Fuimos por los huesos, nos quedamos por la extrañeza. Hace tantos años que manijeábamos (por separado) con el Osario de Sedlec, una capilla decorada con los huesos desenterrados del cementerio local, que nos mandamos. El lugar queda relativamente cerca de Praga. La capilla es linda, pero es chica, muy yuta si te querés acercar mucho a los huesos y le faltaba la pieza central, el candelabro, que estaba siendo reparado.
Lo mejor vino cuando nos fuimos caminando al asentamiento principal, Kutná Hora. Es un pueblo minero medieval que hace varios siglos fue importante y... ya no. Está quedado en el tiempo, y no como algo precioso y cool sino empobrecido y rancio. Pero de ahí nacen unos contrastes increíbles. Las casas de la parte antigua, todas venidas a menos, tienen detalles pintados y esculturas que no te esperás ni ahí. Podés pasear al lado de la vieja muralla o ver una de las catedrales más simpáticas que vimos, llena de imágenes de mineros. Mucha construcción gótica. En la ciudad, bares llenos de viejos borrachos y ruidosos y vidrieras de boutiques que habrían hecho llorar de angustia a mi propia abuela.
Como perlita, en el tren de ida nos pusimos a hablar de política con dos griegas. Es hermoso cómo, en dos minutos, nos entendimos perfectamente viviendo en países tan lejanos. Hay algo que nos hermana. Muchos europeos de países más ricos (obvio no todos, pero la mayoría de los que charlaron con nosotros) simplemente no entienden que el sistema busca que algunos países salgan muy desfavorecidos de todo intercambio para que otros (casi siempre los mismos) prosperen, y creen que los problemas son solo causa de la corrupción y desorganización interna de un país. Al colonialismo hay que recordarselos medio que a martillazos. Acá no hubo nada que recordar. Enseguida nos dimos cuenta de que hablábamos de los mismos fenómenos, nomás pensando en distintas caras y distintos nombres. Eso también es viajar.
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