Siempre observé las manos de la gente como marca de identidad, de verdad, de lenguaje en movimiento. Ahora, a mi edad, recién miro las mías y las amo. Antes me parecían muy gorditas o muy parecidas a las de mi mamá o muy vergonzosas o muy blanco de las burlas de mis hijes. Hoy las miro y me encantan con sus anillos y su tatoo violeta, tocando la guitarra, las castañuelas y el cajón, bailando flamenco y descubriendo la expresividad del aire, tejiendo, escribiendo en este teclado, llenándose las uñas de tierra, limpiando la cocina y el baño, sin esmalte, una corta y la otra larga, uñas de guitarristas y qué orgullosa me siento.
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