"No hay poesía sin un cierto desacato a lo esperable"
Walter Lezcano 18 de Octubre de 2015 | 12:00
María Negroni acaba de publicar La noche tiene mil ojos (Caja Negra, un volumen integrado por Museo Negro, Galería Fantástica y el hasta ahora inédito Film Noir. Una charla con la poeta, narradora y ensayista sobre su mundo y las obsesiones que impulsan su singular escritura.
La poeta, narradora, ensayista y docente María Negroni abre las puertas de su hogar en el microcentro porteño y es una muestra más del mundo que supo construir: personal, obsesivo, detallado y, por supuesto, extraordinario. Libros exóticos, juguetes diminutos y cajas están ubicados estratégicamente por toda la vivienda como la escenografía ideal para acompañar a una escritora que supo escribir libros inclasificables y atractivos como sólo pueden ser aquellos que se salen de la norma. La editorial Caja Negra editó sus últimas tres obras que son una muestra cabal de su obsesión por lo raro y cautivante. Elegía Joseph Cornell y Pequeño mundo ilustrado son textos que se mixturan la poesía y las reflexiones sobre el arte con el afán clasificatorio y enciclopédico. Lo que nos lleva directamente a la novedad: La noche tiene mil ojos, un volumen integrado por Museo Negro (1998), Galería Fantástica (2008) y el hasta ahora inédito Film Noir. En una primera aproximación al libro puede parecer una trilogía ensayística sobre las relaciones entre la literatura gótica, el fantástico latinoamericano y el film noir. Pero cuando se lo aborda con mayor profundidad, lo que se lee en sus páginas son los modos en los cuales una escritora puede abrir las puertas de sus obsesiones y hacer de eso un momento lúcido, lúdico y perturbador. Con una prosa convincente y plena de belleza, María Negroni entrega en La noche tiene mil ojos un ensayo que sirve de puente a un territorio particular que sólo le pertenece a ella.
-¿En qué momento empieza tu acercamiento a las temáticas oscuras?
- Es raro cómo empezó esta fascinación. Me fui para hacer mi doctorado a New York en el año 85, regresé diez años más tarde y pasé seis años acá. Después me volví a ir. Esos años en los que volví fueron muy difíciles para mí por distintos motivos. Yo no quería regresar. Vine por una cuestión familiar. Y me empecé a meter, de a poco, en el mundo de los monstruos, de estos seres que encontré en la literatura gótica. Tienen ciertas características básicas que se repiten. Son seres tristes, huérfanos, abandonados, viven solos en casas que se están destruyendo. No solamente los personajes, sino los autores también. Por ejemplo, Poe. Con esa clase de autores, se me hizo una identificación.
-¿La identificación se daba porque los sentías cercanos a vos o era un tipo de vida que estaba ausente en tu experiencia?
-Siempre es una mezcla de cosas. Está lo biográfico, pero además lo literario. A mí siempre me gustaron estos relatos. E incluso en mi estadía en New York me la pasaba viendo películas de cine negro sin hacer la conexión con la escritura, la conexión la hice después. Siempre me gustó el mundo de las sombras porque es el mundo de lo desordenado, de lo prohibido, de lo rebelde, de lo insumiso, de lo que no se puede controlar. Siempre tuve una parte rebelde. La parte de la poesía es un sinónimo de la insubordinación, porque trabaja en la vereda opuesta de la convención. Con convenciones lingüísticas y demás se podrá escribir bien pero seguramente no va salir un efecto estético. El efecto estético se produce por lo inesperado, lo desordenado, por el deseo que viene a teñir el lenguaje. Toda la buena literatura está puesta en ese lugar: el de proponer cosas nuevas. Y nuevas no porque son modernas sino porque uno no las pensó, no las sintió. Eso es lo que a mí me encanta como lectora. La poesía y la literatura me hacen ceder a otro tipo de problemas, que todos tenemos, me hace preguntarme cosas, me hace cuestionarme ideas, y eso para mí es una gran felicidad. Se lo agradezco a la literatura y al arte. Es lo que yo trato de hacer, meterme por esos vericuetos, oscuros en general, pocos transitados.
