Tomado de su muro de facebook
José Emilio en un maratón
La muerte de José Emilio Pacheco en la cima de su inteligencia y su talento representa una pérdida enorme para sus miles de lectores y a través de ellos, para la vitalidad de la literatura. ¿Quién hará que los poemas de Joseph Brodsky o de T. S. Eliot suenen como recién escritos en un flamante y poderoso español, que parece dirigirse a cada uno de nosotros en privado? ¿Quién logrará que todo un país se enamore de un mismo personaje femenino o que se estremezca al leer historias de espantos que ocurren en Chapultepec? Cuesta trabajo imaginar que habrá otro escritor tan versátil y tan querido como él: uno que cuente la eterna batalla entre las cenizas y el fuego en todos los géneros literarios que adopte, entre la poesía y el periodismo.
Como miles de mexicanos sólo hablé con él en un puñado de ocasiones pero en cada una de ellas las consecuencias fueron sumamente benéficas. Aunque cualquiera puede citar decenas de anécdotas que demuestran la magnificencia de José Emilio, quiero contar una aquí: según me consta, una vez treinta estudiantes jaliscienses lo invitaron a platicar en Guadalajara durante un fin de semana. Al saber que llevábamos meses dedicados a leer todos sus libros, JEP aceptó ir con inmensa alegría, como si le hubiéramos concedido el mayor de los reconocimientos, se instaló en la galería del Cine Roxy durante un par de días y no dejó de responder a las preguntas de los allí presentes, por extrañas que fueran. Cuando supo que esos mismos estudiantes habían sufragado su viaje se mortificó tanto que insistió en invitar a cenar a esos treinta lectores. A nadie le extrañó que se levantase a las cinco de la madrugada a leer el poemario de uno de ellos y a sugerir su publicación posterior, ni que más tarde se supiera que había cancelado una conferencia pagada en una importante institución oficial a fin de conocer a esos treinta lectores.
Tenía el don de hacer que cada encuentro entre él y sus lectores tuviera un carácter extraordinario. Durante un homenaje que le rendían en San Luis Potosí fue imposible ya no se diga hablar con él en privado sino acercarse un poco, debido al entusiasmo de sus seguidores. Al final del homenaje me topé con la directora del encuentro justo a la entrada del hotel: JEP se había lastimado un tobillo y estaba en silla de ruedas. Debía tomar el taxi a dos calles de allí pero el auto no podía pasar a recogerlo porque las calles estaban bloqueadas. En un rincón del lobby, JEP sostenía una maleta del tamaño de un librero extra grande en cada una de sus manos y se deshizo en disculpas: Me da mucha pena todo esto, pero no puedo abandonar todos los libros que me han regalado los escritores de aquí. Mientras cruzábamos el empedrado extrañados de no hallar un alma en el centro de San Luis Potosí nos topamos con una enorme valla antimotines. Cuando tratamos de moverla escuchamos una gritería doble: la multitud que aguardaba a pocos metros nos indicó a señas que nos hiciéramos a un lado, y por el otro, un centenar de deportistas de alto nivel en sillas de ruedas venía a toda velocidad hacia nosotros. Era un maratón paraolímpico y nosotros nos encontrábamos frente a la línea de meta. José Emilio fue el primero en recuperar el habla: Es que nadie nos lo va a creer. Y luego agregó: Me siento como Roberto Madrazo.
La noticia de su muerte nos dejó a todos con una tristeza indescriptible. Como bien dijo su hija Laura Emilia, si él estuviera aquí sin duda nos pediría disculpas por el dolor que nos provoca su partida.
Porque me parece que esa aventura ilumina la actitud que el gran José Emilio tenía ante la vida, me atreví a contar aquí los extraños sucesos de San Luis Potosí. Pero para que el relato tenga sentido falta añadir que ese día José Emilio Pacheco entró a la carrera con una maleta llena de libros en cada mano, cruzó la meta mientras sonreía a todos los presentes y sólo su legendaria modestia impidió que una edecán obstinada le entregara el trofeo de primer lugar.
1 comentario:
Hermosa semblanza de José Emilio, que lo pinta muy acertadamente. Él era así, con un carisma único. ¡Saludos!
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