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Princesas olvidadas y desconocidas
31-03-2011 | Rébecca Dautremer
Las princesas malas también son princesas.
Por Coni Salgado.
princesas olvidadas o desconocidasDesde la portada Tremenduskah pone cara de ángel, pero es temible como el diablo. Por donde pasa, dicen, no vuelve a crecer la hierba.
Acostumbrados a las frágiles princesas convencionales, tal vez, acaso existan otras. Princesas piratas, carnívoras, rupturistas… princesas africanas, olvidadas, de la selva, de la luna, del bosque o desconocidas. Princesas siamesas, del hielo, del mar. ¡Princesas con barba!
Un libro es siempre una muestra de arte, pero hay algunos que se convierten en una galería entera. La inauguración al abrirlo interrumpe la monotonía con la sensación de un oásis ante los ojos. Belleza extrema en la que pueden descubrise mil detalles. Un océano de arte para bucear entre la calidad gráfica. Paraíso visual y la sutileza hecha ilustración. La magia en cada expresión.
El libro Princesas, olvidadas y desconocidas, de Philippe Lechermeier y Rébecca Dautremer (Editorial Edelvives) es un libro que ha dado la vuelta al mundo. Con una combinación exquisita de originales textos e ilustraciones, se ha convertido en un clásico de los amantes de la literatura infantil y juvenil, del suspiro universal y de todo aquel que sienta que no existe una edad determinada para apreciar el buen arte.
Lechermeier y Dautremer expresan en una obra compartida el más delicioso de los libros. Descripciones de princesas con sentidos, con caprichos, con la noche en los ojos, con la música en el alma. Princesas de letras, de perfumados baños de pétalos de rosas. Princesas sin rostro, princesas estrictas, princesas relámpago. Princesas confidentes, de barba dulce y lenguaje extranjero. Princesas con amnesia, sin palacio y con la selva en la piel. Princesas de arena, de sueños, del Amazonas. Anguilas de la isla, libélulas del aire. Princesas de jardín, de la sopa, princesas que besan sapos. Princesas de pelos de colores, con miedo a la ignorancia.
Retratos, secretos, gustos y pasiones de cada una de ellas. Y el amor, siempre el amor.
La edición del libro tiene dos opciones, una en un tamaño grande e impresión imponente desde el arte de tapa, hasta la última página, con test para reconocer princesas y despertar aquellas dormidas. Una página de proverbios, y una infinidad de detalles literarios y creativos. La otra opción está realizada en una caja cofre de cartón, libro pequeño, cuaderno de notas, y 20 postales con imágenes sublimes.
Son princesas estrelladas, de fuego, de la tierra, de la China. Princesas ocultas. Princesas que identifican, que brillan. Princesas para descubrir, para soñar, para mirarse. Una para cada niña. Para cada mujer.
Hay que desconfiar de la princesa dormida (proverbio Grimm)
Princesa que habla no llora… (proverbio yidish)
Una princesa hace la primavera (proverbio griego)
Rébecca Dautremer es ilustradora. Nació en Gap, Francia en 1972. Está diplomada en la Escuela Nacional de Artes Decorativas de París. Es dibujante para prensa, cartelista, diseñadora gráfica y de juguetes. Ha ilustrado algunos álbumes de otros autores y propios. Es autora de una extensa obra por la que ha obtenido numerosos premios y el reconocimiento internacional como una de las grandes ilustradoras del momento. En España, la editorial Edelvives y la editorial Kókinos han publicado títulos como Babayaga, Enamorados, Cyrano, Nasrudín, Sentimento o el imprescindible Princesas olvidadas o desconocidas. Rébecca Dautremer domina múltiples recursos estilísticos: encuadres sorprendentes, técnicas variadas, colores intensos y la magia por sobre todas las cosas.
martes, 31 de enero de 2012
Las princesas de Rebecca
Princesas olvidadas o desconocidas – Philippe Lechermeier y Rébecca Dautremer
3 junio, 2009 at 7:22 pm 7 comentarios
Tomado de Fedro Libros
Si recorremos la blogsfera y la web el comentario general frente a este libro es el mismo que el nuestro: fue amor a primera vista.
Lo primero que llama la atención es la ilustración de tapa. Imposible no abrir el libro después de verla.
El primer recorrido será, seguramente, el de las ilustraciones. Es que poseen una gracia y delicadeza que cautivan. Pueden estar seguros de no haber visto algo tan hermoso en mucho tiempo. Después empieza la culpa lógica al darnos cuenta que es un libro y por ende tiene texto. Qué injustos seríamos en quedarnos sólo con el mero objeto, ya que los textos de Philippe Lechermeier, de los que se compone este libro están sin duda a la altura de nuestra primera impresión de enamorados.
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Son pequeñas frases, recortes de la vida de estas princesas que no son las que ya conocemos, aunque algunas se parezcan un poco, ni nos resultan tan predecibles como estas. El tono informal del libro oculta un brillante sentido del humor, una visión romántica del mundo del niño y la labor de un meticuloso coleccionista de excentricidades.
La editorial española Edelvives, que nos tiene acostumbrados a su buena calidad de contenido y encuadernación, se ha dado el gusto (en realidad nos ha dado el gusto) de editar este libro en español, con una traducción impecable, una calidad gráfica asombrosa y un tamaño colosal para sentirnos completos del todo.
Es cierto, sin embargo, que al ser importado puede doler un poco el precio (aunque lo valga), con lo cuál podemos alegrarnos más aun ante la reciente llegada de su versión de bolsillo!
En Fedro están disponibles ambos tamaños (el grande se va rápido, ojo!) y no sólo eso, sino una colección maravillosa de otros libros ilustrados por la genial Rébecca Dautremer.
Cyranorebecca_dautremer_sentimentonasrudinnasrudin_&_su_asnogalapagos
Aquí una entrevista a la ilustradora: Rébecca Dautremer. (En inglés* debajo encontrarán nuestra traducción, pero para los bilingües…)
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Entrevista a Rébecca Dautremer
-Estudiaste artes gráficas en la Escuela de Arte de Paris y desde entonces te has convertido en una ilustradora muy popular en Francia. ¿Cómo llegaste a trabajar con libros infantiles?
Como estudiante quería trabajar en fotografía o diseño gráfico. Todo comenzó cuando un profesor me presentó con la editorial Gautier-Languereau. Me gustó el ambiente del oficio porque los ilustradores no son competitivos – no nos juzgamos entre nosotros e incluso con algunas, como Elodie Nouhen, nos hemos hecho amigas. Una vez que obtuve mi diploma resultó muy natural continuar trabajando en el área y sigo obteniendo un gran placer en ello.
-Tus dibujos tienen un sentimiento, de alguna forma, melancólico y completamente intrigante. ¿Qué técnica utilizas para producir ese efecto?
A decir verdad, ¡no tengo ninguna técnica particular! Como fui entrenada en artes gráficas, necesito dar vueltas, probar diferentes cosas, trabajar mucho. Me considero a mí misma más una artesana que una artista. Mis ilustraciones están todas pintadas con gauche (un tipo de acuarela opaca); llevo diez años ilustrando libros pero como siempre debo enseñarme a mí misma a utilizar el gauche, siempre siento que puedo mejorar. Es una acuarela opaca, que a veces puede resultar un poco sombría y eso significa que tengo que buscar contrastes. En Cyrano, que estoy por publicar junto con mi marido Taï-Marc Le Thanh este mes, tuve que utilizar óleos en los dibujos para resaltar los colores. Pero el gauche es mucho más agradable de usar que los acrílicos: no es un material muerto – ¡nunca se seca! Si tuviera que utilizar otro material elegiría el óleo.
-En tus libros no son sólo las ilustraciones las que llaman la atención sino todo el diagramado, que está lleno de sutilezas, particularmente en el libro Princesas olvidadas y desconocidas. ¿Cuánto te involucras en el diseño del libro?
¡Me gusta siempre meterme en el diagramado! Es en lo primero que pienso. Como una artista gráfica es muy frustrante limitarse a la ilustración. Cuando es posible me gusta trabajar muy cerca de la dirección artística; crear un libro es, a su vez, mucho más enriquecedor cuando se trata de una real colaboración. Con Princesas…, mantuve una comunicación permanente con el autor, Philippe Lechermier. Princesas… es una especie de diccionario de múltiples voces, en el cual la princesa más famosa está codo a codo con la más fantástica: la dicharachera Fratasie y Kouskah, un verdadero demonio. Al principio las princesas fueron ordenadas alfabéticamente. ¡Intentar imaginar las ilustraciones a partir de, tan sólo, un pequeño texto, fue realmente muy difícil! Así que con Philippe revisamos los textos y el concepto del libro entero, lo que nos permitió un trabajo mucho más libre. Yo contribuí con un toque personal al añadir algunos pasajes manuscritos al texto. Philippe incluso creó algunas nuevas princesas a partir de mis sugerencias, como Doremí y Capriciosa.
-Estás ilustrando más y más libros que reescriben cuentos tradicionales, como Babayaga o Sentimento, escrito por Carl Norac, cuyos libros han tenido un gran éxito en Gran Bretaña. ¿Sientes que estás realizando el sueño de cualquier niña?
¡En realidad no son tanto cuentos de Hadas como historias sobre Monstruos! El destino decretó que yo ilustre este tipo de historias. Para Sentimento, quise volver sobre la historia de Frankenstein. Gautier-Languereau le pidió a Carl Norac que se ocupara del texto y él inventó una mezcla entre Pinocho y Frankenstein! Esta monstruosa criatura incluso se llamó Pinostein! Carl Norac estaba muy feliz con el resultado y esperamos hacer algún otro libro juntos. La historia de la ogresa Babayaga se inspira simplemente en un cuento tradicional ruso – una historia que yo traje aunque es poco conocida en Europa occidental. ¡Hay más que Caperucita Roja y Hansel y Gretel!
-Tus libros están tan bien hechos que atraen tanto a adultos como a niños. ¿Qué sientes respecto de este inesperado público?
¡Me da un gran placer! Es cierto que los “niños grandes” a menudo compran Princesas… para su propio disfrute. Los adultos han impuesto a los niños un mundo de ilustraciones limpias y antisépticas, un mundo simplista. Esta sobreprotección limita su imaginación y a menudo escucho niños diciendo “Me encanta Sentimento porque es tan triste”. Es mejor no intentar complacer a los niños o leer demasiado en sus gustos porque nuestros criterios son muy diferentes de los suyos. Mis propios hijos son muy críticos de mi trabajo. El mayor se ha vuelto demasiado grande para mis historias mientras que los otros recién están empezando a interesarse por ellas. Pero si yo me guiara permanentemente por sus críticas perdería mi libertad y profundidad de pensamiento. Pero, dicho esto, también estoy contenta al hacer verdaderos y no ambiguos libros para niños como Nasrudin, que salió en septiembre pasado.
-Con Cyrano, el resultado de una cercana colaboración con tu marido, Taï-Marc Le Thanh, y L’amoureauz, que tú escribiste, te estás compenetrando más y más con la escritura. ¿Te ves escribiendo otro libro?
En general prefiero quedarme tras bambalinas y entregar la creación del texto a otros. Imaginar libros con mi marido es ideal, tenemos un intercambio de ideas muy fluido. Taï-Marc es una artista gráfico como yo, así que necesitó mi apoyo para pasarse a la escritura. De mi parte, cuando escribo, no son tanto historias como diálogos. L’amoreaux ha sido también adaptado como una obra de teatro infantil, lo cuál me generó una gran satisfacción; los niños hacen preguntas sobre el amor con una graciosa y conmovedora ingenuidad. Mi próximo libro como autora-ilustradora está basado en el mismo principio. El libro consiste en una pequeña obra en la cuál los actores representan animales disfrazándose de animales. ¡Es confuso y abrumador!
Incluyendo la primera vez que se hizo la paja
Por qué es tan malo Paulo Coelho
Héctor Abad Faciolince
Quitapesares
Edición N° 50
N° 50
Noviembre - Diciembre de 2003
Traducido a 56 idiomas, publicado en 150 países, con más de 54 millones de libros vendidos, a Paulo Coelho hay que reconocerle al menos una virtud: es una mina de oro para sí mismo y para las editoriales. En su libro de mayor éxito, El alquimista (1988), un pastor de ovejas andaluz viaja hasta las pirámides de Egipto en busca de un tesoro. Antes de llegar a su destino se encuentra con el gran mago que posee los dos pilares de la sabiduría alquímica, es decir, sabe destilar el elíxir de la larga vida y ha fabricado un huevo amarillo, la piedra filosofal, con cuya ralladura se puede convertir en oro cualquier otro metal.
En su viaje hacia las tumbas de los faraones el alquimista le ha revelado al muchacho otro secreto: “Cada hombre sobre la faz de la tierra tiene un tesoro que lo está esperando”. Luego le explica que si no todos encontramos este tesoro personal, es porque “los hombres ya no tienen interés en encontrarlo”. Sospecho que muchos desgraciados se consuelan creyendo semejante ingenuidad. Vista descarnadamente, es sólo una simpleza o una pía ilusión. Sin embargo hay algo que tenemos que conceder, y es que sin duda Paulo Coelho encontró su propio tesoro, en cierto sentido su piedra filosofal: la ralladura sosa y rosa y empalagosa de su prosa se convierte —como por arte de magia— en oro editorial, en millones de copias de consumo masivo de mediocridad. Pero ¿cómo lo hace? ¿Y por qué, siendo un escritor tan rudimentario en el uso del lenguaje, tan pobre en el pensamiento y tan elemental en sus recursos estilísticos, consigue tocar la sensibilidad de tanta gente?
No voy a dar la respuesta más obvia e inmediata, la que todos dan: Si Coelho vende por sí solo más libros que todos los demás escritores brasileños juntos, esto se debe precisamente a que sus libros son tontos y elementales. Si fueran libros profundos, complejos literariamente, con ideas serias y bien elaboradas, el público no los compraría porque las masas tienden a ser incultas y a tener muy mal gusto. Claro que en los millones de ejemplares vendidos hay algo de esto. Pero también existen muchísimos libros tan malos como los de Coelho que no tienen ningún éxito y, al contrario, hay unos cuantos libros excelentes y literariamente impecables que se venden por millones. En vez de tranquilizarnos con respuestas facilistas y tautológicas (el vulgo es vulgar, el mercadeo vende), conviene examinar con cuidado los libros de Coelho y no desdeñarlos de entrada con altivo esnobismo. Me he impuesto el ejercicio de leerlos para tratar de descubrir en qué estrategias temáticas y narrativas podría residir su extraordinario éxito editorial.
La primera respuesta que me di, apenas empezando la lectura de algunos de sus libros, fue que quizá Coelho disfrazaba de misterio y asombro las puras tonterías. Oigan esta, por ejemplo: “Era un día caluroso y el vino, por uno de estos misterios insondables, conseguía refrescar un poco su cuerpo”. De verdad, qué misterio insondable que un líquido quite la sed. Después me di cuenta de que sus técnicas narrativas no se agotan en la simple estupidez; son algo más hábiles y algo menos burdas.