-¿En qué momento viste la trilogía y decidiste sacar los tres libros juntos?
-La escritura va más rápido que nosotros, sabe más. Yo no estoy en control de lo que estoy haciendo ni digo qué voy a hacer primero. Uno va tanteando a ciegas y después mira para atrás y dice: “Ah, pero esto tiene que ver con lo otro.” Lo primero que escribí fue Museo Negro, donde recorro la literatura gótica europea y norteamericana. Después, por la lectura de Aura de Carlos Fuentes, noté que había cuentos góticos ambientados en América Latina. Y ahí se me prendió la lamparita. Encontré que había vínculos entre lo que había sucedido en los siglos XVIII y XIX en Europa y Estados Unidos y lo que había ocurrido en el siglo XX en América Latina. De hecho en la literatura fantástica latinoamericana es donde se recoge con más fuerza la tradición del gótico. Con otro nombre, pero están todos los elementos: el otro, la figura de la máquina, la muñeca, los autómatas, la noche, las casas del mal, los jardines manchados, todo. Y ahí escribí Galería fantástica. Lo último fue lo del cine, una conexión que hice de casualidad luego de ver Double Indemnity de Billy Wilder. Descubrí que en realidad Billy Wilder era alemán y empecé a descubrir que por esa época hubo un exilio de alemanes a Hollywood, directores, guionistas, camarógrafos, iluminadores, de todo, y ellos se llevaron al cine la estética del expresionismo alemán, que es una suerte de apéndice de la literatura gótica. Lo que conocemos como film noir norteamericano lo hicieron los alemanes exiliados. Y ahí la vi a la trilogía: son tres patas de una misma estética, son las mismas ideas sobre el arte. El interés de mostrar la cara de la sombra, la cara oscura de la ciudad, el hampa, la corrupción, las prostitutas, las rubias que traen la destrucción. Que es lo que a mí me interesa. Lo otro es una superficie falsa.
-La estructura de los ensayos tiene algo de fichero y de catálogo. Y además es algo presente en otros ensayos tuyos. ¿Qué encontrás en ese formato que te resulta tan productivo?
-Desde donde puedo ver, cada capítulo está girando en torno de lo mismo, se completan unos a otros. Como si yo hubiera dicho “tengo esta hipótesis y la voy a probar de distintos modos”. Y hay una especie de catálogo porque a mí me gusta mucho catalogar y juntar cosas, lo hago en la vida, y también en la escritura. En el libro me armé mi mundo secreto, mi biblioteca también. Porque esos son los libros que a mí me gusta leer. Me fui entusiasmando y una cosa me llevó a la otra. Incluso creo que es muy arbitrario lo que digo, pero estoy absolutamente convencida de que es así. A lo mejor está todo mal pero no importa.
-Siendo poeta y novelista, ¿qué nivel de creación hay para vos en la escritura de un ensayo como este donde las ideas y la argumentación deben destacarse?
-Yo diría que no son separables. No es que están las ideas por un lado y la expresión de las ideas por otro. Las ideas están en el modo de decirlas también. Nada da igual en la escritura. Te diría que no existen los sinónimos, por ejemplo. Cada palabra es como si fuera una piedra que uno tira al agua y que hace círculos concéntricos y esos círculos son los sentidos que expande cada palabra en el lector. No está escindido ni es escindible, para mí la expresión y la idea es lo mismo. Por otra parte, no es verdad que la riqueza verbal esté cerca de la poesía. Como si la poesía le aportara al ensayo la belleza. Porque la poesía también es pensamiento. La mejor poesía tiene que ver con las grandes preguntas básicas de todo ser humano y no con las imágenes bellas.
-¿En este sentido elaborás tus textos en base a un género o de qué forma vas encontrándole el lenguaje adecuado a tus intereses?
