lunes, 18 de julio de 2016

Hartas

I ENCUENTRO DE POESÍA Y GÉNERO: “HARTAS”, DE PAULA JIMÉNEZ ESPAÑA

Publicaremos tres textos que fueron leídos y comentados por sus autoras en la mesa sobre “Mujer, lengua y poesía”, del Primer Encuentro de Poesía y Género, realizado el pasado 2 de julio en el Espacio Cultural Nuestros Hijos (ex ESMA). Éste es el primero que compartimos, escrito por la poeta y periodista Paula Jiménez España. Los siguientes corresponden a Luciana Peker y Marina Mariasch, quienes también formaron parte del debate, con Gabriela Borrelli como coordinadora. Los difundimos con el objetivo de continuar concientizando sobre los problemas acuciantes relativos al género.

Hartas

Por Paula Jiménez España*
El año pasado participé de un festival de poesía en la ciudad de Lima junto a un grupo más o menos grande de mujeres y varones cis (personas trans jamás he visto en un festival). Las chicas invitadas tenían entre veinte y treinta años (más o menos la franja etaria de los organizadores), mientras que hombres habían de todas las edades, incluso señores mayores que en sus poemas hacían honor a su juventud y se jactaban de sus pasadas hazañas sexuales; contaban con orgullo cosas inconfesables, como el pope que dijo que llevaba la foto de una niña desnuda dentro de un bolsillo. Supongo que con niña no se refería estrictamente a una niña, sino quizás a una joven o adolescente, pero tal vez es lo que yo quise pensar, para atenuar mi impresión. De todas maneras, a nadie parecía producirle más que admiración esta poesía dicha por un maestro de maestros de recontra maestros. Cuando le pregunté a uno de los organizadores porqué no había mujeres mayores invitadas a ese festival (yo era la más anciana de todas), me respondieron que no conocían. ¿Tampoco peruanas conocen?, les pregunté. La respuesta fue que en Perú no había mujeres poetas de edad madura. Demás está decir que esta es una descarada mentira.
La rosa de cobre es un premio con que la Biblioteca Nacional reconocía la trayectoria de poetas nacionales (el uso del pasado es porque no creo que Alberto Manguel, su actual director, vaya a seguir otorgándolo). De las catorce distinciones hechas en 2014, dos fueron dadas a mujeres. Cuando a Tamara Kamenzsain le tocó recibir la suya, agradeció e ironizó sobre la ley de cupo y por primera y única vez en aquél extensísimo acto, la desproporción escandalosa fue enunciada. El problema de las cantidades suele repetirse: no sé si habrá sido casualidad pero el Nacional 2015 dio su reconocimiento monetario a Jorge Aulicino, luego distinguió a Jorge Leónidas Escuderos y el tercer premio no fue para un Jorge, sino para un Hugo, Padeletti. La primera mención la recibió Leopoldo Castilla y la segunda Carlos Zabaljáuregui, a la cola llegamos las chicas: entre nosotras dos grandes como Nini Bernardello y Alicia Genovese y quedaron completamente afuera poetas de la talla de Mirta Rosenberg. No estoy poniendo en duda el talento de los premiados ni el criterio de un jurado que seguramente no debe haber sido unánime, pero la elección no me parece ingenua y no se puede desconocer que el ámbito de los privilegios patriarcales es en esencia uno solo; no se salvan ni los sectores aparentemente más sensibles. Ese uno solo, desde su expresión más grosera, sigue cada tanto señalándonos como poetisas si lo que hacemos es escribir versos: una palabra horrible que le atribuye el masculino genérico a la palabra poeta, es decir, atribuye a los hombres la potestad sobre el oficio y el talento creativo. Poetisa además suena a mezcla de poeta y petisa, es decir, de estatura más baja. Y por eso diferenciada. Una diferencia estigmatizante por supuesto, como todas las diferencias señaladas como tales, en este caso ligada al sentimentalismo, devenida del alma rosa del sexo débil y no del mundo letrado o la competencia intelectual, una diferencia no ligada a la furia, al goce, al hambre, a la experiencia sexual o de género, a la racialización, al deseo, a las necesidades físicas o al odio, que atraviesan las diversas subjetividades. Soy un ángel del odio, se atreve a confesar Sharon Olds. El mismo odio con que termina diciendo en los versos del poema El atril que si a ella le hubieran advertido treinta años antes que si se realizaba como artista terminaría perdiendo el amor de su pareja, a eso habría respondido que nada, pero nada iba a detenerla. Me la imagino a Hèlene