Para empezar, los libros de Coelho explotan hábilmente un universal humano: nuestra fascinación por los poderes de adivinación y conocimiento sobrenaturales. Ya Thomas Hobbes en su clásico Leviatán (1651) señalaba la irresistible atracción (y por lo tanto el fácil engaño) que padecemos los seres humanos ante todo tipo de presagios. Es una tradición muy antigua (una socorridísima mina de oro, una piedra filosofal) explotar esta debilidad de nuestra psicología. Copio el resumen que hace Hobbes de estos engaños, el cual es preciso y exhaustivo, y parece a su vez un resumen de las técnicas de seducción esotérica que Coelho utiliza en sus libros:
“Así se hizo creer a los hombres que encontrarían su fortuna en las respuestas ambiguas y absurdas de los sacerdotes de Delfos, Delos, Ammon y otros famosos oráculos, cuyas respuestas se hacían deliberadamente ambiguas para que fueran adecuadas a las dos posibles eventualidades de un asunto (...). A veces en las frases desprovistas de significado de los locos, a quienes se suponía poseídos por un espíritu divino: a esta posesión se la llamaba entusiasmo, y a estos modos de predecir acontecimientos se les denominaba teomancia o profecía. A veces en el aspecto que presentaban las estrellas en su nacimiento, a lo cual se llamaba horoscopia. A veces en sus propias esperanzas y temores, en lo llamado tumomancia o presagio. A veces en las predicciones de los magos, que pretendían conversar con los muertos, a lo cual se llamaba nigromancia, conjuro y hechicería, y no es otra cosa sino impostura y fraude. A veces en el vuelo casual o en la forma de alimentarse las aves, lo que llamaban augurio. A veces en las entrañas de los animales sacrificados, a lo que llamaban aruspicina. A veces en los sueños; a veces en el graznar de los cuervos o el canto de los pájaros. A veces en las líneas de la cara, a lo que se llamaba metoposcopia; o en las líneas de la mano, palmisteria; o en las palabras casuales, omina. A veces en monstruos o accidentes desusados, como eclipses, cometas, meteoros raros, temblores de tierra, inundaciones, nacimientos prematuros y cosas semejantes, lo que se llamaba portenta y ostenta, porque parecían predecir o presagiar alguna gran calamidad venidera. A veces en el mero azar, como en el acertijo de cara y cruz, en el juego de elegir versos de Homero y Virgilio, y en otros vanos e innumerables conceptos análogos a los citados. Tan fácil es que los hombres crean en cosas a las cuales han dado crédito otros hombres; con donaire y destreza puede sacarse mucho partido de su miedo e ignorancia”.
Veamos de qué manera, “con donaire y destreza”, Paulo Coelho le saca partido a nuestra credulidad, a nuestras debilidades y a nuestra ignorancia. Me limitaré inicialmente a El alquimista, su obra más leída, pero el mismo procedimiento se puede rastrear en otros libros suyos. El pastor de ovejas andaluz, al principio del cuento, tiene un sueño y va donde una adivina para hacérselo interpretar. Qué deleite; la gitana no sólo le interpreta el sueño (“los sueños son el lenguaje de Dios”) sino que también le lee la mano. Los sueños del protagonista son el leitmotiv del libro, y es a través de ellos como poco a poco se acerca a su tesoro en el periplo Andalucía-Pirámides-Andalucía.
Para que un mago cobre prestigio como persona capaz de predecir el futuro, mucho le conviene obrar el prodigio de adivinar el pasado. Éste es el paso siguiente en el libro de Coelho: un adivino escribe sobre la arena los episidios más significativos del pasado del joven protagonista, incluyendo la primera vez que se hizo la paja. Cabe aclarar que esta íntima revelación se expresa con palabras mucho más recatadas: “Leyó cosas que jamás había contado a nadie, como (...) su primera y solitaria experiencia sexual”.
El tono sapiente (de una sapiencia falsa, pero en fin) y el ambiguo lenguaje oracular se van soltando en pequeñas dosis a lo largo del libro. Les copio algunos ejemplos: “Cuando deseas alguna cosa, todo el Universo conspira para que puedas realizarla”; “La vida quiere que tú vivas tu Leyenda Personal”; “Todo es una sola cosa”; “Existe un lenguaje que va más allá de las palabras”; “Dios escribió en el mundo el camino que cada hombre debe seguir: sólo hay que leer lo que Él escribió para ti”; “Cualquier cosa en la faz de la tierra puede contar la historia de todas las cosas”. Pero además de este tipo de enseñanzas baratas, de seducción infalible a pesar de su pésimo gusto intelectual, el uso de la magia tradicional también va apareciendo capítulo tras capítulo. Así, el protagonista, al promediar el libro, “acompaña con los ojos el movimiento de los pájaros”. Mira las aves: “De repente, un gavilán dio una rápida zambullida en el cielo y atacó al otro. Cuando hizo este movimiento, el muchacho tuvo una súbita visión: un ejército, con las espadas desenvainadas, entraba en el oasis”. Es el clásico augurio, aunque bastante tosco, pues en vez de descifrar el acertijo del vuelo de los pájaros, al pastor le basta verlo para tener visiones.
Hay un ingrediente adicional que hace más eficaz el recurso al pensamiento esotérico. Para volverlo doctrinalmente inofensivo, para despojarlo de todo peligro satánico, Coelho lo combina con dosis adecuadas de cristianimo tradicional: citas de la Biblia, cuadros del Sagrado Corazón de Jesús, rezos del Padrenuestro... El público mayoritario no se siente en pecado porque lee herejías, y el narrador, al tiempo que se hace pasar por alguien dotado de poderes paranormales (capaz incluso de telepatía), deja saber que él es también un buen cristiano, a pesar de sus coqueteos con la magia.
Hasta aquí algunos elementos temáticos que ayudan a entender, en parte, el favor de Coelho entre los lectores. Pero además de lo temático, conviene señalar también algunas estrategias narrativas del autor brasileño. Sus técnicas para ir tejiendo la trama son tan elementales que me recordaron de inmediato el estudio clásico sobre las formas canónicas del cuento infantil. Vladimir Propp, uno de los padres de la narratología, publicó en Leningrado su monumental Morfología del cuento infantil (1928). El principal mérito de este gran trabajo consiste en haber hallado, por encima de los argumentos superficiales de cada cuento, una serie de elementos formales repetitivos. Mirados al microscopio, es posible descubrir que en todos los cuentos de hadas los personajes, por distintos que sean, acometen siempre las mismas acciones, se ven envueltos en situaciones o “motivos” análogos. Como señala Propp, “cambian los nombres de los personajes, pero no sus acciones, o funciones, por lo que se puede concluir que el cuento le atribuye operaciones idénticas a personajes distintos”.
No voy a decir que Coelho leyó a Propp, estudió cuáles son las “funciones” más elementales del relato tradicional descubiertas por el ruso, y con esta receta se dedicó a escribir el oro en polvo de sus novelas. Eso sería muy sofisticado. La cosa es más simple: Coelho usa, intuitivamente y con alguna destreza, las estructuras más primitivas del cuento infantil. Tomen ustedes cualquiera de los libros de Coelho y verán lo fácil que resulta identificar situaciones como las siguientes, señaladas por Propp en su Morfología: “El héroe abandona la casa”; “el héroe es puesto a prueba o interrogado”; “el héroe se pone en contacto con alguien que le dará un don”; “el héroe recibe un objeto mágico”; “el héroe cae en desgracia”; “el héroe se traslada o es llevado al lugar donde está el objeto de su búsqueda”; “el héroe lucha con un antagonista”; “el héroe regresa”; “el antagonista es castigado”; “el héroe se casa y sube al trono (u obtiene grandes riquezas)”.
Es inútil cansarlos con los ejemplos detallados en que las historias de Coelho parecen calcar literalmente estos esquemas elementales. Les puedo asegurar que, al menos en sus primeros libros, el brasileño repite paso a paso las estructuras narrativas reveladas por el gran formalista ruso hace casi un siglo (y éstos sí que son pronósticos: Propp no sólo describió la tradición popular, sino que anticipó las recetas de un gran éxito editorial).
Los libros más recientes de Coelho, por ejemplo el último, Once minutos (2003), son un poco menos rudimentarios que aquellos primeros títulos que lo lanzaron a la fama. En este caso la trama, nutrida por algunos elementos realistas (para esta novela Coelho usó el testimonio de prostitutas existentes), es menos infantil, menos predecible. En todo caso es posible que el inevitable desencanto que viene con los años haya hecho que este último libro de Coelho sea menos ingenuo. Pero el buen gusto estético e intelectual es muy difícil de adquirir, y por lo mismo Once minutos (el cálculo de Coelho de lo que dura un coito), aunque menos esquemático, es un libro incluso más cursi que los anteriores. No quiero afirmar nada que no pueda demostrar con citas textuales. ¿Cuántos ejemplos necesitan para convencerse de la irremediable cursilería de Once minutos? Podría usar un número mágico, de esos que les encantan a los autores de cuentos infantiles, siete, o tres. Para no exagerar, me voy a limitar a tres momentos:
1. La protagonista (prostituta brasileña que trabaja en Suiza, y la sola situación es ya de un sentimentalismo telenovelesco), se encuentra con un pintor joven que la invita a su casa. Ella observa que la casa es grande y está vacía. Entonces concluye: “Debía de tener dinero de verdad. Si estuviese casado no osaría hacer aquello porque siempre había gente mirando. Entonces era rico y soltero”.
2. En el final feliz de la novela este mismo pintor se le aparece a la muchacha con flores: “Ralf llevaba un ramo de rosas, y los ojos llenos de luz que ella había visto el primer día, cuando la pintaba”.
El rico y soltero que en la última página se aparece con un ramo de rosas y se lleva a la muchacha a conocer París es una situación tan perfectamente cursi que, por kitsch, creo que ni Corín Tellado se atrevería a ponerla en una fotonovela. Pero al promediar el libro hay otro momento todavía peor:
3. La prostituta le hace un regalo al pintor del que se empieza a enamorar. Abre el bolso y busca su bolígrafo. Dice: “Tiene un poco de mi sudor, de mi concentración, de mi voluntad, y ahora te lo entrego. (...) Tú tienes mi tesoro: el bolígrafo con el que he escrito algunos de mis sueños”.
Fuera de la ridiculez de la frase, que es única, hay algo todavía más perturbador: al leerla uno se imagina que el autor está copiando aquí su propia vida. Me parece ver la escena; el multimillonario que ha vendido 54 millones de ejemplares con tantas revelaciones de su estro poético, le muestra a una muchacha el objeto mágico (y fálico) con que la va a conquistar. Le dice, pensando ya en el colchón de la suite que los espera: “Te entrego mi tesoro: el bolígrafo con el que he escrito algunos de mis sueños”. Debe tener un bolígrafo para cada día, cada hotel y cada viaje. Y algo más triste: seguramente algunas víctimas, igual que miles de lectores, se dejarán conquistar con semejante frase y semejante halago. Claro que esto último es lo único que no puedo demostrar de todo lo que he dicho sobre Coelho en este artículo. Esta última situación tan sólo la supongo y es sólo una hipótesis sin fundamento, producto de una mente malpensada; todo lo demás lo he tomado directamente de sus libros.
Tomado de http://www.elmalpensante.com/index.php?doc=display_contenido&id=1413&pag=1&size=n
Héctor Abad Faciolince
Quitapesares
Edición N° 50
N° 50
Noviembre - Diciembre de 2003
Traducido a 56 idiomas, publicado en 150 países, con más de 54 millones de libros vendidos, a Paulo Coelho hay que reconocerle al menos una virtud: es una mina de oro para sí mismo y para las editoriales. En su libro de mayor éxito, El alquimista (1988), un pastor de ovejas andaluz viaja hasta las pirámides de Egipto en busca de un tesoro. Antes de llegar a su destino se encuentra con el gran mago que posee los dos pilares de la sabiduría alquímica, es decir, sabe destilar el elíxir de la larga vida y ha fabricado un huevo amarillo, la piedra filosofal, con cuya ralladura se puede convertir en oro cualquier otro metal.
En su viaje hacia las tumbas de los faraones el alquimista le ha revelado al muchacho otro secreto: “Cada hombre sobre la faz de la tierra tiene un tesoro que lo está esperando”. Luego le explica que si no todos encontramos este tesoro personal, es porque “los hombres ya no tienen interés en encontrarlo”. Sospecho que muchos desgraciados se consuelan creyendo semejante ingenuidad. Vista descarnadamente, es sólo una simpleza o una pía ilusión. Sin embargo hay algo que tenemos que conceder, y es que sin duda Paulo Coelho encontró su propio tesoro, en cierto sentido su piedra filosofal: la ralladura sosa y rosa y empalagosa de su prosa se convierte —como por arte de magia— en oro editorial, en millones de copias de consumo masivo de mediocridad. Pero ¿cómo lo hace? ¿Y por qué, siendo un escritor tan rudimentario en el uso del lenguaje, tan pobre en el pensamiento y tan elemental en sus recursos estilísticos, consigue tocar la sensibilidad de tanta gente?
No voy a dar la respuesta más obvia e inmediata, la que todos dan: Si Coelho vende por sí solo más libros que todos los demás escritores brasileños juntos, esto se debe precisamente a que sus libros son tontos y elementales. Si fueran libros profundos, complejos literariamente, con ideas serias y bien elaboradas, el público no los compraría porque las masas tienden a ser incultas y a tener muy mal gusto. Claro que en los millones de ejemplares vendidos hay algo de esto. Pero también existen muchísimos libros tan malos como los de Coelho que no tienen ningún éxito y, al contrario, hay unos cuantos libros excelentes y literariamente impecables que se venden por millones. En vez de tranquilizarnos con respuestas facilistas y tautológicas (el vulgo es vulgar, el mercadeo vende), conviene examinar con cuidado los libros de Coelho y no desdeñarlos de entrada con altivo esnobismo. Me he impuesto el ejercicio de leerlos para tratar de descubrir en qué estrategias temáticas y narrativas podría residir su extraordinario éxito editorial.
La primera respuesta que me di, apenas empezando la lectura de algunos de sus libros, fue que quizá Coelho disfrazaba de misterio y asombro las puras tonterías. Oigan esta, por ejemplo: “Era un día caluroso y el vino, por uno de estos misterios insondables, conseguía refrescar un poco su cuerpo”. De verdad, qué misterio insondable que un líquido quite la sed. Después me di cuenta de que sus técnicas narrativas no se agotan en la simple estupidez; son algo más hábiles y algo menos burdas.
Para empezar, los libros de Coelho explotan hábilmente un universal humano: nuestra fascinación por los poderes de adivinación y conocimiento sobrenaturales. Ya Thomas Hobbes en su clásico Leviatán (1651) señalaba la irresistible atracción (y por lo tanto el fácil engaño) que padecemos los seres humanos ante todo tipo de presagios. Es una tradición muy antigua (una socorridísima mina de oro, una piedra filosofal) explotar esta debilidad de nuestra psicología. Copio el resumen que hace Hobbes de estos engaños, el cual es preciso y exhaustivo, y parece a su vez un resumen de las técnicas de seducción esotérica que Coelho utiliza en sus libros:
“Así se hizo creer a los hombres que encontrarían su fortuna en las respuestas ambiguas y absurdas de los sacerdotes de Delfos, Delos, Ammon y otros famosos oráculos, cuyas respuestas se hacían deliberadamente ambiguas para que fueran adecuadas a las dos posibles eventualidades de un asunto (...). A veces en las frases desprovistas de significado de los locos, a quienes se suponía poseídos por un espíritu divino: a esta posesión se la llamaba entusiasmo, y a estos modos de predecir acontecimientos se les denominaba teomancia o profecía. A veces en el aspecto que presentaban las estrellas en su nacimiento, a lo cual se llamaba horoscopia. A veces en sus propias esperanzas y temores, en lo llamado tumomancia o presagio. A veces en las predicciones de los magos, que pretendían conversar con los muertos, a lo cual se llamaba nigromancia, conjuro y hechicería, y no es otra cosa sino impostura y fraude. A veces en el vuelo casual o en la forma de alimentarse las aves, lo que llamaban augurio. A veces en las entrañas de los animales sacrificados, a lo que llamaban aruspicina. A veces en los sueños; a veces en el graznar de los cuervos o el canto de los pájaros. A veces en las líneas de la cara, a lo que se llamaba metoposcopia; o en las líneas de la mano, palmisteria; o en las palabras casuales, omina. A veces en monstruos o accidentes desusados, como eclipses, cometas, meteoros raros, temblores de tierra, inundaciones, nacimientos prematuros y cosas semejantes, lo que se llamaba portenta y ostenta, porque parecían predecir o presagiar alguna gran calamidad venidera. A veces en el mero azar, como en el acertijo de cara y cruz, en el juego de elegir versos de Homero y Virgilio, y en otros vanos e innumerables conceptos análogos a los citados. Tan fácil es que los hombres crean en cosas a las cuales han dado crédito otros hombres; con donaire y destreza puede sacarse mucho partido de su miedo e ignorancia”.