-Eso no lo decido yo. Te contesto con un ejemplo: hace unos años me presenté a la beca Guggenheim. Y dije que iba a escribir un libro polifónico de poemas. Después, el libro terminó siendo una novela. Yo pensé que iba a escribir un libro de poemas, pero cuando empecé a escribir se me fue de las manos. Y yo, que nunca había narrado, me vi escribiendo una narración. Nunca sé muy bien a qué lado voy a ir. A veces me doy cuenta de que tengo una historia, por ejemplo. El ensayo, sí, es como una búsqueda de encontrar en el otro algo que me aclare una obsesión mía.
-La escritura de un ensayo implica la toma de una postura o una posición. ¿Te ocurre, con tu poética en general, que escribís contra algo?
-Una siempre escribe en contra. Pero ese en contra también es uno mismo, no es algo que está afuera. No hay efecto estético, no hay poesía, no pasa nada en el lenguaje si no hay cierto desacato a lo esperable. Entonces una no puede escribir desde una comodidad. Siempre tiene que estar incómoda, no sabe desde dónde escribe, qué está buscando. Es todo ciego. En contra, sí, incluyéndome a mí. A favor no, porque la poética es el resultado de lo que uno escribe, no se escribe para probar porque si uno supiera sería pésimo lo que escribiese. Y también siempre sigo mis obsesiones porque en realidad lo único que pone en marcha el motor de la escritura es la obsesión. Sin obsesión no hay escritura.
-Contame un poco de la Maestría en Escritura Creativa que dirigís en la UNTREF.
-Yo daba clases en la Universidad de New York, en cursos de escritura creativa, y tenía alumnos argentinos. Me parecía ridículo que tuvieran que irse allá cuando en la Argentina hay tan buenos escritores. Cuando decidí volver al país se me ocurrió que tenía que trabajar de algo porque mecenas nunca tuve. Lo fui a ver al rector de la UNTREF, Aníbal Jozami, para ver si se podían armar los cursos de escritura creativa. Me preguntó: ¿usted cree que se puede enseñar a escribir? Le respondí: No se puede enseñar a escribir, como no se puede enseñar a vivir, pero algunas cosas se pueden transmitir de la experiencia. Después me preguntó: ¿Le parece que puede funcionar? Y yo le dije: estoy segura, va a funcionar. Y efectivamente ha sido un éxito. Ahora el Ministerio de Cultura nos dio una beca para traer a una persona del interior del país con todo pago por dos años. La primer cosa distintiva que tenemos es que todas las clases las dan escritores. Después hay una cosa que yo siempre les digo a los estudiantes: un escritor se hace en décadas, no en dos años. No es que se van a recibir de escritores, para eso hay que trabajar y escribir muchos años. Son dos años donde los estudiantes tienen la suerte de trabajar con distintas poéticas, ya que cada escritor es un mundo. Cada estudiante debe descubrir con cuál resuena, con qué estética. Una vez que terminan se van con un proyecto de obra bastante avanzado y se van con las opciones, un abanico de voces y manera de acercarse a la escritura. Después seguirán su camino, que es de toda la vida. <
- Es raro cómo empezó esta fascinación. Me fui para hacer mi doctorado a New York en el año 85, regresé diez años más tarde y pasé seis años acá. Después me volví a ir. Esos años en los que volví fueron muy difíciles para mí por distintos motivos. Yo no quería regresar. Vine por una cuestión familiar. Y me empecé a meter, de a poco, en el mundo de los monstruos, de estos seres que encontré en la literatura gótica. Tienen ciertas características básicas que se repiten. Son seres tristes, huérfanos, abandonados, viven solos en casas que se están destruyendo. No solamente los personajes, sino los autores también. Por ejemplo, Poe. Con esa clase de autores, se me hizo una identificación.
-¿La identificación se daba porque los sentías cercanos a vos o era un tipo de vida que estaba ausente en tu experiencia?
