domingo, 29 de enero de 2017

La lástima de esta vida es no poder saber jamás lo que es ser otro


| HACE 10 HORAS


Mundos animales

Si tuviera un superpoder, quisiera experimentar el mundo durante algunas horas desde la perspectiva de otro animal. ¿Cómo sienten el entorno un loro, una anguila, un gusano, un alacrán? ¿Cómo percibe un tatú el calor del sol, el olor de la tierra, los gruñidos de los otros tatús, el paso del tiempo? Lo que para un ser humano no es más que un día, representa toda la vida adulta de una efímera, ese insecto alado que tiene 24 frenéticas horas para secarse las alas, escoger una pareja, tener sexo en pleno vuelo, desovar si es hembra y caer muerta. Un perro reconoce el mundo a través de una infinidad de olores muy complejos, mientras que una ballena puede llamar a otra que está a cientos de kilómetros de distancia. 
Uno de los más importantes zoólogos del siglo XX, el alemán báltico Jakob von Uexküll, se dedicó a estudiar el comportamiento de los animales. Hijo de una familia aristócrata venida a menos, el barón von Uexküll perdió su fortuna durante la Primera Guerra Mundial y se vio obligado a dar cátedra en la universidad de Hamburgo, en la que desarrolló sus teorías más influyentes. Von Uexküll dice que estamos acostumbrados a pensar en el mundo como una realidad homogénea que compartimos con el resto de los animales. Sin embargo, cada animal se relaciona con su entorno de una manera que es única a su especie: hay un mundo para la mosca, un mundo para la iguana, otro para el jaguar. Al sistema de signos con el que cada organismo vivo “entiende” el entorno von Uexküll lo llamó “unwelt” o mundo circundante. 

“Llenan el universo refulgentes pompas de jabón. En cada una de ellas hay un mundo, un mundo breve y humilde o suntuoso y amplio. No hay leyenda, no hay cuento que iguale en fantasía a esos mundos de la vida”, dice von Uexküll en Cartas biológicas a una dama. Y también: “No podemos conocer esos esquemas ajenos sino dentro del marco de nuestros propios esquemas”. Estamos condenados a imaginar esos extraordinarios mundos de los otros seres vivos sin poder jamás acceder a ellos: “Solo nos resta lamentar nuestra incapacidad para pintar esos miles de mundos con sus propios colores, para oír sus propios sonidos, para sentir sus propios espacios y sus tiempos propios. Pero desconocemos por completo las sensaciones de otros sujetos”.
Un ser viviente que interesa a von Uexküll es la garrapata. La garrapata pasa sus días encaramada a una rama, esperando el momento justo para saltar sobre algún animal y beber su sangre. Ciega y sorda, se acomoda en un espacio gracias a que su piel reacciona ante la luz. Apenas huele a un mamífero que pasa cerca de ella, se lanza sobre este: “si la buena suerte la hace caer sobre algo que emana calor (cosa que percibe gracias a un órgano sensible a determinada temperatura), eso significa que ha alcanzado su objetivo, el animal de sangre caliente, y entonces ya no necesita más que de su sentido del tacto para encontrar un sitio lo más falto de pelos posible y hundirse hasta la cabeza en el tejido cutáneo del animal. Ahora sí puede sorber lentamente un borbotón de sangre caliente”. 

La garrapata ni siquiera disfruta del sabor de la sangre: este ácaro carece del sentido del gusto. Para la garrapata todo lo que importa es que el líquido que bebe tenga la temperatura de la sangre de los mamíferos: después de comer, pone sus huevos y muere.
El mundo circundante de la garrapata está constituido por el olor del ácido buítrico del sudor de los mamíferos, la temperatura de la sangre y el tipo de piel de estos animales. Von Uexküll explica que un laboratorio científico fue capaz de mantener con vida a una garrapata durante dieciocho años sin alimentarla: la garrapata, especula, estaría en un estado de latencia similar al sueño de los humanos durante todo ese tiempo. El filósofo italiano Giorgio Agamben, en su libro Lo abierto, retoma la anécdota de la garrapata para preguntarse qué pasa con la garrapata y con su mundo durante esos larguísimos dieciocho años: si un ser está definido por su relación con su ambiente, ¿qué ocurre cuando sobrevive absolutamente privado de él? En otras palabras: ¿qué experimenta la garrapata durante esos dieciocho años en los que no puede comer?
La historia de la garrapata me hace pensar en la ballena de 52 hercios. Este espécimen ha sido detectado desde 1989 y canta en una frecuencia única, más alta que las demás ballenas: puede haber sufrido una malformación o tratarse de un híbrido. El caso es que, debido a la frecuencia inusual con la que canta, las otras ballenas no pueden comunicarse con ella. Es posible que desde hace décadas este animal esté cantando por todo el océano sin que ninguna otra ballena haya respondido a su llamado, lo que ha provocado que sea bautizada como “la ballena más solitaria del mundo”. Pero quizás estemos proyectándonos: ¿cómo saber si la ballena siente la soledad de la misma forma que los humanos? Ya lo dijo von Uexküll: la lástima de esta vida es no poder saber jamás lo que es ser otro. En todo caso, hay algo conmovedor en este animal que recorre incesantemente el mar en busca de una respuesta que quizás nunca llegará 


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