Yo era un hombre sincero. Ponía en tu boya una pastilla de cloro y decía: "Señora, puse en la boya una pastilla de cloro". También era sincero con mis deseos. Pasaba por tu cocina, veía bananas sobre la mesa, me daban ganas de comer una y te decía: "Señora, ¿no me convidaría una banana?" Pero las cosas cambian. Por mucho que cuides al motor de tu chata, ella siempre a la larga te deja tirado.
Este verano, por ejemplo, vi esas bananas tentadoras en tu mesa y me llevé dos. Y ayer, cuando me pediste que le ponga cloro a tu boya, como no tenía más puse en tu boya una bolsa de Coto. "¿Pusiste cloro?" "Puse, puse." En invierno el cloro es casi innecesario. Tu pileta va a estar bien. Además, que tengas la idea de que hay cloro en tu boya es mucho mas importante que tener de verdad ese cloro ahí. El cloro es algo tóxico. Un mal necesario que en invierno, posta, no es necesario. Sobre las bananas no sé qué decirte. Supongo que es bueno darle de comer a un mono. Aunque nunca lo sepas, en el fondo sí sabés que tu monito se comió dos bananas. Por mi parte, tengo un alegato muy contundente en tu contra, que atenúa y justifica (y convierte en épicos) mis pecados. No voy a hacer acá ese alegato porque sería un embole y me mostraría como a un mono resentido y vengador, y la verdad que prefiero quedar como un mono ladrón. Igual, la épica del pecado es algo para pensar. La próxima vez que los testigos de jehová llamen a mi puerta los voy a hacer pasar a tomar un cafecito y les voy a preguntar por este tema.
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