-Siempre es una mezcla de cosas. Está lo biográfico, pero además lo literario. A mí siempre me gustaron estos relatos. E incluso en mi estadía en New York me la pasaba viendo películas de cine negro sin hacer la conexión con la escritura, la conexión la hice después. Siempre me gustó el mundo de las sombras porque es el mundo de lo desordenado, de lo prohibido, de lo rebelde, de lo insumiso, de lo que no se puede controlar. Siempre tuve una parte rebelde. La parte de la poesía es un sinónimo de la insubordinación, porque trabaja en la vereda opuesta de la convención. Con convenciones lingüísticas y demás se podrá escribir bien pero seguramente no va salir un efecto estético. El efecto estético se produce por lo inesperado, lo desordenado, por el deseo que viene a teñir el lenguaje. Toda la buena literatura está puesta en ese lugar: el de proponer cosas nuevas. Y nuevas no porque son modernas sino porque uno no las pensó, no las sintió. Eso es lo que a mí me encanta como lectora. La poesía y la literatura me hacen ceder a otro tipo de problemas, que todos tenemos, me hace preguntarme cosas, me hace cuestionarme ideas, y eso para mí es una gran felicidad. Se lo agradezco a la literatura y al arte. Es lo que yo trato de hacer, meterme por esos vericuetos, oscuros en general, pocos transitados.
-¿En qué momento viste la trilogía y decidiste sacar los tres libros juntos?
-La escritura va más rápido que nosotros, sabe más. Yo no estoy en control de lo que estoy haciendo ni digo qué voy a hacer primero. Uno va tanteando a ciegas y después mira para atrás y dice: “Ah, pero esto tiene que ver con lo otro.” Lo primero que escribí fue Museo Negro, donde recorro la literatura gótica europea y norteamericana. Después, por la lectura de Aura de Carlos Fuentes, noté que había cuentos góticos ambientados en América Latina. Y ahí se me prendió la lamparita. Encontré que había vínculos entre lo que había sucedido en los siglos XVIII y XIX en Europa y Estados Unidos y lo que había ocurrido en el siglo XX en América Latina. De hecho en la literatura fantástica latinoamericana es donde se recoge con más fuerza la tradición del gótico. Con otro nombre, pero están todos los elementos: el otro, la figura de la máquina, la muñeca, los autómatas, la noche, las casas del mal, los jardines manchados, todo. Y ahí escribí Galería fantástica. Lo último fue lo del cine, una conexión que hice de casualidad luego de ver Double Indemnity de Billy Wilder. Descubrí que en realidad Billy Wilder era alemán y empecé a descubrir que por esa época hubo un exilio de alemanes a Hollywood, directores, guionistas, camarógrafos, iluminadores, de todo, y ellos se llevaron al cine la estética del expresionismo alemán, que es una suerte de apéndice de la literatura gótica. Lo que conocemos como film noir norteamericano lo hicieron los alemanes exiliados. Y ahí la vi a la trilogía: son tres patas de una misma estética, son las mismas ideas sobre el arte. El interés de mostrar la cara de la sombra, la cara oscura de la ciudad, el hampa, la corrupción, las prostitutas, las rubias que traen la destrucción. Que es lo que a mí me interesa. Lo otro es una superficie falsa.
-La estructura de los ensayos tiene algo de fichero y de catálogo. Y además es algo presente en otros ensayos tuyos. ¿Qué encontrás en ese formato que te resulta tan productivo?
-Desde donde puedo ver, cada capítulo está girando en torno de lo mismo, se completan unos a otros. Como si yo hubiera dicho “tengo esta hipótesis y la voy a probar de distintos modos”. Y hay una especie de catálogo porque a mí me gusta mucho catalogar y juntar cosas, lo hago en la vida, y también en la escritura. En el libro me armé mi mundo secreto, mi biblioteca también. Porque esos son los libros que a mí me gusta leer. Me fui entusiasmando y una cosa me llevó a la otra. Incluso creo que es muy arbitrario lo que digo, pero estoy absolutamente convencida de que es así. A lo mejor está todo mal pero no importa.
-Siendo poeta y novelista, ¿qué nivel de creación hay para vos en la escritura de un ensayo como este donde las ideas y la argumentación deben destacarse?
-Yo diría que no son separables. No es que están las ideas por un lado y la expresión de las ideas por otro. Las ideas están en el modo de decirlas también. Nada da igual en la escritura. Te diría que no existen los sinónimos, por ejemplo. Cada palabra es como si fuera una piedra que uno tira al agua y que hace círculos concéntricos y esos círculos son los sentidos que expande cada palabra en el lector. No está escindido ni es escindible, para mí la expresión y la idea es lo mismo. Por otra parte, no es verdad que la riqueza verbal esté cerca de la poesía. Como si la poesía le aportara al ensayo la belleza. Porque la poesía también es pensamiento. La mejor poesía tiene que ver con las grandes preguntas básicas de todo ser humano y no con las imágenes bellas.
-¿En este sentido elaborás tus textos en base a un género o de qué forma vas encontrándole el lenguaje adecuado a tus intereses?
-Eso no lo decido yo. Te contesto con un ejemplo: hace unos años me presenté a la beca Guggenheim. Y dije que iba a escribir un libro polifónico de poemas. Después, el libro terminó siendo una novela. Yo pensé que iba a escribir un libro de poemas, pero cuando empecé a escribir se me fue de las manos. Y yo, que nunca había narrado, me vi escribiendo una narración. Nunca sé muy bien a qué lado voy a ir. A veces me doy cuenta de que tengo una historia, por ejemplo. El ensayo, sí, es como una búsqueda de encontrar en el otro algo que me aclare una obsesión mía.
-La escritura de un ensayo implica la toma de una postura o una posición. ¿Te ocurre, con tu poética en general, que escribís contra algo?
-Una siempre escribe en contra. Pero ese en contra también es uno mismo, no es algo que está afuera. No hay efecto estético, no hay poesía, no pasa nada en el lenguaje si no hay cierto desacato a lo esperable. Entonces una no puede escribir desde una comodidad. Siempre tiene que estar incómoda, no sabe desde dónde escribe, qué está buscando. Es todo ciego. En contra, sí, incluyéndome a mí. A favor no, porque la poética es el resultado de lo que uno escribe, no se escribe para probar porque si uno supiera sería pésimo lo que escribiese. Y también siempre sigo mis obsesiones porque en realidad lo único que pone en marcha el motor de la escritura es la obsesión. Sin obsesión no hay escritura.
-Contame un poco de la Maestría en Escritura Creativa que dirigís en la UNTREF.
-Yo daba clases en la Universidad de New York, en cursos de escritura creativa, y tenía alumnos argentinos. Me parecía ridículo que tuvieran que irse allá cuando en la Argentina hay tan buenos escritores. Cuando decidí volver al país se me ocurrió que tenía que trabajar de algo porque mecenas nunca tuve. Lo fui a ver al rector de la UNTREF, Aníbal Jozami, para ver si se podían armar los cursos de escritura creativa. Me preguntó: ¿usted cree que se puede enseñar a escribir? Le respondí: No se puede enseñar a escribir, como no se puede enseñar a vivir, pero algunas cosas se pueden transmitir de la experiencia. Después me preguntó: ¿Le parece que puede funcionar? Y yo le dije: estoy segura, va a funcionar. Y efectivamente ha sido un éxito. Ahora el Ministerio de Cultura nos dio una beca para traer a una persona del interior del país con todo pago por dos años. La primer cosa distintiva que tenemos es que todas las clases las dan escritores. Después hay una cosa que yo siempre les digo a los estudiantes: un escritor se hace en décadas, no en dos años. No es que se van a recibir de escritores, para eso hay que trabajar y escribir muchos años. Son dos años donde los estudiantes tienen la suerte de trabajar con distintas poéticas, ya que cada escritor es un mundo. Cada estudiante debe descubrir con cuál resuena, con qué estética. Una vez que terminan se van con un proyecto de obra bastante avanzado y se van con las opciones, un abanico de voces y manera de acercarse a la escritura. Después seguirán su camino, que es de toda la vida. <