Veamos de qué manera, “con donaire y destreza”, Paulo Coelho le saca partido a nuestra credulidad, a nuestras debilidades y a nuestra ignorancia. Me limitaré inicialmente a El alquimista, su obra más leída, pero el mismo procedimiento se puede rastrear en otros libros suyos. El pastor de ovejas andaluz, al principio del cuento, tiene un sueño y va donde una adivina para hacérselo interpretar. Qué deleite; la gitana no sólo le interpreta el sueño (“los sueños son el lenguaje de Dios”) sino que también le lee la mano. Los sueños del protagonista son el leitmotiv del libro, y es a través de ellos como poco a poco se acerca a su tesoro en el periplo Andalucía-Pirámides-Andalucía.
Para que un mago cobre prestigio como persona capaz de predecir el futuro, mucho le conviene obrar el prodigio de adivinar el pasado. Éste es el paso siguiente en el libro de Coelho: un adivino escribe sobre la arena los episidios más significativos del pasado del joven protagonista, incluyendo la primera vez que se hizo la paja. Cabe aclarar que esta íntima revelación se expresa con palabras mucho más recatadas: “Leyó cosas que jamás había contado a nadie, como (...) su primera y solitaria experiencia sexual”.
El tono sapiente (de una sapiencia falsa, pero en fin) y el ambiguo lenguaje oracular se van soltando en pequeñas dosis a lo largo del libro. Les copio algunos ejemplos: “Cuando deseas alguna cosa, todo el Universo conspira para que puedas realizarla”; “La vida quiere que tú vivas tu Leyenda Personal”; “Todo es una sola cosa”; “Existe un lenguaje que va más allá de las palabras”; “Dios escribió en el mundo el camino que cada hombre debe seguir: sólo hay que leer lo que Él escribió para ti”; “Cualquier cosa en la faz de la tierra puede contar la historia de todas las cosas”. Pero además de este tipo de enseñanzas baratas, de seducción infalible a pesar de su pésimo gusto intelectual, el uso de la magia tradicional también va apareciendo capítulo tras capítulo. Así, el protagonista, al promediar el libro, “acompaña con los ojos el movimiento de los pájaros”. Mira las aves: “De repente, un gavilán dio una rápida zambullida en el cielo y atacó al otro. Cuando hizo este movimiento, el muchacho tuvo una súbita visión: un ejército, con las espadas desenvainadas, entraba en el oasis”. Es el clásico augurio, aunque bastante tosco, pues en vez de descifrar el acertijo del vuelo de los pájaros, al pastor le basta verlo para tener visiones.
Hay un ingrediente adicional que hace más eficaz el recurso al pensamiento esotérico. Para volverlo doctrinalmente inofensivo, para despojarlo de todo peligro satánico, Coelho lo combina con dosis adecuadas de cristianimo tradicional: citas de la Biblia, cuadros del Sagrado Corazón de Jesús, rezos del Padrenuestro... El público mayoritario no se siente en pecado porque lee herejías, y el narrador, al tiempo que se hace pasar por alguien dotado de poderes paranormales (capaz incluso de telepatía), deja saber que él es también un buen cristiano, a pesar de sus coqueteos con la magia.
Hasta aquí algunos elementos temáticos que ayudan a entender, en parte, el favor de Coelho entre los lectores. Pero además de lo temático, conviene señalar también algunas estrategias narrativas del autor brasileño. Sus técnicas para ir tejiendo la trama son tan elementales que me recordaron de inmediato el estudio clásico sobre las formas canónicas del cuento infantil. Vladimir Propp, uno de los padres de la narratología, publicó en Leningrado su monumental Morfología del cuento infantil (1928). El principal mérito de este gran trabajo consiste en haber hallado, por encima de los argumentos superficiales de cada cuento, una serie de elementos formales repetitivos. Mirados al microscopio, es posible descubrir que en todos los cuentos de hadas los personajes, por distintos que sean, acometen siempre las mismas acciones, se ven envueltos en situaciones o “motivos” análogos. Como señala Propp, “cambian los nombres de los personajes, pero no sus acciones, o funciones, por lo que se puede concluir que el cuento le atribuye operaciones idénticas a personajes distintos”.
No voy a decir que Coelho leyó a Propp, estudió cuáles son las “funciones” más elementales del relato tradicional descubiertas por el ruso, y con esta receta se dedicó a escribir el oro en polvo de sus novelas. Eso sería muy sofisticado. La cosa es más simple: Coelho usa, intuitivamente y con alguna destreza, las estructuras más primitivas del cuento infantil. Tomen ustedes cualquiera de los libros de Coelho y verán lo fácil que resulta identificar situaciones como las siguientes, señaladas por Propp en su Morfología: “El héroe abandona la casa”; “el héroe es puesto a prueba o interrogado”; “el héroe se pone en contacto con alguien que le dará un don”; “el héroe recibe un objeto mágico”; “el héroe cae en desgracia”; “el héroe se traslada o es llevado al lugar donde está el objeto de su búsqueda”; “el héroe lucha con un antagonista”; “el héroe regresa”; “el antagonista es castigado”; “el héroe se casa y sube al trono (u obtiene grandes riquezas)”.
Es inútil cansarlos con los ejemplos detallados en que las historias de Coelho parecen calcar literalmente estos esquemas elementales. Les puedo asegurar que, al menos en sus primeros libros, el brasileño repite paso a paso las estructuras narrativas reveladas por el gran formalista ruso hace casi un siglo (y éstos sí que son pronósticos: Propp no sólo describió la tradición popular, sino que anticipó las recetas de un gran éxito editorial).
Los libros más recientes de Coelho, por ejemplo el último, Once minutos (2003), son un poco menos rudimentarios que aquellos primeros títulos que lo lanzaron a la fama. En este caso la trama, nutrida por algunos elementos realistas (para esta novela Coelho usó el testimonio de prostitutas existentes), es menos infantil, menos predecible. En todo caso es posible que el inevitable desencanto que viene con los años haya hecho que este último libro de Coelho sea menos ingenuo. Pero el buen gusto estético e intelectual es muy difícil de adquirir, y por lo mismo Once minutos (el cálculo de Coelho de lo que dura un coito), aunque menos esquemático, es un libro incluso más cursi que los anteriores. No quiero afirmar nada que no pueda demostrar con citas textuales. ¿Cuántos ejemplos necesitan para convencerse de la irremediable cursilería de Once minutos? Podría usar un número mágico, de esos que les encantan a los autores de cuentos infantiles, siete, o tres. Para no exagerar, me voy a limitar a tres momentos:
1. La protagonista (prostituta brasileña que trabaja en Suiza, y la sola situación es ya de un sentimentalismo telenovelesco), se encuentra con un pintor joven que la invita a su casa. Ella observa que la casa es grande y está vacía. Entonces concluye: “Debía de tener dinero de verdad. Si estuviese casado no osaría hacer aquello porque siempre había gente mirando. Entonces era rico y soltero”.
2. En el final feliz de la novela este mismo pintor se le aparece a la muchacha con flores: “Ralf llevaba un ramo de rosas, y los ojos llenos de luz que ella había visto el primer día, cuando la pintaba”.
El rico y soltero que en la última página se aparece con un ramo de rosas y se lleva a la muchacha a conocer París es una situación tan perfectamente cursi que, por kitsch, creo que ni Corín Tellado se atrevería a ponerla en una fotonovela. Pero al promediar el libro hay otro momento todavía peor:
3. La prostituta le hace un regalo al pintor del que se empieza a enamorar. Abre el bolso y busca su bolígrafo. Dice: “Tiene un poco de mi sudor, de mi concentración, de mi voluntad, y ahora te lo entrego. (...) Tú tienes mi tesoro: el bolígrafo con el que he escrito algunos de mis sueños”.
Fuera de la ridiculez de la frase, que es única, hay algo todavía más perturbador: al leerla uno se imagina que el autor está copiando aquí su propia vida. Me parece ver la escena; el multimillonario que ha vendido 54 millones de ejemplares con tantas revelaciones de su estro poético, le muestra a una muchacha el objeto mágico (y fálico) con que la va a conquistar. Le dice, pensando ya en el colchón de la suite que los espera: “Te entrego mi tesoro: el bolígrafo con el que he escrito algunos de mis sueños”. Debe tener un bolígrafo para cada día, cada hotel y cada viaje. Y algo más triste: seguramente algunas víctimas, igual que miles de lectores, se dejarán conquistar con semejante frase y semejante halago. Claro que esto último es lo único que no puedo demostrar de todo lo que he dicho sobre Coelho en este artículo. Esta última situación tan sólo la supongo y es sólo una hipótesis sin fundamento, producto de una mente malpensada; todo lo demás lo he tomado directamente de sus libros.
Tomado de http://www.elmalpensante.com/index.php?doc=display_contenido&id=1413&pag=1&size=n
Porque todo mi tiempo ha quedado cautivo
:: La mirada de Eterna Cadencia ::
El por qué de mi fracaso
31-01-2012 | Martín Kohan
La mirada de Eterna Cadencia sobre una nota del diario: “Vuelvo a la foto del lector de playa que ocupa media página en el Clarín del lunes. ¿No podría acaso ser yo? ¿Una estampa de mi propia adolescencia?”.
Por Martín Kohan. Foto: Clarín.
Las noticias de Clarín me dejan triste a menudo. El lunes pasado volvió a ocurrirme. En portada constaba este anuncio: “Los chicos que leen también mejoran en Matemática”. Y en la nota respectiva, tan pronto como en la página tres, bajo la fotografía a todo color de un adolescente leyendo en la playa con el que, excepto por su camiseta de Estudiantes de La Plata, podría yo perfectamente identificarme, se ofrecía, entre otros, este argumento: que una investigación de la Universidad de Oxford demostró que “los lectores habían llegado a ocupar mejores puestos en empresas que aquellos para los que la lectura no había sido una prioridad”.
Yo no trabajo en empresas, trabajo en una universidad. Pero ahí, lejos de haber alcanzado los “mejores puestos”, he visto a mi remuneración estancarse en un mismo y modesto cargo desde el año 1991. En cuanto a la matemática, sumo y resto con fluidez, casi sin usar los dedos; y puedo multiplicar o dividir con coma, siempre y cuando me den un tiempo y un lápiz. Pero eso sí: ante ecuaciones de doble incógnita, por ejemplo, me trabo indefectiblemente, me bloqueo y me quedo pasmado, a veces no sé ni empezar.
La conclusión es clara, es simple, es angustiante: no he leído lo suficiente. Me recuerdo cuando chico, hace más de treinta años, y si bien tengo la impresión de no haber hecho casi otra cosa, según parece debo rendirme a la evidencia de que con algo me distraje, en algo me dispersé, fallé con mis prioridades, me faltó hacer más lecturas. Clarín dice, y en un título, que “los chicos que leen en su tiempo libre rinden más”; y certifica así el éxito en la vida de aquellos que leen en sus “ratos de ocio”. Pues bien, lo que a mí llegó a pasarme es justamente lo contrario: me quedé sin tiempo libre, carezco de ratos de ocio, y eso fue por la lectura justamente. Sé que a otros no les sucede lo mismo. Sé que a otros, los que trabajan de otra cosa y no de leer, la vida se les divide en dos: la parte del ocio y la parte del negocio, la parte de la lectura y la parte de las obligaciones; y esperan sufrientes la llegada de la noche, o de los fines de semana, o mejor aun de las vacaciones, para poder dedicarse a los libros. Mis noches, en cambio, se parecen a las mañanas y a las tardes; mis fines de semana se parecen a la semana; mis vacaciones se parecen al resto del año. Mi ocio es mi negocio: ese tiempo me lo pagan; leo en mis tiempos libres al igual que en mis tiempos cautivos, como si todo mi tiempo fuese libre, o porque todo mi tiempo ha quedado cautivo.
Vuelvo a la foto del lector de playa que ocupa media página en el Clarín del lunes. ¿No podría acaso ser yo? ¿Una estampa de mi propia adolescencia? Lejos del mar, de la arena, del bullicio de los otros, con la remera puesta a pesar del cielo celeste, echado y con un libro abierto. Mis padres se preocupaban por mí. Sufrían terriblemente. Le buscaban soluciones a mi vida. Se hacían preguntas el uno al otro.
Me detengo en esa foto. Es costumbre de los lectores fijarnos en lo que leen los demás. Nos asomamos a las portadas y los títulos de los libros ajenos, pispeamos, curioseamos. ¿Qué lee, por ejemplo, el joven pincha que es noticia en el diario Clarín? Escruto la imagen y descubro: lee un libro de Danielle Steel. ¿Qué sé yo de Danielle Steel? Absolutamente nada. ¿Cuántos libros suyos he leído yo? Absolutamente ninguno. ¿De qué tratan, cómo son, en qué consisten? No tengo ni la menor idea. Si este chico, llegado el caso, levantara la cabeza y trabara conversación conmigo, lo descubriría más temprano que tarde. Se formaría al instante una pésima opinión de mí. Sabría mi vergonzosa verdad: que no leo lo suficiente. Que a Danielle Steel, por lo pronto, no la he leído para nada. Que no mejoré en matemática. Que no llegué a los mejores puestos. Que no tuve éxito en la vida.
Si este joven lector de Estudiantes de La Plata se pusiese a hablar de libros conmigo, sé bien lo que me convendría hacer: cambiar de inmediato de tema. Llevarlo mejor al terreno del fútbol, por ejemplo. Hablarle de Bilardo, de Verón, de Palermo, de Boselli: de las cosas que tenemos en común. Y de la nota del diario Clarín, no decirle ni una sola palabra.
Tomado de http://blog.eternacadencia.com.ar/?p=19721&cpage=1#comment-25069
El por qué de mi fracaso
31-01-2012 | Martín Kohan
La mirada de Eterna Cadencia sobre una nota del diario: “Vuelvo a la foto del lector de playa que ocupa media página en el Clarín del lunes. ¿No podría acaso ser yo? ¿Una estampa de mi propia adolescencia?”.
Por Martín Kohan. Foto: Clarín.
Las noticias de Clarín me dejan triste a menudo. El lunes pasado volvió a ocurrirme. En portada constaba este anuncio: “Los chicos que leen también mejoran en Matemática”. Y en la nota respectiva, tan pronto como en la página tres, bajo la fotografía a todo color de un adolescente leyendo en la playa con el que, excepto por su camiseta de Estudiantes de La Plata, podría yo perfectamente identificarme, se ofrecía, entre otros, este argumento: que una investigación de la Universidad de Oxford demostró que “los lectores habían llegado a ocupar mejores puestos en empresas que aquellos para los que la lectura no había sido una prioridad”.
Yo no trabajo en empresas, trabajo en una universidad. Pero ahí, lejos de haber alcanzado los “mejores puestos”, he visto a mi remuneración estancarse en un mismo y modesto cargo desde el año 1991. En cuanto a la matemática, sumo y resto con fluidez, casi sin usar los dedos; y puedo multiplicar o dividir con coma, siempre y cuando me den un tiempo y un lápiz. Pero eso sí: ante ecuaciones de doble incógnita, por ejemplo, me trabo indefectiblemente, me bloqueo y me quedo pasmado, a veces no sé ni empezar.
