Terminé anoche de leer Soy un bravo piloto de la nueva China, de Ernesto Semán. Tres días maratónicos en los que la novela se impuso sobre las otras tres que había empezado el mismo día, sobre mis mesas de examen, sobre mi mal humor docente y mi buen humor casero. Ella me ocupó por completo: la novela, sus tres espacios monstruosos y la idea de "es fácil cuando NO se es hijo".
La división de la historia en tres tiempos y tres lugares: La ciudad, El campo, La isla, me hacía desear y a la vez odiar el tener que pasar de un espacio a otro. Para librarme del dolor de una línea esperaba llegar a la otra, pero solamente para cambiar la zona en la que se fijaba el dolor, como cuando una está en el gym y desea pasar a los abdominales porque ya le duelen mucho los glúteos o cambiar a los ejercicios de brazos para que te duelan menos los muslos. (Si leen la entrevista al autor que acabo de pegar van a ver que a él no le molestarían las comparaciones gimnásticas).
Hace algunos años, pueden ser entre 20 y 10, yo decía que me ponían muy nerviosa las películas de terror o de suspenso donde los niños estaban en peligro (De Cementerio de animales y El resplandor para acá). Ahora me parece que me sacuden las historias en las que son los padres y madres los que se mueren, los que envejecen, los que desaparecen.
1 comentario:
Sí, muy copado, tu comentario recupera lo que pasa con el lector.
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