domingo, 15 de enero de 2017

River

Serie o, mejor dicho, miniserie porque empieza y termina en 6 capítulos (la dinámica de serie se mantiene solamente en los dos primeros capítulos en los que el detective River, el prota, (podrían haberle puesto un título más creativo a algo tan maravilloso) soluciona doscasos que no le importan mucho pero que puede llegar a solucionar porque entiende el amor secreto y doloroso: una caso de Romeo y Julieta y un amor prohibido entre dos albañiles). Para mí fue como una película de 5 horas, como gente con la que estuve sufriendo anoche hasta las 5.11 am porque quería saber qué pasaba con ese amor que no era perfecto como el de los novios perfectos de Ghost pero también podía relacionarse con la muerte y atravesarla. A partir del típico planteo (que detesto como todo lo policial) de compañero muerto y compañero que investiga esa muerte, la historia te tira personajes y situaciones tan dolorosas, tan bien mostradas en su inevitabilidad, en su tristeza, en la impotencia de tener que aceptar y seguir, que pensé millones de cosas que siguen y seguirán rondándome: por ejemplo: qué doloroso el lugar de las madres (las cinco diferentes que aparecen), qué espanto la actitud de madre hacia hijo varón y madre hacia hija mujer, qué fuerza hay que hacer para confiar en alguien y para poner esa confianza en palabras y no en una comida o una frase trivial (donde dice "confiar" puede leerse también "amar"), qué buenas las escenas con la psicóloga, qué dulces todos los diálogos con muertos (incluso los muertos malos), qué claridad para mostrar por qué la gente a veces está sola y qué hace con eso y a qué llamamos locura y a qué normalidad, qué genial el retrato de inmigrantes claros y oscuros, el modo en que todos los personajes son exiliados de sus países o sus familias, arrancados de sus lugares de origen y tienen que sobrevivir adaptándose. Y el capítulo final... qué modo magnífico de narrar lo significativo que puede ser el karaoke.

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Lunes por la madrugada...

Yo cierro los ojos y veo tu cara
que sonríe cómplice de amor...