La conclusión es clara, es simple, es angustiante: no he leído lo suficiente. Me recuerdo cuando chico, hace más de treinta años, y si bien tengo la impresión de no haber hecho casi otra cosa, según parece debo rendirme a la evidencia de que con algo me distraje, en algo me dispersé, fallé con mis prioridades, me faltó hacer más lecturas. Clarín dice, y en un título, que “los chicos que leen en su tiempo libre rinden más”; y certifica así el éxito en la vida de aquellos que leen en sus “ratos de ocio”. Pues bien, lo que a mí llegó a pasarme es justamente lo contrario: me quedé sin tiempo libre, carezco de ratos de ocio, y eso fue por la lectura justamente. Sé que a otros no les sucede lo mismo. Sé que a otros, los que trabajan de otra cosa y no de leer, la vida se les divide en dos: la parte del ocio y la parte del negocio, la parte de la lectura y la parte de las obligaciones; y esperan sufrientes la llegada de la noche, o de los fines de semana, o mejor aun de las vacaciones, para poder dedicarse a los libros. Mis noches, en cambio, se parecen a las mañanas y a las tardes; mis fines de semana se parecen a la semana; mis vacaciones se parecen al resto del año. Mi ocio es mi negocio: ese tiempo me lo pagan; leo en mis tiempos libres al igual que en mis tiempos cautivos, como si todo mi tiempo fuese libre, o porque todo mi tiempo ha quedado cautivo.
Vuelvo a la foto del lector de playa que ocupa media página en el Clarín del lunes. ¿No podría acaso ser yo? ¿Una estampa de mi propia adolescencia? Lejos del mar, de la arena, del bullicio de los otros, con la remera puesta a pesar del cielo celeste, echado y con un libro abierto. Mis padres se preocupaban por mí. Sufrían terriblemente. Le buscaban soluciones a mi vida. Se hacían preguntas el uno al otro.
Me detengo en esa foto. Es costumbre de los lectores fijarnos en lo que leen los demás. Nos asomamos a las portadas y los títulos de los libros ajenos, pispeamos, curioseamos. ¿Qué lee, por ejemplo, el joven pincha que es noticia en el diario Clarín? Escruto la imagen y descubro: lee un libro de Danielle Steel. ¿Qué sé yo de Danielle Steel? Absolutamente nada. ¿Cuántos libros suyos he leído yo? Absolutamente ninguno. ¿De qué tratan, cómo son, en qué consisten? No tengo ni la menor idea. Si este chico, llegado el caso, levantara la cabeza y trabara conversación conmigo, lo descubriría más temprano que tarde. Se formaría al instante una pésima opinión de mí. Sabría mi vergonzosa verdad: que no leo lo suficiente. Que a Danielle Steel, por lo pronto, no la he leído para nada. Que no mejoré en matemática. Que no llegué a los mejores puestos. Que no tuve éxito en la vida.
Si este joven lector de Estudiantes de La Plata se pusiese a hablar de libros conmigo, sé bien lo que me convendría hacer: cambiar de inmediato de tema. Llevarlo mejor al terreno del fútbol, por ejemplo. Hablarle de Bilardo, de Verón, de Palermo, de Boselli: de las cosas que tenemos en común. Y de la nota del diario Clarín, no decirle ni una sola palabra.
Tomado de http://blog.eternacadencia.com.ar/?p=19721&cpage=1#comment-25069
lunes, 30 de enero de 2012
Cada lector que subraya
El aforista implícito
Por Andrés Neuman
Debajo de una prosa abundante y elocuente puede afilarse otra sentenciosa y sinóptica, igual que las pequeñas y redondas oraciones subordinadas se alojan en el tejido de una frase compleja. El aforismo no es solamente una forma de escribir, sino también una estrategia de lectura. Cada lector que subraya atentamente un libro se aproxima a su instrumental sintáctico, a su síntesis conceptual, postulándose como aforista implícito.
Por Andrés Neuman
Debajo de una prosa abundante y elocuente puede afilarse otra sentenciosa y sinóptica, igual que las pequeñas y redondas oraciones subordinadas se alojan en el tejido de una frase compleja. El aforismo no es solamente una forma de escribir, sino también una estrategia de lectura. Cada lector que subraya atentamente un libro se aproxima a su instrumental sintáctico, a su síntesis conceptual, postulándose como aforista implícito.
La novela latinoamericana y Fuentes
“La gran novela latinoamericana”, de Carlos Fuentes
Por Javier Munguía | Críticas | 9.10.11
La gran novela latinoamericana. Carlos Fuentes
Alfaguara (México, 2011)
El interés de este volumen recién publicado por Alfaguara es indudable: uno de los grandes narradores latinoamericanos reflexiona sobre la tradición de la que forma parte y propone un canon, aun cuando, curándose en salud, advierte en el epílogo que se trata de “un libro personal. Esta no es una ‘historia’ de la narrativa iberoamericana. Faltan algunos nombres, algunas obras. Algunos dirán que, en cambio, sobran otros nombres, otras obras”.
Es opinión extendida que los últimos libros publicados por Carlos Fuentes (novelas y libros de cuentos) no suponen un aporte significativo para la ficción escrita en español ni para su propia obra. Probablemente su último trabajo de ficción importante, aun con sus excesos, es la monumental Terra nostra, de 1975, que para algunos críticos es la novela que concluye el “boom” de la narrativa hispanoamericana. En cuanto a ensayo, en 1992 publicó El espejo enterrado, un texto apasionado y apasionante sobre la cultura hispánica, limpio de la afectación a la que es tan asiduo su autor.
Carlos Fuentes (Foto: Alfaguara)
Aun concediendo que en las últimas décadas la obra de Fuentes ha ido en picada, ¿se puede dudar de su relevancia como escritor? No solo lo avalan decenas de premios (entre los que está el Cervantes, el galardón literario más importante del idioma) y el reconocimiento de algunos de sus más distinguidos contemporáneos, sino sobre todo algunos libros señeros (nos gusten o no), capitales para entender la evolución de la narrativa en nuestra región: baste mencionar La región más transparente (1958), La muerte de Artemio Cruz (1962) y Aura (1962). (Las tres están, sí, entre sus primeras publicaciones).
Son dos los problemas principales que veo en la obra de Fuentes: la excesiva asiduidad con que ha venido dando a la imprenta sus libros, que delata falta de autocrítica, y el estilo grandilocuente, hinchado, que afea algunas de sus obras más ambiciosas, y en cambio está ausente en sus textos breves y con frecuencia impecables: sobre todo Aura y un puñado de sus cuentos. Lo anterior no obsta para que Fuentes sea uno de los más arriesgados y versátiles de nuestros narradores. (El “despistado” Iván Thays escribe que “Fuentes es un autor conservador y, por ello, ha elaborado un canon conservador”. El mexicano es, en realidad, uno de los grandes renovadores de las estructuras novelescas en español, como es bien sabido).
Volvamos al libro que nos ocupa. La gran novela latinoamericana no es, como parecería, una obra unitaria e inédita del todo: está compuesta por fragmentos nuevos más textos publicados como capítulos de La nueva novela hispanoamericana, un ensayo de Fuentes aparecido en 1969, y como reseñas en El País. El capítulo dedicado a Vargas Llosa, por ejemplo, reproduce de forma completa el apartado destinado al mismo autor de La nueva novela hispanoamericana e integra de manera algo forzada la nota publicada recientemente en El País sobre La Fiesta del Chivo. En vez de pasar revista a la obra del Premio Nobel peruano, Fuentes recicla sus textos y solo se ocupa sin mucha fortuna de tres libros de Vargas Llosa: La ciudad y los perros (1963), La casa verde (1966) y La Fiesta del Chivo (2000). Otro ejemplo: el espacio dedicado a Hernán Lara Zavala reproduce el artículo “El Yucatán de Lara Zavala”, una reseña de la novela Península, Península con la que Fuentes ganó en 2009 el Premio González-Ruano de Periodismo. Un último ejemplo: como el texto en el que se aborda a García Márquez también es viejo y reciclado, solo llega a revisar Cien años de soledad (1967) y El otoño del patriarca (1975).
Los veintidós capítulos de los que consta este ensayo son muy diversos entre sí, tanto por su extensión como por su contenido: los primeros tres, espléndidos (luego de una introducción que se ocupa más de reivindicar a los aborígenes en América, loable labor, que de la literatura), rastrean los orígenes de la literatura latinoamericana remontándose al descubrimiento de América, pasando por la época colonial y llegando a las independencias. El autor refirma su idea, ya planteada en El espejo enterrado, de que América no fue descubierta, sino inventada por los europeos, que veían en el nuevo continente una tierra utópica, pletórica de portentos; propone tres libros básicos que habrían fundado la literatura americana en español y portugués: El príncipe de Maquiavelo (lo que es), Utopía de Tomas Moro (lo que debe ser) y Elogio de la locura de Erasmo de Rotterdam (lo que podría ser). Fuentes establece relaciones insólitas entre, por ejemplo, los cronistas de indias y Borges y García Márquez. También nos explica de forma clara y muy convincente por qué considera al cronista Bernal Díaz del Castillo el primer novelista de nuestra región. Al llegar al siglo XIX, destaca la figura del brasileño Machado de Assis, en su opinión el más grande novelista latinoamericano de esa centuria. Ahonda en las tradiciones novelísticas modélicas en aquel tiempo: la de Waterloo (la narrativa realista de Zola, Balzac, Stendhal y Tolstoi) opuesta a la de La Mancha (Cervantes, Sterne, Diderot), juguetona, autorreferencial, consciente de su naturaleza ficticia, digresiva, fundadora de otra realidad mediante la imaginación y el lenguaje, y no obligada a reflejar la “realidad real”. Machado de Assis, el “milagro brasileño”, sería el único de nuestros novelistas decimonónicos adscrito a la segunda de las tradiciones apuntadas.
Ilustración: otrastardes.com (no consta autoría)
Luego de esta prometedora primera parte, generosa en agudos apuntes, en la que historia y literatura se iluminan mutuamente, y que nos hace esperar un libro al nivel de El espejo enterrado, se nos presenta (exceptuando el apartado dedicado a la Revolución mexicana, que se ocupa de Mariano Azuela, Agustín Yáñez y Juan Rulfo) una serie de capítulos dedicados a un autor cada uno: Gallegos, Borges, Onetti, Cortázar, Lezama Lima, García Márquez, Vargas Llosa y José Donoso.
Desgraciadamente, esta segunda parte es mucho menos brillante que la primera: los galimatías están a la orden del día (“¿Y qué ha hecho el novelista que ha hecho la novela que ha hecho Oliveira que ha hecho su doble que ha hecho un loco de Oliveira?”), lo cual no debería sorprender si sabemos que algunos de esos textos provienen de La nueva novela hispanoamericana.
En repetidas ocasiones es difícil reconocer en los comentarios las obras analizadas. Todo parece caber en la tríada utopía-epopeya-mito. Incluso Rayuela de Cortázar termina por ser épica. Parecería que los personajes de las novelas examinadas no poseen motivaciones reales, tangibles, sino que representan abstracciones que hacen las delicias del ensayista. Fuentes desnaturaliza las novelas que examina, las cuales siempre son en sus comentarios explicación de algo más, externo a la obra, pese a que en repetidas ocasiones don Carlos defiende el derecho de la novela de no reflejar la realidad, sino de crear una. El lenguaje es farrogoso y usualmente dice poco por querer decir mucho. El autor establece relaciones entre los libros y su contexto que resultan forzadas y obvian lo esencial. Hay teorías, citas, autores, pero la suma, además de ser de difícil digestión, oscurece en vez de iluminar.
Lo dicho por Rafael Lemus respecto de la ficción de Fuentes aplica también para esta segunda parte de La gran novela latinoamericana: “No mira los hechos como hechos sino como síntomas de otra realidad, soterrada, mítica. Un político priista es autoritario porque bajo Palacio Nacional persiste la pirámide, y Zapata es Zapata no por ser un hombre sino la eterna, fija voz de la tierra”.
También hay imprecisiones, aunque son lo de menos. Cito tres: no es verdad que Talita y Traveler, de Rayuela, se rebelen contra la novela que los contiene y se nieguen a ser parte de ella; la Maga es uruguaya, no argentina; el cuento “Axolotl”, de Cortázar, está incluido en Final del juego, no en Bestiario.
Mientras que algunos de estos capítulos tienen una extensión y una ambición considerables, otros apenas son breves notas que parecen escritas para no dejar fuera a alguno de los autores imprescindibles: por ejemplo, el apartado dedicado a Onetti, del cual rescata una anécdota graciosa referida a Juan Carlos, su mujer y su amante, pero que de ningún modo constituye un acercamiento medianamente profundo a los libros del uruguayo. Por su parte, el capítulo dedicado a José Donoso prácticamente no habla de Donoso, pese a lo cual es uno de los más rescatables de esta segunda parte: en pocas páginas se explica con claridad y mucho tino las características y alcances del “boom” de la novela hispanoamericana.
La tercera parte del ensayo está compuesta de capítulos dedicados a diversos autores agrupados de forma dudosa: el “búmerang” incluye a Roa Bastos, contemporáneo del “boom”, y a escritores posteriores: Sergio Ramírez, Héctor Aguilar Camín y Federico Reyes Heroles. ¿Qué criterio se usó para agrupar a estos autores en un mismo apartado? Nunca se nos explica. “El post-boom (1)” presenta a narradores argentinos como Luisa Valenzuela, Silvia Ipaguirre, Matilde Sánchez, Ricardo Piglia y Tomás Eloy Martínez. En “El crack” aparecen, además de los protagonistas de esa autoproclamada generación (Volpi, Padilla, Urroz, Palou), Cristina Rivera Garza y Xavier Velasco, sin que quede claro por qué acompañan al grupo capitaneado por Volpi. Tampoco logra Fuentes explicar de forma cabal cuál fue la aportación del “crack” y su diferencia esencial con generaciones anteriores: ¿será que no es culpa de Fuentes y que en realidad el “crack” no representó ninguna ruptura para la literatura mexicana, sino una continuidad, en todo caso? En “El post-boom (2)” se agrupan novelistas contemporáneos chilenos (Jorge Edwards, Carlos Franz, Sergio Missana, Arturo Fontaine) acompañados del peruano Santiago Roncagliolo, los colombianos Juan Gabriel Vásquez y Santiago Gamboa, y los mexicanos Hernán Lara Zavala, Ignacio Solares y Gonzalo Celorio. Como en farmacia: un poco de todo y nada que justifique el rótulo “Post-boom (2)”.
En esta tercera parte se intercalan capítulos dedicados a Nélida Piñón y Juan Goytisolo (la inclusión de este narrador español tampoco está justificada). El libro cierra con notas sobre autores mexicanos: Elena Poniatowska, Margo Glantz, Bárbara Jacobs, Carmen Boullosa, Ángeles Mastretta, Daniel Sada, Álvaro Enrigue y Juan Villoro. Como se puede ver, esta última parte del libro es algo caótica y arbitraria. Inoportuna, además, en un libro llamado La gran novela latinoamericana. ¿En verdad creerá Fuentes que todos los autores que revisa, usualmente a vuelo de pluma, entrarán en nuestro canon literario? De los nombres que deja fuera ni hablemos: a fin de cuentas, la suya, como advierte en el epílogo, es una “selección personal”. Como se ha visto, los rótulos en que se agrupa a los autores no corresponden a sus años de nacimiento, ya no digamos a sus propuestas estéticas.
Los mejores y los peores atributos de Carlos Fuentes como ensayista se conjugan en este libro misceláneo, desigual, valioso por la agudeza y la claridad de sus mejores momentos, y que pese a todo es el libro más importante publicado por su autor en los últimos tiempos.
Javier Munguía
http://javiermunguia.blogspot.com
Mi corazón está asombrado
Pero parece que ha llegado el momento de aceptar de lleno la vida misteriosa de los que un día morirán. Tengo que comenzar por aceptarme (...) ¿Aceptarme plenamente? Es una violencia contra mi vida. Cada cambio, cada proyecto nuevo causa asombro: mi corazón está asombrado. Por eso toda palabra mía tiene un corazón donde circula sangre.
