Qué película tan hermosa!!!! Apenas la empezás ya sabés que estás dentro de los cuadros de ese pintor holandés, que no ubicás mucho pero que, cuadro tras cuadro, vas a ir reconstruyendo en tu memoria. Porque reconocés las calles de agua, y las sábanas colgadas y las cabezas de criadas con esos gorros blancos y el mercado y la cocina de cacerolas de bronce y vegetales para lavar y cortar. Los colores y la luz son tan Vermeer que te queda clarísimo lo que el pintor buscaba encerrado en el gabinete al que ni la esposa ni la suegra entran y en el que lo ayuda Griet, la criada nueva, la que entiende de colores en las nubes, la que empieza a comprarle los pigmentos y a molérselos a mortero.
La historia también es genial: Magda, al lado mío, me preguntaba por qué ella parecía no querer dejarse pintar. Y claro, Griet se venía venir el kilombo con la esposa, lo erótico del posar para él y quedar para siempre en sus telas. (Decime a mí que me humedezca así los labios para dar bien el tono, decí delante de tu esposa que esos aros son perfectos para iluminar el cuello de la criada). "Es obceno", dice la madre de sus seis hijos que ni aparecen en la peli más que bajo los gritos del último parto y otra boca para alimentar y cosas molestas corriendo por ahí y la mayor replicando los celos de la madre, cuando ve este cuadro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario