Anoche Magda me dice si tengo algo de Gabriela Mistral, que leyó un poema en internet. Me acuerdo de inmediato de mis lecturas más iniciales de poesía, de versos que sabía de memoria a los 15: "Beso que tu boca entrega a mis oídos alcanza", "Ël pasó con otra por la eternidad", "Tú lo quisieras vuelto un alarido y viene de tan hondo que ha deshecho su quemante raudal desfallecido antes de la garganta, antes del pecho."
Le digo a mijita que es un libro viejo, de tapa dura, medio con azul y celeste, que se lo debo haber mostrado alguna vez. Lo encuentro en los estantes de mi pieza. Le busco mi firma y encuentro la de Irma Amalia Corragio, la prima de mi mamá que se tuvo que exiliar en el 76 y dejó todos sus libros en un placard de la casa de mi tía Silvia, vacía al lado de la mía. Le di el libro a Magdalena y le conté toda la historia de mis idas y vueltas a ese placard entre los 10 y los 14 años, esos libros prohibidos que yo no supe hasta mucho después por qué estaban en ese placard. Se ve que me quedé con algunos.
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