Clarice Lispector. Un soplo de vida.
Clarice Lispector. Un soplo de vida.
Por su propia cuenta y riesgo
Escribo para nada y para nadie. Si alguien me lee será por su propia cuenta y riesgo. No hago literatura: sólo vivo al paso del tiempo. El resultado fatal de que yo viva es el acto de escribir. Hace tantos años que me perdí de vista que vacilo en intentar encontrarme. Me da miedo comenzar. Existir me da a veces taquicardia. Me da tanto miedo ser yo. Soy tan peligrosa. Me pusieron un nombre y me apartaron de mí.
Clarice Lispector, Un soplo de vida
Clarice Lispector, Un soplo de vida
domingo, 29 de enero de 2012
Portarnos mal
Como un niño con su resortera (mal)
como novia en despedida de soltera,
como una naranja con sabor a pera.
como novia en despedida de soltera,
como una naranja con sabor a pera.
He cruzado cien laberintos y nunca me confundo
Por ti
Yo he peleado con cocodrilos, me he balanceado sobre
un hilo cargando más de 500 kilos;
Le he dado la vuelta al mundo en menos de un segundo,
he cruzado cien laberintos y nunca me confundo;
respiro dentro y fuera del agua como las focas,
soy a prueba de fuego, agarro balas con la boca;
mi creatividad vuela como los aviones,
puedo construir un cerebro sin usar las instrucciones;
hablo todos los idiomas de todos los abecedarios,
tengo más vocabulario que cualquier diccionario;
tengo vista de águila, olfato de perro,
puedo caminar descalzo sobre clavos de hierro,
soy inmune a la muerte,
no necesito bendiciones porque siempre tengo buena suerte;
ven conmigo a dar un paseo por el parque porque tengo
más cuentos que contarte que García Márquez.
Por ti, todo lo que hago lo hago por ti,
es que tu me sacas lo mejor de mi;
soy todo lo que soy porque tu eres todo lo que quiero.
Por ti, todo lo que hago lo hago por ti,
es que tu me sacas lo mejor de mi;
soy todo lo que soy porque tu eres todo lo que quiero.
Puedo brincar la cuerda con una sola pierna,
veo en la oscuridad sin usar una linterna,
cocino lo que quieras yo soy todo un chef,
tengo sexo, veinticuatro, siete, todo el mes;
puedo soplar las nubes grises pa'que tengas un buen día,
también sé como comunicarme por telepatía,
por ti cruzo la frontera sin visa y le saco
una buena risa a la Mona Lisa;
por ti respiro antes de morirme,
por ti voy a la iglesia y escucho toda la misa sin dormirme;
sigo siendo el rey aunque no tenga reino,
mi sudor huele a perfume y nunca me despeino,
se pelear todas las artes marciales,
también sé comunicarme con los animales;
mientras más pasa el tiempo me veo joven,
esta canción la compuse sin escuchar como Bethoveen.
Por ti, todo lo que hago lo hago por ti,
es que tu me sacas lo mejor de mi;
soy todo lo que soy porque tu eres todo lo que
quiero Por ti, todo lo que hago lo hago por ti,
es que tu me sacas lo mejor de mi;
soy todo lo que soy porque tu eres todo lo que quiero...
Calle 13
Yo he peleado con cocodrilos, me he balanceado sobre
un hilo cargando más de 500 kilos;
Le he dado la vuelta al mundo en menos de un segundo,
he cruzado cien laberintos y nunca me confundo;
respiro dentro y fuera del agua como las focas,
soy a prueba de fuego, agarro balas con la boca;
mi creatividad vuela como los aviones,
puedo construir un cerebro sin usar las instrucciones;
hablo todos los idiomas de todos los abecedarios,
tengo más vocabulario que cualquier diccionario;
tengo vista de águila, olfato de perro,
puedo caminar descalzo sobre clavos de hierro,
soy inmune a la muerte,
no necesito bendiciones porque siempre tengo buena suerte;
ven conmigo a dar un paseo por el parque porque tengo
más cuentos que contarte que García Márquez.
Por ti, todo lo que hago lo hago por ti,
es que tu me sacas lo mejor de mi;
soy todo lo que soy porque tu eres todo lo que quiero.
Por ti, todo lo que hago lo hago por ti,
es que tu me sacas lo mejor de mi;
soy todo lo que soy porque tu eres todo lo que quiero.
Puedo brincar la cuerda con una sola pierna,
veo en la oscuridad sin usar una linterna,
cocino lo que quieras yo soy todo un chef,
tengo sexo, veinticuatro, siete, todo el mes;
puedo soplar las nubes grises pa'que tengas un buen día,
también sé como comunicarme por telepatía,
por ti cruzo la frontera sin visa y le saco
una buena risa a la Mona Lisa;
por ti respiro antes de morirme,
por ti voy a la iglesia y escucho toda la misa sin dormirme;
sigo siendo el rey aunque no tenga reino,
mi sudor huele a perfume y nunca me despeino,
se pelear todas las artes marciales,
también sé comunicarme con los animales;
mientras más pasa el tiempo me veo joven,
esta canción la compuse sin escuchar como Bethoveen.
Por ti, todo lo que hago lo hago por ti,
es que tu me sacas lo mejor de mi;
soy todo lo que soy porque tu eres todo lo que
quiero Por ti, todo lo que hago lo hago por ti,
es que tu me sacas lo mejor de mi;
soy todo lo que soy porque tu eres todo lo que quiero...
Calle 13
Por más que le calentemos la pava, no tiene intenciones de hervir
Instrucciones para sacarse de encima a un tibio
Por María Florencia Piedrabuena
"A los tibios vomitaré de mi boca"
Al tibio siempre es mejor olvidarlo, porque el tibio cuando se pone tibio alcanza una temperatura en la que es difícil discernir si en realidad tiene pretensiones de quedarse pegado en su estado de chicle o si mutará a un estado más frío para solidificarse y finalmente caer.
Entendemos que ninguno de estos saberes de física escolar van a reemplazar el sinsabor que nos queda de ver que el tibio, por más que le calentemos la pava, no tiene intenciones de hervir. Esperamos en vano ese momento de ebullición, y quizás hasta tenemos las fotografías mentales de un futuro que inventamos siempre que estamos por irnos a dormir, media hora de recuento de imágenes que son ficciones, y una detrás de la otra se suceden como las imágenes tibias de un deseo tibio que un tibio alguna vez, tibiamente engendró en mí.
Una vez el tibio instalado, tibio desde la comodidad de nuestro malestar, comienza a hacernos saber de su condición de tibio con su sola presencia.
Y como es de esperarse, la presencia del tibio se siente apenas. Como una mirada que queda distante, pero que igual mira, un ojo clavado en la nuca que no se va, pero que tampoco te saluda, una conversación en el chat sobre el clima, sobre su abuela, sobre el mate tibio que se está tomando, sobre el partido de fútbol en el que quedó en el equipo de los tibios porque empató cero a cero y está contento igual, o en la lectura última que se comprometió a terminar por miedo de parecer incompetente ante su próxima tibia charla de salón.
El tibio sabe que es tibio, y como todo tibio, se estremece de pensarlo porque es natural reconocerse en un estado intermedio. El tibio tiene un aura gris, ¿de qué otro color iba a ser? Ahora que lo reconocemos, pensamos que como idiotas nos habíamos enganchado del tipo más aburrido del planeta, porque gris, vamos, qué color es ese para un aura de poca temperatura?
Queríamos entender por qué nos vemos atraídas hacia el tibio. Naturalmente, su condición de estar "a medio calentar" nos sirve de motivación para pensar un sutil "yo te voy a calentar, papichurro" o "te voy a rostizar hasta alcanzar la temperatura en la que el papel se descompone", porque el fuego, el fuego que nace desde nuestros corazoncitos de mujer será más fuerte que la imposibilidad del tibio a la hora de calentarse.
Pero mujeres, lo que tenemos que tener en mente es que el tibio es tibio porque es tibio y no hay más tibio que por tibio no valga, más claro echale agua, y si es fría mejor, porque el tibio, ante la mujer de fuego sólo atinará a decir nada, se quedará quieto y transparente, y el fuego de la llama que tratamos de mostrar, arderá, y arderá, y podrá arder hasta el fin de los tiempos, y se consumirá solita, porque al tibio no le interesa mimetizarse con esta fragilidad del presente. Al tibio le podemos mostrar una teta que no reaccionará de ninguna manera, porque su condición de tibio lo mantiene alejado de las pulsiones naturales de estrujarla o al menos clavarle los ojos como disimulado. Al tibio podemos besarlo en la boca y chocarle los dientes, que eso no producirá en él ningún espasmo más que el recuerdo de que más vale que eso no lo sepa nadie, porque es tibio, y no le gusta verse comprometido al día siguiente con nadie. Al tibio podemos recordarle que nos gusta, y el tibio dirá simplemente que no sabe qué hacer con eso, y al tibio podemos invitarlo a salir de vuelta, que él no responderá jamás.
A veces el tibio nos saluda y eso nos calienta, pero él se mantendrá tibio.
A veces el tibio dice "qué bueno estaría vernos" y eso también nos calienta, pero nunca nos dirá dónde ni cuando, porque es tibio, entonces de manera tibia, a los días, se habrá olvidado de la invitación en su tibieza.
Como siempre, reconoceremos en un tibio al colgado, al colgado de las cartas de tarot que está con un pie doblado y con la cabeza apuntando hacia la tierra, porque el tibio no está ni suelto ni parado: el tibio está "a tientas". Y no hay forma de bajarlo.
Por eso, al tibio siempre es mejor olvidarlo, porque ese muchacho tibio nunca pensó en si nos miró, si nos dijo, si nos besó, si nos tocó el culo o si nos invitó a la casa a pasar la noche.
El tibio es tibio sólo cuando nuestra presencia ante él se torna invisible.
Qué mejor forma de olvidarlo, de sacárselo de encima que saber que desde un principio, el tibio en vez de mirarte a los ojos, iba a preferir mirar al costado de la vereda...
Publicado por Quappi en http://rosas-magentas.blogspot.com/2011/12/instrucciones-para-sacarse-de-encima-un.html
Por María Florencia Piedrabuena
"A los tibios vomitaré de mi boca"
Al tibio siempre es mejor olvidarlo, porque el tibio cuando se pone tibio alcanza una temperatura en la que es difícil discernir si en realidad tiene pretensiones de quedarse pegado en su estado de chicle o si mutará a un estado más frío para solidificarse y finalmente caer.
Entendemos que ninguno de estos saberes de física escolar van a reemplazar el sinsabor que nos queda de ver que el tibio, por más que le calentemos la pava, no tiene intenciones de hervir. Esperamos en vano ese momento de ebullición, y quizás hasta tenemos las fotografías mentales de un futuro que inventamos siempre que estamos por irnos a dormir, media hora de recuento de imágenes que son ficciones, y una detrás de la otra se suceden como las imágenes tibias de un deseo tibio que un tibio alguna vez, tibiamente engendró en mí.
Una vez el tibio instalado, tibio desde la comodidad de nuestro malestar, comienza a hacernos saber de su condición de tibio con su sola presencia.
Y como es de esperarse, la presencia del tibio se siente apenas. Como una mirada que queda distante, pero que igual mira, un ojo clavado en la nuca que no se va, pero que tampoco te saluda, una conversación en el chat sobre el clima, sobre su abuela, sobre el mate tibio que se está tomando, sobre el partido de fútbol en el que quedó en el equipo de los tibios porque empató cero a cero y está contento igual, o en la lectura última que se comprometió a terminar por miedo de parecer incompetente ante su próxima tibia charla de salón.
El tibio sabe que es tibio, y como todo tibio, se estremece de pensarlo porque es natural reconocerse en un estado intermedio. El tibio tiene un aura gris, ¿de qué otro color iba a ser? Ahora que lo reconocemos, pensamos que como idiotas nos habíamos enganchado del tipo más aburrido del planeta, porque gris, vamos, qué color es ese para un aura de poca temperatura?
Queríamos entender por qué nos vemos atraídas hacia el tibio. Naturalmente, su condición de estar "a medio calentar" nos sirve de motivación para pensar un sutil "yo te voy a calentar, papichurro" o "te voy a rostizar hasta alcanzar la temperatura en la que el papel se descompone", porque el fuego, el fuego que nace desde nuestros corazoncitos de mujer será más fuerte que la imposibilidad del tibio a la hora de calentarse.
Pero mujeres, lo que tenemos que tener en mente es que el tibio es tibio porque es tibio y no hay más tibio que por tibio no valga, más claro echale agua, y si es fría mejor, porque el tibio, ante la mujer de fuego sólo atinará a decir nada, se quedará quieto y transparente, y el fuego de la llama que tratamos de mostrar, arderá, y arderá, y podrá arder hasta el fin de los tiempos, y se consumirá solita, porque al tibio no le interesa mimetizarse con esta fragilidad del presente. Al tibio le podemos mostrar una teta que no reaccionará de ninguna manera, porque su condición de tibio lo mantiene alejado de las pulsiones naturales de estrujarla o al menos clavarle los ojos como disimulado. Al tibio podemos besarlo en la boca y chocarle los dientes, que eso no producirá en él ningún espasmo más que el recuerdo de que más vale que eso no lo sepa nadie, porque es tibio, y no le gusta verse comprometido al día siguiente con nadie. Al tibio podemos recordarle que nos gusta, y el tibio dirá simplemente que no sabe qué hacer con eso, y al tibio podemos invitarlo a salir de vuelta, que él no responderá jamás.
A veces el tibio nos saluda y eso nos calienta, pero él se mantendrá tibio.
A veces el tibio dice "qué bueno estaría vernos" y eso también nos calienta, pero nunca nos dirá dónde ni cuando, porque es tibio, entonces de manera tibia, a los días, se habrá olvidado de la invitación en su tibieza.
Como siempre, reconoceremos en un tibio al colgado, al colgado de las cartas de tarot que está con un pie doblado y con la cabeza apuntando hacia la tierra, porque el tibio no está ni suelto ni parado: el tibio está "a tientas". Y no hay forma de bajarlo.
Por eso, al tibio siempre es mejor olvidarlo, porque ese muchacho tibio nunca pensó en si nos miró, si nos dijo, si nos besó, si nos tocó el culo o si nos invitó a la casa a pasar la noche.
El tibio es tibio sólo cuando nuestra presencia ante él se torna invisible.
Qué mejor forma de olvidarlo, de sacárselo de encima que saber que desde un principio, el tibio en vez de mirarte a los ojos, iba a preferir mirar al costado de la vereda...
Publicado por Quappi en http://rosas-magentas.blogspot.com/2011/12/instrucciones-para-sacarse-de-encima-un.html
Cosas desconocidas para mí
"Veo el vapor que mana de mi cuerpo, mientras anoto estas cosas en mi libreta. ¿Por qué lo hago? Tal vez para releerlas más tarde, al azar. Tienen entonces un aire de divertida irrealidad, como si las hubiera escrito otro. Las releo en voz alta, como si conversara con alguien, como si alguien me contara cosas desconocidas para mí. Sin embargo, hasta escribir me cansa. No siempre me entran ganas."
Augusto Roa Bastos. Hijo de hombre.
Augusto Roa Bastos. Hijo de hombre.
Fea costumbre
"Es el mismo ejemplar subrayado por mí. Fea costumbre. Alambrados de lápiz rojo alrededor de pensamientos ajenos, que luego se llenan en uno de plantas parásitas."
Augusto Roa Bastos. Hijo de hombre
Augusto Roa Bastos. Hijo de hombre
Las entrañas del caos
Las leyes inflexibles del azar, está visto, eligen las entrañas del caos ara cumplirse.