Cixous alentando a Sharon con estos consejos escritos en su libro La risa de la medusa: “Escribe, que nadie te retenga, que nada te detenga: ni hombre, ni imbécil máquina capitalista donde las editoriales son los astutos y serviles relevos de una economía que funciona contra nosotras y a nuestra costa; ni tú misma”. Más adelante en este mismo texto, pregunta o más bien afirma aunque parece que preguntara: “¿Qué mujer efervescente e infinita no ha tenido vergüenza de su potencia? … ¿Qué mujer no se ha acusado de ser monstruosa al sorprenderse y horrorizarse por el fantástico zafarrancho de sus pulsiones  (pues se ha hecho creer que una mujer con sus reglas en orden, normal, es de una tranquilidad divina)?”. Habrá que ver si ese horror, si esa vergüenza no pulsaron al menos en parte, la decisión de ciertas  poetas, ahora famosas, de poner fin a sus vidas. Como además el sistema todo lo reabsorbe, sus suicidios le vinieron bien al mercado editorial para engrosar las ventas de sus libros, porque las historias de las autoras, sobre todo si terminaron mal, siempre parecen ayudar a que el público, reticente a la palabra femenina, se acerque a sus obras. De Pizarnik tenemos de todo, biografía, cartas, diario, correspondencia dos, cartas a León Ostrov (más allá de su valor literario, no se puede obviar que la intromisión en la intimidad de las chicas está a la vuelta de la esquina. En El honor perdido de Katherina Bloom, la novela de Henrich Boll, los detectives terminan investigando mas la vida sexual de una testigo que el rastro del sospechoso). Con Alfonsina Storni, post mortem, se buscó configurar una imagen tranquilizadora resaltando su poesía amorosa y posponiendo  la divulgación de sus escritos periodísticos y poemas sociales, revulsivos para el patriarcado y para la burguesía de su época, y de todas las épocas. Los finales trágicos de las poetas son consecuencia lógica de sus sensibilidades desbordantes que en vida las condujeran por los caminos de los tormentos psíquicos o de las pasiones arrasadoras, como es el caso de Delmira Agustini, a quien no le quitó la vida un femicida sino el amor. Entonces, mejor será no escribir porque la expresión, la intensidad y el brillo podrían pagarse con la muerte o lo que es como la muerte para muchas, la pérdida de sus privilegios. Hablando de muerte, miren lo que le pasó a Sylvia Plath por hacerle sombra a Tedd Hughes.  Muryel Ruckeizer, que es una de las poetas más enérgicas y temperamentales que leí, escribió un poema con el que parece reclamarle a Sylvia haberse obligado a sí misma al silenciamiento al meter la cabeza en el horno. El poema dice: Prefiero ser Muryel, que estar muerta y ser Ariel. Ariel es el nombre del exitoso libro póstumo de Plath.
El suicidio es un sacrificio que la cultura sabe compensarnos porque valora nuestro gesto de  dar muerte al demonio que llevamos dentro. Fijense que la única mujer que recibió el premio nobel en Latinoamérica fue Gabriela Mistral, a quien, antes que nada, se le reconoce el don maternal, su abnegado oficio de maestra y la inmolación ante el público de su identidad sexual. Es verdad que Gabriela, además de no haberse visibilizado como lesbiana, ha escrito muchos poemas que contribuyeron a crear esa imagen santa, pero el poder también hizo lo suyo a conveniencia. Recién en 2010 se supo una verdad sepultadísima, que en la década del 30 obtuvo la tutoría de un niño junto a su pareja Palma Guillén. De ese chico además, existen grandes dudas sobre su origen, hay un fuerte rumor que dice que podría haber sido hijo biológico de Mistral y de un hombre, o donante, elegido por la pareja. Cito Puertas, un poema suyo que comienza así:   Entre los gestos del mundo / recibí el que me dan las puertas./  En la luz yo las he visto / o selladas o entreabiertas y volviendo sus espaldas del color de la vulpeja. ¿Por qué fue que las hicimos para ser sus prisioneras? 
