentido a través de ese nombre en un contexto determinado, lo que en la biología se llama taxonomía”, subrayó Kaufmann. “La taxonomía consiste en asignarle identidad a algo dentro de un sistema de clasificación. En ese sentido, todos los personajes están atravesados por un conflicto relacionado con la identificación: con el nombre que tienen, con quiénes son. La excusa mayor para hablar de eso es el monstruo, porque justamente la pregunta que atraviesa toda la novela es ¿qué es? Y cada uno lo ve de una manera diferente.”
DOMINGO, 19 DE FEBRERO DE 2006
La novela ganadora del último Premio Planeta no elude los sentidos alegóricos ni la investigación histórica. A fuerza de estilo, remonta ciertos tropiezos de la trama y plantea interrogantes acerca de la tradición literaria argentina.
Por Mauro Libertella
El lago
Paola Kaufmann
Planeta
331 páginas.
A pesar de que la faja roja impresa en la tapa de El lago de Paola Kaufmann reza “Premio Planeta 2005”, trataremos de hablar aquí de literatura y no demorarnos en los vericuetos y las paradojas que implican los galardones literarios. Y si de premios se trata, Paola Kaufmann es una joven autora que sabe cómo abordarlos.
Empezaremos diciendo que Paola Kaufmann nació en Río Negro en 1969. Sus libros anteriores merecieron premios como el Casa de las Américas 2003, por el libro La hermana, que narra la vida de Emily Dickinson, así como también del Fondo Nacional de las Artes por su producción cuentística. Además de escribir, es doctora en neurociencias, y esa veta científica ha dejado sin dudas algunos trazos en su último libro, porque en su caso, y como afirma, “la mirada científica alimenta a la literatura”.
La historia transcurre en la Patagonia, y es el relato acerca de un grupo de personas que viven en una casa a la sombra de un misterio: el monstruo del lago, una criatura incierta que ha llevado a la locura a más de uno en la familia. La trama del libro funciona nítidamente como alegoría, y el monstruo es al mismo tiempo la dictadura, las obsesiones personales, el intrincado misterio de la naturaleza y otras significaciones posibles que en el trancurso del relato se van abriendo como mayor o menor fuerza. El tema y el ambiente general del libro son más bien clásicos: la casa aislada, el territorio salvaje, la bestia innombrable. Hay también algunas tramas solapadas que se entretejen con el relato troncal. Estos sub relatos son el de algunos inmigrantes alemanes en la Argentina, el de la dictadura militar, el del poder y la tiranía en general (tengamos en cuenta el período histórico que se narra: principios de 1976 en adelante). Y también son evidentes algunas oposiciones que se repiten en todo el libro, como desierto o ciudad, ciencia o mito. En este contexto, donde pareciera que la novela se propone como un mundo posible (con todos sus cimientos y sus vacíos), El lago tiene sus mejores destellos acaso en algunos detalles desperdigados por acá y por allá: en los intermitentes derrames cerebrales de Lanz, en las solapadas veladas sexuales de Ana y Nando, en las evocaciones a la primera expedición de 1922.
El primer problema que salta a la vista es el de una prosa sobrecargada, casi saturada de explicaciones, en una carrera frenética por tapar cada hueco posible. La consecuencia inmediata es que, así, la acción no avanza. Hay grandes pedazos de relato en donde no ocurre nada y toda la escritura esta puesta en pos de la descripción del paisaje, de una casa, de un estado de ánimo. Esta tendencia a sobrecargar las posibles fisuras o escisiones del relato obtura también el imprescindible espacio que necesita el lector para desplegar su propia lectura, para perderse en algún vacío del libro y desde ahí leer sin cadenas. Es curiosa la diferencia que se percibe entre los cuentos de Kaufmann y su novela El lago. Sus cuentos de La noche descalza y El campo de golf del diablo, que se acaba de reeditar, son ejercicios literarios dotados de cierta frescura, sin ataduras a un esquema previo de escritura, con párrafos veloces y a veces desconcertantes. El lago, por el contrario, está en una vereda opuesta, en donde impera la sobrecorrección. El recurso de anticipar giros de la trama que en algunas novelas promueve el suspenso y la intriga, aquí da la sensación de que toda la novela, de punta a punta, descansaba en la mente de la autora antes de escribirse, y que poco quedó para el azar o el juego en el momento de la creación.
Es difícil afirmar desde qué lugar de la tradición argentina escribe Kaufmann. Eso puede ser algo positivo, sí, pero también puede estar hablando de una literatura que no se legitima a sí misma plenamente como literatura. Y, si bien Kaufmann se formó con Abelardo Castillo, esa impronta decantó con nitidez en los cuentos pero no se continuó en esta novela.
Si bien los capítulos de la novela están narrados por distintos narradores –tanto en tercera como en primera persona–, todo el libro se mantiene con una misma voz. Y un recurso como el de la alternancia de narradores, que podría servir para renovar el ritmo y los modos de escribir, actúa en cambio amansando más el agua, perpetuando todo el relato en un tono tibio y lento. La novela renueva cierto aire hacia el final, cuando los personajes de Ana y Nando viajan a Buenos Aires y, especialmente, en una caminata paranoica por la ciudad de la dictadura. Es como si el vértigo de la gran ciudad se impregnara en la prosa y lograra sacarla un poco de su letargo. El estilo de Kaufmann, por otra parte, es prolijo. Las palabras que elige suelen ser precisas y a veces bellas, y ese buen uso del lenguaje, aunque corre el riesgo de volverse monótono, se edifica finalmente como un relato en el fragor de una escritura minuciosa, con una sintaxis y metáforas bien logradas. Y es entonces la escritura la que logra, finalmente, balancear los traspiés en los que incurre la trama.