Augusto Roa Bastos. Hijo del hombre
Augusto Roa Bastos. Hijo del hombre
The walking dead. Primera temporada
Ayer (antes de que Cori me llamara para ir al cine), entre las 4 y las 8 de la tarde, tirada en mi sillón, sin ventilador porque el ruido me pone MÁS nerviosa, me vi cinco de los seis capítulos de la Primera temporada que no había visto.
Y sí, esta serie me pone los pelos de punta. Siempre odié a los zombis pero tengo que confesar que esta historia me gusta "a pesar de" las tripas al aire y los cerebros destrozados. Tiene puntos muy intensos: el hombre que se queda atrás para "matar" a su mujer, el basura blanca esposado en el techo, el tonto del tanque, el héroe que fue repartidor de pizzas, el amigo que pone al amigo bajo la mira de su escopeta, la esposa que se creyó viuda y qué bueno estaba el amigo, el marido golpeador hecho cena, la hermana que espera que su hermana se zombifique para pedirle disculpas, los mafiosos que cuidaban ancianos. Claro que odio al típico chico principal que tiene todas las respuestas pero bueno, esperemos que la segunda parte de la segunda temporada le explique cómo son las cosas.
Domingo de ramos
¿Qué fue eso? Tanto estuve hinchando que quería verla y qué barbaridá que la pongan en Cinemark Puerto Madero y en Malvinas no y que el cine argentino y que quiero ver al Puma Goity y a Lisandro Quiroz, mi amigo y profe de teatro de Rafa, y que filmada en Bella Vista y bla bla bla.
Al final fuimos con Cori anoche a Arteplex en Cabildo, divino lugar. Corrimos, estacionamos mal, buscamos horario, por fin nos sentamos en la butaca y... ahí acabó la magia. ¿Qué pasó? Algunas buenas escenas, personajes deshilvanados, flashback que hubieran podido ser un buen recurso pero se descuelgan, una historia que primero aburre, después confunde y al final te deja pensando...¡Si reirte o llorar! Para cómica no llega, ¿absurda? mmmm, tampoco... No sé, realmente. (Soy feliz no más porque lo vi a Goity cogiéndose a una vieja y porque voy a poder gastar a Lisandro con lo bien que da el rol de botón).
Al final fuimos con Cori anoche a Arteplex en Cabildo, divino lugar. Corrimos, estacionamos mal, buscamos horario, por fin nos sentamos en la butaca y... ahí acabó la magia. ¿Qué pasó? Algunas buenas escenas, personajes deshilvanados, flashback que hubieran podido ser un buen recurso pero se descuelgan, una historia que primero aburre, después confunde y al final te deja pensando...¡Si reirte o llorar! Para cómica no llega, ¿absurda? mmmm, tampoco... No sé, realmente. (Soy feliz no más porque lo vi a Goity cogiéndose a una vieja y porque voy a poder gastar a Lisandro con lo bien que da el rol de botón).
sábado, 28 de enero de 2012
Más completo seré
Cuanto más sienta, cuanto más sienta yo como varias personas,
cuantas más personalidades tenga,
cuanto más intensa, estridentemente las tenga,
cuanto más simultáneamente sienta con todas ellas,
cuanto más unificadamente diferente, dispersamente atento,
esté, sienta, viva, sea,
más poseeré la existencia total del Universo,
más completo seré por el espacio entero.
Alvaro de Campos, uno de los heterónimos de Fernando Pessoa
cuantas más personalidades tenga,
cuanto más intensa, estridentemente las tenga,
cuanto más simultáneamente sienta con todas ellas,
cuanto más unificadamente diferente, dispersamente atento,
esté, sienta, viva, sea,
más poseeré la existencia total del Universo,
más completo seré por el espacio entero.
Alvaro de Campos, uno de los heterónimos de Fernando Pessoa
Proyecto Latinoamericano de Unión Poética
:: Entrevistas ::
Trazar redes de poesía latinoamericana
27-01-2012 |
Javiera Pérez Salerno y Sol Bembibre, dos de las integrantes del Proyecto Latinoamericano (de) Unión Poética (PLUP), hablan sobre esta editorial que rastreó su catálogo de plaquetas de forma itinerante.
Por FP.
El Proyecto Latinoamericano (de) Unión Poética nació a fines del año 2009, montado sobre otro proyecto: un viaje por Latinoamérica. Tenían algunas plaquetas de poetas argentinos y emprendieron la ruta hacia Bolivia, siguieron para el norte pasando por Perú, Ecuador y Venezuela, hasta México, visitando en el camino las escenas poéticas de cada lugar y haciendo circular esas primeras plaquetas. “Vamos a deslizarlas en bolsos ajenos, vamos a leerlas en fogones, vamos a olvidarlas en vagones de trenes”, anunciaban entonces. PLUP se presentaba como un proyecto de distribución artesanal de poesía, con un lado viajero y una sede en Buenos Aires, adonde harían llegar lo que fueran descubriendo por el camino.
El viaje se fue ramificando, los viajeros se multiplicaron, y la constancia de ese primer movimiento expeditivo son las distintas crónicas de viaje recopiladas en el primer blog del proyecto. Más de dos años después, muchos de esos viajeros están de vuelta en Argentina, pero la red está tejida: PLUP aglutina literatura latinoamericana actual producida en los márgenes del mainstream, en otros centros urbanos además de las capitales, donde hay gente que “está realmente reflexionando sobre poesía, pensando y escribiendo de una manera muy comprometida, muy sistemática”, asegura Javiera Pérez Salerno, quien lleva adelante el proyecto junto con Cecilia Eraso y Sol Bembibre.
En esta entrevista Javiera Pérez Salerno y Sol Bembibre hablan del origen del proyecto, del catálogo que se formó (que incluye tanto plaquetas que pueden descargarse en forma gratuita como videos caseros de lecturas) y de los planes para el futuro.
—¿Cómo se originó el proyecto?
—El proyecto empezó en el 2009. Yo tenía la idea de hacer un viaje por Latinoamérica y junto con algunas amigas, siempre interesadas en escribir, pensar y leer poesía, decidimos generar un proyecto editorial. En un primer momento fui yo la que lo llevó, pero después se fue ramificando, y empezamos a editar algunos autores que a nosotros en ese momento nos parecían interesantes. Entre ellos algunos amigos, como Juan Diego Incardona, que por ese entonces ya había publicado con sellos grandes; era el único del catálogo con algo publicado anteriormente, los demás eran más underground. Armamos un blog con el proyecto, en donde colgamos plaquetas, hojas descargables en A4 con un diseño, que tienen la facilidad de que se pueden descargar desde cualquier lugar del planeta. Están pensadas para ser descargadas e impresas desde cualquier lugar, entonces con muy poco dinero y esfuerzo se puede tener una pequeña colección de poesía latinoamericana actual.
—Están editadas, de alguna manera.
—Sí, están editadas y diseñadas. El diseño no es uniforme pero sí regular, con características estándar. La idea era ir conectando en mi recorrido con las escenas poéticas de otros países a partir de esta carta de presentación que traía con la que decía: traigo toda esta poesía argentina, pero no para quedarnos sólo con esto sino para sumar a partir de acá.
—Eso fue el comienzo, ¿hoy cómo siguen incorporando material?
—Nos mandan o en otros casos nosotras nos interesamos en alguien y le pedimos material. A partir de eso se edita. Como cualquier editorial. Después hubo otros viajeros en Chile, en Uruguay, que también llevaron nuestras plaquetas y conectaron con el ámbito de la poesía de cada lugar. Así se fue generando un vínculo del cual sacamos material para editar acá y para hacer conocer qué es lo que está ocurriendo en otros lugares, en otros centros urbanos, no solamente en las capitales. Llegamos a lugares como Maracaibo, por ejemplo. A su vez esas personas nos conectaron con otra gente que también estaba escribiendo: en Santiago de Chile, Begonia Ugalde o Inti García Santamaría en México. Lo que hizo PLUP fue trazar redes con lo que más nos interesa, que es la literatura latinoamericana.
—¿Narrativa también?
—Hubo de todo, en realidad. Usamos la palabra “poética” en sentido amplio. En principio nosotras tres estábamos más enfocadas en la parte de poesía porque es lo que nosotras trabajamos en nuestra vida cotidiana con más énfasis, pero después se fue abriendo y tenemos algunos narradores, mucha prosa poética también.
—Siendo un proyecto editorial colectivo, ¿tienen algún tipo de copyright?
—No, tenemos una licencia de creative commons para los autores.
—¿Cómo funciona?
—Te registrás en creative commons, entonces eso aparece en tu página e implica que vos podés reproducir la obra porque la idea es justamente la reproducción, pero citando la fuente, sin cambiar el contenido y citando al autor y al proyecto que lo envuelve. Registrás el pdf o lo que sería la imagen. También se pueden fotocopiar, no solamente imprimir. Y otra cosa que hicimos fue regalarlas en eventos o presentaciones de libros. La idea es que circule. A través del proyecto nos acercamos a gente que está realmente reflexionando sobre poesía, pensando y escribiendo de una manera muy comprometida, muy sistemática. En el camino te vas encontrando con un montón de cosas, buscábamos allá un espejo del interés que nosotras teníamos acá. Y fue impresionante porque fuimos encontrando un montón de poéticas distintas y de mucha calidad.
—¿Cómo es el catálogo hoy por hoy? ¿Cómo está compuesto?
—Tenemos una selección que está buenísima. Hay veinticinco plaquetas ya, la mitad son de autores argentinos y la otra mitad está compuesta más o menos por un promedio de tres escritores por país. El único que nos quedó medio en gatera fue Colombia, vamos a ver si este año podemos sacar a los autores de allá. Pero tenemos tres peruanos, tres ecuatorianos, tres venezolanos, una chilena, un mexicano, ahora vamos a sacar a los costarricenses, y seguimos buscando.
—¿Hay proyectos similares en otros países con los que se hayan puesto en contacto?
—Sí, está Big Sur, la revista, que no sé si tiene descarga de plaquetas online como nosotros, pero tiene cosas en común. También están las Elecciones afectivas que funcionan en todos los países. En un momento nuestro blog tenía crónicas de viaje, ahora todo eso quedó un poco de lado porque los que viajamos ya estamos todos acá.
—¿Fueron a todos los países de donde son los autores que publicaron?
—No necesariamente, pero estamos constantemente buscando. El año pasado y el anterior formamos parte de la organización del festival Salida al mar, junto con Cristian de Nápoli, que es el organizador desde la primera edición. Así que estamos focalizadas en lo latinoamericano, atentas, siempre leyendo, ese es nuestro material. Por eso ponemos mucho de nuestra búsqueda en el corpus. Por ejemplo a México no fuimos, pero conocimos a Inti [García Santamaría] porque vino a la Argentina, tuvimos mucho contacto con él y leímos mucho material suyo. Así vamos conociendo y buscando poetas. La idea era que no fueran poetas mainstream, sino poner el ojo en lugares donde nos parecía que pasaba algo interesante, enfocar y sacar ciertas lecturas que podemos sacar porque tenemos el acceso a hacerlo.
—¿Tienen forma de registrar la cantidad de descargas que se hacen de las plaquetas?
—No descargas pero sí visitas, de qué países están entrando a la página, cómo llegan. Muchos llegan de los blogs de los autores, pero otros caen directo desde Google. El año pasado trajimos a uno de los autores de PLUP a Salida al mar, un poeta ecuatoriano que se llama Fernando Escobar Paez –es la primera vez que viene alguien de Ecuador al festival– y él en Quito es un gran agitador cultural underground, entonces como el foco está muy puesto en él, se hacía visible desde allá nuestro proyecto.
—Igual la forma de circulación de la poesía no tiene que ver en general con los grandes medios, son más subterráneas.
Sí, más en otros países donde las condiciones de publicación son de muy difícil acceso. Hay lugares donde es muy difícil poder publicar en papel en una editorial.
—¿Y cómo es la experiencia de publicar así para el autor? ¿Qué feedback tienen de los autores?
—La mejor. Para la última edición de Salida al mar les pedimos a cada autor que nos hicieran un video muy lo-fi en sus casas o en donde quisieran, leyendo los poemas de la plaqueta. Y fue espectacular porque nos mandaron videos desde Lima, desde México, el de Begonia en un jardín, que es impresionante. Son ellos leyendo sus propios poemas, grabados con cámara de mano, bien caseros, como es nuestro proyecto: replicando el do it yourself y la estética más punk rock. Como el fanzine, pero con una vuelta más cibernética. Los pasamos todos en un intervalo del festival y estuvo buenísimo, fue una especie de interludio re interesante.
—Cuando ustedes se ocupan de la impresión en algunos eventos, los regalan. ¿En ningún momento se venden?
—Fuimos invitadas como editorial al festival de poesía en Rosario, y estábamos en un lugar donde todo se vendía menos lo nuestro, entonces eso nos generaba un poco de impresión. No se sabía si estábamos dando un folleto del festival, de una rotisería… La gente no le daba entidad por ser gratis, entonces en ese caso decidimos armar unas pequeñas colecciones y venderlas. Recuperamos solamente el costo de la inversión, no ganábamos dinero.
—No es un proyecto con fines de lucro.
—No. Pero es curioso cómo en determinados contextos, si no hay un intercambio que involucre dinero, no es tomado en cuenta. Era domingo a la tarde, en Rosario, mucha gente paseando por una feria y se confundía con un folleto, entonces decidimos darle la vuelta de vender las selecciones de cinco plaquetas, con un argentino o dos y los otros intercalados con el resto de los países latinoamericanos, para hacerlas circular.
—¿Ustedes escriben y publican poesía también?
Sólo Cecilia Eraso sacó libros de poemas, pero las tres escribimos, participamos de lecturas y festivales, tenemos publicaciones en revistas y plaquetas.
—¿Y cuáles son los proyectos para este año?
— Seguir editando algunos autores que tenemos ahí guardados y por otro lado tenemos la intención de darle una vuelta más para que se amolde a ciertas tecnologías nuevas. Nos gustaría ponernos al mismo nivel al que va la tecnología y que haya una posibilidad de sacarlos en formato epub para los dispositivos de lectura.
TOmado de http://blog.eternacadencia.com.ar/?p=19671#more-19671
Trazar redes de poesía latinoamericana
27-01-2012 |
Javiera Pérez Salerno y Sol Bembibre, dos de las integrantes del Proyecto Latinoamericano (de) Unión Poética (PLUP), hablan sobre esta editorial que rastreó su catálogo de plaquetas de forma itinerante.
Por FP.
El Proyecto Latinoamericano (de) Unión Poética nació a fines del año 2009, montado sobre otro proyecto: un viaje por Latinoamérica. Tenían algunas plaquetas de poetas argentinos y emprendieron la ruta hacia Bolivia, siguieron para el norte pasando por Perú, Ecuador y Venezuela, hasta México, visitando en el camino las escenas poéticas de cada lugar y haciendo circular esas primeras plaquetas. “Vamos a deslizarlas en bolsos ajenos, vamos a leerlas en fogones, vamos a olvidarlas en vagones de trenes”, anunciaban entonces. PLUP se presentaba como un proyecto de distribución artesanal de poesía, con un lado viajero y una sede en Buenos Aires, adonde harían llegar lo que fueran descubriendo por el camino.
El viaje se fue ramificando, los viajeros se multiplicaron, y la constancia de ese primer movimiento expeditivo son las distintas crónicas de viaje recopiladas en el primer blog del proyecto. Más de dos años después, muchos de esos viajeros están de vuelta en Argentina, pero la red está tejida: PLUP aglutina literatura latinoamericana actual producida en los márgenes del mainstream, en otros centros urbanos además de las capitales, donde hay gente que “está realmente reflexionando sobre poesía, pensando y escribiendo de una manera muy comprometida, muy sistemática”, asegura Javiera Pérez Salerno, quien lleva adelante el proyecto junto con Cecilia Eraso y Sol Bembibre.
