Lo que más me gusta de Stranger Things, más allá de las citas ochentosas, más allá de los géneros que transita -el terror, la ciencia ficción, las películas de aventuras-, es la metáfora que sostiene toda la trama: el amor (entre una madre y su hijo desaparecido, entre un chico que conoce a una chica a sus 13 años, entre ...) se parece a un ser de otra dimensión, un ser capaz del mayor bien y del mayor mal, radiante como un poder devastador, capaz de arrasar con la tierra conocida y con el Otro Lado, que no vemos pero que también habitamos.
Millie Bobby Brown, la actriz que hace de 11 (ET y Demogorgon a la vez), encarna esa metáfora y con muy pocas líneas, convierte un fenómeno popular y de consumo masivo en, para mí, algo parecido a un poema.
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