viernes, 4 de septiembre de 2015
Madres, hijas y Samantha
Ayer estuvo Samantha Schweblin en Puán. Genial. Desde que leí sus primeros cuentos me pareció deslumbrante, me conmovió especialmente, ayer se lo dije paradita delante de la tarima del aula 218 y micrófono en mano: la crueldad de sus cuentos es la crueldad de la vida cotidiana, de la obligación de tener hijos aunque haya que cazarlos en "En la estepa" y de tener que llorar si te abandonan en "Mujeres desesperadas". Ella habló del límite hasta el cual la narración de distintos tipos de violencias son soportables: mientras haya algo a cambio, un aprendizaje, un descubrimiento, si el narrador me cuida, me acompaña. Y yo sentí que eso era exactamente lo que me gustaba de sus cuentos, la maldad de esa voz que te cuenta cosas horribles, pero, es cierto, no te deja sola con ellas. También nombró a su madre, dijo que su madre le decía "una de esas cosas que dicen las madres y no sabés si es un halago u otra cosa": "Mi mamá me decía que yo pasé impoluta por todos los aprendizajes". Y Samantha lo aplicaba al pasar por varios talleres sin aprender nada hasta que llegó al de Liliana Heker y ahí el filing con la otra persona la hizo entregarse a aprender el oficio. Mientras yo supe que hay en ella algún tipo de problemita de los míos, digo, de los de madres e hijas, naturales y adoptadas.
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Lunes por la madrugada...
Yo cierro los ojos y veo tu cara
que sonríe cómplice de amor...
que sonríe cómplice de amor...
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