En esta entrevista Javiera Pérez Salerno y Sol Bembibre hablan del origen del proyecto, del catálogo que se formó (que incluye tanto plaquetas que pueden descargarse en forma gratuita como videos caseros de lecturas) y de los planes para el futuro.
—¿Cómo se originó el proyecto?
—El proyecto empezó en el 2009. Yo tenía la idea de hacer un viaje por Latinoamérica y junto con algunas amigas, siempre interesadas en escribir, pensar y leer poesía, decidimos generar un proyecto editorial. En un primer momento fui yo la que lo llevó, pero después se fue ramificando, y empezamos a editar algunos autores que a nosotros en ese momento nos parecían interesantes. Entre ellos algunos amigos, como Juan Diego Incardona, que por ese entonces ya había publicado con sellos grandes; era el único del catálogo con algo publicado anteriormente, los demás eran más underground. Armamos un blog con el proyecto, en donde colgamos plaquetas, hojas descargables en A4 con un diseño, que tienen la facilidad de que se pueden descargar desde cualquier lugar del planeta. Están pensadas para ser descargadas e impresas desde cualquier lugar, entonces con muy poco dinero y esfuerzo se puede tener una pequeña colección de poesía latinoamericana actual.
—Están editadas, de alguna manera.
—Sí, están editadas y diseñadas. El diseño no es uniforme pero sí regular, con características estándar. La idea era ir conectando en mi recorrido con las escenas poéticas de otros países a partir de esta carta de presentación que traía con la que decía: traigo toda esta poesía argentina, pero no para quedarnos sólo con esto sino para sumar a partir de acá.
—Eso fue el comienzo, ¿hoy cómo siguen incorporando material?
—Nos mandan o en otros casos nosotras nos interesamos en alguien y le pedimos material. A partir de eso se edita. Como cualquier editorial. Después hubo otros viajeros en Chile, en Uruguay, que también llevaron nuestras plaquetas y conectaron con el ámbito de la poesía de cada lugar. Así se fue generando un vínculo del cual sacamos material para editar acá y para hacer conocer qué es lo que está ocurriendo en otros lugares, en otros centros urbanos, no solamente en las capitales. Llegamos a lugares como Maracaibo, por ejemplo. A su vez esas personas nos conectaron con otra gente que también estaba escribiendo: en Santiago de Chile, Begonia Ugalde o Inti García Santamaría en México. Lo que hizo PLUP fue trazar redes con lo que más nos interesa, que es la literatura latinoamericana.
—¿Narrativa también?
—Hubo de todo, en realidad. Usamos la palabra “poética” en sentido amplio. En principio nosotras tres estábamos más enfocadas en la parte de poesía porque es lo que nosotras trabajamos en nuestra vida cotidiana con más énfasis, pero después se fue abriendo y tenemos algunos narradores, mucha prosa poética también.
—Siendo un proyecto editorial colectivo, ¿tienen algún tipo de copyright?
—No, tenemos una licencia de creative commons para los autores.
—¿Cómo funciona?
—Te registrás en creative commons, entonces eso aparece en tu página e implica que vos podés reproducir la obra porque la idea es justamente la reproducción, pero citando la fuente, sin cambiar el contenido y citando al autor y al proyecto que lo envuelve. Registrás el pdf o lo que sería la imagen. También se pueden fotocopiar, no solamente imprimir. Y otra cosa que hicimos fue regalarlas en eventos o presentaciones de libros. La idea es que circule. A través del proyecto nos acercamos a gente que está realmente reflexionando sobre poesía, pensando y escribiendo de una manera muy comprometida, muy sistemática. En el camino te vas encontrando con un montón de cosas, buscábamos allá un espejo del interés que nosotras teníamos acá. Y fue impresionante porque fuimos encontrando un montón de poéticas distintas y de mucha calidad.
—¿Cómo es el catálogo hoy por hoy? ¿Cómo está compuesto?
—Tenemos una selección que está buenísima. Hay veinticinco plaquetas ya, la mitad son de autores argentinos y la otra mitad está compuesta más o menos por un promedio de tres escritores por país. El único que nos quedó medio en gatera fue Colombia, vamos a ver si este año podemos sacar a los autores de allá. Pero tenemos tres peruanos, tres ecuatorianos, tres venezolanos, una chilena, un mexicano, ahora vamos a sacar a los costarricenses, y seguimos buscando.
—¿Hay proyectos similares en otros países con los que se hayan puesto en contacto?
—Sí, está Big Sur, la revista, que no sé si tiene descarga de plaquetas online como nosotros, pero tiene cosas en común. También están las Elecciones afectivas que funcionan en todos los países. En un momento nuestro blog tenía crónicas de viaje, ahora todo eso quedó un poco de lado porque los que viajamos ya estamos todos acá.
—¿Fueron a todos los países de donde son los autores que publicaron?
—No necesariamente, pero estamos constantemente buscando. El año pasado y el anterior formamos parte de la organización del festival Salida al mar, junto con Cristian de Nápoli, que es el organizador desde la primera edición. Así que estamos focalizadas en lo latinoamericano, atentas, siempre leyendo, ese es nuestro material. Por eso ponemos mucho de nuestra búsqueda en el corpus. Por ejemplo a México no fuimos, pero conocimos a Inti [García Santamaría] porque vino a la Argentina, tuvimos mucho contacto con él y leímos mucho material suyo. Así vamos conociendo y buscando poetas. La idea era que no fueran poetas mainstream, sino poner el ojo en lugares donde nos parecía que pasaba algo interesante, enfocar y sacar ciertas lecturas que podemos sacar porque tenemos el acceso a hacerlo.
—¿Tienen forma de registrar la cantidad de descargas que se hacen de las plaquetas?
—No descargas pero sí visitas, de qué países están entrando a la página, cómo llegan. Muchos llegan de los blogs de los autores, pero otros caen directo desde Google. El año pasado trajimos a uno de los autores de PLUP a Salida al mar, un poeta ecuatoriano que se llama Fernando Escobar Paez –es la primera vez que viene alguien de Ecuador al festival– y él en Quito es un gran agitador cultural underground, entonces como el foco está muy puesto en él, se hacía visible desde allá nuestro proyecto.
—Igual la forma de circulación de la poesía no tiene que ver en general con los grandes medios, son más subterráneas.
Sí, más en otros países donde las condiciones de publicación son de muy difícil acceso. Hay lugares donde es muy difícil poder publicar en papel en una editorial.
—¿Y cómo es la experiencia de publicar así para el autor? ¿Qué feedback tienen de los autores?
—La mejor. Para la última edición de Salida al mar les pedimos a cada autor que nos hicieran un video muy lo-fi en sus casas o en donde quisieran, leyendo los poemas de la plaqueta. Y fue espectacular porque nos mandaron videos desde Lima, desde México, el de Begonia en un jardín, que es impresionante. Son ellos leyendo sus propios poemas, grabados con cámara de mano, bien caseros, como es nuestro proyecto: replicando el do it yourself y la estética más punk rock. Como el fanzine, pero con una vuelta más cibernética. Los pasamos todos en un intervalo del festival y estuvo buenísimo, fue una especie de interludio re interesante.
—Cuando ustedes se ocupan de la impresión en algunos eventos, los regalan. ¿En ningún momento se venden?
—Fuimos invitadas como editorial al festival de poesía en Rosario, y estábamos en un lugar donde todo se vendía menos lo nuestro, entonces eso nos generaba un poco de impresión. No se sabía si estábamos dando un folleto del festival, de una rotisería… La gente no le daba entidad por ser gratis, entonces en ese caso decidimos armar unas pequeñas colecciones y venderlas. Recuperamos solamente el costo de la inversión, no ganábamos dinero.
—No es un proyecto con fines de lucro.
—No. Pero es curioso cómo en determinados contextos, si no hay un intercambio que involucre dinero, no es tomado en cuenta. Era domingo a la tarde, en Rosario, mucha gente paseando por una feria y se confundía con un folleto, entonces decidimos darle la vuelta de vender las selecciones de cinco plaquetas, con un argentino o dos y los otros intercalados con el resto de los países latinoamericanos, para hacerlas circular.
—¿Ustedes escriben y publican poesía también?
Sólo Cecilia Eraso sacó libros de poemas, pero las tres escribimos, participamos de lecturas y festivales, tenemos publicaciones en revistas y plaquetas.
—¿Y cuáles son los proyectos para este año?
— Seguir editando algunos autores que tenemos ahí guardados y por otro lado tenemos la intención de darle una vuelta más para que se amolde a ciertas tecnologías nuevas. Nos gustaría ponernos al mismo nivel al que va la tecnología y que haya una posibilidad de sacarlos en formato epub para los dispositivos de lectura.
TOmado de http://blog.eternacadencia.com.ar/?p=19671#more-19671
jueves, 26 de enero de 2012
Menos hombre
"Delia había previsto que, en algún momento, el capitán le buscaría el cuerpo. Cuando se presentara ese momento, accedería al requerimiento como una forma de ocultar lo que le estaba sucediendo. Y cuando ese momento temido llegó, una madrugada en que el capitán regresaba de la base, como siempre, al amanecer, Delia comprobó que su cuerpo se rehusaba a la costumbre de la entrega. Fue castigo y respiro a la vez. Castigo porque, cuando el capitán empezó a tocarla, Delia sintió repulsión. Resiro porque el momento había por fin llegado y faltaba menos para que acabara, como faltaba también menos para el próximo encuentro con Lía y, de ese modo, en brazos de su amante, iba a exorcizar la cópula mecánica del capitán.
El capitán ni se percataba de lo que podía estar sintiendo su mujer.
Me vino, se disculpó Delia.
Me hubieras dicho, che, dijo él dándole la espalda en la cama.
Te odio, sintió Delia. Pero se calló.
Porque se recriminaba que esos sentimientos de repulsa hacia el capitán abarcaban también la vida surgida de sus entrañas.
Al menos es varón: no va a sufrir tanto, le dijo una vez a Lía, cuando hablaban de París.
Quién te dijo, retrucó Lía. Hay hombres que sienten como mujeres.
Te referís a Gomez.
No necesariamente, dijo Lía. Todo hombre que sufre, en su dolor se feminiza. El dolor amaricona, querida. Y hay que ser muy macho para aguantarlo.
De qué me hablás.
Tu marido, por ejemplo, es menos hombre que nuestro querido Gómez."
Guillermo Saccomanno. La lengua del malón.
El capitán ni se percataba de lo que podía estar sintiendo su mujer.
Me vino, se disculpó Delia.
Me hubieras dicho, che, dijo él dándole la espalda en la cama.
Te odio, sintió Delia. Pero se calló.
Porque se recriminaba que esos sentimientos de repulsa hacia el capitán abarcaban también la vida surgida de sus entrañas.
Al menos es varón: no va a sufrir tanto, le dijo una vez a Lía, cuando hablaban de París.
Quién te dijo, retrucó Lía. Hay hombres que sienten como mujeres.
Te referís a Gomez.
No necesariamente, dijo Lía. Todo hombre que sufre, en su dolor se feminiza. El dolor amaricona, querida. Y hay que ser muy macho para aguantarlo.
De qué me hablás.
Tu marido, por ejemplo, es menos hombre que nuestro querido Gómez."
Guillermo Saccomanno. La lengua del malón.
Me llamo cuerpo
"Lo que Delia indaga con su escritura es la combustión de su propia probelmática:señora de un capitán de la marina, porfía en quebrar una censura que no es sólo de clase. Tengamos en cuenta que Delia escribe bajo el peronismo. Y que la mujer peronista no es muy distinta, en escala, de la mujer de un gorila. A la mujer del régimen también le está asignado ese rol de parturienta del progreso justicialista. Colaboradora indispensable del desarrollo industrial, su vientre es una fábrica de obreritos.
Detengámonos un instante en el momento en que Delia escribe:
Soy quien monta y es montada, piensa D. Soy este viento que no tiene ni religión ni nombre.
Me llamo cuerpo.
Mi fe es el deseo."
Guillermo Saccomanno. La lengua del malón.
Detengámonos un instante en el momento en que Delia escribe:
Soy quien monta y es montada, piensa D. Soy este viento que no tiene ni religión ni nombre.
Me llamo cuerpo.
Mi fe es el deseo."
Guillermo Saccomanno. La lengua del malón.
miércoles, 25 de enero de 2012
Orsai y Mairal
El gran surubí
Hernán Casciari | 25 de enero, 2012
Tomado de http://orsai.bitacoras.com/2012/01/el-gran-surubi.php
La historia ocurre en una Argentina de pesadilla. El país se quedó sin carne y nadie tiene qué comer. En medio del caos, el Ejército recluta a los varones mayores de edad. Los saca de sus casas, de los bares, de donde sea. Los arrastra a empujones, los uniforma y los obliga a pescar. En los afluentes del río Paraná han crecido surubíes enormes que son atrapados por gomones de Gendarmería y suministrados a los habitantes hambreados del conurbano bonaerense.
En las profundidades viscosas, además, existe un surubí gigante (una especie de Moby Dick) que todos los Regimientos quieren pescar como trofeo. Los soldados pasan hambre, frío, cogen entre ellos, pescan de noche, mueren ahogados, quieren escapar; el país, mientras tanto, se hunde en la miseria.
La obra, de la que acabo de contar este resumen, tiene seis capítulos. Se llama «El gran surubí». Aparecerá, en forma de folletín por entregas, durante las seis próximas ediciones de Orsai.
Estamos entre orgullosos y fascinados de ser nosotros los elegidos para publicar esta maravilla por primera vez.
Pedro Mairal está escribiendo lo que, a mi entender, será un clásico de la literatura argentina. Yo creo —y perdónenme la efusividad— que los hijos de mi hija tendrán que leer esta historia en la escuela, entre cuarto y quinto año.
Y si no ocurre será porque ya no habrá escuelas.
Con Chiri tuvimos la suerte tremenda de haber leído la historia casi completamente. En realidad, vamos por el capítulo quinto. Pedro, en este momento, está acabando de sacarle punta al episodio final, y nos estamos mordiendo las uñas por leerlo. Nos fue enviando cada uno, mientras los terminaba, desde hace un par de meses.
Yo esperé cada capítulo con fiebre y ansiedad. Los fuimos leyendo en voz alta con Chiri, desde el Skype. Algunas madrugadas le mandé a Mairal correos intensos, de lector fanático. Cuando acabé de leer el capítulo tres, le escribí:
«Pedro, me siento el lineman de Argentina-Inglaterra, en el minuto que Maradona ya promedia la cabalgata hasta Shilton. Te sigo con la mirada y voy diciendo: uy, esto va a ser Historia y yo era el juez de línea».
Chiri y yo no somos los únicos que estamos leyendo, en privado, «El gran surubí». También lo hace Jorge González, el ilustrador de la saga.
Fue muy divertido el modo en que lo convencimos.
Resulta que Jorge (el autor de la portada de la Orsai N1, y de la historieta «El Intermediario») se nos fue para arriba con merecimiento. Acaban de publicar sus dibujos en The New Yorker, edita en Francia, saca libros cada vez más bestias y casi no tiene tiempo para nada. Cuando lo llamé para que estuviera en la segunda época de Orsai me dijo que sí, porque tiene un corazón enorme, pero me adelantó que sería en «algún número de julio o septiembre», porque tenía la agenda atestada de trabajo.
Justo en esas fechas yo acababa de recibir el primer episodio de «El gran surubí» y estaba muy encaprichado con que tenía que ilustrarlo él, y nadie más que él. Pero Jorge había sido muy claro durante la conversación. Le dije por teléfono que no se preocupara, que en julio o septiembre lo volvería a llamar.
Cuando colgué, le mandé un mail. Sin rogarle, sin insistirle. Un mail vacío. Le adjunté el primer capítulo de «El gran surubí».
