La primera vez que vi un fantasma
Una colección de relatos de la ecuatoriana Solange Rodríguez Pappe.
05 de abril de 2020. Estandarte.com
Qué: La primera vez que vi un fantasma Autor: Solange Rodríguez Pappe Editorial: Candaya Año: 2018 Páginas: 144 Precio: 15 €
Los espectros se pasean por las hojas de La primera vez que vi un fantasma, de la escritora guayaquileña Solange Rodríguez Pappe. Han tomado forma de relatos y habitan un avejentado hotel de carretera o el cuerpo de una gata embarazada, se enredan en una trenza atada por una cinta azul, explotan con estruendo en el aire y se ocultan entre los dientes de una minúscula mujer desnuda. Esas son algunas de las tramas donde se desarrollan los relatos de La primera vez que vi un fantasma. No es una incursión puntual en este género de la autora. Interesada en el género de lo extraño y lo fantástico desde hace años, Rodríguez Pappe esuna de las narradoras más representativas del nuevo cuento latinoamericano, con varios títulos publicados como Balas perdidas –con el que ganó el Premio Nacional de Relatos Joaquín Gallegos Lara al mejor libro del año 2010–, Caja de magia (2015), Episodio aberrante (2016), La bondad de los extraños (2016) o Levitaciones (2017).
Una de las particularidades de su escritura es desconfiar del orden de la realidad e ir –aceptando sus reglas, pero no tanto sus límites– al encuentro con lo inesperado, con lo macabro en ocasiones, configurando unas historias tan asombrosas como verosímiles e inquietantes. En el relato titulado A tiempo para desayunar, por ejemplo, no se sabe qué es más espantoso, si los recuerdos obsesivo, del narrador, cuyo padre mató a alguien a la edad de diez años, o el resto de los personajes que lo rodean en el hotel donde se empeña en ordenarlos y escribirlos: “Levanto la palma de la mano. Me he quedado ensimismado en el repaso de ese acontecimiento. Frente a mí está sentada la mujer sin piernas que siempre pide ayuda para moverse. Se llama Judy. Su mandíbula se mueve acompasada, pero no traga nada. Su plato de avena está casi entero. La mujer mira sin mirarme, pasa con los ojos aletargados a través de mí. Su desayuno va a ser largo”.
El gusto de Solange Rodríguez Pappe por este tipo de ficción viene de lejos. Cuando, en entrevista para el blog literario “La última matrioska”, le preguntan por el primer suceso fantástico que recuerda ella echa la vista atrás hasta sus 4 ó 5 años. “Vivía en una casa enorme y era hija única, una niña de sombras”. En aquella casa vivía también el abuelo siempre atareado, ensimismado en sus pensamientos, lecturas, en sus “tareas de escritorio”, como las describe la autora. “No había mucho donde entretenerse, pero una de las cosas desafiantes que había era ir al cuarto de mi abuelo. Era un hombre muy raro, excéntrico… De eso solo te das cuenta con la distancia, porque para mí, no: era mi abuelo. Y yo entraba a este cuarto lleno de polvo y de libros y era como una carrera de obstáculos. Al final estaba él a contraluz, con el cabello alborotado y muy concentrado en su trabajo de escritorio”. La autora menciona las constelaciones familiares y concluye: “yo, definitivamente, me identifico con mi abuelo que era un hombre no normal, un hombre que encontró en la excentricidad una forma de expresión”.
No hay lugar para lo “normal” en esta autora cuyo blog se llama El lugar de las apariciones. Allí, la última foto es un fantasma. En el texto que la acompaña, titulado como el libro La primera vez que vi un fantasma, se lee: “Lo cierto es que tosemos fantasmas que tenemos atascados. Nos los sacamos de la solapa con un gesto de la mano y borramos sus vestigios cuando nos frotamos los párpados. En los intersticios de los dientes siempre nos quedan fantasmas y también bajo las uñas (…). Lejos de las entradas dramáticas, los aullidos, las cadenas: los fantasmas ya conviven con nosotros. Son el florero vacío, un cajón lleno de adorados objetos que están rotos, el muchacho que llora en la última fila del cine sin nadie cerca, sin ninguna posibilidad de consuelo”.
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