En “La llegada a la escritura” Hélène Cixous dice que el problema histórico para las mujeres ha sido y sigue siendo algo muy de base, el acceso obstaculizado a la escritura como derecho: “Tú puedes desear, adorar, ser invadida. Pero escribir no te está concedido. Escribir estaba reservado a los elegidos. Eso debía suceder  en un espacio inaccesible a los pequeños, a los humildes, a las mujeres. En la intimidad de un lugar sagrado. La escritura hablaba a sus profetas desde una zarza ardiente. Pero se había tenido que decidir que las zarzas no dialogarían con las mujeres”.  Cuánto más lejos de ese diálogo están las que además provienen de sectores socioculturales vulnerables y han sido expulsadas del lenguaje escrito. Viajé a México en el 2004, invitada a un festival de poesía para mujeres organizado por un hombre que no perdía ocasión de recordarnos que aquel era un encuentro poético femenino pero no feminista. Una de las actividades programadas fue una lectura en una escuela náhuatl, en un pueblo pequeñísimo en Oaxaca, en la cima de una montaña. Cuando llegamos propusimos que los chicos leyeran sus narraciones y tras ellos una madre preguntó si también podía contar una historia. Entonces despuntó un relato hermoso y extenso, dicho con muchas ganas, un relato improvisado, no escrito en ningún lado porque no sabía escribir y mucho menos en castellano, porque su lengua real era indígena. Aquél poema tenía una abundancia de colores, texturas, sonoridades, que contrastaba con nuestra poesía lavada y urbana. Previo a aquél viaje recuerdo haber ido a comprar una antología de poesía mexicana a una librería de la calle Corrientes y el vendedor me ofreció una de muchas páginas que describió como completísima donde habían sido incluidas unas poquísimas mujeres, entre ellas dos, que por supuesto no se pueden obviar: Sor Juana y Rosario Castellanos. A veces parecemos innecesarias para muchas y muchos antologadores o editores culturales, y nuestra exclusión no pone en duda, sin embargo, la seriedad y diversidad que el muestrario busca exponer. Por otra parte, el lenguaje y discurso hegemónicos que suele encaramarse en la escritura de los hombres con más facilidad que en la de las mujeres, se constituye como un criterio de selección (con frecuencia escucho hablar, sin ningún apremio, a la suficiencia y la autoridad en esa poesía, claramente diferenciada de la vacilación subjetiva, la incerteza, detectables en otro tipo de discurso poético). Para redondear el comentario anterior respecto del panorama de la poesía mexicana, quiero decir que para mí queda absolutamente incompleto si en él no se incluyen poéticas como la de la chicana Gloria Anzaldúa, que poniendo en cuestión los límites del género literario (su teoría era puro lenguaje poético y con sus poemas planteaba sus principios teóricos) también cuestionó el binarismo y, por su propio origen, ni mexicana ni estadounidense, la arbitrariedad de los límites geográficos y culturales. En definitiva, Anzaldúa nació, creó y teorizó en el borde de todo:   “Piensa en mí como Shiva – dijo -, con un cuerpo de muchos brazos y piernas con un pie en la tierra color café, otro en lo blanco, otro en la sociedad heterosexual, otro en el mundo gay, otro en el mundo de los hombres, de las mujeres, un brazo en la clase obrera, los mundos socialistas y ocultos”. Esto fue escrito hace décadas, pero esta oscilación, esta capacidad de abarcar una multiplicidad de posibilidades y de correrse de los estándares de lo esperable, a mi entender, resultan subversivas todavía hoy. Todas las cosas únicas aterran, diría ante la imposición de la normatividad la poeta argentina Claudia Masin. Otra manera de expresar lo mismo, el horror ante los modelos únicos que pretenden cristalizar las diversidades que nuestras poéticas encarnan, sale de la paráfrasis del poema de Alfonsina que el grupo de activistas Mujeres creando selló a modo de graffity sobre muros y calles paceñas y que dice así: Tú me quieres virgen, tú me quieres blanca, tú me tienes harta.  

*Paula Jiménez España (Buenos Aires, 1969). Publicó: Ser feliz en Baltimore (Nusud, 2001), Formas (libro y cd junto a Valeria Cini, Terraza, 2002), La casa en la avenida (Terraza, 2004), La mala vida (Bajo la luna, 2007), Ni jota (Abeja Reina, 2008), Espacios naturales (Bajo la luna, 2009), Pollera pantalón/ cuentos de género (La mariposa y la iguana, 2012), La vuelta (Simulcoop, 2013), Las cosechadoras de flores (La mariposa y la iguana, 2014), Paisaje Alrededor (Bajo la luna, 2014), Canciones de amor (27 pulqui/ Vox, 2015), Nada llora (La mariposa y la iguana, 2015) y El corazón de los otros (México. Tabaquería, 2015). Sus textos integran numerosas antologías. Es periodista de Soy y Las 12, Página 12, y coordina talleres literarios desde el 2001.
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Foto: Majo Malvares.

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