Me contestó a las dos horas:
«Tu puta revista y la concha de tu madre. Increíble lo de Mairal. ¡Me cagaste! Estoy adentro. Un abrazo grande, Jorge».
Es que hay algo en «El gran surubí», algo que te deja con la boca abierta y que parece de otro mundo. Y no son solamente las imágenes poderosas de la trama, ni únicamente los diálogos, ni la historia en sí misma, que es profunda, divertida y desgarradora al mismo tiempo. Hay algo más. Y a ese algo lo estoy dejando para el final del goteo.
Lo diré ahora mismo, sin más preámbulos: Mairal eligió no contar «El gran surubí» en prosa, sino en sesenta sonetos.
Voy a repetir el párrafo en tipografía más grande, por las dudas que no me hayan escuchado bien al fondo de la sala:
Mairal eligió no contar «El gran surubí»
en prosa, sino en sesenta sonetos.
Cada capítulo, diez sonetos. Cada soneto, catorce versos de rima consonante. Cada verso, once puñaladas en el estómago. Con la mano en el corazón, hacía mucho tiempo que no leía algo tan alucinante.
Ustedes lo podrán disfrutar desde la semana que viene, con el número cinco de la revista Orsai (1).
Hernán Casciari | 25 de enero, 2012
Tomado de http://orsai.bitacoras.com/2012/01/el-gran-surubi.php
La historia ocurre en una Argentina de pesadilla. El país se quedó sin carne y nadie tiene qué comer. En medio del caos, el Ejército recluta a los varones mayores de edad. Los saca de sus casas, de los bares, de donde sea. Los arrastra a empujones, los uniforma y los obliga a pescar. En los afluentes del río Paraná han crecido surubíes enormes que son atrapados por gomones de Gendarmería y suministrados a los habitantes hambreados del conurbano bonaerense.
En las profundidades viscosas, además, existe un surubí gigante (una especie de Moby Dick) que todos los Regimientos quieren pescar como trofeo. Los soldados pasan hambre, frío, cogen entre ellos, pescan de noche, mueren ahogados, quieren escapar; el país, mientras tanto, se hunde en la miseria.
La obra, de la que acabo de contar este resumen, tiene seis capítulos. Se llama «El gran surubí». Aparecerá, en forma de folletín por entregas, durante las seis próximas ediciones de Orsai.
Estamos entre orgullosos y fascinados de ser nosotros los elegidos para publicar esta maravilla por primera vez.
Pedro Mairal está escribiendo lo que, a mi entender, será un clásico de la literatura argentina. Yo creo —y perdónenme la efusividad— que los hijos de mi hija tendrán que leer esta historia en la escuela, entre cuarto y quinto año.
Y si no ocurre será porque ya no habrá escuelas.
Con Chiri tuvimos la suerte tremenda de haber leído la historia casi completamente. En realidad, vamos por el capítulo quinto. Pedro, en este momento, está acabando de sacarle punta al episodio final, y nos estamos mordiendo las uñas por leerlo. Nos fue enviando cada uno, mientras los terminaba, desde hace un par de meses.
Yo esperé cada capítulo con fiebre y ansiedad. Los fuimos leyendo en voz alta con Chiri, desde el Skype. Algunas madrugadas le mandé a Mairal correos intensos, de lector fanático. Cuando acabé de leer el capítulo tres, le escribí:
«Pedro, me siento el lineman de Argentina-Inglaterra, en el minuto que Maradona ya promedia la cabalgata hasta Shilton. Te sigo con la mirada y voy diciendo: uy, esto va a ser Historia y yo era el juez de línea».
Chiri y yo no somos los únicos que estamos leyendo, en privado, «El gran surubí». También lo hace Jorge González, el ilustrador de la saga.
Fue muy divertido el modo en que lo convencimos.
Resulta que Jorge (el autor de la portada de la Orsai N1, y de la historieta «El Intermediario») se nos fue para arriba con merecimiento. Acaban de publicar sus dibujos en The New Yorker, edita en Francia, saca libros cada vez más bestias y casi no tiene tiempo para nada. Cuando lo llamé para que estuviera en la segunda época de Orsai me dijo que sí, porque tiene un corazón enorme, pero me adelantó que sería en «algún número de julio o septiembre», porque tenía la agenda atestada de trabajo.
Justo en esas fechas yo acababa de recibir el primer episodio de «El gran surubí» y estaba muy encaprichado con que tenía que ilustrarlo él, y nadie más que él. Pero Jorge había sido muy claro durante la conversación. Le dije por teléfono que no se preocupara, que en julio o septiembre lo volvería a llamar.
Cuando colgué, le mandé un mail. Sin rogarle, sin insistirle. Un mail vacío. Le adjunté el primer capítulo de «El gran surubí».
Me contestó a las dos horas:
«Tu puta revista y la concha de tu madre. Increíble lo de Mairal. ¡Me cagaste! Estoy adentro. Un abrazo grande, Jorge».
Es que hay algo en «El gran surubí», algo que te deja con la boca abierta y que parece de otro mundo. Y no son solamente las imágenes poderosas de la trama, ni únicamente los diálogos, ni la historia en sí misma, que es profunda, divertida y desgarradora al mismo tiempo. Hay algo más. Y a ese algo lo estoy dejando para el final del goteo.
Lo diré ahora mismo, sin más preámbulos: Mairal eligió no contar «El gran surubí» en prosa, sino en sesenta sonetos.
Voy a repetir el párrafo en tipografía más grande, por las dudas que no me hayan escuchado bien al fondo de la sala:
Mairal eligió no contar «El gran surubí»
en prosa, sino en sesenta sonetos.
Cada capítulo, diez sonetos. Cada soneto, catorce versos de rima consonante. Cada verso, once puñaladas en el estómago. Con la mano en el corazón, hacía mucho tiempo que no leía algo tan alucinante.
Ustedes lo podrán disfrutar desde la semana que viene, con el número cinco de la revista Orsai (1).
La chica del dragón tatuado
Anoche la vi en el cine con Marce. Menos mal que me olvido de todo lo que veo y puedo disfrutarlo de nuevo. Ya había visto la versión sueca que me había impactado demasiado. Me acordaba cosas generales. No me acordaba quién era el asesino (y hacía fuerza por recordarlo en la mitad de la peli).
Esta versión es menos impactante y hasta hay escenas que son casi idénticas. Me parece que los dos protas acá están más tiempo incial sin conocerse y después ella se entrega mucho más que en la otra. Estoy segura de que el final medio romanticón no está en la sueca (voy a verla de nuevo).
Igual me gustó mucho ésta. Los personajes está muy bien logrados todos. Ella me gustó mucho mucho cuando logré olvidarme de la otra que tb me había gustado mucho mucho.
martes, 24 de enero de 2012
Nuevos feminismos
"El camino del feminismo" entrevista a Silvia L. Gil autora de "Nuevos feminismos: sentidos comunes en la dispersión"
Entrevista realizada por Marta Arias y publicada en la revista Yo Dona el 14 de noviembre de 2011
Licenciada en Filosofía, Silvia L. Gil es especialista en filosofía de la diferencia y teoría postfeminista. Estos días publica su libro 'Nuevos feminismos: sentidos comunes de la dispersión', y aprovechamos para charlar con ella sobre la evolución de este movimiento y su situación actual.
¿Por qué crees que provoca tanto recelo el término 'feminismo' hoy en día?
Hay mucho desconocimiento de lo que realmente es el feminismo, de lo que ha aportado a nuestras vidas y de las cuestiones que pone sobre la mesa como retos inaplazables. En España ha existido un movimiento feminista muy potente, muy presente en la transición y en todo lo que vino después: las reformas legales, la reestructuración del mercado de trabajo, el despegue del neoliberalismo… Todo esto se hace invisible, entre otros motivos, porque muchos lo perciben como una amenaza a los privilegios de los que gozan. Por ejemplo, el feminismo empuja a que el trabajo doméstico y de cuidados no sea solo cosa de las mujeres. Sienten que se cuestiona su posición, sus valores, y esto es así, pero justamente para construir entre todos un lugar más habitable. Pero además vivimos en un momento histórico que no puede ser comprendido sin los avances que el feminismo ha puesto sobre la mesa.
Un comentario muy escuchado es el de que el feminismo es como el machismo, pero del otro lado, que se aleja de la meta de la igualdad.
Hay muchos tipos de feminismos, y es cierto que muchos no buscan la igualdad. Se preguntan igualdad ¿con qué?, ¿con una sociedad machista, injusta, que explota más a quienes se encuentran en posición de subalterno? ¿Una que pone el beneficio económico por encima del bienestar de las personas? ¿O una que encuentra en la guerra su arma de defensa y relación con lo diferente? Creo que esta afirmación sigue siendo una postura defensiva para no plantearse la incómoda cuestión de que uno de los grandes problemas de nuestra sociedad tiene que ver con cómo nos han impuesto lo que tenemos que ser en tanto mujeres y hombres. No se trata de poner por encima los valores femeninos o masculinos, sino de cuestionar radicalmente su naturalidad.
Se habla en el libro de la vasta existencia de etiquetas, así como de la abundante publicación de textos no académicos. El problema de ello es que, para una persona que quiera acercarse por primera vez a un estudio teórico del feminismo, puede generar cierto desaliento. ¿Por donde recomendarías empezar? ¿Qué obra o autor/a consideras fundamental?
Hay algo que es universal independientemente de los conocimientos teóricos de los que se disponga: la posibilidad de contagiarnos por la pasión y la necesidad de hacernos dueños de nuestra existencia. Los feminismos nos enseñan que la batalla más importante es la que tenemos que lidiar con nosotros mismos para volver a ser de un modo más propio. Sentimos que la manera en la que vivimos actualmente (sometidos a un montón de códigos e imperativos: al trabajo, la precariedad, la competitividad social) nos ha robado algo propio. Lo primero sería recuperar el deseo de ser, tocar la potencia de vida que todas y todos tenemos. Y desde ahí leer los textos, y el mundo, buscando lo que la alimenta, lo que nos empuja a pensarnos, a no dar por inevitable lo dado. Dos de las primeras obras feministas, muy dispares entre sí, con las que yo tuve un encuentro fueron 'El Segundo Sexo', de Simone de Beauvoir, y 'Manifiesto Cyborg', de Donna Haraway. Luego vinieron los textos de Teresa De Lauretis, por supuesto Judith Butler y las feministas de color, como Audre Lorde o Angela Davis. También recuerdo que cuando se tradujo, leímos mucho, crítica y apasionadamente, el texto de la Librería de Mujeres de Milán 'No creas tener derechos'.
¿Hemos cambiado mucho desde Simone de Beauvoir, desde su "no se nace mujer, se llega a serlo"?
Beauvoir puso sobre la mesa la cuestión de la libertad: la tensión entre el ideal de la Mujer que se nos impone y que asumimos como propio y, al mismo tiempo, la capacidad de elección, de transformación, de la relación con ese ideal. Es la paradoja del feminismo: tiene que afirmar lo que quiere cuestionar. Pero actualmente esta paradoja se ha vuelto aún más compleja: ya no se trata solo del dilema en torno a cómo afirmar y negar al mismo tiempo a la Mujer, sino de que ese ideal de la Mujer no las nombra a todas, porque ha sido definido desde una determinada experiencia, la de las blancas y heterosexuales de los países del Norte. Eso explica que exista un discurso sobre la igualdad argumentando, por ejemplo, que hemos accedido al mercado laboral, mientras que en realidad lo hemos logrado gracias a que ahora otra mujer migrante se hace cargo de las tareas en el hogar, por lo general, en unas condiciones inaceptables permitidas por la ley que regula el trabajo doméstico en nuestro país. Es decir, la igualdad no es para todas.
Cito del libro: "Se fue descubriendo que el papel que la tradición había asignado a las mujeres podía ser desafiado con infinidad de pequeños gestos". Sin embargo, seguimos escuchando cada día muertes por maltrato doméstico seguidas de la explicación "es que ella no tenía dónde ir, no podía valerse sin él", incluso en chicas bastante jóvenes. ¿En qué seguimos fallando?
El discurso institucional contra la violencia de género ha supuesto un gran avance al señalar con contundencia el problema. Pero lo ha planteado como un hecho aislado que atajar por la vía legal: la violencia solo concierne a determinados hombres malos a los que hay que condenar. Y propone una solución falsa: denunciar, cuando en realidad a las mujeres que sufren maltrato no se les proporcionan recursos materiales para separarse, sobre todo cuando hay hijos de por medio. Esta óptica impide que podamos avanzar como sociedad en contra de la violencia. Y que se extraiga realmente del ámbito doméstico. Habría que mirar más al movimiento feminista, quien nunca ha escindido la parte legal del apoyo a las mujeres y el trabajo educativo y social. Si realmente queremos acabar con la violencia, ¿por qué no ofrecemos a las mujeres que desean separarse recursos para ello, pisos propios en lugares donde se sientan seguras, dinero para costear su mantenimiento y el de sus hijos durante el tiempo necesario, etc? En cambio, lo que se ofrece es un número de teléfono con una invitación a denunciar sin alternativa real. ¿Qué sentido tiene?
Hablas de la pérdida de nuestra memoria política. ¿Por qué existe ese desconocimiento por parte de las mujeres (y hombres) de nuestra propia historia?
Creo que se oculta que la historia es el movimiento de diversas fuerzas en lucha, y se nos presenta como si siguiese en cambio una evolución lineal natural. Sin embargo, el diseño de nuestras plazas y nuestras ciudades, la reestructuración de las fábricas y la emergencia de nuevas empresas, el hábito de consumo y los estilos de vida, los roles de género y la normativa sexual, las políticas públicas y las leyes son resultado de batallas sociales y políticas: la resistencia siempre está presente en la sociedad. Por eso en el libro intento rescatar los elementos virtuosos del movimiento de entonces. Pero desde los 90 es como si toda esta memoria se hubiese borrado de un plumazo, liquidado, y solo fuésemos hijos e hijas del deseo de consumo y de la competitividad social.
¿Cuáles son las futuras metas del feminismo?
Existen dos cuestiones clave: por una parte, indagar en las nuevas formas de dominación que se están articulando en nuestra sociedad, y cómo afectan no sólo a las mujeres blancas de clase media, sino también a las migrantes, lesbianas, transexuales, precarias, queer, etc. La cuestión es que el patriarcado no ha finalizado con las políticas de igualdad, sino que se rearticula de complejas y nuevas formas (por ejemplo, globalizándose). Eso es algo que intento indagar en el libro hablando de diferencias, globalización, cuerpos y moda o trabajo de cuidados. Las políticas públicas deben incluir medidas en torno a estas problemáticas (por ejemplo: no se puede dejar fuera de la ley de violencia de género a las mujeres extranjeras en situación irregular, o que la ley de extranjería no contemple la especificad de género).
Por otra parte, repensar la cuestión de lo común y romper con el modo de la política más convencional. Creo que durante mucho tiempo el debate se atascó en la cuestión de cómo hacer para construir un sujeto político feminista desde la diferencia, pero actualmente el reto ya no es definir sujetos políticos, sino reconstruir un espacio común en el que nos reconozcamos y encontremos diferentes. Y para reconstruir eso tenemos no tanto que imprimir una estrategia política o una ideología como ser capaces de nombrar situaciones comunes que nos afectan a muchas y muchos de manera diversa. Eso solo puede realizarse a partir de la escucha y la experiencia con lo diferente. ¿Qué puede el feminismo aportar a este procesohttp://www.blogger.com/img/blank.gif de reconstrucción de lo común? Creo que es una pregunta clave para pensar lo político en la actualidad. Y es lo que intenta también indagar este libro.
Tomado de http://anxoamaro.blogspot.com/2012/01/el-camino-del-feminismo-entrevista.html
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Lunes por la madrugada...
Yo cierro los ojos y veo tu cara
que sonríe cómplice de amor...
que sonríe cómplice de amor...