Ayer lo volví a besar yo. Es que es un pesado!!!! Me ronda, me histeriquea pero no plantea, no pide perdón, no resuelve, no propone. No me lo cogí porque no nos dio el tiempo y porque todavía dudo sobre si me conviene (que me muero de ganas ya no es dudable) o si me voy a sentir bien después. Extraño al que, hace 12 años, se me tiraba encima apenas me veía, pero si lo hiciera lo mandaría a cagar: ¿él sabrá eso?
La cara que me puso cuando lo besé (en su silla, en su casa, delante de su televisor en el que mirábamos hacía una hora uno de esos documentales que explican cómo cogen las cabras en manada (te juro que no es exageración mía), era la misma de nuestro primer beso, a los 17, en el recital de GIT. Le di un par más: amo esa cara de porfin, de perroapaleado, de deseoimposible, de quéquerésquehaga. Qué placer irme caminando hacia la esquina con su mirada sobre mi espalda, darme vuelta y verlo en su vereda, gritarnos que mañana, que nochebuena en lo de Julián y solucioname lo del auto y mañana mañana mañana... a la noche... sí.
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